Cosío Villegas no tuvo doctorado. ¿Y qué importa? ¿A quién le importa? ¿A qué tipo de académico le parece un dato relevante? Después de todo, ¿quién recuerda negativamente eso? ¿El título se lega? El legado de este heterodoxo son sus libros.
Al “Profesor Diva”, con especial gratitud.
Muchas de las más grandes carreras intelectuales y académicas han tenidos rutas “extrañas”, no han seguido los caminos que tantos creen normales, obligatorios, inevitables e insuperables. Desde la Antigüedad hasta nuestros días la heterodoxia está presente. Divergencias y rarezas vivas en grado tal que la rareza no resulta demasiado rara… La historia de lo mejor de las ciencias y humanidades —como la de la literatura y el periodismo— es plural, diversa, ni unidimensional ni lineal, y su lección es pluralista y meritocrática: defender y fomentar la diversidad al ser fuente —probada y mayor— de los méritos que deben ser el fin.1
No es lo mismo estudiar y conocer la historia que defenderla y protegerla porque sí. Como la he estudiado, la conozco y sé que es buena y mejor que el academicismo, defiendo una parte de la historia de la creación intelectual, dentro y fuera de lo que se llame academia (dentro y fuera de la cual, además, he experimentado). Es la parte no ortodoxa, con componentes varios, de matizados a esencialmente distintos, de raros a muy raros. Lo ortodoxo contemporáneo, sobre todo bajo la óptica formalista y burocrática, serían las titulaciones máximas y las posiciones laborales típicas como fines dentro de organizaciones llamadas universidades. Lo heterodoxo tiene otros fines y sus medios no necesariamente son ésos —o necesariamente no se reducen a ellos.
Lo ortodoxo contemporáneo, sobre todo bajo la óptica formalista y burocrática, serían las titulaciones máximas y las posiciones laborales típicas como fines dentro de organizaciones llamadas universidades.
En otras palabras, hay que estar abiertos a la heterodoxia. Por meritocracia, con base en la historia real de los méritos académicos e intelectuales y buscando tales méritos, se está abierto a la heterodoxia. Y ésta, con su libertad y diferencias, conduce o produce méritos. Creatividades, creaciones, conocimientos, consolidaciones, progresos. Con o sin formalidades académicas o “universitarias”, con o sin títulos, dentro y fuera de las ciencias, no sólo en el trabajo literario. Múltiples combinaciones empíricas, es lo que hay.
Así: evidencia histórica combinada como ésta:
—No sólo Platón fundó su Academia a los cuarenta años sino que Max Horkheimer y Theodor Adorno fundaron para su propio trabajo el Instituto de Investigación Social de Frankfurt, y Hermann Keyserling fundó su propia escuela, como muchos otros, incluyendo a Ortega y Gasset.
—Immanuel Kant fracasó en obtener la cátedra de Lógica y Metafísica en la Universidad de Königsberg, cátedra que recibió hasta 1770, a los cuarenta y seis años, quince después de haberlo intentado. Una pregunta resume: ¿quién obtuvo esa cátedra en 1755 por encima de Kant? ¿Cuántos académicos del mundo actual podrían saber ese nombre y cuántos podrían no haber oído al menos el nombre de Kant? Y no sólo es él: otro grande del pensamiento universal, David Hume, intentó obtener una cátedra de Ética en la Universidad de Edimburgo y no lo logró. Nunca. Tanto Kant como Hume tenían grados académicos. Algo similar le ocurrió a Auguste Comte. Uno más de ese nivel que contribuyó desde fuera de la universidad: Thomas Hobbes.
—En el siglo XX, Milton Humason en astronomía y Vivien Thomas en medicina hicieron aportes a la investigación y la técnica respectiva sin tener títulos y desde posiciones de asistentes. Richard Leaky contribuyó a la paleontología sin título y sin ser profesor ni asistente en una universidad.
—El biólogo Santiago Ramón y Cajal se doctoró después de cumplir los cincuenta años. El célebre Cajal fue ganador del premio Nobel, es el máximo científico de la historia española y su figura y obra siguen importando. Svante August Arrhenius se doctoró joven pero su tesis fue maltratada, apenas aprobada, con las más bajas calificaciones (entre las aprobatorias). Esa tesis era la teoría de la disociación iónica —electrolisis—, clave en la historia de la disciplina química. ¿Quiénes son los maltratadores de Arrhenius? Él recibió un merecido premio Nobel.
—Así como algunos se doctoran “a la Arrhenius”, otros se doctoran “con las más altas calificaciones” y no aportan nada, y otros nunca se doctoran. Es el caso de Freeman Dyson en física (licenciatura), de Derek Parfit en filosofía (maestría) y Alonso Lujambio en politología (maestría). Son sólo tres ejemplos de décadas recientes entre muchos más a lo largo del tiempo.
Silva Herzog no estudió la licenciatura en economía, hacía estudios de la realidad económica, era economista sin título, por perspectiva y trabajo; no empezó a ser economista y estudiar las economías cuando lo titularon —eso ya lo era y ya lo hacía.
