En 1986 se grabó “Goodbye Horses”, canción escrita y producida por William Garvey e interpretada por Diane Luckey, bajo el enigmático nombre de Q Lazzarus. Casi cuarenta años después el tema está totalmente insertado en el imaginario colectivo.

La canción recorre la programación de todas la estaciones radiofónicas que apuestan por la nostalgia y el recuerdo, representa el momento climático de la noche en antros consagrados a sonidos dark, synth pop y new wave, inclusive, por alguna extraña razón, en los table dance la siguen utilizando como interludio entre la presentación de una chica y otra. Sin embargo, paralelamente a la popularidad que iba adquiriendo “Goodbye Horses”, en Internet fue surgiendo toda clase de especulaciones y teorías alrededor de su cantante —si había fallecido, si en realidad era un hombre, si la misteriosa letra de la canción hablaba de su vida, etcétera—. Y es que después de tener, a inicios de los años noventa, un reconocimiento fugaz, respaldada por Jonathan Demme, director de El silencio de los inocentes (1991) y Filadelfia (1993), Q Lazzarus desapareció del mapa en 1995 sin dejar rastro alguno.
En 2019 la cineasta mexicana Eva Aridjis Fuentes, que residía en Nueva York, tuvo un encuentro fortuito: al solicitar un servicio de Uber descubrió, mientras se trasladaba de Brooklyn a Manhattan, que la conductora era Q Lazzarus. Ese suceso insólito fue el punto de partida para su sexto largometraje, el documental Goodbye Horses: Las muchas vidas de Q Lazzarus.
A propósito del estreno de la película compartimos la entrevista con la directora y editora, quien habló de cómo la industria musical está acostumbrada a darle ingratamente la espalda a sus artistas convertidos en figuras prescindibles, de la manera en que se acercó para poder conocer el motivo de la larga ausencia de esa mujer estrafalaria cuya inspiración era Rod Stewart, y también de su interés por personajes que, socialmente, son descartados de antemano.

—Al inicio de la película mencionas que tus intereses musicales y artísticos te llevaron a descubrir “Goodbye Horses” al ver El silencio de los inocentes y que posteriormente, en tu etapa como DJ, la incluías en las fiestas donde tocabas. ¿Qué fue aquello que encontraste en la canción que te atrajo, lo cual, a la postre, sería el inicio para este documental?
—Desde que conocí, como cientos de personas, “Goodbye Horses” en una sala de cine, me pareció una canción con una letra misteriosa y poética, a la cual se le puede atribuir varios significados, respecto a la vida, al amor y a la muerte; en el transcurso de los años, amigos y conocidos me han dicho que la pusieron en su boda o que quieren que se escuche el día de su funeral. Sobre todo, lo que me atrapó fue la voz de Q, poderosa, conmovedora, atípica y también ambigua; la mayoría de la gente que escucha “Goodbye Horses” por primera vez piensa que es un hombre blanco cantando new wave y no sabe que en realidad se trata de una mujer negra. Después de haberme encontrado con esa canción quise saber si había más material de Q Lazzarus, pero, como narro en el documental, ella nunca grabó un disco y la información acerca de su carrera o su vida desde siempre fue más bien escasa. Entonces, me empecé a obsesionar con ella. Por eso ahora, paralelamente al estreno de la película, me involucré en el lanzamiento del soundtrack, que incluye muchas de las canciones que grabó entre 1985 y 1995, pero que se quedaron sólo en demos.
—Conforme transcurre la película da la impresión de que varias de esas canciones que vamos escuchando por primera vez tenían el potencial suficiente, no sé si para emular el éxito y el culto de “Goodbye Horses”, pero sí para ser grabadas en un disco pensado en un público de nicho. Descubrimos que la fama le pasó de lado a Q Lazzarus debido a esa urgencia de las disqueras y los medios por etiquetar e inclusive inventar nuevas categorías, situación que a la fecha ocurre; pareciera que el artista debe de ceñirse a ese género en el cual lo han colocado. ¿Tú qué opinas al respecto?
