HERIBERTO YÉPEZ: EL NUEVO MEXICANO

¿Chamanismo o charlatanismo?

En nuestro número anterior Joaquín nominó a Yépez para lo peor del 2010. ¿Fue justo? ¿Cómo y por qué pasó de la admiración al desencanto? Aquí la crónica y la crítica de un asiduo lector de Heriberto.

Heriberto Yépez © Ricardo Tatto

Desde hace cinco años leo a Heriberto Yépez. Sus ensayos comenzaron a aparecer en algunas de mis revistas favoritas como señales de otro mundo; luego descubrí su blog y al cabo de poco me aficioné a su columna semanal en Laberinto, no exageraría si afirmo que durante más de dos años no me perdí una. Los temas que elegía eran los mismos que me intrigaban: contracultura, virtualidad, crítica, arte y literatura contemporáneos, sexualidad, escritura, chamanismo, la vida en la frontera (tan polar a la Mérida donde residía entonces). Sus referencias me incitaron a lecturas de otros cómplices. En sus libros descubrí una especie de académico bajo los efectos del hongo, un pensador desintegrado, un teórico experimental, un sociólogo del futuro, una voz irreverente y en trance.

Ante todo cautivó mi atención los múltiples canales de su pensamiento. Aunque firma con el mismo nombre y su prosa se reconoce al primer párrafo, Yépez es conocido por no comprometerse con ninguna ideología, corriente, sistema, comodidad. No sólo puede escribir desde distintos yos, sino también leer. Es postidentitario, ¿flota?, crea desde el vértice del triángulo y los diámetros del círculo. No lo puedo comprobar, pero apostaría a que Heriberto sabe que no es necesario creer en lo que escribe, cualquier idea que pueda ser defendida racional y éticamente deber ser arrojada al mundo, y si se trata de una lectura nueva que nutra el imaginario y el explicativo de nuestra cultura, sociedad o ser, mejor. Si él no lo cree, lo creo yo y llegué a esa conclusión en parte por lo que pude aprenderle sobre ensayar.

En sus libros descubrí una especie de académico bajo los efectos del hongo, un pensador desintegrado, un teórico experimental, un sociólogo del futuro, una voz irreverente y en trance.

En 2007 Heriberto obtuvo dos premios en la bienal yucateca y aprovechó su visita para dar un taller de ensayo. Asistí. Fue a partir de esa experiencia cuando me trepé a este vehículo de pensamiento. Él me introdujo a un concepto formulado por Keats, la capacidad negativa, es decir, la facultad de sostener en la mente dos ideas contrarias sin estar involucrado en la búsqueda de la verdad o la razón. Sus clases me parecieron inspiradas, la mitad la dictaba en aforismos y la mitad en provocaciones. En aquellos días adquirí conocimientos que hasta el día de hoy me tutelan antes de empezar a escribir cualquier texto de no-ficción. Aprendí, por ejemplo, que el ensayo es una aceptación del pensamiento propio, un método de transformación de la conciencia, reforma del individuo mismo. La forma del ensayo está dictada por la búsqueda de lo disensual y el estilo es una manera absoluta de ver las cosas; es tajante, discriminatorio, asertivo, contundente. Un buen ensayo, contrario al género tarea y al género tesis, comienza, martillo en el espejo, por la conclusión.

En los aforismos de Horst Matthai, filósofo alemán que terminó radicando en Baja California y a quien considera su principal maestro, podemos encontrar algunos de los faros que guían su escritura náufraga. Ojo: en un ratito quedará implícito cómo estos puntos han marcado su trabajo.

– Todos los conceptos que un individuo utilizará en su vida deberían ser creados por él mismo.

– Aunque la solución del problema humano sólo puede ser individual, para poder realizar ese proyecto individual se necesita crear colateralmente ciertas condiciones mínimas adecuadas para la realización de ese proyecto.

