Fritz Leiber: la fantasía y la ciudad moderna, la brujería en la posmodernidad, escritores que indagan crímenes, científicos que se disfrazan de sacerdotes y gatos espaciales, son algunas de las características y protagonistas de una obra única y genial.
Fritz Leiber Jr. nació el 24 de diciembre de 1910 en Chicago —pero no de madrugada como nuestro Señor Jesucristo, según le confesó a un admirador—, hijo de dos actores, Fritz Leiber y Virginia Bronson, que trabajaban en la compañía teatral de Robert Mantell.El pequeño Fritz pasaría largas temporadas con sus tías maternas o su abuela antes de instalarse en Chicago para que su padre pudiera crear su propia compañía, la Fritz Leiber Shakespearean Company, luego rebautizada Chicago Civic Shakespeare Society.
Su carrera de escritor comenzó tarde teniendo en cuenta el promedio de edad de los escritores del género (y descartando sus primeros trabajos como ministro episcopal),1 pero a los treinta años, cuando publica sus primeros relatos en revistas (“El fantasma de humo” en Weird Tales (1940) y “La pistola automática” en Unknown (1941) ya tiene una de las bases sobre la que trabajará toda su vida.
En esos cuentos iniciales Leiber va plantear como nuevo escenario de la fantasía a la ciudad moderna, donde la brujería sobrevive camuflada, conviviendo con la tecnología o generada indirectamente por ésta.
Su primera novela, Conjure Wife (publicada en Unknown en1943 y como libro siete años después), cuenta la historia del profesor universitario Norman Saylor, quien cree haber logrado su posición en el colegio Hempnell por mérito propio hasta que descubre que fue su esposa quien lo protegió mediante hechizos y conjuros de las mujeres del resto de los profesores del claustro, brujas avezadas como Evelyn Sawtelle, Hilda Gunnison o la anciana señora Carr, dispuestas a todo para sacarlo del medio.
En esos cuentos iniciales Leiber va plantear como nuevo escenario de la fantasía a la ciudad moderna, donde la brujería sobrevive camuflada, conviviendo con la tecnología o generada indirectamente por ésta.
Treinta y tantos años después, cuando publica Nuestra Señora de la Oscuridad (1978), Leiber cierra este ciclo de magia urbana con una conclusión a la medida de su ambición; pero no sólo trascribirá su devoción por esta idea, visible a lo largo de toda su obra, sino también parte de su vida personal a través del protagonista, Franz Westen, un escritor viudo —la primera mujer de Leiber murió en 1969— quien usara dos libros para descubrir el origen de una misteriosa figura cubierta con una gabardina que se mueve sobre Corona Heights: Megapolisomancia, de Thibaut de Castries, que habla sobre los efectos psicológicos y espirituales que causan las “enormes cantidades de acero, papel, combustible, gas natural y electricidad que se acumulan en las ciudades”, y un diario de Clark Ashton Smith, escritor del círculo Lovecraft.
Western descubre que De Castries, junto a Ambrose Bierce, George Sterling y Jack London, pretendía fundar una utopía en San Francisco donde los edificios estarían prohibidos. De Castries también inventó la Orden Hermética del Amanecer Del Crepúsculo de Ónice y reveló a los demás miembros de su grupo que mediante “operaciones megapolisománticas” los edificios se derrumbarían sin necesidad de bombas.
Leiber actualiza sus fuentes pero no puede despegarse de ellas y la novela se lee como una vuelta a sus inicios, marcada por la sombra tutelar de Lovecraft. Su intento, tanto en estilo como en tema, cierra una manera de tratar el terror y la fantasía donde, paradójicamente, su primera novela resulta mucho más moderna que la última e influencia directamente a escritores principiantes como Richard Matheson, que sirve de conexión entre dos generaciones.
Pero situémonos de nuevo en ese comienzo: a fines de los años treinta, cuando prácticamente no se editaban libros y las revistas del género eran contadas, Leiber es uno de los recién llegados al campo que descubre —como lo haría Asimov mucho más rápido— que el fan prefiere la cantidad sobre la calidad: no CÓMO se escribe sino CUÁNTO se escribe; ése es el problema que va a tener que enfrentar durante toda su carrera y servirá para explicar sus trabajos menores intercalados entre obras de sello personal que están marcadas, precisamente, por ese comienzo y ese final tan destacados del resto: tal vez porque al principio nadie lo conocía y al final ya no le importaba lo que pensaran los demás, incluyendo en ese ítem a los editores que habían rechazado una y otra vez sus trabajos no convencionales.
