Poner en tela de juicio y cuestionarse acerca de lo verdadero, lo falso y lo ficticio es lo que se propuso hacer el historiador italiano Carlo Ginzburg (Turín, 1939) en su último trabajo.
No hay escisión más clara y profunda que la que existe entre relato y crónica. Las fronteras de la historia propiamente dicha y la mera fantasía son inamovibles para aquellos que pretenden esclarecer la realidad comprobable de un hecho. Este hecho llega al lector por medio de una serie de palabras, discursos, puntos de vista, contextos tantas veces no expresos. Poner en tela de juicio y cuestionarse acerca de lo verdadero, lo falso y lo ficticio es lo que se propuso hacer el historiador italiano Carlo Ginzburg (Turín, 1939) en su último trabajo; hijo de Leone Ginzburg, judío ruso, experto en la literatura de su país, y Natalia Ginzburg, nacida Levi, la gran escritora oriunda de Sicilia pero de una familia de judíos triestinos, ambos progenitores tuvieron una colaboración muy estrecha con la editorial Einaudi. Il filo e le traccie. Vero falso finto [Feltrinelli, 2006] es la más reciente obra de Carlo Ginzburg, en la que vuelve sobre algunos de sus libros anteriores y deja claro lo que entiende por microstoria e incluso ahonda sobre sus orígenes familiares, incluyendo la decisión de hacerse historiador. El subtítulo sin comas, Vero falso finto, recuerda la manera en que Italo Calvino acostumbraba colocar adjetivos en sucesión, haciendo eco de usos inveterados en la escritura del pretérito medieval e incluso romano. Vástago de una familia de literatos y editores (Leone Ginzburg fue de hecho cofundador de Einaudi), Carlo Ginzburg emprendió el vuelo desde un hogar donde se rendía particular veneración por Joyce, Proust, Musil y Primo Levi —éste e Italo Svevo fueron dos de los más conspicuos renovadores de la narrativa en lengua toscana. Ya Alessandro Manzoni en su ensayo Del romanzo storico e, in genere, de’ componenti misti di storia e d’invenzione, compuesto en la segunda mitad del siglo XIX, había disertado sobre la manera de volver más vívida, concreta, llena de detalles la historia, confiriéndole una articulación real desde la perspectiva de múltiples personajes, situaciones de interés y drama constructivo. Daniel Defoe en The Life and Strange Surprising Adventures of Robinson Crusoe of York, Mariner, Written by Himself (Londres, 1719) enfatizaba la importancia del relato que confería realidad a la historia. En La guerra y la paz Tolstói se había propuesto una empresa similar en torno de las incursiones napoleónicas en su nativa Rusia, concebidas en los detalles más nimios, sólo la visión de la totalidad de los personajes podía entregar la verdad histórica. Por el lado de los estudiosos e historiadores, Erich Auerbach en Mímesis. La representación de la realidad en la cultura occidental [FCE, 1950], junto con Ernst Gombrich y Hermann Strassburger, han puesto de relieve la importancia de la historia considerada género literario. Frente a una visión positivista, inclinada por las cifras que aportaban los sectores productivos de la economía y la crónica sumaria de los principales eventos políticos, en tiempos modernos o más bien posmodernos, se ha vuelto a una visión más literaria o si se quiere más humanística, en el sentido del Renacimiento, respecto de la labor del historiador, que no es ajena a las minucias que no se hallan estrictamente asentadas en documentos existentes pero que pueden deducirse en cambio analizando el contexto. Aquí los confines entre historia y antropología social o bien cultural se vuelven borrosos. Particularmente arduo es el campo para el historiador cuando tiene que fungir casi como jurista, en especial en los procesos inquisitoriales contra presuntos hechiceros, un tema que Ginzburg abordará en obras como Los benandanti. Brujería y cultos agrarios entre los siglos XVI y XVII (1966), Historia nocturna. Un desciframiento del aquelarre (1989) y El juez y el historiador. Acotaciones al margen del caso Sofri (1991), un acontecimiento más reciente, que prueba la artificialidad que algunas veces se da entre las disciplinas académicas de apariencia tan diversa como la historia y la antropología.
Tras haber pasado casi un decenio en el departamento de Historia de la Universidad de California en Los Ángeles el profesor Ginzburg regresó a la cuna de su alma máter, la ciudad de Pisa, célebre por ser centro de estudios clásicos, filología e historia medieval y renacentista, no directamente a la universidad donde se doctorara sino a la Scuola Normale Superiore en la cual ocupa la cátedra de Historia de las Culturas Europeas, después de un largo peregrinaje como profesor huésped en las universidades de Bolonia, Princeton, Harvard, Yale, el Warburg Institute de Londres y la École Pratique des Hautes Études en París. Carlo Ginzburg, al lado de Simona Cerrutti y Giovanni Levi, son los principales exponentes de la llamada escuela microhistórica italiana, activa a partir de la década de los ochenta, inaugurada dentro de la colección Microstorie de la editorial Einaudi. Ginzburg asevera que fue por boca de Giovanni Levi de quien primero escuchara el término microstoria. En su Traité de sociologie (1958) el gran Fernand Braudel había hecho referencia –en sentido más bien peyorativo– a la microhistoire, para él equivalente a la histoire événementielle, la historia de los grandes acontecimientos con fechas clave y grandes protagonistas más que nada en la arena política. Braudel reconocía, sin embargo, la singularidad del fait divers o hecho divergente con tal que éste exhibiera cierta regularidad, es decir, se repitiese, fuera recurrente. En el subtítulo de su obra más señera el historiador mexicano Luis González y González hacía uso del término, Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia (1968). Más tarde en dos ensayos, “El arte de la microhistoria” y “Teoría de la microhistoria”, González y González matizaría la esencia del concepto, distinta de lo que los franceses llaman petite histoire con mero valor de anécdota, los de lengua inglesa historia local y lo que Nietzsche denominó historia anticuaria o arqueológica. González y González sugirió una serie de expresiones equivalentes como historia matria, en oposición a historia patria, centrada en la familia, la tierra, el pueblo, e igualmente historia yin que, en la filosofía del tao, designa la mujer, la sabiduría de la tierra, la ternura, el dolor del parto, la insignificancia en el rango social.
