Hallyday, un roquero canalla

El viejo león del rock francés

Ave Fénix, icono de la moda, seductor… Hallyday era una persona pero también un personaje. En realidad, una fuerza de la naturaleza que atraía con el intenso carisma de sus ojos de lobo y su sonrisa magnífica.

La máxima estrella del rock francés.

Johnny Hallyday (París, 15 de junio de 1943–Marnes–la–Coquette, Altos del Sena, 5 de diciembre de 2017​) tenía un punto en común con Napoleón: ninguno de los dos era francés por nacimiento, pero ambos llegaron a convertirse en símbolos y monumentos nacionales del hexágono. Cuando el viejo león del rock murió en 2017 con 74 años, de un cáncer en el pulmón, no se fue un simple cantante sino un ídolo de masas. Una impresionante cobertura mediática le dio el último adiós.

El Elvis galo aparecía en la portada de todas las revistas, que le dedicaban dossiers y números monográficos. Éste fue el caso de Le Point, una publicación seria de información general, o de la irreverente Charlie Hebdo. Las fotos de su entierro, publicadas por Paris Match, parecían más propias de la despedida a un jefe de Estado. Casi un millón de personas invadieron los Campos Elíseos para tributarle su homenaje.

Visto desde fuera, el fenómeno sociológico parecía desconcertante. ¿Por qué tanto ruido para un rockero? El titular de Elle proporcionaba la pista decisiva: “Nuestro Johnny”. Había desaparecido un hombre con el que millones de sus compatriotas se identificaban por muchas razones.

Ave Fénix, icono de la moda, seductor… Hallyday era una persona pero también un personaje. En realidad, una fuerza de la naturaleza que atraía con el intenso carisma de sus ojos de lobo y su sonrisa magnífica. A lo largo de su vida había estado en la cumbre y en el abismo, en medio de todo tipo de extravagancias. El fisco lo persiguió, seguramente menos por voluntad estafadora que por su desorden congénito en asuntos crematísticos. Gastaba sin control y era sincero cuando confesaba que el dinero le resultaba demasiado complicado. Aunque se marchó al extranjero por esos motivos, para sus fans ninguna de sus irregularidades resultó imperdonable. A lo largo de más de cincuenta años Johnny y Francia protagonizaron una historia de amor que, con sus altos y sus bajos, desafía a las mentalidades demasiado cartesianas.

Su voz representa a la generación del boom demográfico, en rebeldía contra el conservadurismo del general De Gaulle. El antiguo héroe de la Resistencia comenta, despectivo, que puesto que Johnny Hallyday es un joven con sobrada energía, habría que enviarlo a picar piedra.

Vivió una infancia difícil que moldeó su personalidad con secuelas que arrastraría para siempre. A los ocho años su padre biológico, Léon Smet, lo abandonó. El sentimiento de orfandad estará detrás, en 1976, de uno de sus proyectos más audaces e incomprendidos: un álbum de veintiocho canciones inspirado en Hamlet, una criatura shakesperiana que también se mueve condicionada por el hombre que le ha dado el Ser.

Su madre, Huguette, imposibilitada de hacerse cargo de sus necesidades, lo entrega a Hélène, hermana de Léon, que no escatimará desvelos por el pequeño. La futura estrella acabará tomando su nombre artístico de Lee Hallyday, un artista estadounidense casado con su prima Desta.

Las exigencias del marketing son las exigencias del marketing. Comienza su carrera presentándose como “medio americano”, supuestamente originario de Oklahoma. No es verdad, aunque la inexactitud del dato oculta una verdad profundad. Porque si patria significa “tierra del padre”, ¿no es América, la tierra del que es su progenitor de facto, suya también por derecho propio? Hallyday, que ha crecido entre historias de cowboys, se empapa de la cultura musical que personifican Buddy Holly, Eddie Cochran y Elvis Presley. El rock, el rockabilly, el blues… ésas serán sus constantes referencias, sin por eso dejar de interpretar con absoluta convicción los clásicos eternos de Francia, como “Et maintenant”. Lo suyo era una versatilidad que desplegaba sin complejos en la frontera entre dos mundos y los hacía suyos.

Su voz representa a la generación del boom demográfico, en rebeldía contra el conservadurismo del general De Gaulle. El antiguo héroe de la Resistencia comenta, despectivo, que puesto que Johnny Hallyday es un joven con sobrada energía, habría que enviarlo a picar piedra. Sus palabras reflejan la animadversión de los adultos ante la eclosión de un estilo, el rock, que juzgan aberrante. Habrá quien llegue al extremo de comparar un concierto con la violencia de un discurso de Hitler en el Reichstag. Tanta incomprensión revela la inquietud ante unos tiempos que, como decía Bob Dylan, estaban cambiando. El nivel de vida crece, una juventud con dinero para gastar posee sus propios ídolos. El auge del rock no es separable del triunfo incontestable de la sociedad de consumo.

