Si la capacidad inventiva y la calidad literaria habían menguado en el Fuentes novelista, la lucidez de pensamiento se hallaba en plena forma en el Fuentes ensayista. Carlos Fuentes semeja un dragón dormido que de pronto despertara de un sueño milenario para proteger a los suyos.
Afirmar que Carlos Fuentes (1928-2012) era el más grande novelista mexicano resulta algo excesivo. Desaparecidos Salvador Elizondo, cuya fina prosa e innovaciones en la narrativa todavía deslumbran en Farabeuf (1965) y El hipogeo secreto (1968) y, sobre todo, Juan García Ponce, autor de la novela más extensa escrita en México, Crónica de la intervención (1982), la cual sobrepasa las dos mil páginas, tal aseveración se vuelve algo más precisa si se matiza diciendo que Carlos Fuentes era el mayor novelista mexicano vivo, con una obra vasta, heterogénea y arriesgada, sobre todo en sus novelas de mayor aliento y experimentación, como son La región más transparente (1958), Terra Nostra (1975), Cristóbal Nonato (1987), sin olvidar sus relatos, ensayos, piezas teatrales y guiones de cine. Las últimas novelas, como Los años con Laura Díaz (1999), Instinto de Inez, (2001), La silla del águila (2003), Todas las familias felices (2006), La voluntad y la fortuna (2008), Adán en Edén (2009) y Vlad (2010) funcionaban como productos editoriales más que como verdaderos intentos literarios. El caso de Fuentes no podía ser más contrastante respecto del de García Ponce o bien el de Robert Musil, autores empeñados prácticamente en un solo tema, fieles a una obsesión que los poseería hasta el fin de sus días, donde el ser del artista y el creador se impone sobre consideraciones de cualquier otra índole.
Juan García Ponce en una de sus últimas novelas, Pasado presente (1993), donde intenta varias cosas, entre otras una lectura en clave autobiográfica de sus años juveniles, combinada con la vida paralela de un escritor hermano gemelo y antagonista, sumada a la historia de la pueblerina que pasa por meretriz y acaba de señora, verdadero galimatías de líneas diversas, bien contrastadas y sobre todo bien trenzadas, se permite hacer una observación que resulta reveladora, por su carácter honesto y quizá acertado; en la novela las alusiones a personas reales quedan disimuladas hasta cierto punto por medio de cambios que permiten ver a quiénes se refería en realidad, valentía sin igual a causa de la exposición al ostracismo natural del medio literario:
Adalberto Arroyo, igual en esto a muchos jóvenes en los que se cifraba el futuro de la literatura mexicana, entre los cuales estaba, por ejemplo, Fernando Montaño, había publicado en la pequeña y exclusiva editorial creada por Roberto Ruiz Borja, un libro de cuentos semifantásticos, semirrealistas, Los días sin rostro. Lorenzo los había leído sin admiración ante su verborrea, pero con asombro ante su capacidad para usar argumentos en los que se mezclaba lo fantástico con lo realista y se recreaban con mucha efectividad algunos ambientes de las viejas casonas de la ciudad. Según la opinión de los afortunados a quienes les había leído partes de sus originales, estaba escribiendo la que sería la más importante novela mexicana.
El párrafo inmediatamente anterior concluye con la desconfianza que le inspiraba a Lorenzo [Juan García Ponce] el ansia desenfrenada de algunos autores por obtener el anhelado reconocimiento por parte de sus coetáneos. Los días enmascarados (1954) es el título de la primera colección de relatos de Carlos Fuentes, que acusan no poco la influencia del realismo mágico. La alusión a su primera gran novela es clara y no menos claro es el señalamiento de verborrea o abundancia de palabras, aunque también la admiración por la capacidad de evocar el ambiente de ciertas viejas casas solariegas de México, Aura (1962), inspirada en The Aspern Papers (1888) de Henry James. Carlos Fuentes es el personaje Fernando Montaño, nombre que conserva la alusión a los objetos naturales: la montaña, situada en lo alto, plantea el ascenso súbito aunque no menos el descenso repentino. La envidia natural del colega no debe soslayar la mirada profunda del verdadero creador, una figura que no estaba hecha para los reflectores ni los aplausos, como fue el destino de García Ponce, afectado de esclerosis múltiple quien, en sus últimos tiempos, sobreviviera exclusivamente de su impulso imparable como artista, no de la demanda de protagonismo por parte de las editoriales o bien las universidades extranjeras.
