“Nunca más volverán a hacerte daño… estás muerta”. Sí. Es un libro darketo, sobre adolescentes y para adolescentes; pero es también sobre la desolación y la frustración, de la maldita fatalidad y el estúpido destino. Ghostgirl (México: Alfaguara, 2009) comienza siendo un libro lleno de frases que expresan una sórdida depresión y carencia de autoestima, pero acaba como uno de superación personal. Va del horror a la comedia musical con un happy end tipo Disney.
Es como un disco que tuviera las primeras canciones de Smashing Pumpkins y Dead Can Dance y luego siguiera con las de Kate Perry y Avril Lavigne. Lo que en primera instancia me pareció que Charlotte, el personaje principal, era como una derivación de Lenore, la hermosa niña muerta (Roman Dirge, The Little Cute Dead Girl, 2002) —zombie embalsamada inspirada en el poema del mismo nombre de Edgar Allan Poe— se desdibuja hasta convertirse en un Gasparín o Casper (Seymour Reit y Joe Oriolo, The Friendly Ghost, 1939).
De cualquier modo, la lectura no perdió interés para mí porque recrea varias de las fantasías más recurrentes en torno al tema de la muerte que ha habido y que siguen presentes en prácticamente todas las sociedades, con diversas expresiones culturales; la muerte como supresión del sufrimiento (“descansar en paz”), o continuación de él (“infierno”, “purgatorio”, “limbo”, “penar”, etcétera); el tránsito de un mundo a otro (“plano”, “dimensión”, “cielo”, etcétera); así como las relativas a la comunicación entre vivos y muertos y la coexistencia de unos con otros (a nivel de cancha; aquí, planeta Tierra, hoy, ahí, hasta las puertas de su hogar y en su hogar) y, la más recurrente en la historia de esta novela de colección “juvenil”, que es la posibilidad de “resolver” asuntos que le hayan quedado “pendientes” a quien murió, que cuando alguien se muere, no se va, de una vez y para siempre, sino que se queda rondando, y cuando por fin se va, se da sus vueltas de vez en vez por acá para intervenir en el mundo de los vivos, para hacer paros y alivianes a unos, e impartir un poco de justicia agandallando a malosos, previa ofrenda o invocación. En todos los casos, siempre como la negación del final, de la extinción de la persona con todo y alma, o de la sucesión de nada.
Ghostgirl tiene como escenario el de una preparatoria estadounidense, microsociedad que recrea crudamente las distinciones de clase, los símbolos de estatus, los roles y expectativas de roles correspondientes al lugar que se ocupa en esa estratificación. La autora, Tonya Hurley, destaca en especial el estatus en relación con la popularidad que es directamente proporcional a quien personifique más los ideales de belleza, éxito y capacidad de persuasión o influencia; en la cima: el deportista estrella y la capitana de las porristas, dos seres perfectos que forman la pareja ideal: todos quisieran ser como ellos, si no es que ser ellos. En esto abunda la historia: no ser importante es como no ser; quien quiera ser debe ser como los populares o asemejarse a ellos: “el afán de ser popular es supervivencia”.
Charlotte es como invisible para los demás; relegada, ignorada, cuando no humillada. Muere absurdamente, de la manera más estúpida. Y a nadie le importó. Su familia es inexistente; su recuerdo, efímero. Tenía un plan para triunfar en la vida, es decir, para hacerse popular o ser aceptada por ellos, los populares, pero fracasó porque murió.
No obstante, después de morir, Charlotte encuentra la oportunidad de realizar su “sueño”, que es asistir al baile de verano con la estrella deportiva, Damen, el macho alfa, por medio de la “posesión” del cuerpo de la única persona viva que puede verla y hablar con ella, Scarlet, una gótica que, como tal, tiene a lo mortuorio como tema predilecto de su consumo cultural y motivo estético de su indumentaria, por lo que encuentra empatía y curiosidad en ella por experimentar los poderes o cualidades propios de un fantasma o alma en pena (invisibilidad, inmaterialidad, supermovilidad, etcétera). Aquí es donde la historia llegó a parecerme más interesante: el momento en que ella también se enamora del mismo sujeto y pasan de la complicidad a la rivalidad; una necesita de la otra para poder asistir al baile como pareja de Damen.
Hurley tiene, en mi opinión, buenos destellos literarios, que me parecen de influencia en Allan Poe. Por ejemplo: “Todo el mundo tiene curiosidad por saber qué ocurre después de la muerte, y ahora ella lo sabía… lamentablemente, no había a quien contárselo… El secreto sería enterrado con ella para siempre”. O este otro: “La lluvia inclemente atravesaba a Charlotte y se precipitaba al suelo mientras caminaba melancólicamente por la calle oscurecida, lamentándose de su mala suerte. Deseó sentir la fría llovizna de nuevo contra su cuerpo, pero no podía”. Detalles así van haciendo agradable la lectura, llevadera, a pesar de caricaturizaciones ramplonas que van ocupando progresivamente más extensión en la narración.
Como producto editorial es singular. Particularmente interesante por la mercadotecnia, que puede marcar un antes y un después. Se trata de un libro que llama la atención de inmediato por su portada negra y con el título en tono metálico, con una tipografía entre gótica y de cómic, con la ilustración de la sombra de una chava sobre un ataúd. Es idéntica a la edición original en inglés, inclusive en el título, decorado en los márgenes con firulitos en todas sus hojas y dibujos que encantan, porque pueden imitar la sensación fantasiosa de que al leerlo uno está como si —llave mágica de la publicidad— husmeara en una libreta o diario de una colegiala. Haber respetado un título en inglés parece no sólo una excepción sino un acierto, casi tanto como el cuidado que se aprecia en la traducción y la realización de una versión para América (libre de gilipollas y hostias), que demuestra su aprecio por el mercado (lector) de ultramar.
Ghostgirl es también una manera de hacer un producto multimediático con una novedosa mercadotecnia —que además se promueve por medio de las muy mentadas redes sociales del Internet “2.0”— para integrarlo complementariamente a otros negocios, así como hace Disney con sus películas. El sitio en internet de Estados Unidos vincula las listas de canciones favoritas de las dos protagonistas de la historia con Amazon.com y Last.fm, en los que se puede escuchar fragmentos o comprar los mp3 respectivos, lo que incluye a las bandas favoritas de emos y similares: My Chemical Romance, My Bloody Valentine, por ejemplo.
Tan pronto llegó a librerías Ghostgirl se enlistó entre los más vendidos y, sin llegar a ser un Harry Potter, parece contar ya con la cantidad de lectores aficionados y potenciales para la publicación de una secuela. ®