¿Necesariamente las relaciones entre dos países vecinos se da exclusivamente en la frontera, cuando los flujos de información electrónica sobrepasan las mermadas y cada vez más restringidas interacciones en los bordes de ambos países?
En la historia reciente de la “transculturación” es difícil no prestarle atención a las formas de hacer análisis y las nociones manidas que han engendrado en especial, las últimas tres décadas: pluralismo, poscolonialismo, multiculturalismo (¿no que ya se habían acabado los ismos?), hibridación, fragmentación, glocalización y otras expresiones con prefijos, tan abundantes en los análisis revisionistas del pasado más o menos inmediato. Para hacer una aproximación a los vínculos entre Estados Unidos y México hay que tener en mente que ambos países tienen abismales discrepancias para entender la globalización, la han experimentado en asientos muy desiguales y están en constante desdefinición sus experiencias internas y de sus tensas relaciones externas.
George Yúdice muestra que las teorías de la dependencia y del antiimperialismo que se fundamentan en la pureza y la salud de la nación auténtica frente a la amenaza de la contaminación cultural extranjera han dado muestra de que no proveen cuenta objetivamente de las nuevas realidades, además de ser un marco analítico condicionado por ideologías. Las tesis de Yúdice pueden parecer blandas al lado de la acometedora invectiva a los antiestadounidenses y el encomio genérico por esa cultura de Jean-François Revel en La obsesión antiamericana. Dinámica, causas e incongruencias.
Las relaciones con Estados Unidos, por fortuna, tampoco se limitan a la libre exportación de los arquetipos más encogidos (mexicanismos), el folklore Mexican curious ni los rasgos identitarios más reduccionistas, aunque a fuerza de insistencia siga en vigor esa inicua costumbre.
Tanto Estados Unidos como México difícilmente terminan de explicarse su propia condición de país sin volver a sus mitos fundacionales y las narraciones que todas sus –cracias construyeron “de nación”.
Según el sociólogo chileno J. J. Brunner, lo nacional-popular preserva el viejo deseo de darle a la cultura un elemento unificador sea de raza, clase e ideología. Cuando la cultura empieza a desterritorializarse (su guiño deleuziano), pierde su centro o se vuelve transitorio. En ese contexto, seguir insistiendo en identidad es una necedad psico-antropológica tan inútil porque busca la unidad, cuando no quiere entender que el conflicto es endémico, cuando incluso ni los aparatos teóricos que pretendían darle amplitud (y no profundidad), explicándolo a partir de microrrelatos, le siguen la pista a los mosaicos culturales que muestran tal diversidad en ambos países.
Tanto Estados Unidos como México difícilmente terminan de explicarse su propia condición de país sin volver a sus mitos fundacionales y las narraciones que todas sus –cracias construyeron “de nación” para certificarse y cuya tutela es de lo más perjudicial porque tienen mínima relación con su actualidad, aferrándose a un carácter aglutinador y coercitivo.
La diferencia con Estados Unidos es que en México la diversidad sólo se predica con la palabra y con infomerciales sensibleros, mientras que las acciones exigen huir de la diferencia y de la imaginación como si fuera una amenaza mortal o un acto nocivo. El estancamiento estabilizador, ¡ah no!, el desarrollo estabilizador, en efecto, no sólo fue o es el modelo económico, anímico e ideológico que caracteriza a nuestro México lindo y querido: entre lo reaccionario y lo progresista. De hecho estamos esperanzados en que ese binarismo no abarque la complejidad de sus nudos y desencuentros. Queremos creer que el país es un poliedro, que tiene más caras de las que muestra, que es mucho más complejo, que la dialéctica es un aspecto empolvado, inútil y caduco. Pero… really is this it?
La mascarada del arte
En todo caso, el intercambio de productos artísticos no forzosamente está empatado con el intercambio de ideas y estrategias con las que el arte tiende puentes hacia otros conocimientos (trans, inter o in -disciplina).
El arte contemporáneo no puede ignorar lo político, y por político no me refiero a un arte panfletario, como pueden berrear los gremlins de la posmodernidad tardía, sino (en un primer momento) a ser parte activa de los asuntos que conciernen al artista por el simple hecho de formar parte de un conjunto de personas y por desenvolverse en un entramado social. Aunque parece una visión elemental de la política, es una mínima exigencia pasada por la vista gorda. Y contrario a algunos puntos de vista, también hay política en la individualidad, si se le concibe como un constructo social a escala. Nunca se deja de ser individuo ni se deja de ser fragmento de una sociedad, se puede afirmar que constantemente oscilamos entre ambos u otras formas.