Carlos Fuentes, como José Emilio Pacheco y tantos otros intelectuales y escritores mexicanos, se han pronunciado a favor de un cambio. El equipo de la oposición, si logra integrarse con elementos de primer nivel, promete una izquierda moderada, conciliadora, que parece ser ajena a adoctrinamientos e intolerancias, al menos ésa es la esperanza de los intelectuales de México.
A diferencia de Octavio Paz, poeta y ensayista, galardonado con el Nobel (1990), a Fuentes nunca le cupo tal honor, si bien varias veces estuvo entre los candidatos y se hizo acreedor a otros premios notables, dueño de una personalidad vigorosa, avasalladora, de gran presencia escénica, durante sus conferencias e intervenciones públicas, tan distinta al retraimiento y voz poco firme de Paz. En su trayectoria como figuras públicas, hombres estrechamente conectados con la política mexicana, ambos vástagos de familias patricias fungieron como embajadores, Fuentes en París donde eligió ser enterrado, honor más grande para un escritor es difícil concebir, Paz en la India, y en respuesta ante la matanza de Tlatelolco (1968) se vieron obligados a dimitir de sus cargos (Paz casi de inmediato, Fuentes un tiempo después cuando Echeverría nombró embajador de España a Díaz Ordaz). Como hijos del siglo XX, ambos abrazaron en cierto momento ideas progresistas, tendientes a la izquierda, de las que más tarde abjurarían, al menos en la versión canónica, marxista-leninista. Autores formados durante la larga dictadura de un partido único (71 años), Paz murió el año 1998 y no le tocó ser testigo de la llamada transición; Fuentes en cambio osciló entre Londres y la Ciudad de México durante los dos últimos sexenios y, como declaró ante los medios de comunicación, primero en una entrevista con Charlie Rose en inglés, realizada en febrero de 2011, y luego en otra con Carmen Aristegui, realizada un año después, en enero de 2012, la transición hacia la democracia había llegado mezclada, particularmente durante la última administración, con una declarada guerra contra el narco ‒absurda por perdida de antemano‒ y un incremento considerable de la inseguridad general para todos los mexicanos con una disminución de las oportunidades de empleo para los jóvenes (cincuenta millones de mexicanos tienen veinte años o menos).
Carlos Fuentes, como José Emilio Pacheco y tantos otros intelectuales y escritores mexicanos, se han pronunciado a favor de un cambio. El equipo de la oposición, si logra integrarse con elementos de primer nivel, promete una izquierda moderada, conciliadora, que parece ser ajena a adoctrinamientos e intolerancias, al menos ésa es la esperanza de los intelectuales de México. Si la capacidad inventiva y la calidad literaria habían menguado en el Fuentes novelista, la lucidez de pensamiento se hallaba en plena forma en el Fuentes ensayista. Carlos Fuentes semeja un dragón dormido que de pronto despertara de un sueño milenario para proteger a los suyos. La tarea del intelectual, como Fuentes y Paz aprendieron de la lección recibida en Francia, es incidir sobre la sociedad de la que es parte constitutiva, en especial en momentos de crisis, cuando su voz necesita ser alzada y ser oída. No es posible pensar que del petróleo, de los dólares de los migrantes y del turismo una nación moderna puede prosperar con exclusividad. La inversión en infraestructura de todo tipo, principalmente en el aparato productivo y la educación, se vuelve imperiosa, de ahí la importancia de incrementar el presupuesto en ciencia y tecnología, haciendo caso omiso de prohibiciones tácitas, licencias que sólo favorecen a los poderosos y tratados ocultos. El nivel del arte y la cultura en México es considerable pero otras cosas tienen que estar a la misma altura, como son la salud pública, la vivienda digna, la producción de alimentos sanos, las comunicaciones, los incentivos fiscales para la libre empresa, sobre todo, en el marco de un sistema judicial efectivo.
