El capitalismo ya no necesita al consumidor. Ya no quiere que compre sus productos innecesarios y contaminantes, prefiere robarle directamente sus ahorros, especular con sus ilusiones.
Las sociedades poscapitalistas se han quedado huérfanas. Huérfanas de los necesarios tiranos, los que reparten el trabajo industrial y mecanizado pagando muy bajos salarios e imponiendo condiciones draconianas a los asalariados.
El odiado y combatido empresariado que en su caída ha dejado huérfanos a muchos trabajadores en Europa, y al que ahora, cuando las fuentes de trabajo escasean, ya nadie osa discutirle sus métodos. La necesidad apremia y agobia, no está la cosa para demasiadas reivindicaciones. Los sindicatos lo saben y muchas veces los actos de protesta son simbólicos, para que no se diga que los trabajadores no están representados, pero en realidad llevados a cabo sin grandes esperanzas de que esas reivindicaciones sean tenidas en cuenta.
Décadas de despilfarros de la clase política están pasando factura. No hay sistema que lo pueda sostener, y claro, los que acaban pagando los platos rotos son los de siempre… trabajadores amenazados por recortes y más recortes en las áreas públicas y abaratamiento del despido en las empresas privadas.
Así que nos enfrentamos a sociedades huérfanas y jodidas. No es que no lo estuvieran antes, pero medios y políticos prometían la salvación a través del paraíso del hiperconsumo generalizado (con consignas como que hay que incentivar el consumo familiar) y disimulaba con luces de neón un panorama que ahora se revela desolador. No para todos; de momento, quién sabe cuánto más resistirá la actual situación de descomposición. La sociedad se vuelve cada vez más polar… y la brecha entre los que tienen y los que no son más que mano de obra y eso, su único activo para sobrevivir, cada vez más profunda.
La crisis desatada en 2008, además de una debacle moral y una profunda crisis de confianza hacia los sectores financieros, ha puesto en evidencia otra característica que diferencia esta época de las anteriores. Y esa característica es que el crecimiento económico o la manera de lograr grandes beneficios ya no pasa por las ventas masivas de determinados productos, como venía sucediendo desde por lo menos la década de los ochenta.
El sistema financiero ya no necesita deslocalizar plantas de producción, pagar salarios míseros en China para vender en Estados Unidos o en Europa o evadir impuestos con artimañas fiscales para ganar cantidades industriales de dinero.
Las guerras estratégicas en las bolsas de valores del mundo, los bonos basura, créditos de riesgo y demás prácticas suicidas aseguran un margen de beneficios suficiente como para que ahora mismo apostar por la industria le sea irrelevante al capital. El capitalismo ya no necesita al consumidor. Ya no quiere que compre sus productos innecesarios y contaminantes, prefiere robarle directamente sus ahorros, especular con sus ilusiones.
Es cierto que se sigue produciendo y en muchas cantidades, y se sigue produciendo bajo parámetros inmorales, pero el dinero ya no está en los productos de consumo ni en su distribución.
La industria de la falsificación, la oferta de productos similares a más bajo precio, la profusión de marcas que venden prácticamente lo mismo aunado a la pérdida de poder adquisitivo en general de la población hacen que las ventas masivas ya no sean el gran negocio que fueron.
La industria de la falsificación, la oferta de productos similares a más bajo precio, la profusión de marcas que venden prácticamente lo mismo aunado a la pérdida de poder adquisitivo en general de la población hacen que las ventas masivas ya no sean el gran negocio que fueron.
La inercia continúa, la publicidad ahí sigue, omnipresente, patrocinando deportes y cultura (ésta cada vez menos), tratando de vender todo lo vendible, pero la verdad es que la tendencia, por lo menos en Europa, es irse acostumbrando a consumir menos, a comprar más barato y gastar mucho menos. Aunque los pobres o la gente con presupuestos limitados nunca han consumido en exceso, por falta de posibilidades, sí han incurrido en el endeudamiento a largo plazo con la colaboración de los bancos y comprar hipotecas y productos financieros dudosos a crédito, que a la mera hora muchos de ellos jamás podrán terminar de pagar y les serán finalmente arrebatados por esos mismos bancos.
Una trampa soez. Parte de la actual crisis tiene que ver con esa burbuja inmobiliaria que ahora se deshace arrastrando a todos los sectores financieros implicados en esa gran estafa.
La irresponsabilidad ha llegado a extremos de que hay ciudades-dormitorio de nueva factura que no han logrado jamás ser habitadas, mientras hay en general un déficit de vivienda, sobre todo entre la población joven que no puede acceder a nada que tenga que ver con la dignidad. En Barcelona, por ejemplo, una ciudad carísima para el tema inmobiliario, hay un total de cien mil viviendas nuevas vacías… propiedad de los bancos y que difícilmente bajo este orden de cosas serán ocupadas a la brevedad, en una estrategia para seguir manteniendo los alquileres por las nubes.
Los políticos en Italia hablan ya de que el empleo fijo, sueño de varias generaciones desde la posguerra, es hoy una utopía. Que los jóvenes se vayan preparando a un presente y futuro de incertidumbre. Y de trabajos efímeros y mal remunerados. Dicen los expertos que de ahora en adelante, agotada la industria, incapaces los políticos, las fuentes de trabajo se las tendrá que inventar cada quien. ¿Será eso posible?
En ese aspecto México y muchos países Latinoamericanos llevan ventaja. En realidad ante la crisis del sistema industrial y de empleo lo que se propone ahora son los mininegocios y la práctica de la economía sumergida, aunque, claro está, pagando impuestos por cada actividad realizada, porque de lo contrario el Estado entraría, aún más, en estado de shock y agonizaría hasta su desaparición.
El orden fiscal se derrumba. En realidad, lo que estamos pagando son los excesos de la clase política y su ineptitud sin escrúpulos. El grifo ha dejado de manar eternamente. Y eso también sucede porque está dándose un cambio de orientación en el capitalismo, que está dejando de ser industrial.
La gran variedad de productos fabricados cada vez a menor coste, y con una clase trabajadora del todo depauperada y sin empleo, dentro de muy poco ya no habrá quien los compre.
Las sociedades opulentas entrarán en un periodo de obligada austeridad. Una dieta, que como a los muy obesos, le podría salvar la vida. Aunque a muchos, esa dieta, ya los está matando de hambre e inanición. ®