– Existir es emerger desde adentro hacia afuera. Yo me coloco fuera y en ese momento existo. Lo que existe es lo que coloco fuera de mí, ¿qué coloco fuera de mí?: mi propio ser. Saco de mí todo lo que existe, sacándome frente a mí mismo.

– Alguien en la humanidad tiene que decidir ya no ser humano.

– Cuando el hombre se separa de sí mismo inventa a Dios. Dios no es más que una imagen del hombre sintiendo una mala nostalgia de sí mismo.

– Una vez que adquirimos la conciencia de nuestra presencia en todos los seres podemos actuar en ellos.

– Sólo el metafísico puede manipular el mundo a su favor.

– Yo mismo me respondo, no la otra persona. La otra persona queda inafectada.

A principios de 2010 Yépez visitó Guadalajara para presentar el último libro de su autoría: La increíble hazaña de ser mexicano. Tuve la oportunidad de hacerle una entrevista que se prolongó más de media hora y posteriormente escucharlo hablar públicamente de su libro en el pabellón de la avenida Chapultepec. Debe ser que no soy muy listo, pero necesité de esa entrevista y esa presentación para que algunas de las intuiciones de lo que me disgustaba de su obra se materializaron en franco desencanto. Sus ideas expresadas oralmente, simples, sin literatura, eran las de un salvador en campaña. Para colmo, después de largas horas de edición logramos pulir el video para publicarlo en el próximo número de Replicante, resumimos la conversación de tal forma que Yépez quedara bien, pero había suficiente material para …; apenas duró un día la entrevista en la página antes de que nos pidiera removerla. Me sorprendió que no pudiera respaldar sus palabras. Ser postidentitario puede ser muy conveniente. Al poco tiempo Heriberto, quien había sido parte integral de Replicante desde su inicios, renunció porque Rogelio Villarreal le reclamó, “como amigo, no como editor”, varias “exageraciones alevosas y mentiras” sobre algunos amigos comunes expresadas en el muro de su Facebook, además de manifestarle su extrañeza por el comentario en la contraportada de su libro, escrita por uno de esos farsantes que traducen la ciencia en ideologías, y lo que es peor en este caso, de superación personal.

Se acabó el 2010, y a la hora de hacer la lista de lo peor del año, un poco por impulso, capricho, papiro embotellado a Tijuana, nominé a Heriberto. “Se está volviendo predecible y aburrido hasta en sus contradicciones. Le haría mucho bien no publicar un libro en un par de años. Hace relativamente poco pensaba que sería uno de nuestros grandes ensayistas, ahora estoy convencido de que si sigue así sus lectores serán pubertos con las hormonas alborotadas”.

El libro de “autosuperación nacional” (el marketing impecable, eh) comienza advirtiéndonos que nos va a revelar el “secreto mejor guardado del país”. La voz es la ficción del ensayista. La voz que construye en este texto es la de un mesías autoritario.

En las estanterías de best-sellers, las bodegas de los Institutos de Cultura, los anaqueles de las bibliotecas, los catálogos de las trasnacionales, las columnas de los periódicos, los ensayos de nuestras mejores revistas, habrá infinidad de páginas peor escritas que las de Yépez. Pero yo no espero que Xavier Velasco se saque del sombrero la gran novela mexicana de principios del siglo XXI o que Enrique Krauze sufra un golpe de luz y descifre la mexicanidad. Son curiosas las secciones de reseñas, junto a un libro con la obra inédita de Dostoyevski se encuentra alguna novedad de Tierra Adentro. Son confusos los parámetros de la crítica. En la última década Heriberto ha obtenido una docena de premios nacionales y publicado más de veinte libros contando su tres traducciones. Si no es por calidad, al menos por cantidad debe ser considerado uno de los cinco escritores mexicanos que más aportaron al diálogo cultural del país en los amaneceres de este siglo. Hay que exigirle a su escritura como él lo ha hecho con algunos de nuestros mejores escritores del siglo pasado y otros cuantos de sus contemporáneos. No me quiero imaginar lo que le hubiera llovido a Paz, Fuentes, Del Paso, de haber escrito un libro tan déspota, autocomplaciente y estafador. Fue Yépez quien me dijo que todo en un ensayo debiera ser citable, de lo contrario es un fracaso. Por esa brecha nos iremos abriendo camino entre sus ideas, fragmentando al fragmentado.