En 1940 Leiber se inserta en un medio que no termina de convencerlo —él es, básicamente, un escritor de fantasía y terror, no de ciencia ficción—, justamente cuando empiezan a resurgir las revistas sobre científicos y naves espaciales frente a la precariedad de mercados orientados a lo fantástico como Unknown, revista que desaparecerá con el desabastecimiento de papel de la Segunda Guerra Mundial.
Leiber debe, por lo tanto, adaptarse a lo que el medio pide y su segunda novela, ¡Hágase la oscuridad! (publicada en Astounding Science Fiction entre mayo y julio de 1943 y como libro en 1950), retoma la vertiente tradicional del género, sin originalidad, tal vez porque está atrapado dentro de unos límites que no le resultan cómodos.
Hágase… es, apenas, un refrito lleno de lugares comunes y personajes de cartón piedra vistos al pasar. En la novela, los científicos se visten como sacerdotes y dominan al pueblo mediante una ciencia disfrazada de magia, demostrando su inviolabilidad con túnicas que les dan “la fuerza de un herrero”, los protege de los golpes y despiden una aureola luminosa sobre su cabeza. El modelo que imponen es una tecnocracia disfrazada. “Se trataba precisamente de conservar al mundo en un estado de miedo, ignorancia y servilismo agradecido.”
En esta sociedad los rebeldes son castigados, las chicas bonitas encerradas y obligadas a servir a los sacerdotes y la estructura social dibuja un pirámide con una base de fieles compuesta por obreros, seguida por diáconos, novicios y sacerdotes inferiores.
En la cima están los archiprestes y el Consejo Supremo. Para enfrentarlos nacen “los adoradores de Satanás” que dicen usar magia pero lo que tienen no es más que ciencia modificada; como explica uno de ellos: “Todos nuestros trucos son como éstos. Pequeñas mejoras de la ciencia de la Jerarquía”.
En 1945 Leiber publica serializada en Astounding (marzo-abril) su tercera novela, Destiny Times Three, que aparecerá como libro en 1957; otra obra que no parece conectar con sus intereses: Destiny trata tres mundos alternos (una dictadura, un totalitarismo y un mundo devastado) junto a los peligros inherentes de jugar con el tiempo.
Junto a estas obras “de compromiso” puede colocarse su serie de las espadas, planeada junto a su amigo universitario Harry Fischer: “Una tarde encantada, Harry Otto Fischer creó a Fafhrd y el Ratonero, y su patrocinador embruja a Ningauble de los Siete Ojos y Sheelba del Rostro Sin Ojos, y —con la ayuda del autor— la ciudad de Lankhmar. Pero el autor ha hecho y escrito todo el resto, salvo las 10 mil palabras de “Los señores de Quarmall”, escritas por Fischer”).
Los protagonistas de la saga son un bárbaro de los desiertos fríos de dos metros, cuerpo delgado y elástico, con adornos remachados y una enorme y larga espada, piel blanca y ojos verdes cuyo nombre se pronuncia «faf-erd” y el Ratonero Gris que tiene la altura de un niño y está vestido totalmente de seda gris, el rostro chato oculto bajo una capucha de piel.
“Los dos espadachines más grandes que jamás han existido en éste o en cualquier otro universo real o de ficción, maestros del acero más hábiles incluso que Cyrano de Bergerac, Scar Gordon, Conan, John Carter, D’Artagnan, Brandoch Dalia y Anra Devadoris. Dos camaradas de la muerte y los sombríos comediantes para toda la eternidad, vigorosos, pendencieros, buenos bebedores, imaginativos, románticos, groseros, ladrones, sardónicos, festivos, siempre buscando aventuras a través del ancho mundo, condenados a toparse sin cesar con los enemigos más mortíferos, los adversarios más crueles, las muchachas más deliciosas y los brujos más horrendos, bestias sobrenaturales y otros personajes.”
Con esta serie que intenta superar los clichés del género —aunque eventualmente termine cayendo en ellos—, Leiber va a sobrevivir a sus periodos de sequías, falta de editores y alcoholismo hasta publicar media docena de volúmenes que comienzan con la palabra “espada” en el título, por lo que se le considera el creador del nombre del subgénero que retomará Michael Moorcock.