Es cierto, una de las primeras cualidades de contacto con el país del norte fue el flujo migratorio masivo o individual. Un antecedente importante es Marius de Zayas (1880-1961), crítico, caricaturista, promotor y gestor cultural, artista, galerista, ensayista, todólogo, pues; una figura que capitalizó la “desmexicanización” a fines del siglo XIX y principios del siglo XX no por el hecho de radicar en Nueva York y en París, sino porque se disgregó de los patrones que seguían los artistas mexicanos de la época. A Marius no le interesaba tanto ilustrar las peripecias épicas de la revolución, la cotidianidad taciturna o la entrañable ternura pastoril de su país de origen, prefirió experimentar como individuo que a su vez respondía a su entorno. Los “kalogramas” y las “psicografías”, por ejemplo, son conocidos experimentos de Marius como artista que se anticiparon al afluente de “vanguardias” europeas y retaguardias del resto del mundo, pero en general se le suele asociar más con la exégesis del arte moderno, un moderno a la gringa. Es hasta los noventa cuando hay una emigración masiva de artistas, es el tiempo en que todo es flujo y reflujo, pero no ha sido la manera exclusiva de entablar una relación, el llamado “arte transfronterizo” ha subrayado (o esquematizado) su condición y los estudios regionales emprendidos desde varias trincheras han expirado y no siempre cuadran con su propio entorno.
Aún parece haber quedado un mínimo intersticio; al menos técnico, teórico y legal para la transgresión, esto es, diferir de los paradigmas imperantes en el arte contemporáneo: la insolvencia técnica y teórica, el desinterés en la comunidad en que se vive y el marketing como regente del arte contemporáneo en particular y la cultura en general.
Contrario a algunos puntos de vista, también hay política en la individualidad, si se le concibe como un constructo social a escala.
En su momento inSITE se propuso desafiar toda traba conceptual, institucional y discursiva que normalmente concibe a las exposiciones como muestras justificadas de artistas en colectivo o individuales, así como la exhibición de una colección o de un acervo y demás modalidades. En lugar de eso propuso un programa integral de arte público inclusivo y activo como lo demostró ser, pese a las deficiencias en la gestión y logística por la complejidad así como las ambiciones que perseguía. Los espacios que se distribuyeron entre un grupo creciente de participantes del programa que comisionó artistas para que conocieran la región y se involucraran con la comunidad con un tiempo de antelación, se tradujo en una operación arriesgada como no lo había sido el arte en otras partes del mundo. Este conjunto de propuestas, que en su mayoría se inscribieron en el rubro de la frontera desde el posmopolitismo estético, habiendo también claras excepciones: Allan Sekura —dead letter office—, Marcos Ramírez ERRE —century 21—, Tony Capellán, entre otros. En 2005 arrancó el festival con el lanzamiento del hombre bala sobre la barda metálica que divide a México y Estados Unidos, quien atravesó la frontera volando 35 metros. Pocos proyectos realmente lograron trastocar otros ámbitos fuera de los poético-decorativos que predominaron; el carácter efímero de las obras frente a las incesantes circunstancias de constreñimiento hizo dudar si había el festival cumplido sus cometidos o estaba dirigido a retroalimentar la idea desgastada de bienal. Pero tampoco el arte ha resuelto milagrosamente problemáticas, ni es su intención (that shame). Es mejor no enlodarse y reprender desde fuera, ésa parece ser su rúbrica.
A inSITE le sobraron comentaristas y le faltaron críticos. ¿Hay alguien que reme a contracorriente en ese contexto? Torolab, por ejemplo, se autodefine como un laboratorio experimental de investigaciones espaciales y contextuales, cuyo objetivo es crear, diseñar y construir proyectos que, en determinado momento, puedan llegar a desarrollarse para que las diversas disciplinas artísticas entren en relación con las áreas más marginadas de las ciudades en que operan. Elaborando modelos de “inserción social” entre aquellas comunidades que se han visto rezagadas.
Los macroproyectos de Torolab se proponen re-politizar los aspectos arquitectónicos y estéticos de la confrontación de países que relegan sus rincones: el agresivo cotejo entre su inclusión global y su condición local. En el caso de Torolab, la autogestión cultural como práctica disidente ha sido utilizada por mera necesidad y no por pose. No tienen que esperanzarse a recibir becas o apoyos estatales para continuar con sus iniciativas, como ha ocurrido con varios artistas turistas.