En el caso de Ginzburg la influencia de autores conectados con la Escuela de Fráncfort, como Adorno, Simmel, Benjamin y Kracauer, es notable. La importancia de los detalles, la vida cotidiana, las mentalidades, la forma de abordar los eventos, sea desde una perspectiva amplia, extreme long shots, donde entraría la política, la economía, el discurso intelectual, o bien el acercamiento detallado al rostro de un personaje o al contorno de un objeto en particular (…)
Diez años antes un profesor de la Universidad de Berkeley, George R. Stewart, publicó Pickett’s Charge. A Microhistory of the Final Attack at Gettysburg, July 3, 1863 (1958). En este caso el término se justificaba por hacer referencia a un acontecimiento durante la Guerra Civil que se prolongaría unas quince horas en total y que fue decisivo para adjudicar la victoria a los confederados, dado el franco fracaso de la tentativa del general rebelde George Edward Pickett. Stewart especula acerca del posible éxito de la tentativa de Pickett; quizá los Estados Unidos no se habrían convertido en la potencia que emergería durante las dos guerras mundiales sino que se habrían confinado a una prosperidad colonial, semejante a la de la porción hispanoparlante del continente americano. Luis González y González, más que un evento aislado y todas sus posibles implicaciones, se propone el retrato de varias generaciones de su pueblo natal, una comunidad agraria, marginal, durante cuatro siglos de su evolución. Ginzburg afirma no obstante que, en su origen, la microstoria italiana se encuentra más próxima de la microhistoire francesa que la microhistory estadounidense o bien la microhistoria mexicana. Para justificar tal aseveración recurre a sus conocimientos de historia de la literatura. En Les fleurs bleues (1965) el gran escritor francés de vanguardia Raymond Queneau hace uso del término, acuñado por Braudel en analogía con microeconomía y microsociología, también en un sentido más bien negativo. Esta obra será vertida dos años después al italiano por Italo Calvino; por medio de éste Primo Levi se familiarizará con el término, como demuestra una cita de Il sistema periodico [Einaudi, 1975], una microstoria, la storia di un mestiere e delle sue sconfitte, vittorie e miserie. Como se sabe, el autor era primo de Giovanni Levi; de ahí procede el vocablo.
En principio resulta fácil caracterizar a la escuela microhistórica italiana como una reacción ante el funcionalismo estructural, el enfoque netamente francés de acercarse a la historia, tal y como quedó ejemplificado por Braudel y el paradigma de la revista Annales con historiadores como Marc Bloch y Lucien Febvre a la cabeza que, se supone, fue el tercer modelo, antes están por supuesto el positivismo cientificista del siglo XIX y la historia antigua con Heródoto como principal representante. Como ya Le Goff admitía en 1973, el foco de interés de los estudios históricos actuales lo constituyen la familia, el cuerpo humano, las relaciones entre géneros, los grupos por edades, las facciones dentro de grupos, el carisma de un individuo. Cosas insignificantes antes de la década de los setenta pero que han ido llenando las páginas de las principales revistas de historia moderna. Algunos de los títulos de los capolavori storici de Carlo Ginzburg, un judío que se ha sentido siempre cerca de los perseguidos y los proscritos, como él mismo declara, los cuales podrían servir para ilustrar el exotismo y la minucia de sus intereses, son El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI (1975), Ojazos de madera. Nueve reflexiones sobre la distancia (1998) y Ninguna isla es una isla: Cuatro visiones de la literatura inglesa desde una perspectiva mundial (2000). En el caso de Ginzburg la influencia de autores conectados con la Escuela de Fráncfort, como Adorno, Simmel, Benjamin y Kracauer, es notable. La importancia de los detalles, la vida cotidiana, las mentalidades, la forma de abordar los eventos, sea desde una perspectiva amplia, extreme long shots, donde entraría la política, la economía, el discurso intelectual, o bien el acercamiento detallado al rostro de un personaje o al contorno de un objeto en particular, close-ups, tomando la metáfora en empréstito del arte cinematográfico, cosa que hizo Siegfried Kracauer anticipándose de hecho al advenimiento de la micro y macrohistoria, todos estos elementos informados siempre de una visión de gran cultura y veneración por la tradición literaria occidental, en particular los aportes en la técnica narrativa realizados por Virginia Woolf, Robert Musil y James Joyce, haciendo casi obsoleta la concepción de un narrador omnisciente y permeando de franca subjetividad, de parcialidad y de idiosincrasia la visión de personajes, narradores externos o internos —en relación con la trama del relato— es algo que ha puesto de relieve Carlo Ginzburg. La postura rígida de Toynbee, que sólo privilegiaba las macroestructuras al abordar el estudio de la historia, se ve reemplazada en Kracauer por una dialéctica de niveles o law of levels, los planos amplios se complementan por medio de los acercamientos, puesto que la realidad es por esencia discontinua y heterogénea. ®