—Otros obtuvieron algún título pero del modo más inimaginable para los ignorantes históricos: Jane Goodall se convirtió formalmente en doctora pero después de ser aceptada en Cambridge como estudiante de doctorado sin tener maestría ni licenciatura. Eso por justa y visionaria recomendación de Louis Leaky, padre del mencionado Richard. Lo que importó en el caso de Goodall fue la investigación y sus resultados. Como debe ser. Otro caso es el de Jesús Silva Herzog, a quien le fue otorgado un título de economista porque, siendo economista en los hechos, la UNAM quiso que dirigiera su Escuela de Economía. Silva Herzog no estudió la licenciatura en economía, hacía estudios de la realidad económica, era economista sin título, por perspectiva y trabajo; no empezó a ser economista y estudiar las economías cuando lo titularon —eso ya lo era y ya lo hacía.
—Y otros más, como los arriba mencionados Humason y Thomas, no tuvieron ningún título académico. Ninguno. John Stuart Mill es uno de los mejores ejemplos: nunca fue alumno de universidad ni de ninguna otra escuela normal y legal, pues fue educado por su padre James y por sí mismo. Stuart Mill es fundamental en lógica y filosofía liberal.
¿Algo sobre literatura y periodismo? Con gusto, unos cuantos ejemplos mexicanos: Julio Scherer no tenía título de periodista, ni licenciatura en “ciencias de la comunicación”. Visto desde el reduccionismo titulero, Octavio Paz sólo fue un bachiller. Pero visto desde la mínima sensatez: poeta y escritor enorme. Juan José Arreola y Luis Spota no se graduaron… de la primaria. Arreola fue, sin embargo, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Si se piensa en méritos y conocimientos literarios transmisibles, ¿por qué no debía serlo?2 ¿Y Juan Rulfo? Sin títulos —nomás con Pedro Páramo…
Juan José Arreola y Luis Spota no se graduaron… de la primaria. Arreola fue, sin embargo, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Si se piensa en méritos y conocimientos literarios transmisibles, ¿por qué no debía serlo?2 ¿Y Juan Rulfo? Sin títulos —nomás con Pedro Páramo…
Cierro la sustanciación histórica del argumento con Daniel Cosío Villegas, uno de los intelectuales y académicos que más admiro. Don Daniel fue un gran heterodoxo. Hizo estudios de ingeniería topográfica, que abandonó, para convertirse en abogado. Con y sin título de abogado dio clases de filosofía, sociología y derecho. Luego hizo estudios de economía en Harvard, la Universidad de Wisconsin en Madison y Cornell, sin obtener un título. Pero trabajó muchos años como economista, afuera y adentro de la academia (véanse sus Memorias publicadas en 1976). Y sus contribuciones intelectuales máximas —entre las muchas que hizo en muchos campos profesionales o prácticos— son trabajos académicos en historiografía y politología, de las que no poseía ningún título. Tuvo y tiene Obra de historiador y politólogo sin haber tenido título de historiador ni politólogo. Eso era.
Cosío Villegas, por obras como El sistema político mexicano, La sucesión presidencial y El estilo personal de gobernar fue politólogo, como fue historiador por obras como la Historia moderna de México, mientras que muchos otros no son ni historiadores ni politólogos aunque crean y digan eso por el simple hecho de un título.
No resisto insistir, hoy que se cree que ser politólogo es hablar de política en la tele y en Twitter o el efecto necesario y automático de tramitar uno o más papeles que digan que se es —aunque no se practique—: Cosío Villegas, por obras como El sistema político mexicano, La sucesión presidencial y El estilo personal de gobernar fue politólogo, como fue historiador por obras como la Historia moderna de México, mientras que muchos otros no son ni historiadores ni politólogos aunque crean y digan eso por el simple hecho de un título. Tienen ese papelito, no los otros papeles, es decir, no tienen la Obra, porque no hacen lo que tienen que hacer un historiador y un politólogo para serlo, así que ellos no lo son. Otros sí lo son, por lo que han hecho y hacen, tengan o no tengan título.
Cosío Villegas, además, no tuvo doctorado. ¿Y qué importa? ¿A quién le importa? ¿A qué tipo de académico le parece un dato relevante? Después de todo, ¿quién recuerda negativamente eso? ¿Eso (el título) se lega? El legado de Cosío Villegas son sus libros —y el Fondo de Cultura Económica, y El Colegio de México, y los centros y las revistas del Colegio—, no un diploma. Si tu legado intelectual sería la mención de un diploma, no tienes ni tendrás legado. Nadie te recordará como intelectual. Como nadie sabe o nadie recuerda si alguna vez lo supo —excepción hecha de quienes investigamos eso como parte de algo más— si el poeta Jaime Torres Bodet tuvo título de abogado y el escritorazo Martín Luis Guzmán no lo tenía de nada. A final de cuentas, Torres Bodet no fue abogado, fue poeta, y Guzmán seguirá siendo uno de los mejores escritores de la historia mexicana. Esa historia cuyas dimensiones política y económica investigó, pensó, criticó y difundió como pocos, tanto en cantidad como en calidad, un no doctor y no historiador titulado: El Maestro Daniel Cosío Villegas. Esto es lo que importa. Esto es lo que queda.