Las aventuras de Leiber ocurren en la tierra de Nehwon, “con sus torres, calaveras y joyas, sus espadas y brujerías”; especialmente en la metrópolis de Lankhmar, “de imponentes murallas y laberínticos callejones, rebosante de ladrones y sacerdotes afeitados, magos escuálidos y panzudos mercaderes”.
La primera historia escrita por Leiber en 1937, “Adept’s gambit”, fue rechazada por las revistas y apareció diez años después en su primera recopilación Night’s Black Agents (Arkham House, 1947); la acción no sucedía en Lankhmar sino en la ciudad griega de Tiro; su primera historia publicada fue Dos en busca de la aventura (Unknown, 1939, también conocida como Jewels in the Forest), que transcurre en Nehwon, en Sorrev, un pueblo al sur de Lankhmar, donde Fafhrd y el Ratonero Gris buscan un tesoro oculto. Con Mal encuentro en Lankhmar (abril de 1970, The Magazine of Fantasy) Leiber ganó los premios Hugo y Nébula.
La dificultad para conseguir un editor que compre sus obras “alternativas” lleva a Leiber a fundar su fanzine New Purposes en 1949, donde publicará The Big Trek, Night of Death, Casper Scatterday’s Quest (base de su novela El milenio verde de 1953), Friends and Enemies y Manking on the March.
La falta de un mercado estable lo afecta aún más con su novela You’re All Alone (1950): Leiber comienza a escribirla en 1943, pero John W. Campbell lee los primeros capítulos y le dice que no puede comprarla. Leiber deja la novela y consigue trabajo como inspector en la planta Douglas Aircraft de Santa Mónica.
Al terminar la guerra intenta publicarla en la editorial de William Sloane, autor de El tiempo de la noche, pero el fracaso de sus dos primeros lanzamientos (Más verde de lo que creéis de Ward Moore y The Web of the Unicorn de Fletcher Pratt) frustró el proyecto; entonces Frederik Pohl le habló de Universal, una editorial que publicaba dos novelas en una al estilo de Ace. Leiber aceptó, y cuando el título salió descubrió que el editor había insertado nombres eróticos a los capítulos y aumentado el contenido sexual, lanzándola con una novela llamada Sangre, toros y pasión. Cuando Ace quiso sacar una versión más corta junto a dos cuentos (“Four Ghosts in Hamlet” y “The Creature from Cleveland Depths” (Galaxy Science Fiction, 1962)), Leiber compró los derechos a Universal por los mismos quinientos dólares que le habían pagado y reescribió las escenas sexuales antes de permitir su reimpresión.
En la novela, Carr Mackay, comprometido con una ejecutiva exitosa pero cansado de su vida rutinaria, recibe la visita en su oficina de una mujer desconocida que le muestra cómo las personas viven atrapados en actos mecánicos con la excepción de unos pocos que logran escapar y ver la realidad de un mundo fantasmal donde los seres humanos se mueven como robots, repitiendo, día a día, sus actos.
“La gente es sólo máquinas, las ponen a hacer un trabajo y luego mueren. Si uno continúa siendo la máquina que se supone que es, tanto mejor. Entonces sus actos se ajustan a los del resto de la gente. Pero si no lo hace, si uno comienza a hacer otra cosa, entonces los otros no reaccionan. Simplemente siguen haciendo lo que se espera de ellos. Sin importar lo que uno haga, ellos simplemente siguen haciendo los movimientos para los que están determinados.”
Con esta serie que intenta superar los clichés del género —aunque eventualmente termine cayendo en ellos—, Leiber va a sobrevivir a sus periodos de sequías, falta de editores y alcoholismo hasta publicar media docena de volúmenes que comienzan con la palabra “espada” en el título.
Tres de los “fugados” de este mundo repetitivo —una rubia, un viejo y un joven manco— forman una banda que intenta dominar a los demás “despiertos” de Chicago para poder hacer lo que quieren con “los maniquíes”: “Encuentran una satisfacción barata y miserable en andar empujando cosas que no pueden devolver el empujón. Se los puede encontrar por todo el mundo: pequeñas bandas de tres o cuatro, de media docena, que han despertado sólo para sus placeres baratos. Quizá sean un par de polis en Frisco, una maestra en Kansas City, algunos artistas en Nueva York, algunos chicos ricos en Florida, algunos agentes funerarios en Londres, que descubrieron que toda la gente que camina a su alrededor está muerta y no ven razón para tratarla decentemente. Quizá sean un par de guardias de uno de esos campos de la muerte que tenía Europa, que ven lo malas que son las cosas y se divierten haciéndolas un poco peores. Sólo un poco. Un mezquino poco. No se atreven a destruir realmente a gran escala, porque saben que son las máquinas quienes los alimentan y los atienden, y porque siempre tienen miedo de que otras bandas como ellos los descubran y los borren del mapa. Es el miedo lo que los mueve, siempre el miedo. No tienen las agallas para derribar en serio todo el andamiaje, pero encuentran cierta satisfacción garabateando sus dibujos obscenos en él, interfiriendo y enredando las cosas.”
