Humberto Musacchio mostraba invariablemente una actitud desdeñosa cuando se le interrogaba sobre este artículo publicado en Replicante no. 14 (febrero-abril de 2008). Sin pena, le confesó a la periodista Ixchel Cordero Chavarría: «Soy periodista, no soy investigador académico […] ¿Qué método utilicé? Ninguno, no soy académico, no entiendo de metodología. […] No quiero abordar más la época contemporánea porque en este punto carezco de perspectiva; cuando tienes bastante material es difícil discernir cuál es importante y cuál no» (Laberinto, Milenio Diario, 5 de enero de 2008).
He aquí el desconcertante caso de un periodista cultural metido a historiador que parece no tomar en serio las publicaciones culturales —no, al menos, las de los últimos treinta años. Ya Raquel Tibol y Emmanuel Carballo se encargaron de señalar las notorias “ausencias, imprecisiones, repeticiones y otras fallas que contiene la Historia del periodismo cultural en México, de Humberto Musacchio”. Carballo se quejó en la presentación del libro en el Palacio de Bellas Artes de haber sido citado “con comillas y todo” pero sin que la referencia figure en la bibliografía, además de que “la Revista de Literatura Mexicana, fundada por él y por Carlos Fuentes, está escasamente citada”. Y arremetió de nuevo el viejo crítico: “En el libro de Musacchio no hay un criterio sólido y estéticamente no se sabe ni al principio ni en medio ni al final qué es lo que quiere y cómo lo va a conseguir, qué método va a utilizar. Los doblones del siglo XVI y los pesos para él son iguales”. A su vez, Tibol dijo que “el autor confunde al suplemento El Machete con el Machetito Ilegal, en el que escribieron plumas como Vittorio Vidali, Bertrand D. Wolf (biógrafo de Diego Rivera) y Julio Antonio Mella”, y que en el volumen de Musacchio hay “confusiones, nombres colocados en otro contexto y citas casi olvidadas” [“Tibol y Carballo vs. Musacchio”, diario Milenio, 6 de diciembre de 2007].
Eso tan sólo en lo que respecta al siglo XIX y los primeros dos tercios del pasado siglo, porque Humberto Musacchio yerra con más negligencia aún al emprender el apresurado e indiscriminado recuento de las publicaciones culturales que surgieron entre la década de los sesenta y los primeros años del nuevo siglo (la mayoría de ellas circunscritas a la Ciudad de México). En esta parte las ausencias son también notorias e inexplicables, tanto por la relevancia desmedida que le concede a publicaciones intrascendentes y la fugaz mención de otras que ameritan un examen detenido. ¿Se deben estas fallas a la desidia, a la ignorancia o a la incapacidad profesional? Ya Musacchio había cometido errores similares al destacar a dudosos personajes y desechar a otros con trayectorias y aportaciones destacadas en los tres tomos de sus Milenios de México [Hoja Casa Editorial, 1999], al igual que en su Quién es quién en la política mexicana [Plaza y Janés, 2002], donde no aparecen políticos o funcionarios como Germán Martínez; se omiten datos relevantes de la trayectoria de algunos, hay nombres sin fecha de nacimiento (muestra de que no se investiga cuando es necesario hacerlo), y la inclusión de ciertos personajes contradice la intención declarada en el prólogo de limitar la obra a los políticos que “buscan el poder en México”, dejando fuera a académicos que “únicamente han hecho carrera en instituciones educativas” y a “extranjeros que residen entre nosotros”, aunque se dediquen a la grilla. Desde luego, esto también excluye a los muertos, así, ¿qué hacen en esas páginas Carlos Castillo Peraza (fallecido en 2000) y Manuel Muñoz Rocha (desaparecido en 1994), René Drucker (fisiólogo que no ha salido de la UNAM) o Rosario Marín (mexicana naturalizada estadounidense desde joven y nombrada tesorera de Estados Unidos en 2001)? ¡Hasta aparece ahí un beisbolista gringo que vino a México en los cuarenta porque la liga de su país no permitía jugadores negros: Burnis “Wild Bill” Wright!
En la Historia del periodismo cultural en México [Conaculta, 2007] Humberto Musacchio alude a las razones y circunstancias en que naufragaron algunas publicaciones, como La Piedra Rodante, editada por Manuel Aceves, que cerró porque “desde la prensa más conservadora se lanzaban grandes cantidades de agua bendita hasta que la ahogaron ante el beneplácito del gobierno”, pero no menciona el autor el papel decisivo que tuvo en ese penoso episodio el escritor Carlos Monsiváis, asustado por el concierto de Avándaro, de la mano del periodista y fiero diputado priista Roberto Blanco Moheno, como también omite las explicaciones en torno a la desaparición de El Machete, la incómoda revista del Partido Comunista dirigida por Roger Bartra, ni se molesta en contar por qué el mismo Bartra dejó la dirección de La Jornada Semanal.
