Hobsbawm, uno de los negacionistas del siglo XX

Entre Kronstadt y Katin: el apparatchik

En la Historia del siglo XX las masacres de Kronstadt y Katin simplemente no existen. En Kronstadt la comuna revolucionaria fue definitivamente aplastada por los bolcheviques y Katin fue la masacre fruto del pacto nazi-soviético.

Una víctima del genocidio en Darfur ordenado por Omar al-Bashir.

Una víctima del genocidio en Darfur ordenado por Omar al-Bashir.

En una entrevista el filósofo francés Alain Finkielkraut dice que Noam Chomsky, lejos de haber sido deshonrado por la negación del genocidio en Camboya de Pol-Pot, aumentó la venta de sus libros. Pudo así escribir Actos de agresión, donde, con Edward Said —que pinta un mundo árabe de pintorescas tiendas, sin dictadores ni represión— defiende a Al Bashir, que comenzó los procesos de limpieza étnica en los ochenta, para seguir su carrera de imposturas defendiendo a Fidel Castro y a Chávez hasta reunirse en Líbano con el carnicero líder de Hezbolá. El método de Chomsky consiste en igualar los hechos cometidos por las democracias con los sistemas totalitarios, negando que estos últimos sean tales.

Imagínese un historiador que diera cuenta de la historia argentina de las últimas décadas y al tratar de la dictadura militar omitiese a los miles de desaparecidos. Sería declarado cómplice de crímenes de lesa humanidad y se vería desprestigiado como historiador. Eric Hobsbawm fue más lejos.

En La tentación totalitaria Jean François Revel relata que cuando apareció en Francia la traducción de Archipiélago Gulag la revista de izquierda Le Nouvel Observateur publicó la noticia de que en Estados Unidos había sido censurada una obra de Chomsky que trataba de los crímenes de Estados Unidos en Vietnam. No había habido ninguna censura oficial ni estatal sobre Chomsky; un editor, probablemente de derecha, simplemente no quiso publicar su libro, lo que no significa que haya censura en Estados Unidos ni que los asesinatos de millones de personas en los campos de concentración soviético que narra Solyenitzin no hayan existido. La revista había preparado las cosas para que el lector creyera que Estados Unidos también era un “archipiélago”, como lo mostraba el efectista título elegido por Chomsky. En el ataque sistemático de Siria, Hezbolá y Hamas a Israel, Chomsky y otros intelectuales —John Berger, Saramago— contaron los hechos exactamente al revés de lo que habían ocurrido atribuyéndolos a una “fuente turca” que nunca apareció. Claude Lanzmann los refutó en Le Temps Modernes, pero todo el mundo tendió a creerle a los que viven alimentando las mentiras que demandan miles de consumidores contestatarios.

Hobsbawm a los 94 años, en 2011. Foto © Gaby Wood.

Hobsbawm a los 94 años, en 2011. Foto © Gaby Wood.

Imagínese un historiador que diera cuenta de la historia argentina de las últimas décadas y al tratar de la dictadura militar omitiese a los miles de desaparecidos. Sería declarado cómplice de crímenes de lesa humanidad y se vería desprestigiado como historiador. Eric Hobsbawm fue más lejos. En vano encontrarán en su Historia del siglo XX a Mengistu Hailé Mariam, dictador comunista de Etiopía que asesinó unas dos millones de personas. Nada. No existió. Tampoco los millones de muertos de los genocidios del comunismo, la ideología más criminal de la historia en número de víctimas, según escribió Cornelius Castoriadis. Pero Hobsbawm es celebrado como un modelo de probidad intelectual en la Argentina —no solamente ahí— y está en la base de la cultura que dio lugar al nacional-populismo.

Hobsbawm angeliza como pocos la Revolución de Octubre, que en realidad fue un golpe de Estado. Desconoce olímpicamente los análisis de León Poliakov y Jacques Baynac sobre el Terror Rojo de Lenin, que instauró las checas —comisiones extraordinarias— desde el primer día y organizó una eficiente máquina de matar.

En su Laboratoire de Catástrofe Géneral Maurice Dantec desliza unos párrafos sobre uno de los máximos negacionistas y delincuentes intelectuales del siglo XX. Y se queda corto: recientemente ha sido desmentido por el mismo Putin, quien, al abrirse los archivos tuvo que reconocer y ofrecer disculpas a Polonia por la masacre del Ejército Rojo en Katin, blanqueada por ese predicador del “comunismo con rostro humano”.

La obra de Hobsbawm fue continuada por el heredero de su cátedra, Ernesto Laclau, autor de La razón populista, un libro que al negar las instituciones republicanas le permite ser un fascista con fachada de izquierda, es decir, nacional-populista. Si de historiadores de izquierda se trata mejor lea El pasado de una ilusión, de François Furet, que aunque demoró unos años sus críticas a Stalin reconoce los más de veinte millones de asesinados, en su mayoría campesinos.

Un oficial polaco mutilado, colgado y empalado por el Ejército Rojo.

Un oficial polaco mutilado, colgado y empalado por el Ejército Rojo.