Hallyday, flanqueado por Mick Jagger y su esposa Sylvie Vartan.

En 1965 Johnny se casa con “la plus belle fille pour aller danser”, es decir, con la mítica Sylvie Vartan. Forman una pareja irrepetible. Los dos son artistas, guapos, glamurosos. La relación será tempestuosa, entre separaciones y reconciliaciones. Él la quiere, pero la encuentra demasiado burguesa.

Fracasa como esposo y como padre, porque prestará más atención a su carrera que a su hijo David, más acostumbrado a verlo en televisión que en vivo. ¿Repite con él la misma pauta de comportamiento que había sufrido en su niñez por parte de un progenitor irresponsable? Aún queda mucho tiempo para que le escriba a David su álbum más vendido, Sang pour Sang (1999), con dos millones de copias.

El divorcio de Sylvie tiene lugar en 1980. “Johnny lo es todo menos un marido”, declara la cantante cuando él intenta rehacer su vida con otra. Tenía muy presente su largo historial de excesos con el alcohol y las drogas, la infidelidad, la vida caótica… Las cenizas de su amor, sin embargo, no se apagaron nunca del todo. En YouTube se encuentra un video en el que comparten escenario mientras interpretan el “Himno al amor” y “Je ne regrette rien”, dos canciones que, a la vista de sus biografías, no parecen escogidas por casualidad. “Amor” fue la palabra principal en la vida y en el repertorio de Johnny, de acuerdo con el periodista Philippe Labro. “El amor es serio, tú lo sabes”, le dice ella con la complicidad absoluta de dos seres que se conocen en lo más íntimo. Obvio es que derrochan carisma y magia desde el momento en que aparecen ante el público bajo la melodía de “Tal como éramos”.

Ella, con un cariñoso regaño, le recuerda que ha esperado quince años para que la acompañe en el teatro Olimpia. Cuando él hace mutis y Sylvie canta “tú has iluminado mi vida en su primer grito de felicidad”, es imposible pensar que la letra no le salga directamente de esa región del corazón que guarda para siempre los recuerdos compartidos.

Pero eso sería mucho tiempo después. Cuando llegó el punto final de su matrimonio Johnny no parecía capaz de permanecer largo tiempo con la misma persona y en el mismo lugar, tal como había admitido en cierta ocasión. Acostumbrado a vivir sobre todo en hoteles, se considera un nómada.

A comienzos de los ochenta su carrera había entrado en un peligroso estancamiento, en medio de discos rutinarios. Un compositor, Michel Berger, lo devuelve entonces al Olimpo de los Dioses con un álbum clásico, Rock’n Roll Attitude (1985), que incluye la icónica “Quelque chose de Tennessee”. Ya no se le identifica con un simple imitador de Elvis. Vuelve a ser el Rey, los compositores ganan prestigio cuando escriben para él, revienta los estadios, triplicando el público de los Rolling Stones o de Bruce Springteen.

La estabilidad emocional llegará de la mano de Laeticia Boudou, una joven de poco más de veinte años, a la que hará su esposa en 1996. La pareja adoptará en Vietnam dos hijas, Jade y Jay.

Laeticia sabrá rehacer su imagen. Lo convencerá para que abandone la indumentaria rockera por prendas de Yves Saint Laurent. También pondrá orden en sus negocios, haciendo limpieza entre los muchos que rodeaban a Johnny sólo por interés. Y cumplirá otras mil funciones, convirtiéndose en su manager, su productora, su médico… siempre con ideas modernas y creativas: le enseña a utilizar Instagram, con lo que hace que el trabajo de los paparazzi se vuelva por completo inútil.

Es un cantante, no un político. Pero de cuando en cuando respalda a los líderes en los que cree, más por adhesión a la persona que a su programa. Su inclinación es hacia la derecha. Primero apoya a Giscard d’Estaing, más tarde a Chirac y a Sarkozy. Aunque eso no le impide cantar en la fiesta del Partido Comunista porque, a fin de cuentas, la música está por encima de todo. En 2005 se pronunciará, en términos inequívocos, en favor de la permanencia de Francia dentro de la Unión Europea. Será una de sus escasas manifestaciones sobre una cuestión de la vida pública.

En la última etapa de su vida tiene energías para formar un supergrupo, Les Vieilles Cannailles, una especie de “rat pack” a la francesa junto a sus amigos Eddy Mitchell y Jacques Dutronc. Había algo entrañable en aquellos ancianos con pinta de sinvergüenzas, de vuelta de todo, que lo daban todo en el escenario como si quisieran decir, a la manera de Tennyson, que aún seguían siendo los corazones heroicos de parejo temple hechos para no rendirse. Johnny no estaba dispuesto a detenerse y siguió grabando nuevos temas. En el momento de morir tenía prácticamente listo un nuevo álbum, seguro de que, si tenía que morir, mejor acabar como un guerrero del rock. ®

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Publicado en: Música

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