La de Musacchio es una historia aséptica, descolorida y sin relieves. El conflicto entre Octavio Paz y la revista Nexos a causa del Coloquio de Invierno, con la resultante expulsión de Víctor Flores Olea de la presidencia de Conaculta, es abordado someramente —y vaya que en este librote de 24.5 x 31 cm y 232 páginas lo que sobra es el espacio—, y el lector que quiera ahondar en la polémica entre el premio Nobel y Monsiváis en Proceso se quedará en las mismas si se limita exclusivamente a la escueta referencia de este volumen.
“El del periodismo cultural es un campo demasiado extenso y heterogéneo para abordarlo desde una sola perspectiva”, escribe el periodista argentino Jorge B. Rivera en El periodismo cultural [Buenos Aires: Paidós, 1995-2003], a quien Musacchio parece desconocer. ¿Cuál es la perspectiva de Musacchio? Acaso la incompleta enumeración en tropel de publicaciones intercalada con apuntes ligeros, despojada de crítica y valoraciones sobre su posible influencia en los ámbitos de la política y la sociedad, salpicada de errores y narrada con un “estilo” más propio de un estudiante presionado para entregar la tarea. En la Introducción a su historia Musacchio escribe que “La expresión ‘periodismo cultural’ es redundante, pues todo periodismo se halla en el campo de la cultura”, pero no se ocupa de distinguir entre las variadas concepciones de cultura (de la selectiva de las “bellas artes” a la más amplia de la antropología cultural) ni de abundar en los conceptos de revista cultural y revista literaria, o de publicaciones elitistas, especializadas, de creación o de divulgación, lo que sí hace Rivera con erudición y amenidad en su estudio, que es a la vez una completa historia del periodismo cultural en Argentina, un análisis de las revistas más importantes de la región —incluyendo antecedentes europeos, estadounidenses e iberoamericanos—, y un conciso manual de periodismo y estilo. Nada de esto se encuentra en la historia de Musacchio.
En este recuento La Regla Rota (1984-1987) es referida sólo porque en sus páginas publicó alguna vez el autonombrado campeón de la ética Víctor Roura y no por haber ensayado un promiscuo estilo periodístico que invitó a dialogar a la narrativa, la imagen, el humor, la cultura popular y el ensayo académico, fórmula que se renueva en Replicante, la cual, según Musacchio, es una revista “fundada en 1995” —¡y no en 2004!— que “aborda los temas culturales de manera más tradicional”. (Al final de la presentación de su libro en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara le advertí a Musacchio de éste y otros errores, a lo que respondió pidiéndome que le hiciera llegar mis observaciones. Aquí van algunas.) En las páginas de esta historia del periodismo cultural no hubo una entrada siquiera modesta para publicaciones surgidas entre los setenta y comienzos de esta centuria, como el suplemento Nostromo del diario Siglo 21, de Guadalajara, ni para muchas otras como el tabloide anarquista Amor y Rabia o la popular Banda Roquera de Vladimir Hernández, cuyo centro de operaciones era el bullicioso Tianguis del Chopo de la Ciudad de México. Tampoco la hubo para la revista de música Atonal, que dirigía el promotor cultural Arturo Saucedo, ni para el Angelus Novus ni la nueva etapa de las regiomontanas Armas y Letras y Cátedra. No se habla de Biombo Negro, coordinada por Lourdes Hernández y en la que colaboraron Rafael Barajas El Fisgón, Felipe Ehrenberg y Armando Vega Gil, ni de Complot, encabezada durante los primeros cinco años —los mejores— por la escritora Norma Lazo. Tampoco existieron A Sangre Fría (“amarillismo de fondo”), de Mauricio Bares y J.M. Servín, ni Nitro, de Bares. ¿Periodismo científico? Ni siquiera el de la revista de la UNAM ¿Cómo ves? ni el de Muy Interesante, de Televisa. Tampoco existieron Culturarte, en la que colaboraba la juchiteca Gudelia Pineda, ni las revistas de humor y cómic Los Supermachos y Los Agachados de Rius, El Chamuco en sus diversas épocas, Quecosaedro, Galimatías —creada por Julio Haro, Jis, Trino y Falcón—, El Gallito Inglés, luego Gallito Cómics, editado por Víctor del Real, ni Rino, impulsada por Carlos Perzábal. Ni La Línea Quebrada/The Broken Line, de Guillermo Gómez Peña y Marco Vinicio González, publicada en Tijuana y San Diego, ni las tijuanenses Esquina Baja, de Leobardo Sarabia, Cha3, de Fritz Torres y Jorge Verdín (quienes más tarde formarían Clorofila, del colectivo musical Nortec), Sube/Baja, de Ejival, ni Radiante, de Rafa Saavedra. (Ah, ese maldito centralismo, se cura Musacchio en salud en las páginas iniciales.) Por ninguna parte aparece Fotozoom, dirigida en su mejor etapa por el poeta y compositor español Ángel Cosmos.