El libro de “autosuperación nacional” (el marketing impecable, eh) comienza advirtiéndonos que nos va a revelar el “secreto mejor guardado del país”. La voz es la ficción del ensayista. La voz que construye en este texto es la de un mesías autoritario.“Sólo te advierto que si sigues leyendo corres el riesgo de verte en el espejo. No hay vuelta atrás. Pero será sencillo. Ya verás”. Heriberto utiliza una rica variedad de artimañas para darle credibilidad al narrador porque sus ideas no tienen la suficiente solidez para sostenerse por sí mismas. Se anticipa inclusive a la crítica, intentando invalidar de antemano nuestros argumentos, con el rollo de que el mexicano no quiere ser feliz ni superarse. Pero no se trata de eso, sino de hacer una distinción entre esoterismo y ensayo literario. Es la diferencia entre silbar y chiflar. “Actualmente ser mexicano significa una serie de autosabotajes./ Si a ti te interesa dejar esa vieja forma de ser mexicano, entonces este libro es justamente para ti./ No tengas prisa. Todo lo vamos a saber. No comas ansias. Todo llegará. Aquí está ya”. ¿Qué? What? ¿Quién eres? ¿Cómo llegaste aquí? Es una vil receta para crecer en espíritu y conciencia, tan útil como la de tantos otros libros en los aparadores de best-sellers. “Lo explicaré más despacio./ Y antes de explicarte nota que este libro está hecho de pasos./ Cuando no comprendas uno de ellos, no avances./ Vuelve a las páginas anteriores. Repásalas./ Avanzarás precisamente cuando dejes de intentarlo./ Cuando aceptes ese momento y no desees intercambiarlo por otro, se producirá el crecimiento”. En más de una ocasión escribe frases del tipo “si no entiendes esto, no entiendes nada y no debes seguir leyendo el libro”. O sea, si no lo entiendes, eres un pendejo o un resentido o un acomplejado y no podrás ser un mejor mexicano ni tener súperconciencia. “Al carácter que mayormente impide los flujos de energía le llamo el viejo mexicano”. Si no les interesa ser nuevos mexicanos ustedes se la pierden porque… “El viejo mexicano sufre./ El nuevo mexicano, en cambio, será el primer mexicano feliz./ El primer mexicano autorrealizado./ Si eso te interesa, continúa este libro. Si no, continúa tu vida, o mejor dicho, tu supervivencia”.

El libro es una gran proyección del autor. Por definición el ensayo es el género de yo, pero hay que saber distanciarnos de nuestras creencias para poder dimensionar el tema en sus probables dimensiones, hay que partir de la incertidumbre: él lo sabe, pero no supo hacerlo. Son sus ambiciones personales, su idea de posthumano indefinible, más que indefinido. Lo pone claro, hay que confrontar nuestros miedos, buscar la felicidad, nos explica por qué, pero enreda y elude el cómo, lo cual me parece muy cobarde para alguien que escribe en el tono de un gurú. Fernando Vallejo también predica tanto que puede atarantar, pero nunca desde un pedestal autoimpuesto, sino desde una trinchera: su identidad. Por supuesto que la espiritualidad puede ser uno de los temas más ricos e inabarcables de la literatura, pero las visiones de Blake nunca fueron moralistas. Nietzsche se tuvo que inventar un profeta; a pesar de que tenía la inteligencia sabía que carecía de ciertas cualidades como individuo para serlo, él mismo dijo que ese libro no pretendía mejorar la humanidad, no redactó un camino hacia la plenitud, sino un laberinto. La indefinición de Pessoa nunca asumió posturas tan concretas sobre la política, la industria cultural, hasta el futbol.