—Yo creo que estaba adelantada a su época. Q Lazzarus se movió en un amplio rango de géneros, entre el hard rock, el new wave, incluso hay canciones en las que coqueteó con el house. Pienso que lo malogrado de su carrera responde a una combinación de factores: la década de los ochenta fue una época muy superficial dentro de la industria del entretenimiento con la bonanza del videoclip musical, el inicio del concepto de las top models, los blockbusters de Hollywood, etcétera, y en ese contexto, su imagen era poco convencional, por lo que, efectivamente, las disqueras nunca supieron qué hacer con ella. Pero también fue una cuestión racial; aunque no es explícito dentro de la película, se entiende que el hecho de ser una mujer negra le hizo mucho más difícil, no solamente su experiencia con la industria musical, sino también con el sistema penal aquí en Estados Unidos y finalmente con el sistema médico público; vale recordar que Diane Luckey falleció por una negligencia médica.
Pienso que lo malogrado de su carrera responde a una combinación de factores: la década de los ochenta fue una época muy superficial dentro de la industria del entretenimiento con la bonanza del videoclip musical, el inicio del concepto de las top models, los blockbusters de Hollywood, etcétera, y en ese contexto, su imagen era poco convencional, por lo que, efectivamente, las disqueras nunca supieron qué hacer con ella.
Si bien, las clasificaciones y los géneros prevalecen, definitivamente el Internet ha conseguido que se pueda escuchar lo que se quiere, descubrir y compartir cosas como una plataforma más democrática; precisamente en Internet fue en donde explotó la canción. Creo que si Q Lazzarus hubiera estado haciendo y sacando esa música hoy las cosas serían muy distintas.

—Tras ese primer encuentro, ¿cómo fue el acercamiento con ella para proponerle filmar el documental, tomando en cuenta su decisión de mantener el anonimato y la secrecía de su vida durante tantos años?
—Cuando Diane, en ese primer encuentro a bordo de su coche, me reveló que ella era Q Lazzarus, sorprendida le dije: “Soy tu fan. Me gustaría volverte a ver”, y ella me respondió que lo pensaría. Le di mi número de teléfono y se fue. Pensé que no me iba a contactar, pero de todas formas estaba emocionada de haberla conocido. Al día siguiente me habló para decirme que había soñado conmigo y nos vimos para almorzar. Ahí me empezó a contar a grandes rasgos su historia. Yo le comenté que era cineasta, que realizaba documentales y que estaba interesada en filmar algo con ella.
En ese momento Diane no tenía computadora, no estaba familiarizada con las redes sociales ni con YouTube y no tenía idea de todo lo que había pasado con “Goodbye Horses” durante todo ese tiempo. Entonces, cuando empezó a descubrir que mucha gente se estaba preguntando qué había ocurrido con ella, surgió la inquietud de hacer la película.
Cuando empezamos a filmar, obviamente no me contó de manera inmediata por qué desapareció. Lo primero que hablamos fue acerca de los diez años en los que estuvo haciendo música. Al terminar de relatar ese periodo me dijo: “Bueno, no sé si te interese escuchar lo que sigue, porque no tiene mucho que ver con la música”. Le respondí: “¡Claro, quiero escucharlo, estamos haciendo un documental de Diane Luckey!” Y así, por primera vez, habló de esa etapa dramática de su vida, entre una decepción amorosa, vivir en las calles y el crack. Nadie, ni siquiera sus hermanas, sabía al respecto; realmente había enterrado todo eso.
La película iba a terminar con un concierto que significaría el regreso de Q Lazzarus al escenario, reuniéndose con la banda que formó durante su estancia en Londres; iba a tener un final feliz, en el que ella recibía la atención y el aprecio que siempre se mereció.
—Las letras de las distintas canciones van acompañando y describiendo sus pasajes más luminosos y los más dolorosos. En ese sentido, ¿cómo fuiste concibiendo la estructura narrativa de la película?
—La idea original era narrar el ascenso, caída y resurrección de Diane, utilizando la figura de Lázaro como eje. La película iba a terminar con un concierto que significaría el regreso de Q Lazzarus al escenario, reuniéndose con la banda que formó durante su estancia en Londres; iba a tener un final feliz, en el que ella recibía la atención y el aprecio que siempre se mereció. Desafortunadamente, como sabes, eso no sucedió. En 2022, cuando ella falleció, me tomé unos meses, dejé la película un rato; nos habíamos vuelto muy buenas amigas y lo que pasó fue devastador para mí.
