Las revueltas en Turquía y Brasil no sólo han insinuado la ausencia de fibra democrática de los venezolanos, sino que colocan a Venezuela en la funesta órbita cubana. En el temido círculo tropical de los zombis emancipados que describe la trama de la novela de Padura El hombre que amaba a los perros, sobre el asesino de Trotsky en su exilio habanero.
La sensación de autoridad y cercanía que nos confieren las noticias internacionales que leemos vorazmente a diario las transforman en una novela del siglo XIX. Religión secular, los cables de las agencias internacionales de noticias nos muestran ubicuamente las manifestaciones que irrumpieron en múltiples ciudades del Brasil durante los juegos de la Copa de Confederaciones de fútbol para pergeñar filiaciones casi automáticas con las refriegas entre ciudadanos y policías ocurridas recientemente en la Plaza Taksim de Estambul. Por contraste, el rumor de las redes sociales destaca a vuelo de pájaro el quietismo o la anomia de la sociedad venezolana, poco tiempo después de la crisis detonada por el proceso electoral realizado tras la muerte de Hugo Chávez Frías, cuyo desenlace ratificó al delfín del caudillo en un tour de force poco convincente.
Las revueltas ocurridas en Turquía y Brasil no sólo han insinuado la ausencia de fibra democrática de los venezolanos, sino que colocan a Venezuela en la funesta órbita cubana. Esto es, en el temido círculo tropical de los zombis emancipados que describe la trama de la novela de Leonardo Padura El hombre que amaba a los perros, sobre el asesino de Trotsky en su exilio habanero.1
Según Orhan Pamuk, en Estambul prevalece la amargura sobre todas las cosas, siendo éste un sentimiento que invade la vida de sus calles y habitantes. Tal vez este rasgo existencial que pareciera indisociable de la personalidad de la mítica cuidad que mira al Bósforo pueda ser equiparable a la saudade de la lengua portuguesa, definida por los fados y la samba como una condición de pérdida y añoranza que la diferencia de la melancolía o la tristeza llana.
No sería pues aventurado suponer que el origen primario de la discordia entre los ciudadanos que acampan y protestan en la Plaza Taksim y el Estado turco que arremete ferozmente contra un espacio cívico y la voluntad popular que lo defiende tenga raíces en el desgaste de un régimen islámico soft que abraza la economía de servicios para aplicarla como una fórmula universal al gobierno de una ciudad donde coexisten un pasado portentoso y un presente incierto. Mas allá de la avaricia inmobiliaria, la crispación colectiva ha revelado abruptamente más de un malestar en el ágora de la Plaza Taksim debido a la decisión del gobierno de Recep Tayyip Erdogan de construir un centro comercial a costa de la preservación de uno de los contados parques públicos que existen en la capital del antiguo Imperio Otomano.
Según el escritor Orhan Pamuk, en Estambul prevalece la amargura sobre todas las cosas, siendo éste un sentimiento que invade la vida de sus calles y habitantes.2 Tal vez este rasgo existencial que pareciera indisociable de la personalidad de la mítica cuidad que mira al Bósforo pueda ser equiparable a la saudade de la lengua portuguesa, definida por los fados y la samba como una condición de pérdida y añoranza que la diferencia de la melancolía o la tristeza llana. Quizás la amargura de cuño bizantino pudiera ser, asimismo, un vínculo invisible pero eficaz para anudar en un mismo atado la ira de los ciudadanos de Estambul y la de aquellos brasileños que exigen cambios de fondo tras el estancamiento de la economía BRICS. Pudiéramos inclusive empalmarla a la supuesta indiferencia venezolana tras el fraude electoral y la comedia macabra de la enfermedad y el deceso de Chávez y muchos otros dislates innombrables por inverosímiles. Pero sólo un escritor con conocimiento de una ciudad tan espléndida como misteriosa, que por demás ha servido históricamente de bisagra entre Occidente y Oriente imantando religiones monoteístas para ventaja del islam, podría explicar la cólera pública que domina en estos días a la sociedad civil brasileña y la terca recurrencia de las manifestaciones de repudio a los excesos autocráticos del gobierno turco que se desarrollan en la Plaza Taksim. Supongo que invoco nuevamente a Pamuk para apropiarme de la amargura como elemento de la política del siglo XXI.