Este libro no te hará un mejor mexicano, ni siquiera si te lo creíste. El nuevo mexicano, por ejemplo, habrá de saltarse su etapa de rebeldía en la juventud, esto tiene una lógica: los niños mexicanos no han evolucionado, no saben morirse a los diez años para renacer a los once. Hace un Piaget de distancia que vamos entendiendo cómo funcionan los procesos cognitivos del niño, que no nos vendan patrañas. Ese puberto mutante no sentirá la necesidad de enfrentarse a autoridades como maestros, familiares, policías, gobernantes, porque se dará cuenta de que esas autoridades sólo existen dentro de él. Pfff. Como lectura para orientarnos por el buen camino francamente recomendaría más la Guía Roji.

Esto no significa que yo dude de que el mexicano puede y debe superarse, sino que los medios son otros, combatir la pereza, no ver demasiada televisión, detectar y confrontar nuestro machismo, interesarnos por el conocimiento, ser empáticos, y detalles del tipo que suficientes problemas nos causan por sí mismos. Cuando elijo leer un libro asumo que me hará llegar a otros rincones empolvados de mi conciencia, y me irrita sobremanera que me lo tenga que estar recordando cada dos páginas y que además lo vincule con cierta aspiración de divinidad. Me gusta tener pensamientos ordinarios, inútiles, hacer cálculos que no sirvan para nada, procuro ser honesto conmigo y con los demás, estudio, trabajo, leo, juego videojuegos, hago ejercicio, me gustan los noticieros deportivos, a veces se me cae la baba viendo la pared y además tengo que lavar la ropa. En eso se me va la vida y se puede ir de muchas formas. No soy un mal tipo, tampoco un nuevo mexicano.

El otro elemento que me incomodó a lo largo y ancho de mi lectura fue su romantización de las culturas prehispánicas. En el año del bicentenario, teniendo talento para aportar nuevas panorámicas a una nutrida tradición de pensamiento sobre la mexicanidad (Ramos-Reyes-Paz-etc-Bartra), el tijuanense fundamentó sus principales tesis en una especie de realismo mágico sobre las culturas indias. Fernando Escalante Gonzalbo, quien tiene la capacidad de síntesis de la que carezco, lo explicó en un artículo que tituló “Charlatanes”:

Esa es la raíz de nuestros problemas: “El mexicano sabe que ese proyecto quedó inconcluso. Algo le dice, en su interior, que el proyecto debe ser terminado”. Si usted no lo sabe, si no tenía ni idea del proyecto, si nada en su interior le dice que deba ser terminado, mejor disimule. Y verifique los datos de su pasaporte. Es muy fácil de entender: “el antiguo mexicano estaba dentro de una psique —un cuerpo psíquico matriz— que lo nutría para modificar su forma actual. El mexicano antiguo había entrado en contacto con ese cuerpo psíquico nutricio mediante una larga modificación de su estructura vital”. Hay pruebas: “sabemos que los mayas habían conocido veinte diferentes niveles de conciencia”. Los mayas, por supuesto, que también inventaron el cero. Eso ya lo sabía usted. Pero no me pregunte lo que son los “niveles de conciencia”, por favor. Seguro que su vecino sabe. O alguien. Heriberto Yépez, sin ir más lejos: “En un libro futuro explicaré con mayor detalle todo ese viaje interno, que es fascinante y complejo”.

Es imposible saber si esa palabrería es producto de un charlatán o de un paranoico, delirando honestamente. En cualquier caso, sería difícil meter más sandeces en quince páginas. Y la editorial —es Temas de Hoy, es decir, Planeta— lo sabe muy bien. En eso consiste la libertad de expresión: si hay algún idiota que se lo crea, peor para él.