Los proyectos del TAF/BAW fueron muy importantes para el desarrollo artístico de la región, ya que en ellos se implantó, desde la experiencia histórica y social, una discusión que hasta nuestros días no se ha abandonado y sigue generando el arte local en la región de Tijuana y otras ciudades contiguas en que maniobra Torolab.
Los macroproyectos de Torolab se proponen re-politizar los aspectos arquitectónicos y estéticos de la confrontación de países que relegan sus rincones: el agresivo cotejo entre su inclusión global y su condición local.
Torolab parte de la investigación como propuesta artística para proponer modelos de inclusión sociocultural como en VERTEX (a su vez perteneciente a Emergency Architecture S.O.S), proyecto que según su fundador Raúl Cárdenas trata de dar soluciones a un desorden espacial que se genera en una frontera. El punto de partida es una instalación-desinstalación arquitectónica que consiste en un puente desmontable que une dos países “a través del arte” con un espacio para exposiciones, acciones colectivas y el empleo de medios electrónicos, proyecto que insiste en que la topografía fronteriza es una entelequia, una distopía que crean “nuestras mentes” que es proclive a difuminarse. Although this is so naive.
Se ha mostrado mayor interés de nuestro lado en la “relación” con Estados Unidos en lo que atañe a la cultura que a la inversa. En todo caso ha sido esporádico, por no decir secundario, el interés de ese país por las políticas culturales binacionales, éstas han surgido de empujes de los promotores, artistas, gestores, curadores y otros participantes principalmente mexicanos o de otros países. Lo que en verdad les interesa a Estados Unidos (en un espectro oficial) cuando se habla de México es la seguridad y el narcotráfico, that’s all.
Hago una interrupción abrupta a este artículo para dar un giro, a fin de quitarle al lector la esperanza de recibir respuestas concretas, datos estadísticos, demostraciones empíricas o análisis filosofantes; el autor en este texto se desvincula de su autoridad de explicar, revelar, predicar, etc., y opta por hacer cuestionamientos. Me podrán decir que sobran los signos de interrogación.
No estoy interesado en saber respuestas sin antes entender las preguntas o al menos plantear algunas que pueden dar la impresión de responderse por sí solas, pero no se vayan con la finta:
¿Estados Unidos es el proveedor de la noción de “globalidad” y por lo tanto la hegemoniza (aún)?
¿Necesariamente las relaciones entre dos países vecinos se da exclusivamente en la frontera, cuando los flujos de información electrónica sobrepasan las mermadas y cada vez más restringidas interacciones en los bordes de ambos países?
En la práctica, ¿la hegemonía de la “razón digital” le lleva un gran trecho por delante a las relaciones geopolíticas?
¿México es tan estadounidense como muchos creen?
Es decir, son innegables la influencia y el peso cultural, pero ¿algún concepto de colonialismo y poscolonialismo (que más bien ha servido para catapultar “expertos regionales”) es compatible con la relación México-Estados Unidos?
Cuando alguien vocifera que el paternalismo, que la colonización cultural… ¿de qué aspecto concreto está hablando? ¿Del idioma como ideología, de una economía cultural apropiada?
¿Las relaciones del arte entre Méxicoy Estados Unidos se limitan a la flujos migratorios o nomadismos iniciáticos de artistas solamente?
Se ha tenido el prejuicio entre varios intelectuales por mucho tiempo de que la frontera como espacio físico colindante con “otra cultura” ha tenido sincretismos más complejos que el resto del país, que a la proximidad física le corresponde también una contigüidad psíquica que los ha llevado a hibridarse y disociarse de las culturas hegemónicas en las grandes ciudades de México y de Estados Unidos, lo cual es hasta cierto punto incongruente porque reniegan de los dispositivos retóricos de las culturas oficiales de ambos países, pero la hibridación, como la han explicado los parafraseadores de Canclini, implicaría una amalgama simpática que los une para desembocar en un nuevo gringocano con parecido de familia de sus progenitores.
¿La colindancia territorial casi por sí sola hace que se sinteticen los bagajes de ambos países? ¿No es cierto que la población migratoria está compuesta en su mayor parte por habitantes provenientes de otros estados no fronterizos (Jalisco, Michoacán, Veracruz, Guanajuato, desde el año 2000, según INEGI,INM y CONAPO)?
Sin comparar la magnitud de su respectivo desarrollo económico y cultural, recordemos que los “nodos urbanos” de los dos lados comprenden entre otros: Heroica Nogales-Tucson, Mexicali-Calexico, Agua Prieta-Douglas, Ciudad Juárez-El Paso, Ojinaga-Presidio, Piedras Negras-Eaglepass y San Antonio, Nuevo Laredo-Laredo, Mcallen-Reynosa, Matamoros-Brownsville y
Tijuana-San Diego. Estas últimas dos ciudades han capitalizado los discursos sobre la frontera y son proveedores de los estereotipos fronterizos, han centralizado el tema, pero ¿qué no las problemáticas corresponden a toda la borderline?
