En la medida en que los historiadores profesionales estemos dispuestos a mantener una conversación con el público en general, estaremos en una mejor posición para escribir libros que las editoriales comerciales quieran publicar y que los lectores quieran leer.
Luis Felipe Barrón Córdova (Estado de México, 1966) es el actual director de la división de historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), autor de los libros Historias de la Revolución mexicana [FCE, 2004] y Carranza. El último reformista porfiriano [Tusquets, 2009]. Habiendo obtenido la maestría y el doctorado en Historia en la Universidad de Chicago y la licenciatura en Economía en el ITAM, se incorporó a la división de historia del CIDE como profesor e investigador, además de ser miembro del Sistema Nacional de Investigadores con nivel I. Algunos títulos de artículos suyos, entre otros, son: “Conservadores liberales: El futuro del pasado” (Nexos, 2010), “Venustiano Carranza: un político porfiriano en la Revolución” (20/10 Memoria de las Revoluciones en México, 2009), “Los relámpagos críticos: la revolución de Jorge Ibargüengoitia” (Istor, 2008), “Fantasía y realidad: Villa y Zapata, historia y narrativa” (Istor, 2007), “De cómo la diplomacia sí evita las guerras: Henry P. Fletcher, embajador de Estados Unidos en México, 1917-1920” (Istor, 2003) y “Benjamin Constant and the Idea of a ‘Neutral Power’” (Politeia, Universidad Central de Venezuela, 2000). Ésta es la charla que sostuvimos con él.
—Asumió recientemente la dirección de la división de historia del CIDE, ¿podría ofrecer una evaluación general, en términos de las metas cumplidas?
—Recibí una división con mucha vida, conformada por un grupo de investigadores muy comprometidos con la enseñanza y con la divulgación de una historia hecha en la academia. También recibí, junto con la división, un reto muy importante, pues en el verano de 2012 ingresó al CIDE la primera generación de estudiantes para la maestría en Historia internacional. Sin duda, en poco más de diez años, la división de Historia se ha logrado posicionar como un grupo de investigadores líder, que publica en las mejores revistas y editoriales académicas pero que también ofrece una amplia gama de cursos, tanto a nivel licenciatura como de posgrado, de excepcional calidad.
La división de historia, sin abandonar su vocación por la investigación, debe afrontar el reto de admitir un creciente número de estudiantes a la maestría en historia internacional y prepararlos para contribuir a generar más y mejores oportunidades para todos.
—A la luz de la nueva administración federal, ¿cuáles serían los objetivos por cumplir y los retos que debe arrostrar la división de historia?
—Todos quienes participamos en los centros públicos de investigación adscritos al Conacyt debemos comprometernos con la generación de conocimiento relevante tanto para la formación de recursos humanos como para la generación de riqueza en el país. Además, debemos mantener, siempre, el objetivo de dar la oportunidad a estudiantes de bajos recursos para acceder a educación de nivel superior de naturaleza humanista y de altísima calidad, que les permita insertarse con éxito en el mercado de trabajo. La división de historia, sin abandonar su vocación por la investigación, debe afrontar el reto de admitir un creciente número de estudiantes a la maestría en historia internacional y prepararlos para contribuir a generar más y mejores oportunidades para todos.
—¿Cuáles son los planes futuros para la revista Istor, una de las publicaciones periódicas de más prestigio en historia en América Latina?
—La revista Istor debe mantener su vocación de transmitir el conocimiento generado en la academia a un público cada vez más amplio. Por eso, entre nuestros planes está seguir ampliando nuestro universo de lectores, y seguir ofreciendo al público una visión de México en relación con el mundo, y una visión del mundo en relación con México.
—¿La revista va a seguir como estaba o habrá cambios respecto a secciones, extensión de las colaboraciones, apertura a nuevos colaboradores?
—La revista seguirá siendo la misma, pues el interés de nuestros lectores nunca ha decaído y, definitivamente, Istor estará siempre abierta a nuevos colaboradores, siempre que mantengamos nuestro compromiso con la calidad.
—Sus campos de estudio e interés son historia política y social del México contemporáneo e historia intelectual de América Latina, ¿se halla preparando algún nuevo libro en estos terrenos o bien en otros?
Me parece que lo más importante es no insultar a los lectores pretendiendo privilegiar el lenguaje académico para darle una impresión de seriedad al texto. En la medida en que los historiadores profesionales estemos dispuestos a mantener una conversación con el público en general, estaremos en una mejor posición para escribir libros que las editoriales comerciales quieran publicar y que los lectores quieran leer.
—Actualmente estoy preparando un par de manuscritos. El primero tiene que ver con la política agraria de la Revolución entre 1915 y 1931. Espero poder demostrar que el reparto agrario siempre estuvo entre los objetivos de los gobiernos revolucionarios pero que, al principio, el ritmo del reparto fue tan lento, básicamente, por dos motivos: uno, que el aparato burocrático necesario para administrar el reparto tardó más de una década en construirse; el otro, que la Suprema Corte de Justicia, que fue mucho más autónoma de lo que la historiografía ha admitido, privilegió la protección de las garantías individuales sobre las sociales hasta la derogación de la ley agraria del 6 de enero en 1931. El otro libro tiene que ver con el paso del derecho natural al derecho positivo en la tradición jurídica mexicana, lo que tuvo, en definitiva, un impacto en la estabilidad política y social durante la segunda mitad del siglo XIX e incluso la Revolución mexicana.
—El libro sobre Carranza ha tenido buena acogida entre los lectores, ¿qué tipo de cosas debe procurar hacer un historiador de profesión cuando se dirige a un público más amplio?
—Me parece que lo más importante es no insultar a los lectores pretendiendo privilegiar el lenguaje académico para darle una impresión de seriedad al texto. En la medida en que los historiadores profesionales estemos dispuestos a mantener una conversación con el público en general, estaremos en una mejor posición para escribir libros que las editoriales comerciales quieran publicar y que los lectores quieran leer. Don Luis González y González decía que los historiadores hacemos novelas verdaderas. Me parece que cuando aceptemos que nuestros libros deben escribirse como novelas empezaremos a conversar con públicos más amplios. Siempre hay que recordar que la historia (con minúscula) también es literatura, y que la literatura es también uno de los medios por los que se puede dar a conocer la Historia (con mayúscula). ®