Hobsbawm angeliza como pocos la Revolución de Octubre, que en realidad fue un golpe de Estado. Desconoce olímpicamente los análisis de León Poliakov y Jacques Baynac sobre el Terror Rojo de Lenin, que instauró las checas —comisiones extraordinarias— desde el primer día y organizó una eficiente máquina de matar. Rosa Luxemburgo, que lo criticó duramente al anunciar las consecuencias de la abolición de la libertad de prensa, de los sindicatos y de todo elemento ajeno al partido que según Lenin había que exterminar, aparece solamente como una feminista y no como quien denunció la masacre de Kronstadt, llevada a cabo por Trotsky. Luxemburgo fue la última marxista, y desde su asesinato los herederos de esa lectura de Octubre multiplicarán los gulags. La carta de Óscar del Barco prueba que el leninismo sigue vigente y que la izquierda no ha renunciado a la dictadura del partido único ni tampoco a los fundamentos del leninismo de Stalin, donde se inventa al tercer mundo ante el imperialismo occidental. En la Historia del siglo XX las masacres de Kronstadt y Katin simplemente no existen. En Kronstadt la comuna revolucionaria fue definitivamente aplastada por los bolcheviques y Katin fue la masacre fruto del pacto nazi-soviético.

Lo que podemos llamar “ideología argentina” surge de una lectura totalmente arbitraria del siglo XX. Esto puede resumirlo Žižek, para quien el peor sistema de corte estalinista es mejor que una democracia liberal. No es difícil entender que no ha existido nunca una democracia sin capitalismo, aunque sí muchas formas de capitalismo sin democracia que optaron por este sistema para mejorar las condiciones de subsistencia de la población, como Vietnam y China. No hay mejor prueba del rotundo fracaso del comunismo. Lo curioso es que estas formas de mitomanía impiden criticar al capitalismo, y en la Argentina han dado a uno del peor tipo: el capitalismo prebendario y al Estado delictivo que lo acompaña. El nacional-populismo K es un capitalismo de ese tipo.

Maurice G. Dantec ha hecho un comentario contundente sobre el libro de Hobsbawm:

Última ofensiva estalinista-revisionista antes del fin de siglo: es, no cabe dudarlo, Le Monde Diplomatique que se libra a esta abyecta tentativa. Cierto Eric Hobsbawm, octogenario propagandista del “comunismo con rostro humano”, se libra, con el abrigo de la reputación de “serio” y con la objetividad de la revista de Ignacio Ramonet, Halimi y Petrella, a la más inmunda operación de trucaje histórico que en Francia ha visto el día luego de la época tan repudiada donde las ediciones sociales publicaban las obras del padre Jossif V. Dzhugashvili, de M. Jdanov o del “profesor” Jean Kanapa. El título de su libro es en sí un programa: La era de los extremos.

Me falta lugar, y una forma de decencia me prohíbe explicar a mi manera las perlas de esta obra, hojeada en una librería en una pequeña media hora; es toda una joyita de exposición. Para no citar sino un ejemplo, que creo de entrada sitúa el nivel de este enorme pensum ilegible (¡novecientas páginas de mentiras apretadamente escritas!), tengo que informar a los lectores que el periodo que ha transcurrido entre 1945 y 1973 es nada menos, según el cerebro reblandecido de este apparatchik-filosófico, ¡la edad de oro del siglo XX!

El Gulag, el bloqueo y el muro de Berlín, la sangrienta represión de Budapest, de Praga o de Varsovia, los delirios de Ceaucescu, de Kim Il Sung, de Castro o de Pol-Pot; el genocidio afgano, la Revolución Cultural en la China Popular, brevemente, este aniquilamiento, este aplastamiento planificado del pensamiento del cual Hobsbawm es hoy uno de los pesos pesados sobrevivientes, fue el efecto el grado de cumplimiento terminal de sus funestas ideologías, y encuentra un eco singular en nuestros jóvenes demócratas humanitarios que fumaban sin duda el primer porro cuando el Muro se desplomaba sobre la música de Pink Floyd, y que ahora lamentan no haber conocido los encantos del régimen de Eric Honecker.

Ucranianos asesinados en Kíev durante el Terror Rojo, 1919.

Ucranianos asesinados en Kíev durante el Terror Rojo, 1919.

Olvidemos a Hobsbawm, quien apoyó, como recordaba Christopher Hitchens, la invasión en 1939 del Ejército Rojo, como fruto del pacto Hitler-Stalin, a Finlandia y las sucesivas anexiones de Estonia, Letonia y Lituania, donde se practicó la limpieza étnica de decenas de miles de personas. Cuando cayó el Muro atacó la economía de mercado, convirtiéndose en una de las referencias de quienes apoyan el eje jurásico latinoamericano que se extiende de Cuba a Venezuela y contamina a los populismos afines. ®

Este artículo resultó de un comentario a “Guerra y paz en el siglo XXI”, de Ana María Vara, publicado en esta misma edición.

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Publicado en: Marzo 2014, Paisajes de guerra

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  1. Hernán Díaz Varela

    Hobsbawm, que se presenta como un autor de izquierda que, hipotéticamente, se correría de la «historia palaciega» para relevar una historia «de los pueblos», termina siendo -intencionadamente, claro- funcionaL a los intereses del pensamiento posmoderno. Nuevamente en la era de los extremos continúa con su saga de «eras», aparece una justificación del populismo plebiscitario latinoamericano kirchnerista y «bolivariano» como una suerte de nueva terza vía ante los «extremos», movimientos «de izquierda» herederos o de «juventudes maravillosas» que fueron formaciones especiales asesinas, o de un pasado independentista idealizado (mitologizado, casi).

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