Idealiza el sacrificio humano porque apuntaba hacia el mejoramiento del ser. Todas las sociedades, hasta donde yo sé, han ejercido cualquier variedad de prácticas y rituales para el mejoramiento del ser, al menos en teoría, eso no significa que sean seres evolucionados. “El sacrificio del hombre al Sol era un mensaje (conocimiento) acerca de cómo asciende el ser humano de nivel de conciencia”. Lástima que el pobrecito descorazonado (literalmente) no viviera para experimentarlo. Dice que cuando una cultura deja de cambiar es en realidad una poscultura, los reinados prehispánicos no atravesaron tantos cambios como el México de los últimos doscientos años, ni hablar de la humanidad en los últimos quinientos, a pesar de la dictadura del PRI y ciertos aspectos de nuestro ser (la hueva no se crea ni se destruye, sólo se transforma). Esto a propósito de que nosotros hemos caído en costumbres. Los aztecas no, por supuesto, ellos vivieron cientos de años de cambio vertiginoso, nunca se aferraron a creencias fantasiosas, no necesitaban de tantas ciencias porque su conocimiento era integrado, al mismo tiempo eran politeístas porque podían fragmentar a sus divinidades en valores. Nosotros, es decir los viejos mexicanos, hemos dejado de generar prácticas y símbolos, sentimos vergüenza de nuestro cuerpo y somos tontos por voluntad. Como teología es muy cursi. Se la creerán acaso el vocalista de Zoe y los tamborileros, una especia de tribu urbana del sureste que tiene algunos seguidores de las profecías mayas, procuran residir por temporadas en la selva de Palenque, consumen hongos y otras drogas, “están fuera del sistema”, algunos inclusive se mutilan el cuerpo y el rostro a la antigüita. No me parecen más evolucionados que cualquier skato o reguetonero. El libro cae en manipulación emocional y de la información.

En el año del bicentenario, teniendo talento para aportar nuevas panorámicas a una nutrida tradición de pensamiento sobre la mexicanidad (Ramos-Reyes-Paz-etc-Bartra), el tijuanense fundamentó sus principales tesis en una especie de realismo mágico sobre las culturas indias.

Deja en claro que le interesa retomar “lo que los antiguos mexicanos sabían para aplicarlo hoy”. La omisión más absurda es que en todo el libro Heriberto Yépez hace una variedad de interpretaciones new-age sobre la cultura maya, pero en ningún momento menciona el auto de fe en Maní. Es clave para entender el proyecto interrumpido de conciencia al que tanto se refiere. Me refiero al episodio en que fray Diego de Landa establece un tribunal de la inquisición en Yucatán y quema más de cinco mil códices y objetos sagrados. ¿Cuántos códices sobrevivieron? Tres y fracción. ¿En ello encontraremos las bases para renovarnos como mexicanos? La mayoría de los documentos escritos más valiosos que nos heredó la cultura maya pasa por el filtro del tintero español.

Su retórica envuelve hasta que de pronto nos damos cuenta de que acaba de tomarse decenas de páginas para explicar que el ser mexicano proviene del español, el gringo y las culturas prehispánicas, o que se tomó un libro para olvidar que en México existen mil Méxicos y que la sociología es más eficiente con un grupo reducido, relativamente homogéneo, de estudio.

Al escribir elegimos darle cierto peso a cada palabra, hay quien dispara cada línea y quien se toma una novela entera para apuntar. La oscuridad teorética, la terminología fantástica y los neologismos adornan el pensamiento y le ofrecen al autor cierta impunidad ante la sanción lógica, comenta Christopher Domínguez. Es lo que de manera cursi se conoce como un polígrafo, afirma Evodio Escalante. Yo creo que le encantan los prefijos, ahí te va un pos, un anti, un neo, bang, toma, ¡zócatelas!, ahí te va un concepto neoneo pospos. Como teórico obsesionado con la generación de nuevos conceptos, ha fracasado. ¿Cuántos pueden servirle a un estudioso de la literatura que no sea él mismo? Quizás sólo los escriba para él, pero… ¿retroauras? ¿predictadores? ¿pacentrismo? A veces Yépez elige edificar su argumento a partir de la deconstrucción de una palabra, Derrida tijuaneado, pero no con la paciencia y claridad de Zaid, sino enmarañándola a su conveniencia.