Si aplicásemos el montaje cinematográfico construiríamos un relato multifocal como aquel empleado en Babel, de Alejandro González Inárritu (2006), donde la trama se va tejiendo de pequeños malestares originados en malentendidos y accidentes. Nuestro filme, en cambio, transcurriría en la Barra de Tijuca, el Barrio de San Agustín del Sur y la zona de Uskudar.3 Estambul, llamada Constantinopla y Bizancio en sus muchas vidas pasadas, siempre se mantuvo a caballo entre Asia y Europa, y en ella coexisten, aun en el presente, una pluralidad de temporalidades e imágenes que la hacen singularmente atractiva para la industria del entretenimiento de la era de internet, cuyo epítome son las películas de James Bond. Si bien Río de Janeiro (y por extensión Brasil) también goza de este singularísimo sex appeal televisual que le otorgan la geografía exuberante de la Bahía de Guanabara, las elegantes curvas del modernismo de Neimeyer y la sensualidad parsimoniosa de la samba y el bossa nova, Venezuela no ostenta otro atributo turístico que el de una torre de extracción petrolera. Tal vez la celebridad transnacional de la rizada cabellera del wunderkind Gustavo Dudamel o la abundancia anatómica de las reinas de belleza venezolanas exportadas por el bisturí de Venevisión sean valores agregados junto a las estadísticas que colocan al país entre los primeros escaños de los lugares más violentos del mundo, con índices de criminalidad que se igualan a los de Ciudad Juárez o Nairobi. Si bien el descontento civil presente en la Plaza Taksim puso en evidencia la oportunista connivencia de Occidente con un régimen autoritario y corrupto de la periferia (tal y como ha ocurrido en Egipto, Israel y Siria), las revueltas brasileñas tampoco pueden reducirse al instante colérico y pasajero de la chica de Ipanema al repudiar el aumento de 20 céntimos a la tarifa de transporte público. Tampoco es gratuito que repentinamente las estadísticas sitúen la popularidad de la presidenta Dilma Rousseff en el punto más bajo de su mandato y de la democracia brasileña desde el fin de la dictadura.
Pareciera que un efecto dominó, similar al movimiento inercial que desencadenan los extraños artefactos de los artistas suizos Fischli y Weiss, ha reactivado las luchas de diferentes facciones de la sociedad brasileña en su deseo de expresar desobediencia civil ante la élite política en ciudades tan distantes y diversas como Brasilia, Belo Horizonte, São Paulo y Río de Janeiro. El profundo malestar que ha tomado las calles sobrepasa al “Movimento Passe Livre”, minando en buena medida el capital político del capítulo post Lula del Partido del Trabajo (PT). Es igualmente notorio que el clamor popular que se ha alojado en las calles de estas ciudades sin orden o progreso no tiene centro sino múltiples aristas y puntos de fuga. No obstante la prensa internacional destaca que ellos convergen en el aumento del transporte público, las deficiencias de los sistemas educativos y de salud y el fútbol. ¡Sí, el fútbol! Pero si bien la lista de infortunios y frustraciones luce como un paquete razonablemente negociable para cualquier político experimentado, sirva un dato urbanístico sobre los preparativos para el Mundial de Fútbol en Río de Janeiro para iluminar el trasfondo violento que padecen aquellos a quienes no les basta con el congelamiento del aumento del transporte público, la anulación de la PEC-37 (conocida como la ley de la impunidad) o la promesa de la celebración de una consulta popular o plebiscito para abandonar sus justos reclamos ante la arrogancia de la clase política. La académica carioca Fernanda Súarez ha llamado la atención sobre un incidente inadvertido por la prensa internacional que ha ocurrido en las inmediaciones del estadio de Maracaná. Esto es, el desalojo violento de la Aldeia Maracaná por parte de la policía valiéndose del uso brutal de granadas, gas lacrimógeno y gas pimienta como medios represivos para expulsar a los locatarios de etnias originarias que ocupaban la sede del antiguo museo indígena con el propósito de usar el espacio para ampliar el estacionamiento del estadio de fútbol y construir un shopping mall. A esto sumamos la iniciativa fallida de Eiker Batista de privatizar las estaciones del metro en Río de Janeiro, nombrando cada estación de acuerdo con un sponsor. Casualmente es Batista el billonario a quien se atribuyen las inversiones de infraestructura que incluyen la ampliación del Maracaná y el metro.4 Otro tanto aportan los trabajos de higiene social aplicados a favelas en Río y São Paulo donde con frecuencia los helicópteros libran batallas campales contra los traficantes de droga que han liquidado a residentes inocentes sin derecho a réplica.
