No ha habido en la historia política mexicana ningún presidente que no haya favorecido a familiares y amigos con puestos clave en el gobierno. El morenismo no es la excepción.

El dictador Porfirio Díaz le dio contratos de construcción de infraestructura pública a su hijo “Porfirito”, Porfirio Díaz Ortega. Es el contratista detrás de los edificios de La Castañeda y la Normal de Tacuba (o San Jacinto). Como “jefe máximo” en el periodo 1928–1934, Plutarco Elías Calles puso a su hijo Rodolfo en la gubernatura de Sonora, su estado natal, y en el gabinete del muy corrupto (co)presidente Abelardo L. Rodríguez, como secretario de Comunicaciones y Obras Públicas. José López Portillo, presidente de México por el PRI de 1976 a 1982, acomodó a muchos de sus familiares en las oficinas del Ejecutivo federal: a su hijo José Ramón en la Subsecretaría de Programación y Presupuesto, a su hermana Margarita en la Dirección de Radio, Televisión y Cinematografía (en la Secretaría de Gobernación), a su hermana Alicia en la secretaría personal de la Presidencia y a su primo hermano Guillermo López Portillo en el Instituto Nacional del Deporte, creado ex profeso.
No son los únicos practicantes de la corrupción y el nepotismo desde el mayor poder político nacional. Son tres grandes ejemplos. Otros:
Manuel Ávila Camacho, presidente de México entre 1940 y 1946, aceptó que su hermano Maximino, cacique de Puebla hasta su muerte, fuera el secretario de Comunicaciones y Obras Públicas del gobierno federal. Ése era el deseo de Maximino, tras terminar su gubernatura formal poblana, y Manuel le dio satisfacción. Un hermano incómodo y tremendamente peligroso para casi todo el que trataba con él, incluido el presidente general. Décadas después, el presidente Carlos Salinas de Gortari fue famoso por muchos hechos, entre los cuales no era menor el de tener su propio hermano incómodo dentro del Estado. Raúl Salinas de Gortari ocupó la posición burocrática de director de Planeación de Conasupo y la posición no burocrática de intermediario–comisionista con la administración pública federal. En la primera estuvo menos de la mitad del sexenio, en la segunda hizo, deshizo y gozó hasta que se terminó. La (auto)defensa que de él hace el expresidente Salinas en su libro México. Un paso difícil a la modernidad es un ejemplo de formalismo, superficialidad y simulación. A su hermano se le llamaba “el señor diez por ciento” por cobrar ese porcentaje en los negocios. Negocios no tan diferentes a los que Adolfo Ruiz Cortines dejó hacer a su esposa, María Izaguirre, cuando ejerció el poder Ejecutivo priista de 1952 a 1958. Esa “primera dama” parece modelo del personaje que escribió Luis Spota como esposa del ficticio presidente Aurelio Gómez–Anda en la novela El primer día. Y quien puso a Ruiz Cortines en la presidencia fue Miguel Alemán, notable corrupto de la historia mexicana. El apodado “ratón Miguelito” se enriqueció sobre todo como gobernador de Veracruz y presidente del país, heredó a sus hijos grandes privilegios empresariales e hizo regente del Distrito Federal a su primo Fernando Casas Alemán, de 1946 a 1952 —todo el sexenio alemanista.[1]
Vistos esos siete casos, no puede quedar oculto sino confirmarse como evidente que “Andy” López Obrador no está solo… No quiere decir que yo lo defienda. No uso la expresión como coloquial muestra de apoyo. No lo defiendo. Lo critico. Digo que no está solo porque, además de que su papá lo apoya políticamente, su nombre está acompañado históricamente por los de otros corruptos y juniors. Comparte con ellos esas bajas alturas mexicanas. Ésa es mi posición. Las otras tres son las que rechazo, a saber:
1) “Andy” no es corrupto. Posición de los fanáticos obradoristas.
2) “Andy” es parte del obradorismo y el obradorismo está fuera de lo ordinario, es inédito y en todo lo malo resulta ser el máximo registro histórico. Posición de uno de los sectores opositores.
3) Los obradoristas tienen casos de corrupción como muchos otros y por eso no son peores en nada ni representan un problema tan grave al final. La posición de opinadores como Viri Ríos.
A mal compartido, críticas mayores, más extensas. Hay que criticarlos a todos… y criticar más a todos los que lo merezcan, como el PRI hegemónico y el obradorismo, es decir, en estos casos, hay que criticar a todos los tipos de priismo.
Las tres son falsas. “Andy” y el obradorismo sí son corruptos, no son algo esencialmente nuevo ni necesariamente el máximo histórico del mal, pero no son por eso buenos, tampoco son históricamente mínimos ni minimizables como mal particular. Su corrupción no es mediocre en cantidad y calidad. Ésta es/ellos son de lo peor: forman filas entre los peores. De la historia mexicana. No están solos en las alturas de lo bajo, las comparten. Eso es exactamente lo grave. Y es muy grave. Lo demás es fanatismo a favor (1), exageración innecesaria (2), falsa y tramposa relativización (3).
Decir que el mal obradorista no es mal de muchos es mentir; decir que es mal de muchos y por eso criticarlo poco o hasta defenderlo mustiamente es idiotez “intelectual” obradorista. “Mal de muchos”… consuelo de “Viri”. A mal compartido, críticas mayores, más extensas. Hay que criticarlos a todos… y criticar más a todos los que lo merezcan, como el PRI hegemónico y el obradorismo, es decir, en estos casos, hay que criticar a todos los tipos de priismo.
En general, debemos decirlo y volver a decirlo mil veces, el obradorismo es reprobable, criticable e indeseable no por ser una excepción negativa en la historia de México sino por ser parte de las peores tradiciones políticas y económicas del país. Autoritarismo —presidencialista o personalista—, patrimonialismo, nepotismo, cuatismo y desigualitarismo. El obradorismo es malo no por inventar esos males sino por continuarlos —precisamente por continuarlos—, por no erradicarlos ni combatirlos verdaderamente, y en algunos casos por empeorarlos. ®
[1] Alemán fue el secretario de Gobernación del sexenio avilacamachista y fue o es sospechoso de haber ordenado el asesinato del hermano presidencial Maximino, quien había ordenado muchos asesinatos locales y en 1944 era el otro precandidato presidencial poderoso. Maximino murió en los inicios de 1945 (pocos meses después murieron en Puebla, sospechosamente, muchos políticos maxiministas) y Alemán fue escogido como el primer candidato presidencial del nuevo PRI, la nueva etapa del partido oficial.