El problema con los editores se repetirá en 1957, cuando Gnome Press, editorial famosa por no pagar los derechos de autor, publique la primera recopilación de Fafhr y el Ratonero Gris. “A mí nunca me pagó” dirá Asimov en sus Memorias. “Siempre tenía grandes problemas: su contable estaba enfermo, su madre había muerto”.
Las series, incluso con sus problemas de edición, significan una venta segura en las revistas y la segunda, bautizada como La guerra del cambio, empieza en 1958, cuando Leiber está saliendo de su crisis de alcoholismo para narrar fragmentariamente la pelea a lo largo del tiempo de dos bandos: las arañas y las serpientes; estos relatos muestran desde el descanso de los soldados a cómo se reclutan nuevos miembros, personas a las que se les ofrece, segundos antes de morir, la oportunidad de seguir viviendo como soldados del bando que los rescata.
Con el primer relato publicado, la novela corta El gran tiempo (Galaxy, marzo-abril 1958) —nombre del lugar donde descansan los soldados Araña—, Leiber gana el premio Hugo en 1958.
Ese mismo año comienza su tercer serie con Space-time for Springers (Star 4), protagonizada por gatos, que será recopilada completa en 1992, aunque los gatos estén presentes en toda la obra de Leiber, tanto en sus novelas —Gigoló, el gato de Jane, es uno de los que puede ver a los “despiertos”— como en sus relatos.
Su primera aparición como personaje central será en El milenio verde (1953), donde la Tierra es invadida por dos razas alienígenas, una parecida a sátiros y otra a gatos verdes; aparición que se repetirá en los sesenta, cuando Leiber publique su novela El Errante (1964), sobre una inmensa nave-planeta que provoca mareas y una ola de calor cuatro veces mayor que la del sol.
Los conductores del Errante son felinoides y una de las narradoras es Tigerishka, una atigrada gata verde con un físico similar al de los leopardos cazadores africanos. Tigerishka cuenta que El Errante destruyó la luna para usarla como combustible y así poder huir de un gobierno conservador —bienestar y seguridad son su santo y seña— que domina el universo y quiere destruir la población de la nave, una especie de arca poblada por arañas gigantes, serpientes con tentáculos, lagartos humanoides, basiliscos y arpías que piden intimidad para sus pensamientos, libertad para investigar y el derecho a vivir donde quieran. Todo lo que el gobierno quiere negarles. “No hay sitio seguro en todo el cosmos para nosotros. No hay desierto interior lo bastante distante en todas las galaxias, salvo la tormenta hiperespacial de la que no tenemos dominio: el huracán de la realidad.”
En Los cerebros plateados (1962) Leiber reactualiza la vieja idea lovecraftiana de El que susurraba en las tinieblas e inunda todo con un tono que suena a discusión de trasnoche entre escritores borrachos sobre los límites del género y los problemas para poder publicar en medio de la censura y la precariedad del mercado, aplastados por la mentalidad adolescente de su público.
En Los cerebros... Leiber imagina una sociedad futura donde los “escritores” se limitan a cuidar a “las máquinas de redactar” que hacen todo el trabajo; el protagonista de la novela, Gaspard de la Nuit, ve cómo el resto de los escritores —incluida su amante— se rebelan y destrozan las máquinas. Luego se sientan a esperar una inspiración que no llega mientras un grupo de aficionados, la “Gente de Letras”, viene a “rescatar la literatura”.
Leiber acusa implícitamente del nacimiento de las máquinas redactoras a John W. Campbell y Horace Gold, editores que daban ideas a sus colaboradores, los ayudaban con su trabajo y modificaban a su antojo los borradores: “A fines del siglo XX casi todas las novelas eran escritas por un reducido número de editores importantes. Me refiero a que ellos proporcionaban los temas, las estructuras, los tratamientos estilísticos, los efectos clave, y los escritores se limitaban a poner el material de relleno”.