No figura la revista anarquista-troskista y posteriormente perredista La Guillotina, ni Libido, revista de cultura gay editada por el equipo de Complot, ni Metapolítica y Este País, con apreciables suplementos culturales, ni La Mosca en la Pared, revista de rock dirigida por Hugo García Michel (tampoco Notitas Musicales ni Conecte, lo que viene al caso porque Musacchio sí alude a México Canta, otra vez a propósito de Roura). No aparece Obelisco, de Alfonso Capetillo (con extraordinario diseño de Azul Morris). No está Op. Cit., cuyo lema era “El único periódico especializado en libros”, ni Revés, de jóvenes periodistas michoacanos. Tampoco Su Otro Yo, de Vicente Ortega Colunga, en la que los imberbes Roberto Diego Ortega, Sergio González Rodríguez, Andrés de Luna y Gustavo García dieron a conocer sus primeros textos críticos. Musacchio se olvidó también de otras revistas eróticas con pródigas secciones culturales, algunas de ellas editadas por James R. Fortson: D’Etiqueta, Caballero, Él, Él y Ella, Eros, Playboy. Inútil buscar Dicine, de Nelson Carro, Topodrilo, de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, y Acequias, de la Universidad Iberoamericana de Torreón. De acuerdo con la Historia… que reseñamos, nunca circularon Sucesos para Todos, de Gustavo Alatriste, en la que colaboraron Magú, Pedro Meyer y Alejandro Jodorowsky, ni, muchos años después, Vértigo, dirigida por Manuel Zavala y diseñada por Rocío Mireles, diseñadora también de Poliéster, revista de arte dirigida por Kurt Hollander, ignorada, como las más recientes Fahrenheit, Wow, Spot, Celeste, Marvin, Picnic, Código 06140, DF, Chilango y, entre varias más, Gatopardo —ésta con un pie en México y otro en Colombia. No hay lugar para la xalapeña Vía Libre ni para la tapatía La Voz de la Esfinge, de Antonio Marts, ni para El Zahir o Tedium Vitae, también jaliscienses, o para Zarazo, entre tantas otras que escapan a este rápido ejercicio de memoria y que quizá algún día lleguen a figurar con justicia y decoro en otra historia realizada por investigadores profesionales. Y, para no extendernos demasiado, habría que cuestionar a Musacchio sobre la decisión de no considerar el vasto panorama del periodismo cultural en los medios electrónicos y su creciente importancia en la Red. Historia del periodismo cultural en México fue el regalo escogido por Sergio Vela para obsequiar a los “amigos” de Conaculta en la pasada temporada navideña. La explicación a este acto quizá se encuentre en que en este país, como se ve, casi nadie lee. ®
Yessica Cruz Gonzalez
El periodismo en México siempre ha sido un pilar en la comunicación
del pueblo desde los tiempos remotos,ya que desde nuestros antepasados tenemos como antecedente que para poder comunicarse entre si utilizaban métodos de escritura conocidos como jerogrificos.
Esto fue un impulso para lo que ahora se conoce como periodismo escrito,dado los diferentes eventos dentro del desarrollo del país todo fue requiriendo un respaldo que diera a conocer los acontecimientos,hechos trascendentes como decretos,tratados, artículos tanto en el ambiente político como en el social,de ahí que nazca el periodismo humorístico dando un toque de creatividad para las noticias del país.
Dentro de la evolución del país,el periodismo va avanzando junto con el y con la ayuda de las tecnologías se crean nuevas formas de hacer el periodismo ya que no solamente se queda en lo escrito como era en sus inicios llego a lugares mas alejados gracias a la radio, televisión e Internet.
El periodismo es parte fundamental del acontecer de nuestra vida diaria y aunque ha sido señalado y perseguido queriendo reprimir sus ideas revolucionarias siempre sera fundamental en el para el desarrollo de todo ser humano.