Remato hacia el hoy: Benedetto Croce, el más grande filósofo italiano desde el Renacimiento hasta mediados del siglo XX y ministro de Educación de Italia, nunca terminó sus estudios universitarios, pero John Ackerman tiene dos doctorados, uno en derecho y otro en ciencia política y desde hace años no es politólogo y nunca fue jurista. Doctorado dos veces, Ackerman no es doctor ni una vez; sólo es dos cosas: un grillo y un imbécil —es una conclusión absolutamente seria, demostrada y justa.
John Ackerman tiene dos doctorados, uno en derecho y otro en ciencia política y desde hace años no es politólogo y nunca fue jurista. Doctorado dos veces, Ackerman no es doctor ni una vez; sólo es dos cosas: un grillo y un imbécil
Ésa es la otra cara de la moneda académica, las toneladas de licenciados, maestros, doctores y dobles doctores como Ackerman que no trascendieron ni trascienden intelectualmente, que no trascenderán, que plagiaron y plagian, que maleducan, que solamente cumplen formalidades, aparentan y “se ganan la vida”. Jamás dije que todos son así, dije que no todos no lo son, por lo que digo y diré por hechos que muchos son así. Grandes cantidades internacionales de graduados universitarios son verdaderamente universitarios —exponentes del mosaico que es la cultura universal y mejor—, pero también grandes cantidades de orgullosos tenedores de título son mediocres, muy ignorantes, más soberbios, corruptos, indecentes, acosadores múltiples, delincuentes, banales, venales, antiuniversitarios y hasta idiotas. Otros son Donald Trump. ¡Hay “doctores honoris causa” como “Lord Molécula”! Titularse con tesis plagiadas es frecuente en México, y esos licenciados pueden llegar a presidentes, como Enrique Peña Nieto. AMLO posee un título que dice que es politólogo pero nada más lejano a este tipo de científico social que un político como él. Y puesto que ya apareció este mal gobernante que es un gobernante antiintelectual, recuerdo: relea la nota 1. Pero agrego: los excesos de superficialidad burocratizante, de ceremoniosa cerrazón o mamona insularidad, de ritos de iniciación y pertenencia, de distanciamiento social prepandémico, sí existen en este país, aunque no son todo, y han servido de pretexto para que demagogos ignorantes y obsesos con el poder y la obediencia, como López Obrador y algún gobernador, lleven las cosas hasta el otro extremo tanto en la retórica como en las intenciones de “reforma”.
Quienes defienden el formalismo, el academicismo, la reducción de los procesos académicos a procesos de titulación y reproducción gremial–laboral alrededor de títulos, falsean lo universitario, lo rebajan y abaratan, defienden la antimeritocracia, van contra el mérito y contra la libertad de la creatividad. Y no sirven a la mejor educación. Son uno de los tumores malignos de la organización universitaria. Son otros de sus enemigos.
Por consiguiente: si son o quieren ser verdaderas universidades todas deben tener, cuando menos y con perfecta claridad, cláusulas de excepción meritocrática: cláusulas para la aceptación de alumnos (de todos los niveles, pero sobre todo de maestría y doctorado) y contratación de colaboradores (profesores, investigadores y otros) en dependencia exclusiva de méritos individuales. Para personal académico eso significa poder contratar(se) con base exclusiva en la Obra, y por ello tomando en cuenta la práctica y experiencia relacionadas. Lo mismo deberían hacer organizaciones no académicas, como lo hace con congruencia e inteligencia Human Rights Watch.3 ®
Notas
1 Desde ya lo asiento: la reivindicación de las diferencias que hago pertenece al ámbito de referencia (no me refiero a todos y cualquiera sino al de la actividad intelectual), y en él debe mantenerse la lectura. Dado que el tema (y, repito, el ámbito) de este texto no es el de estructuras y reformas socioeconómicas, o todo lo relativo a las clases socioeconómicas y las posibilidades del Estado al respecto, nada se implica contra lo igualitario en términos de la izquierda. Defiendo diferencias individuales–intelectuales y la pluralidad académico–universitaria, no la desigualdad socioeconómica existente en países como México. Asimismo, las críticas que haré NO tienen equivalencia ni familiaridad con famosas posiciones del presidente López Obrador. Todo lector informado y pensante lo verá.
2 De las Memorias de Arreola: “A partir del seminario que me heredó [Agustín Yáñez], inicié mi carrera como maestro de esa escuela, que culminó cuando don Javier Barros Sierra me nombró maestro de tiempo completo por oposición, ya que el reglamento interno de la Facultad de Filosofía y Letras permite el ingreso de un profesor no titulado, como es mi caso que no tengo formación académica, por méritos personales; así reconocieron el valor de mi obra literaria y mi trabajo de años en la difusión cultural universitaria”. El último juglar. Memorias de Juan José Arreola, México: Diana, 1998, pp. 310–311.
3 La única excepción a la excepción está en la medicina.