Cuando regresé a la sala de edición tuve que ver la estructura que iba a requerir esta historia. Al revisar el material que tenía cobré conciencia de que mucho de lo grabado resultaba muy íntimo. Como la pandemia se cruzó en la producción de la película, las dos acabamos haciéndola solas, o sea, yo dirigí, filmé, grabé el sonido, hice todo, porque ya no había ni crew ni dinero, pero yo quería seguir, porque estaban ocurriendo muchas cosas, no sólo la crisis sanitaria, sino las manifestaciones de Black Lives Matter por la muerte de George Floyd, la decisión por parte de James, el hijo de Diane, de viajar a Alaska para trabajar en un barco pesquero, etcétera. Vi varias veces el material, también escuché unos 78 voicemails que me envió a mi celular y algunos de éstos los integré a la narrativa.
Respecto a las canciones, cuando llevábamos dos semanas de filmación me regaló una bolsa enorme con casetes. Entonces los digitalicé y juntas registramos toda esa música a su nombre, porque nunca había pensado en hacerlo y, bueno, ya viste en el documental lo que pasó con los derechos de “Goodbye Horses”, los cuales fueron explotados por terceros sin que a Q le tocara ni un dólar. En esos casetes había más canciones grabadas en Londres con su banda de rock y más canciones inscritas en el house que hizo con su amigo Danny Z. Al retomar la película hice una selección de veinte canciones que fueron aquellas que más me gustaron, pero también las que precisamente, como mencionaste, describían de algún modo su biografía. Un aspecto que siempre me impresionó fue que canciones como “Flesh For Sale” o “Mothers, Fathers and Children Dying in the Street” fueron escritas por ella en Londres antes de vivir los momentos más oscuros de su vida.

Al principio, cuando les enseñé un primer corte a amigos y colegas, aquí en Nueva York, el comentario general fue que parecía que había hecho dos documentales distintos: el primero, un rock–doc más tradicional y el segundo, con un estilo más cercano al cinema verité. Incluir los voicemails y las canciones me ayudó a hacer más coherente el documental. Pero, sobre todo, el elemento para unir esas dos partes disímiles fue nuestra amistad; no me gusta ponerme a mí misma en mis documentales, más allá de algún momento en el que se escucha mi voz haciendo una pregunta, sin embargo, sentí que debía quedar totalmente reflejada la relación que mantuve con Diane a lo largo de tres años.
—Tu cine ha sido protagonizado por personajes socialmente desplazados: un puñado de chicos que decidieron abandonar sus hogares disfuncionales y sobrevivir en una alebrestada Ciudad de México (Niños de la calle, 2004), hombres y mujeres pertenecientes a barrios populares entregados a un culto de nuevo cuño (La Santa Muerte, 2007) o una familia convertida en monstruosa atracción circense por padecer hipertricosis congénita (Chuy: El hombre lobo, 2014). ¿Qué te ha interesado de ellos para retratarlos?
—En el cine documental lo que más me interesa es la posibilidad de adentrarme en la historia de otra persona, similar a tu papel como periodista. Busco retratar a gente cuya cotidianidad no es común y que está marcada por el prejuicio y el rechazo. En Niños de la calle quería que fueran esos chicos los que tuvieran la voz para que pudiéramos entender cuál es realmente su situación viviendo en espacios públicos. En La Santa Muerte intenté mostrar cómo, contrario a la creencia estigmatizante de que únicamente los delincuentes la veneran, también hay muchas personas ajenas a la violencia y la ilegalidad que pertenecen a ese culto. Y con Chuy: El hombre lobo, mi inquietud era capturar la brecha que existe entre los anhelos de una familia por hacer actividades como cualquier otra persona y su realidad, trabajando en circos como fenómenos o en basureros, porque por su apariencia física es lo único que pueden conseguir. Las personas que aparecen en mis documentales, a pesar de encontrarse en los márgenes, tienen sentimientos, sueños y principios como todos los demás. ®
«Goodbye Horses», letra.
He told me, "I've seen it rise,
But, it always falls.
I've seen 'em come, I've seen 'em go."
He said, "All things pass into the night."
And I said, "Oh no sir, I must say you're wrong,
I must disagree, Oh no sir, I must say you're wrong,
Won't you listen to me?"
He told me, "I've seen it all before,
I've been there, I've seen my hopes and dreams
lying on the ground.
I've seen the sky, just begin to fall."
He said, "All things pass into the night"
And I said, "Oh no sir, I must say you're wrong,
I must disagree, Oh no sir, I must say you're wrong,
Won't you listen to me."
Goodbye horses, I'm flying over you.
Goodbye horses, I'm flying over you.