Pese a sus aspiraciones, la novela no es más que un entretenimiento rápido. Como no podía ser de otra forma en un género tan amante de las relaciones públicas, Leiber se inclina admirativamente ante Isaac Asimov y sus “leyes robóticas” para indicar cómo los robots se convirtieron en entidades libres y, posteriormente, en escritores. El motivo: la lectura de Yo, robot. “Aquella antigua novela de ciencia-ficción había anticipado con tanta exactitud, y descrito de un modo tan gráfico la evolución real de los robots y la psicología robótica, que Máquina se sintió comprendido y experimentó un notable alivio de todos sus síntomas. Desde entonces quedó asegurada la canonización del beato Isaac por la gente de metal. Los ‘negros de hojalata’, y yo me siento orgulloso de esa denominación, le consideramos uno de nuestros santos patronos. Pueden imaginar el resto de la historia: lectura terapéutica para robots, investigación de obras adecuadas, intentos humanos para escribir tales narraciones. Pero éstos fracasaron por la imposibilidad de rayar a la altura de un Asimov. Luego se sugirió que las máquinas redactoras podrían hacerlo, pero fracasaron también, pues carecían de imágenes sensoriales adecuadas, de los ritmos e incluso del vocabulario correctos. Esto dio lugar a la aparición de autores robot como yo.”
La tercera y última de sus novelas de los sesenta, Un fantasma recorre Texas (1969), muestra cómo luego de la Tercera Guerra Mundial, gracias a un sistema de búnkers y refugios nucleares, Texas dominó Estados Unidos, América Central, México y Canadá. En este escenario los mexicanos son convertidos en trabajadores esclavos gracias a un cuello de metal por el que reciben órdenes de sus amos.
La llegada del protagonista, un actor de los satélites de dos metros sesenta con un dermaesqueleto es para ellos la llegada del salvador, una leyenda que vendrá a rescatarlos de los tejanos, hombres y mujeres gigantescos gracias al uso de hormonas.
La tercera y última de sus novelas de los sesenta, Un fantasma recorre Texas (1969), muestra cómo luego de la Tercera Guerra Mundial, gracias a un sistema de búnkers y refugios nucleares, Texas dominó Estados Unidos, América Central, México y Canadá.
Estas tres novelas pueden considerarse menores en comparación con la futura Nuestra Señora de las Tinieblas y, como no le dan suficiente dinero, entre una y otra, Leiber acepta escribir Tarzán y el Valle Dorado (1966). También hace su propia contribución a la nueva ola que amenaza echar a los viejos escritores y ante cuyo empuje Asimov cede la palabra a Harlan Ellison en el prólogo a sus Visiones Peligrosas.
El relato de Leiber en la antología Deja rodar los huesos es demasiado ampuloso y aunque reúne su vieja obsesión por la magia y el juego, no añade más que trucos de ilusionista ante un público que paga por ser sorprendido. Como tantos otros relatos incoherentes de la época —Farmer y sus Jinetes del salario púrpura—, gana un premio Hugo en 1967. Aunque de 1940 a 1980 pueden hallarse cuentos que lo redimen de esos intentos fracasados de sintonizar con una moda alejada de sus obsesiones.
En una primera secuencia de influencia lovecraftiana pueden incluirse “La pistola automática” (Weird Tales, 1940), “Fantasma de humo” (Unknown, 1941), “El sabueso” (Weird Tales, 1942), “Mr. Bauer y los átomos” (Weird Tales, 1946) y su novela The Dealings of Daniel Kesserich (1997), escrita en los años treinta y publicada cuatro décadas más tarde.
Con La muchacha de los ojos hambrientos (The Girl with the hungry eyes, 1949), Leiber sale del mecanismo lovecraftiano que venía desarrollando para contar con su propia voz la historia, original en tono y estilo, de una vampírica modelo publicitaria.
Cuando finalmente libere sus fantasmas personales, aparecerá Shakespeare dándole acción a la trama o desencadenándola en cuentos como “Little Old Miss Macbeth” (The Magazine of Fantasy and Science Fiction, 1958), “No great Magic” (1963) y “Four Gosth in Hamlet” (The Magazine of Fantasy and Science Fiction, 1965); también se podría incluir en esta lista “237 estatuas parlantes” (1963), donde una recreación del padre de Leiber, un actor brillante pero autoritario, debe enfrentar las acusaciones de su hijo por el tratamiento que le dio en vida, incluida la pesada carga de vivir bajo su sombra, lo que el padre justifica como el precio por su genio como actor.