¿Tijuana ha explotado su condición de ciudad fronteriza mucho más que otras que están en igualdad de condiciones geográficas, que en verdad son relegadas y que han tenido un desarrollo cultural mucho más aislado y lento?
Me permito una afirmación que puede ser sometida a tela de juicio: Tijuana ha agotado sus mitografías y mitos en general, es hora de prestar atención a aspectos que escapen a los clichés post que la han querido descifrar y que la han maquillado para dignificarla. También es necesario darle a otras ciudades fronterizas la atención sobre la experiencia que viven, tras las bambalinas de los cultural shows tijuanenses.
Tijuana ha agotado sus mitografías y mitos en general, es hora de prestar atención a aspectos que escapen a los clichés post que la han querido descifrar y que la han maquillado para dignificarla.
La ilusión cándida de que el contacto es más directo, pues se olvida de que la migración legal e ilegal por las vías aérea y terrestre es cada vez menos abundante. ¿Acaso alguien ha olvidado que la operación Gate Keeper se tradujo en un dispositivo anti-inmigración del gobierno estadounidense muy severo? ¿Y la feroz exclusión de la población mexicana en las ciudades estadounidenses próximas al margen fronterizo? ¿La segregación, la violencia y la barbarie divisoria no han sido aspectos más propios de las ciudades de la frontera que la coqueta yuxtaposición de iconografías?
Dato curioso: “En Ciudad Juárez se han suspendido las garantías individuales y la constitución”, dijo Gustavo de la Rosa Hickerson, abogado de Ciudad Juárez; “El jefe del Operativo Chihuahua ha dado el poder a los soldados de disparar a los ciudadanos”. Así o más claro?
¿La era de los simulacros llegó a su fin?
¿Se puede afirmar que La brutalidad y las narco wars sí han tenido lugar? ¿Que el 11 de septiembre sí tuvo lugar y se acabó la candidez noventera hipi-globalifílica?
¿Se puede ser prudente y dejar un poco de lado las frustraciones regionalistas y la promoción intelectual-turística que gusta de remitificar la frontera?
Las ciudades fronterizas han tomado su papel de catalizadores multiculturales más en serio que las ciudades y pueblos distantes del borde pero, ¿qué no de hecho la frontera entre México y Estados Unidos se ha ido cerrado gradualmente en varios sentidos?
(el reforzamiento de los estrictos límites geográficos con el erigimiento de “la barda”, la milimétrica paranoia de las autoridades estadounidenses en la implementación de tecnología militar en toda la extensión de su división territoral y marina).
¿Acaso los rasgos tangibles e intangibles de la cultura y las complejidades de ambos países hacen de sus fronteras “nuevos centros” y laboratorios estéticos que nunca desbordan sus planos simbólicos?, es decir, que no modifican el rumbo ni proponen soluciones concretas, que el arte de denuncia muestra más debilidad que la opinión pública…
La políticas culturales de “integración” han ido totalmente rebasadas por otras problemáticas no menos trascendentes: ¿La cultura política y las políticas culturales de los estados fronterizos saben cómo abordar las fronteras, los conflictos de su geografía política como delimitaciones y puntos de unión?
¿Resulta verosímil hablar de la “hibridación cancliniana” o de “lo post-transfronterizo” después de más de una década, como si no hubiese transcurrido transmutación alguna?
A partir de los ochenta es bien sabido que bajo el afán de hacer de la frontera un campo de “resistencia” se formaron varios colectivos o grupos que se escudaron en identidades negociadas o erigidas a posteriori; entre gringocanos, texicans, neochicanos, después “posmexicanos”, beyondeados, como dice Rafa Saavedra, además de un sinfín de clanes apócrifos que cuestionaron su inclusión en las dinámicas culturales del resto de la República Ilustrada, sin darse cuenta de que estaban retroalimentando las fabulaciones mexicanistas-estadounidenses aun cuando usaran sus códigos y particularidades de manera sarcástica o críptica.
¿Lo pronunciamientos contrahegemónicos de que suelen jactarse son aseveraciones hipotéticas o deseos cándidos? ¿Las posibilidades del arte de estas regiones están limitadas a ilustrar lo que las noticias dicen a diario con todo el oportunismo que sea posible? ®