Las escuelas rurales no sólo forman a los alumnos en conocimientos, sino también en valores, vínculos y pertenencias. En un contexto en el que las distancias y las adversidades abundan, éstas se convierten en un segundo hogar para quienes las habitan.
¿Cómo querés que no me muera en paz? Si dejás cosas importantes en dos o tres alumnos para que te recuerden, la tarea docente está cumplida.
—Una profesora rural
La maestra rural abre la puerta cuando entran los alumnos y la cierra cuando se van, prepara el desayuno o la merienda, es portera, limpia y acomoda el lugar. Está atenta a cómo se sienten los alumnos tanto física como emocionalmente, acompaña y aconseja, resuelve situaciones particulares que se viven en el entorno rural, como la ausencia de los padres por trabajar que a veces impiden que los alumnos vayan a clases o que realicen las tareas. Ser maestra rural en este contexto implica ser mucho más que ser maestra: es ser un poco de todo y es ser un apoyo esencial en cada alumno y cada familia.
Todos los 9 de noviembre en Argentina se celebra el día del maestro rural en honor al nacimiento de Ángela Peralta Pino en 1901. Ella fue la primera maestra rural en el país. A mediados del siglo XX recorría con su escuela rodante —que era un vagón de tren reacondicionado— el norte santafesino. Sus clases no eran específicamente para poblados rurales, sino para hijos de tamberos [lecheros] que no tenían cómo ir a la escuela.
Se considera zona rural a las localidades que tienen menos de dos mil habitantes y a la población que vive en campos alejados sin formar parte de centros urbanos. En los espacios rurales se desarrollan actividades como la agricultura, la ganadería y otras actividades que impulsan al crecimiento económico y cultural.
Según el artículo “Educación técnica rural en Argentina” de Jorge Navarro y Marcelo Gastón, el primer antecedente de enseñanza en zonas rurales ocurrió en el año 1823, cuando Bernardino Rivadavia fundó la Escuela Práctica en la quinta de Recoleta. En la actualidad, hay aproximadamente 3,700 escuelas rurales en Argentina.
La educación rural como desafío
La ruralidad muchas veces es sinónimo de grandes desafíos: la soledad, las distancias, la poca conectividad y las limitaciones en general. Sin embargo, esto se deja de lado a la hora de enseñar. Los alumnos de distintas edades comparten una misma aula, por lo que es casi una obligación poner en marcha el sistema de plurigrado.
El sistema de plurigrado consiste en que todos los alumnos del mismo nivel educativo, ya sea primario o secundario, estén en un mismo salón a pesar de las distintas edades. Los docentes trabajan con un conjunto de niños y niñas o adolescentes que cursan distintos grados en un mismo espacio y tiempo.
Según el informe “Los aprendizajes en escuelas rurales del nivel primario” realizado por Fundación Quántitas para Aprender (2018), en 8 de cada 10 escuelas rurales se instrumenta este tipo de enseñanza. Además, del total de los estudiantes evaluados, 4 de cada 10 asisten a establecimientos educativos con plurigrado.
El 77% de los directores de escuelas rurales mencionaron que la falta de matrícula, o sea la falta de estudiantes, son la razón por la cual no se pueden establecer distintos grados para los alumnos. Por ende, la adopción de este sistema no es por enseñanza sino por necesidad. Sólo el 7% de los directores encuestados afirmaron que adoptaron este sistema por decisión institucional de la escuela.
Rosana Rocco, docente en la Escuela N° 1308 Baltasar Pons (Campo Pons), afirma que volvería a ser docente rural. “Me gusta el desafío de enseñarles a niños de diferentes edades en la misma sala, tener que crear y diseñar planes de estudio adaptados a los contextos y al desarrollo de los niños. Además de trabajar en una estrecha relación con la familia”, dijo.
La escuela rural, lejos de ser sólo un lugar de aprendizaje, se transforma en un espacio de contención. Un segundo hogar donde los alumnos se sienten respaldados por sus docentes, quienes cumplen papeles que van más allá de la enseñanza.
Ir a la escuela, un esfuerzo para todos
La duración de las jornadas escolares se adaptan al entorno. En las zonas rurales muchos estudiantes del último año cursan con horarios más extensos que un turno regular. Algunos pasan todo el día en el establecimiento ya que tienen jornadas dobles que abarcan mañana y tarde. En cambio, otros asisten con horarios de jornadas extendidas, en las que el horario termina un poco más tarde de lo habitual.