Amarillismo intelectual. De pronto tiranismo tiranetismo. La polivalencia nos hará libres. Me parece que hay ciertas trampas en la construcción de sus argumentos, y esos recursos también se pueden encontrar en muchas de sus columnas. Le gusta, por ejemplo, pronunciar y desarrollar comparaciones exageradas, no escatima al poner en una misma oración a Fernando Vallejo y Marcial Maciel o Ernesto Sábato y Vicente Fernández. A veces utiliza profecías para validar ideas descabelladas, dando por sentado que el futuro le dará la razón. La filosofía debe ser provocadora, pero la provocación debe ser mortal. De nada sirve dejarlo cojeando. Por momentos inclusive es conspiracionista. Usa, casi como si fueran preposiciones, frases superlativas: no comprendo la insistencia en querer encajonar autores, libros, corrientes, como el más/mejor/único __________. Me desagrada que se quiera anticipar al lector, pero sobre todo cuando es autorreferencial y arrogante: esta idea te va a molestar o no la vas a entender o va a causar polémica. “Confía en tu lector”, es uno de los mejores consejos que me han dado. Para alguien que cree en el potencial ilimitado del mexicano y quiere guiarlo, Yépez tiene poca confianza en sus lectores.

Es curioso que en algún punto del libro “una vez que el mexicano se dio cuenta de esta variedad de evasión se hizo adicto a la industria de la risa”, y en la portada “una obra de superación nacional para reír y pensar”.

Por supuesto que también existen momentos de lucidez en La increíble hazaña... Al ser mexicano de hoy le hace más daño la televisión que la conquista. Atinado fue el análisis de los contenidos mediáticos y cómo sirven para fijar valores, evitando que cambiemos. “La industria del entretenimiento mexicana, para mantener la vieja forma de pensar, elabora productos en que certifica que, excepto el amor, ninguna empresa es realmente importante, pues aunque a todo se lo lleve la chingada, el amor siempre nos rescata”. Esa crítica al amor, que se extiende en otros capítulos, es absolutamente necesaria. ¿Qué estás pensando?, la gran pregunta de Facebook para la humanidad. Hubiera preferido no saber la respuesta. Estudiando el muro del mexicano promedio, sobre todo los jóvenes, podemos notar que el amor o más bien, tener o no pareja, follar o no, es la principal preocupación de muchos y evita que desarrollen otras facetas tan cardinales de su ser que eventualmente, valga la ironía, los hará amar mejor.

Llama la atención que de todo el trasfondo teórico vanguardista que puede tener Yépez, los instantes más finos del libro se cimientan en el psicoanálisis, una escuela centenaria que está tan cerca de la ciencia como de la creación literaria.

Llama la atención que de todo el trasfondo teórico vanguardista que puede tener Yépez, los instantes más finos del libro se cimientan en el psicoanálisis, una escuela centenaria que está tan cerca de la ciencia como de la creación literaria. Su estudio de roles es agudo y vale la pena destacarlo. “Incluso cuando el cuerpo físico del padre está ahí, muchas veces no lo está su cuerpo intelectual o su cuerpo emocional”. “En el fondo lo que la madre mexicana está haciendo es olvidarse de sí misma, volverse irresponsable de su propia existencia./ Y ésa es la educación real, profunda que da a su hijo o hija: como yo, tú vives para otros, vivir para ti mismo sería egoísta, no sería tan hermoso como hacer lo que yo hice: vivir para ti, vivir para otros”. Destaco su disección de la inseguridad y la violencia nacional a partir del análisis de la educación que reciben tantos niños en nuestro país. “La violencia se produce porque al niño no se le dieron los caminos (internos o externos) para entender y resolver su propia vida.” “La violencia, pues, es la manifestación de un bajo desarrollo emocional.” Concuerdo y me parece urgente incorporar terapéuticos en las escuelas. ¿Dónde firmo? Por otro lado, trata a su lector como si desde un panóptico lo observara en su diván.

