Hoy celebramos el 110 aniversario del natalicio de Guadalupe Dueñas (19 de octubre de 1910- 10 de enero de 2002), una de las escritoras más relevantes de la literatura mexicana del siglo XX.
A finales de los años cincuenta y hasta mediados de los setenta los relatos de Guadalupe Dueñas fueron celebrados por sus coterráneos y publicados en un sinfín de suplementos culturales y antologías nacionales y extranjeras. Después empezó a caer un silencio sobre su obra. La sociedad patriarcal mexicana algo ha tenido que ver con eso.
Es importante recordar que la autora jalisciense no fue creadora únicamente de cuatro libros: Tiene la noche un árbol (1958), No moriré del todo (1976), Imaginaciones (1977) y Antes del silencio (1991). Dueñas también escribió poemas y la novela Memoria de una espera. Además se dedicó a la promoción cultural desde diversas revistas literarias y buscó elevar el nivel de la televisión como guionista de series históricas y telenovelas. Todo esto aparece recopilado en sus Obras completas (2017).1
Antes de definirse como cuentista Guadalupe Dueñas soñó con ser poeta. Leyó, admiró y escribió sobre Edgar Allan Poe, Ramón López Velarde, Emily Dickinson, Concha Urquiza, Federico García Lorca, y mientras escribía largos poemas fue amiga de Octavio Paz, Salvador Novo, Pita Amor, Rosario Castellanos, Luis Cernuda. Pero el Padre Alfonso Méndez Plancarte, su amigo y guía intelectual y espiritual, le anunció que sus narraciones superaban sus versos y era mejor que se dedicara al cuento y sepultara su ambición de poeta.
Resulta significativo que los primeros títulos de sus libros los tomara de dos célebres poemas: Tiene la noche un árbol (1958) es uno de los versos de Muerte sin fin de José Gorostiza y sirve de epígrafe al relato del mismo nombre: “Tiene la noche un árbol/ con frutos de ámbar/”, mientras que No moriré del todo (1976) corresponde a la oda de Horacio “Non Omnis Moriar”. En ésta el poeta latino, al hablar de la poesía, exclama: “Non Omnis Moriar multaque pars mei/ vitabit Libitinam…” (“No moriré del todo, y una gran parte de mí evitará la Libitina”), es decir, Horacio considera que parte de sí mismo se encuentra en sus obras y, por lo tanto, mientras se conserven y se lean sobrevivirá, burlando a Libitina (deidad que aquí representa la Muerte).
Siglos después, Manuel Gutiérrez Nájera retomó a Horacio y escribió su oda modernista, “Non Omnis Moriar” (1893).
Tenía razón María del Carmen Millán cuando afirmó:
Se ha dicho que el cuento pretende comunicar el tono de una emoción, una experiencia o una situación muy concentrados e intensamente proyectados, de manera que tiene muchos puntos de contacto con el poema. Para comprobar esta cercanía, basta en el caso de Guadalupe Dueñas el hecho de que haya elegido para sus dos libros títulos relacionados con dos poetas importantes, José Gorostiza y Manuel Gutiérrez Nájera; no pasan inadvertidos los textos que mantienen una alta calidad lírica como “Y se abrirá el Libro de la Vida” o “Los barcos”, ni el valor de los abundantes símbolos poéticos que condensan el significado que la autora quiere transmitir, ni la calidad del lenguaje depurado y trabajado en función de un todo armónico.2
Su devoción por la poesía la expresó con vehemencia en una entrevista de Octavio Novaro:
—¿Por qué no escribiste poemas si tus cuentos son terriblemente poéticos?
—¡Claro que escribí, mucha poesía! En realidad ha sido el arsenal del que he nutrido mis cuentos. Escribí apasionada y loca. Escucha este endecasílabo formidable: “Dame Señor la paz de la ceniza/ ¡Ya caiga ancianidad sobre mi lumbre!”. ¡Y mira si ha caído! Y este otro: “Caña quebrada he sido/ zarpazo de la duda…”, etc. Y otro más: “¡Oh soledad/ silencioso ciprés de llanto verde/ tu angustia es no volar de tus raíces/ quedarte encadenado en el camino/ quebradas las banderas de tus ramas/ Pozo de los silencios, soledad”. Y por último: “Terrible soledad de los olivos/ me muero por la estrella de tus manos/ granate que arranqué con mis puñales/ panal que destrocé con siete garras”… y por ahí va… No te los transcribo porque son más largos que Muerte sin fin. Y para que veas qué buena onda me asiste, déjame explicarme: Le tengo alegría a las matemáticas y la medición literaria me horroriza. Mi mayor anhelo hubiera sido escribir poesía y me consuelo al pensar que la poesía no es exclusiva del lenguaje métrico, por lo que abrigo la esperanza de que alguien la descubra en mis trabajos. Cuando enseñé mis engendros al Padre Méndez Plancarte, me aconsejó que los enterrara bajo tierra. Obedecí y creo que ha sido una de las pocas cosas cuerdas que he realizado en mi vida; empero, no dejo de reconocer que hay sobre todas las artes un sentimiento preponderante: LA POESÍA. Quítesele ésta a cualquier manifestación artística y se viene a tierra como una estructura de cristal a la que le faltara la pared maestra. Tengo predilección por el cuento y la novela, porque a través de la narrativa aspiro a expresarme mejor.3
Autora de prosa impecable, la búsqueda de la perfección se aprecia tanto en sus cuentos como en sus poemas. En ambos géneros aparecen el tema de la muerte, los prejuicios sociales, el sexismo, la misoginia y la desigualdad de género, la soledad, la imposibilidad del amor y el lado tenebroso de la vida cotidiana.
Prescindiendo de la recomendación del Padre Méndez Plancarte, sus poemas se reeditaron en Obras completas (FCE, 2017). Hoy la recordamos con dos de sus composiciones más representativas.