La viscosa transparencia del resultado, confirmada por las intervenciones puntuales del ALBA y la OEA en auxilio de Maduro, demostró que pese al control militar del órgano electoral y la hegemonía del sistema presidencialista magistralmente confeccionado para abolir la autonomía y la separación de poderes, siete millones de venezolanos logramos burlar el mecanismo panóptico creado por el socialismo del siglo XXI para derrotar al sucesor verticalmente designado.
Mientras escribo estas observaciones elípticas, el estadio Maracaná ubicado en Tijuca ha sido blanco de una gran marcha contra el despilfarro del Mundial de Fútbol donde se han desplegado diez mil efectivos policiales para garantizar la calma ciudadana. Los cables de noticias locales destacan pancartas como Eike Merda (dirigidas al impopular Batista). Horas más tarde, ganó Brasil el juego de fútbol contra España, cerrando con laureles la jornada de protestas del último domingo de junio. Se dice que esta vez Dilma ha salvado su piel del rumor telúrico gracias a la victoria canarinha. La sentencia de Juvenal, panem et circenses, cobra actualidad.
Las elecciones del 14 de abril de este año celebradas en Venezuela dieron una estrecha victoria al oficialista Nicolás Maduro, heredero de Chávez en más de un sentido. No obstante, la viscosa transparencia del resultado, confirmada por las intervenciones puntuales del ALBA y la OEA en auxilio de Maduro, demostró que pese al control militar del órgano electoral y la hegemonía del sistema presidencialista magistralmente confeccionado para abolir la autonomía y la separación de poderes, siete millones de venezolanos logramos burlar el mecanismo panóptico creado por el socialismo del siglo XXI para derrotar al sucesor verticalmente designado. Atrás quedaron las multitudinarias marchas opositoras que ocuparon calles y avenidas de Caracas, Maracaibo, Mérida y Valencia durante casi tres lustros de revolución bolivariana. Esas protestas llegaron a concentrar a un millón y medio de ciudadanos, que ocuparon la calle en apoyo de una huelga petrolera, un plebiscito y una reforma constitucional.
Venezuela vivió un periodo de gracia en las décadas de 1960 y 1970 mientras los países del Cono Sur, incluido Brasil, libraban un combate ideológico contra el Departamento de Estado, Dios y las clases dirigentes. En aquel entonces, tampoco éramos interesantes para la prensa internacional, pues el sistema bipartidista edificado por el socialdemócrata Rómulo Betancourt lucía demasiado burgués para el Tier Monde del guevarismo. Betancourt salió ileso de una bomba y de dos intentos de golpe de Estado. Pero esto ocurrió hace más de cincuenta años. Ahora la consigna de nuestros vecinos poderosos con sex appeal es FIFA Go Home! ®
Notas
1 Leonardo Padura, El hombre que amaba los perros (Tusquets, Barcelona, 2009).
2 Orhan Pamuk, escritor turco que obtuvo el premio Nobel. Escribió el extraordinario libro Istanbul, Memories of the City (New York: Vintage, 2006), más cercano a una biografía que a la crónica de una ciudad.
3 La multifocalidad del filme de González Inárritu ha acompañado uno de los mejores libros de historia de las ideas que haya leído recientemente: Serge Gruzinski, What time is it there? (Londres: Polity, 2010).
4 Las noticias más escabrosas sobre los efectos de la llamada economía BRICS en el Brasil pueden leerse en este blog.