Cualquiera puede tener un mal año, pero me consternan tres asuntos. El primero, que prometiera sacar un libro donde explicara lo de las veinte conciencias. El segundo, su poca receptividad a la crítica. Cuando Heriberto publicó un post sobre su nominación como lo peor de 2010 revelé mi identidad para no perjudicar a otros colaboradores de Replicante y advertí que escribiría este texto porque el comentario estaba sujeto a los lineamientos de una lista; era injusto porque no expresaba lo importante que fue para mí leerlo en otro momento y lo mucho que me había disgustado de un libro que peca, ante todo, de soberbia intelectual. Eso llevó a un intercambio con Yépez, público y privado en el cual desestimó de antemano esta columna, en los siguientes términos: “ni tú, ni nadie me puede exigir nada”, “creo que te estás colgando de mi obra para aumentar tus ratings”, “ubícate, no soy tu subordinado, no creas que publicar en Replicante te da derechos plenipotenciarios”, “es como una persona criticando a un albañil sin saber nada de albañilería”, “esa incongruencia tremenda”, “censores, censores que ni siquiera se dan cuenta que lo son”, “el absurdo de eso que Replicante está haciendo”, “la siguiente vez que me veas, al menos se congruente con tus opiniones, te voy a contar cuántos segundos puedes hablarme mirándome a los ojos sin que se te quiebre la voz”, “ojalá le bajes a tu ego y te des cuenta la mamadota que estás haciendo”.

Pues no. Yépez es el autor mexicano que más he leído en los últimos cinco años. Lo único con lo que he sido disciplinado en esta vida es la escritura y considero que son suficientes razones para emitir una opinión sobre su libro. Si quisiera que me leyeran habría mejores temas para aumentar mi rating. No es censura. No te exijo a ti, sino a tus ideas y escribo cada palabra sobre ti y tu obra mirándote a los ojos. No me lo tomo personal, no me ofende, me parecería igual de llamativo si se lo hubiera dicho a alguien más o si cualquier otro autor nacional lo hubiese escrito. Si no me pareciera sintomático de una arrogancia que lo limita, no lo traería a colación. “Habría crítica literaria en México si hacerse el ofendido no fuese el truco ideal para abandonar los debates”, escribió hace unos meses. Me desconcierta que un autor que se le ha lanzado a la yugular a tantos artistas mexicanos se muestre tan cerrado a la crítica y creo que se refleja en la prepotencia de su prosa.

El tercero, la sobrepublicación. Ningún escritor mexicano lanza tantas ideas al papel como Heriberto. Es polarizante, de los pocos que sobresalen entre una muchedumbre de ensayistas nacionales que a lo mucho producen indiferencia. De mantener este compás podría terminar con cien libros. Su currículo podría incluir: ensayista bilingüe, poeta bilingüe, narrador bilingüe, teórico, filósofo, psicólogo, sociólogo, politólogo, antropólogo, catedrático, crítico literario, crítico de arte, gestor cultural, artista transmediático, traductor, pionero del blog. Eso así es, lo escribo tal cual, sin querer apresurarme a un juicio. Ha ganado más de una docena de premios nacionales. Es más, ¿algún otro autor mexicano ganó más concursando en la última década? ¿Cuántos lo hicieron en dos géneros? ¿Cuántos en más de una ocasión? Más allá del chisme ocasional, esos premios no los regalan. Estos datos lo validan como un escritor prolífico, con una obra de calidad. Sin embargo, no puedo evitar este presentimiento…

La industria editorial se ha potenciado infinitamente, los avances tecnológicos, la alfabetización, las demandas de artistas berrinchudos, la globalización y sobre todo el crecimiento poblacional, han permitido que se impriman y se lean millones de libros más al año; las publicaciones de medios virtuales, los blogs y en mi opinión Facebook y Twitter, son espacios editoriales. Mucha tentación para el que pueda tenerlos.