Una de las principales diferencias con las escuelas de las ciudades es que en las rurales se modifica la forma de asistir a clases. El objetivo de esto es garantizar que los alumnos puedan llegar a la escuela de una forma adecuada sin padecer el clima o los caminos. Las modalidades de asistencias pueden ser una semana sí y una semana no. En las que no están, se les dan tareas o trabajos para realizar en sus casas. La otra forma de asistencia es de lunes a viernes y los alumnos viven y conviven con sus compañeros en el establecimiento educativo.
La exdocente rural Danisa Dottori añadió que también se utiliza el horario ternado. En éste se cambia el horario de ingreso y egreso: en verano se asiste a clases en la mañana y en invierno a la tarde. Estas decisiones se toman porque las distintas estaciones son muy arduas en el campo. No solamente es un beneficio para los alumnos sino también para los padres en torno a la comodidad de éstos, ya que muchos también cambian los horarios de trabajo.
Según el informe “Los aprendizajes en escuelas rurales del nivel primario” mencionado anteriormente, el 95% de los alumnos asisten a clases de lunes a viernes en la mayoría de las escuelas. En el 5% de las escuelas–albergues los estudiantes se quedan a dormir en los días hábiles. En este tipo de escuelas la cantidad de estudiantes es muy reducida, el 84% tiene menos de 50 alumnos. En más de la mitad de los establecimientos el director vive en la escuela.
Un docente, mil funciones: enseñar en soledad
El personal docente en las escuelas rurales depende de su tamaño y matrícula. Existen tres tipos de escuelas rurales: escuelas unidocentes o de personal único, en las que el docente tiene funciones de enseñanza, dirección, tareas administrativas y de gestión; escuelas bidocentes, en las que cuentan con un docente y un director con grado a cargo y escuelas con varios docentes y un director sin grado a cargo, que suelen disponer de docentes itinerantes, que son los que recorren dos o más escuelas y tienen su cargo en sólo una de ellas.
El 30% de los directores rurales se desempeñan como personal único. En otros casos, además de tener el cargo superior, se desempeñan como director y docente, empleando el método de enseñanza mencionado anteriormente. Los directores que son docentes también dependen de la escuela cercana más grande para ser evaluados por otros directivos.
Las escuelas rurales, debido a la baja densidad demográfica, suelen ser más pequeñas que en el ámbito urbano. Danisa Dottori dice que tras ser docente cinco años en una escuela rural necesita avanzar e irse a una urbana. La soledad es uno de los factores más importantes en las docentes.
—¿Volverías a dar clases en una escuela de campo?
—Años atrás te hubiese respondido que sí, hoy no sé. La verdad es que me hacía falta estar en una escuela más grande, con otros docentes y aprender de ellos. En el campo la soledad abunda y te va consumiendo poco a poco.
Las escuelas rurales no sólo forman a los alumnos en conocimientos, sino también en valores, vínculos y pertenencias. En un contexto en el que las distancias y las adversidades abundan, éstas se convierten en un segundo hogar para quienes las habitan, dejando huellas imborrables tanto en los alumnos como en los docentes.
Desigualdad digital: la realidad de las escuelas rurales
La brecha digital es uno de los mayores desafíos en la educación rural. La falta de conectividad limita el acceso a materiales educativos, capacitaciones docentes y herramientas tecnológicas, lo que genera desigualdades con respecto a las escuelas urbanas.
Según el informe de UNICEF (2021) “Secundarias Rurales Mediadas por Tecnologías: Innovación y derecho”, en el ámbito urbano el acceso a conectividad alcanza al 85% de los estudiantes y en el rural representa al 62%. Donde no hay brechas es en torno a los dispositivos móviles, casi la totalidad de los estudiantes del ámbito urbano (96%) como del rural (94%) cuentan con un celular.
Durante el confinamiento las escuelas urbanas lograron adaptar rápidamente sus clases al formato virtual. Mientras tanto, las rurales dependían de métodos más tradicionales, como el envío de tareas impresas o de la aplicación Whatsapp.