Ante declaraciones semejantes, puede pensarse que ya ha habido una serie de conciliábulos y reuniones entre ciertas porciones de la cúpula y los intelectuales, que ha venido a establecer algo así como un consenso. La izquierda en México, sin embargo, no es decidida y declarada, como en el caso de Venezuela, sino una izquierda sólo de nombre, que no tiene ninguna oportunidad de acceder al poder sino es con la venía de quienes en realidad deciden. Arriesgar la posibilidad de tener otro régimen populista más en Latinoamérica, esta vez del otro lado de la frontera, no es una cosa que, en principio, estén dispuestos a tolerar los Estados Unidos; en estos tiempos que corren, sin embargo, mucho depende de ciertos pactos que se hayan realizado de antemano para favorecer a unos u otros. Alterar los votos por medio de las computadoras durante el conteo final, Hacking Democracy (2006, Simon Ardizzone), es lo más sencillo de hacer en nuestros días, como puede verse en el documental producido por HBO.
Fuentes semeja un dragón dormido que de pronto despertara de un sueño milenario para proteger a los suyos. La tarea del intelectual, como Fuentes y Paz aprendieron de la lección recibida en Francia, es incidir sobre la sociedad de la que es parte constitutiva, en especial en momentos de crisis, cuando su voz necesita ser alzada y ser oída.
Durante la entrevista con Charlie Rose, Carlos Fuentes tuvo el valor de proponer una solución global al problema del tráfico de drogas, no sólo bilateral entre Estados Unidos y México, que está lejos de ser el caso, pues los esfuerzos mayores se han dejado en manos del país más endeble con nula o escasa participación de la nación más poderosa, aunque no así a la hora de exigir cuentas y buscar responsables. Fuentes, junto con los expresidentes Fernando Henrique Cardoso (Brasil), César Gaviria (Colombia) y Ernesto Zedillo (México), estaba en un grupo a favor de la legalización de las drogas. Estados Unidos, en su opinión, debe entender que el futuro no impone un mundo bipolar sino un ámbito plural de potencias emergentes, países que hace tan sólo veinte años integraban las filas del Tercer Mundo (China, India y Brasil), son actores principales en la economía y el equilibrio político del mundo. En una entrevista realizada en inglés por Lilly Kanso en abril del 2006 durante una estancia en la Universidad de Brown, Fuentes respondió a la pregunta de manera terminantemente negativa si Estados Unidos había importado la democracia a alguna parte del mundo, desde la experiencia latinoamericana, donde apoyaron regímenes dictatoriales, como los de Trujillo, Somoza, Pinochet, Batista, Ríos Montt, Videla, Galtieri, Bordaberry, Banzer, enemigos rabiosos de sus opositores.
Incluso en la última entrevista, realizada por Osvaldo Quiroga en el marco de la Feria del Libro de Buenos Aires el 5 de mayo de 2012, Carlos Fuentes dejó claras sus ideas políticas sobre la despenalización de las drogas. Ahí ya se lo veía con el estómago algo abultado. Su deceso se debió a una hemorragia masiva en el tubo digestivo, probablemente ocasionada por una úlcera silenciosa, debido a la ingesta de aspirinas y otros fármacos para mitigar males cardiacos, declaró el médico que lo trató en el Hospital Ángeles de la Ciudad de México. Restringiéndose al ámbito literario, Carlos Fuentes fue uno de los narradores ‒sus novelas son notables pero no menos lo son sus relatos‒ y ensayistas más notables de nuestro tiempo. Su muerte es una pérdida enorme para Latinoamérica y la lengua castellana. Su ejemplo, como el de otros intelectuales y escritores mexicanos, de expresar públicamente y con valentía sus opiniones debe ser reconocido, no de manera ingenua, sabiendo que la verdad no puede expresarse por entero, puesto que no existe nadie que la posea si bien, en tanto que intelectual se está obligado a decir todo lo que uno sabe, no únicamente lo que conviene, teniendo en vista ciertos intereses particulares. Al parecer no hay opciones políticas valederas, ni entre los partidos mayoritarios ni minoritarios, la derecha o la izquierda, lo que existen son individuos que ciertamente tienen el poder de decidir, incluso por la opción del voto nulo. Habrá que buscar la forma como esas voces reales de la gente puedan hacerse oír, en parte ejerciendo la libertad de expresión y de asociación al agruparse en organizaciones civiles. ®