Sé que Jack Kerouac escribió On the road en tres semanas y lo mismo hizo Bergman en siete días con el guión de Persona. No puedo olvidar aquella anécdota de Joyce y Beckett charlando tras largas jornadas de escritura, ¿y cuánto avanzaste hoy?, dos líneas, ¿y tú?, casi termino una oración, luego ambos se felicitaban efusivamente. Tampoco puedo excluir mi propia experiencia, escuchar las palabras rechinando en cada párrafo. Está claro que Yépez tiene otro ritmo de pensamiento, se siente en la respiración de su prosa, posee una inteligencia literaria privilegiada. Sin embargo, ese frenetismo también juega en su contra, no se puede librar y ganar todas las batallas. Hace algunas semanas entrevisté a Martín Solares sobre el acto de escribir, una de sus reflexiones que empaco para el camino es que la prisa es uno de los peores enemigos del escritor. Yépez tiene prisa para reinventar la crítica, renovar el ensayo, descifrar al mexicano. Y sobre todo, tiene prisa para volver a nacer, y algunas de sus reencarnaciones son prematuras, fetos con facciones de lo que pudo ser un niño alado.

Yépez tiene prisa para reinventar la crítica, renovar el ensayo, descifrar al mexicano. Y sobre todo, tiene prisa para volver a nacer, y algunas de sus reencarnaciones son prematuras, fetos con facciones de lo que pudo ser un niño alado.

Su escritura es difícil de ubicar. Misión cumplida para él. Desafortunadamente para su lucha por indefinirse, paralelamente se ha vuelto una figura pública. Le van a dibujar su caricatura. Ahora lo espera una turbamulta de periodistas cuando sale a presentar un libro. Miles lo siguen en las redes sociales listos para morbosear su próxima opinión. Tiene a su disponibilidad espacios en las mejores revistas nacionales, uno de sus principales diarios y la editorial que elija. Y por como escribe, siempre debe tener una idea nueva, radical. Seguro irá aumentando su sala de trofeos. Sus libros encontrarán muchas reseñas complacientes. Sus opiniones sobre literatura, arte y política serán de consulta popular. Ya no puede proyectarse como un marginado, paranoiquear con que no estamos listos para sus ideas o estamos en su contra o es demasiado experimental para la literatura mexicana. Además, Tijuana se ha vuelto uno de los centros de este país. Tiene nuestra atención. ¿Qué dirá ahora?

Su propuesta desculturizadora, desidentitaria, es una utopía pacheca. Todos somos maldecidos y bendecidos con patria, familia, decisión, casualidad. No existen pasos para ser mejor. Responder cómo sería un ser nacido más allá de cualquier cultura o capaz de desprenderse de ella le corresponde más a la ciencia ficción que a un ensayo sobre un país en crisis, con serios problemas que demandan reflexiones realistas. Es común desechar opiniones y teorías asegurando que se trata de una visión distorsionada de la realidad, segada por miedos y fantasías. Aplíquese otra vez para el Yépez mitificador del 2010.

Alguna vez la poesía tuvo que torcerle el cuello al cisne, el ensayo mexicano del siglo XXI debe enseñar al centauro a ponerse zapatos, caminar en dos patas y salir de la fantasía para entrar en la realidad. ®

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Publicado en: Enero 2011, Todos los puentes quemados

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