José Rivoli, exalumno de la escuela Juan Enrique Epeztalosi N° 705, cuenta que lo que “menos le gustaba” de ir a una escuela rural era que en las escuelas de ciudad los alumnos tenían computadoras y maestras para cada asignatura. También dice que con el paso del tiempo eso cambió y ahora los alumnos tienen materias como inglés o computación.
La pandemia de covid–19 visibilizó esta desigualdad. Durante el confinamiento las escuelas urbanas lograron adaptar rápidamente sus clases al formato virtual. Mientras tanto, las rurales dependían de métodos más tradicionales, como el envío de tareas impresas o de la aplicación Whatsapp en la que los docentes las compartían.
Además, la ausencia de las tecnologías impacta directamente en las oportunidades de aprendizaje. Los alumnos rurales tienen menos acceso a bibliotecas digitales, plataformas educativas y capacitaciones virtuales. Esto no solamente afecta a los estudiantes, sino también a los docentes. En las escuelas rurales los maestros enfrentan mayores dificultades para participar en capacitaciones en línea, acceder a recursos educativos digitales o poner en marcha nuevas estrategias pedagógicas.
Sin embargo, algunas políticas buscan revertir esta situación. Programas como “Conectar Igualdad” y “Escuelas Rurales Conectadas” intentaron reducir la brecha tecnológica mediante la entrega de dispositivos y la instalación de infraestructura para internet. Aun así, estos avances quedaron en el tiempo ya que estos proyectos fueron impulsados en 2015.
Educando en la ruralidad, lo que la ciudad no ve
La educación rural enfrenta realidades distintas a las de las escuelas urbanas. En primer lugar, la desigualdad en infraestructura y recursos económicos, mientras que en las ciudades las escuelas cuentan con los servicios básicos, instalaciones modernas y personal docente y asistentes escolares en los sectores necesarios. En las áreas rurales muchas veces faltan edificios adecuados y equipamiento pedagógico, aunque este último casi siempre lo cubren las docentes.
Las distancias, el clima y el acceso al transporte son factores determinantes en las zonas rurales. Los alumnos deben recorrer kilómetros por caminos de tierra e ir a la escuela caminando o en bicicleta. En las ciudades, el transporte público y la proximidad garantizan mayor regularidad en la asistencia.
Dafne Forlán, exalumna de la Escuela N° 770 Gregorias Matorras de San Martín, reflexiona sobre la influencia de los docentes durante su escolaridad.
—¿Qué les dirías a los docentes que te acompañaron en tu recorrido académico?
—Les diría a mis docentes rurales que les agradezco mucho por su labor, porque no es fácil. A veces son largas las distancias que tienen que recorrer para poder ir a dar clases, el clima también afecta, ya que si llueve mucho no pueden llegar a la escuela. Lo más importante, les quiero agradecer por formar un vínculo tan lindo con mis compañeros y conmigo, porque eso hizo que la escuela se transforme en una segunda casa.
“La relación docente–alumno es algo muy especial, ya que cuando uno se brinda plenamente y les demuestra el enorme afecto que uno siente por ellos, te devuelven el mismo cariño. Hacer esa tarea con mucho amor es importantísimo”.
La organización de las clases también muestra diferencias marcadas. En las ciudades, los grados están separados por edades, lo que facilita la atención específica a cada alumno. En cambio, las escuelas rurales recurren a la enseñanza en conjunto con todos los alumnos; esta situación implica que un mismo docente debe adaptarse y enseñar contenidos de distintos niveles educativos en una sola aula, lo que representa un desafío pedagógico.
La vinculación con la comunidad es distinta, las escuelas rurales son espacios de encuentro, ya que muchas veces son el único punto de referencia institucional en el lugar. Esta relación fomenta un vínculo más estrecho entre docentes, alumnos y familias, lo que contrasta con la dinámica urbana, donde la cantidad de instituciones y la vida acelerada disminuyen este contacto cercano.
Aida Nuñez, exdocente rural con 38 años de labor, recalca lo siguiente: “La relación docente–alumno es algo muy especial, ya que cuando uno se brinda plenamente y les demuestra el enorme afecto que uno siente por ellos, te devuelven el mismo cariño. Hacer esa tarea con mucho amor es importantísimo”.
Por último, dice: “La escuela, como siempre se dijo, es el segundo hogar de los niños. Es su segunda gran familia, donde comparten distintas vivencias que año tras año los va formando como personas”. ®