Rogelio Villarreal
Gracias, Patricia, Ixtus es otra de las revistas que merece estar en una buena historia del periodismo cultural en México. Saludos.
Patricia Gutiérrez Otero L.
Me parece muy interesante leer los comentarios sobre el libro de Musacchio. Quisiera recordar la revista Ixtus, espíritu y cultura, que aunque casi siempre tuvo baja circulación, llegó a tener resonancia nacional e internacional y sobrevivió durante casi 15 años (1993-2007), dirigida por Javier Sicilia. Aunque densa, tuvo un público fiel. Abordaba desde el ensayo hasta la poesía y expresión gráfica.
Rogelio Villarreal
Gracias por compartir tu recuerdo Carolina. Saludos.
Carolina Orozco
Gracias por recordar a Vladimir Hernández, justo hoy pensé en él, tuve el honor de trabajar en la revista Conecte y ahí conocí al más maravilloso ser humano que he conocido al gran Vladi. Supe que había fallecido pero me gustaría mucho que supiera que cuando menos yo, gracias a él, dejé de juzgar a los demás por sus preferencias o diferencias y aprendí a valorar lo realmente importante. Gracias por la bendición de haberlo conocido.
Rogelio Villarreal
Te agradezco mucho el comentario, Argel. Ya revisaremos ese Manual de fotoperiodismo. Saludos.
Argel
Creo que en este país, en el que los tuertos se convierten en reyes a causa de tanto ciego (analfabetas funcionales), es indispensable el conocimiento y la inteligencia de gente como Rogelio Villarreal. Hace tiempo que Musacchio se olvidó de las bases mínimas del periodismo: objetividad y sustento en fuentes para no entregar irrespetuosamente a los lectores cuartillas y cuartillas de ocurrencias y conjeturas basadas en el amiguismo y los favores que le hacen los funcionarios del mundo de la cultura. No hace falta dedicarse a la academia para saber que todo trabajo tiene un objetivo y un método para llegar a cumplirlo. Es una pena que CONACULTA publique materiales de tan baja calidad e intente vendérnoslos como si fueran de primera sólo porque su autor se apellida Musacchio. La misma enorme decepción me llevé con el cacareadísimo Manual de Fotoperiodismo, de Ulises Castellanos,que pensé que por ser reportero gráfico de Proceso, nos ofrecería un material valiosísimo. Gracias Rogelio Villarreal por atreverte a bajar del pedestal a los «santos» del periodismo cultural.
Rogelio Villarreal
Muchas gracias por tu comentario, Nayelli. Es una pena que Musacchio haya sucumbido al trabajo fácil y bien pagado. Saludos!
Nayelli Alemán
Yo no soy periodista, pero el periodismo y la cultura me gustan mucho. Hace poco me recomendaron el libro de Musacchio y, como casi siempre hago, corrí a investigar antes de correr como ciega a la librería.
Hoy me alegro de mi manía pues habría sido una pena tener un libro con tan baja calidad periodísitica y habría sido una pena mayor haber pagado por él.
Lo que me sorprendió mucho y me sigue dejando con ganas de sacurdirle la cabeza es que diga que no usó ningún método porque no es académico… se supone que para eso se va a la escuela, ¿no? para aprender a usar un método correcto en tu trabajo y, por ende, hacer las cosas bien. Probablemente el autor de Historia del periodismo cultural en México se saltó sus clases donde le explicaban eso, así como se saltó tantas revistas en su publicación.
(yo dig que hasta el «machetearte» debería de mencionarse, jeje)
René González
Estimado Rogelio
No he leído la Historia del periodismo cultural en México …y por lo que veo no la leeré.
Considero inconcebible que no aparezcan revistas como Los Súpermachos, Los Agachados, Sucesos para todos, Quecosaedro, Galimatías, todas las de Fortson, Complot, Vértigo, Poliéster, Muy interesante, Rino, Topodrilo, Obelisco, Fotozoom, Gatopardo, Metapolítica, etcétera, ¿Pues entonces cuáles sí aparecen? ¿Nexos, Vuelta, Letra Libres y las revistas donde publican sus cuates?
Entre las omitidas están algunas de las más influyentes, aunque sea por la cantidad de lectores, calidad aparte (Sucesos, Los Agachados, Muy interesante) o marginales pero con una corrosiva propuesta de sus integrantes que luego se encendería como reguero de pólvora por todo el país (Galimatías con Jis y Trino, caso paradigmático).
Excelnte artículo.