Durante los cincuenta Leiber escribe tres de sus mejores cuentos breves, comprimido hasta lo imposible y desarrollado en un clima de extrema melancolía, “La luna es verde” (1952) muestra a una mujer asfixiada por su medio ambiente y engañada por el que debería ser su salvador, inmolándose en una tierra contaminada; “The Silence Game” (1954) habla sobre las medidas que un grupo de personas deciden adaptar para no ver la guerra entre rusos y estadounidenses: el juego del título consiste en estar mudos todo el tiempo y comunicarse por señas; “Coming Atraction” (1950) describe unos Estados Unidos dominados por la brutalidad, los autos veloces, las peleas entre hombres y mujeres y un deseo masoquista encubierto; allí el hombre que salva a una misteriosa mujer de ser atropellada por un auto descubre que las cosas a veces no son lo que parecen y huye de un país —y una mentalidad— que no comprende; la misma idea aparecerá veinte años después en “América la bella” (The Year 2000, 1970), cuando un profesor londinense viaja a Estados Unidos para dar conferencias y recibe de parte de la familia que lo recibe la imagen de un país utópico; sin embargo, el relato apunta a una oscura superficie latente bajo lo aparente y el profesor decide volver a Londres y su oscura y contaminada atmósfera donde se encuentra más tranquilo.
“Mariana” (Fantastic, 1960) es otra buena muestra del arte de Leiber con una chica que descubre cómo va desapareciendo su mundo a medida que manipula un teclado.
Sus mejores relatos de los setenta se mueven entre la sugerencia y los universos paralelos: en “Belsen Express” (1975) un hombre recibe por error libros sobre nazismo y termina tan obsesionado con ellos que cree que los micros que llevan a la gente al trabajo en realidad los transportan a las cámaras de gas, mientras el protagonista de “Catch that Zeppelin” (1975) cruza dos planos temporales.
Aunque Leiber prácticamente no escribió nada durante la segunda mitad de los ochenta, llegó a publicar dos cuentos destacables: en “Horrible Imaginings” (1982) Ramsey Ryker, un anciano jubilado que se muda a un edificio de departamentos luego de la muerte de su esposa, descubre a una extraña chica vestida de negro que recorre los pasillos mientras una pesadilla recurrente (sueña que está tendido, desnudo, boca arriba, con los brazos extendidos a los costados sobre una superficie rugosa y dura, formada por listones muy juntos y polvorientos) de la que despierta con erecciones, comienza a molestarlo. Clancy, el administrador, le cuenta que los vecinos hablan de una muchacha o una mujer joven que deambula por el edificio, “una chica de aspecto melancólico” a la que no se le ve la cara.
El segundo relato notable de Leiber antes de su retiro casi oficial es “The Ghost Light” (1984), sobre extraños cuadros fantasmales en la casa de un padre que recibe la visita de su hijo, nuera y nieto. Con este cuento Leiber cierra prácticamente su obra.
Ocho años después, enfermo de cáncer, se casa con Margo Skinner y se embarca en varios viajes a través del país, en uno de ellos muere un 5 de septiembre. ®
Fabio
Me da gusto leer acerca de Fritz Leiber, siempre.
Se que resulta difícil seguir la pista de la totalidad de obras que escribió el chico que nació en 1910, debido a la vastedad de esta.
En 1979 publica el ralato corto Ship of shadows (Nave de sombras) junto con otras cuatro historias cortas y la novela The Big Time, en un volumen que titula de igual forma, Ship of shadows.
En este relato, el protagonista -Spar- es un viejo alcohólico, desdentado y casi ciego. Hace la limpieza en el bar de una nave asediada por brujas y vampiros, víctima de la ignorancia y la degeneración. La presencia del gato, en efecto, es permanente; en la Nave de sombras se llama Kid y es amigo de nuestro heroe. Memorables son sin duda las descripciones de los movimientos del felino dentro de la nave ingrávida y la manera en que la tripulacion bebe (en el bar o fuera de el) de unas bolsas plásticas con una manguerilla.
La peripecia del personaje, ofrece un ejemplo de conducta y, ahora sí, de autosuperación: Spar le baja a la bebida, se hace de unos anteojos y una dentadura postiza.
Pienso que es un relato imprescindible.
AlexCerati
Muy buen artículo. No conocía tantos detalles sobre Leiber. Lo mejor de lo mejor es Ill Met In Lankhmar, excelente relato.