Bajo la ciudad, de Christoph Hochhäusler, y Deseos culpables, de Steve McQueen, dos largometrajes que se valen de un hombre de negocios como protagonista, aunque el tratado del tema, la mirada de ambos directores, sea siempre y ante todo, personal.
Los grandes edificios de cristal de Frankfurt y Nueva York se enseñoran para dar cabida a los hombres de negocios. El uniforme diario son los trajes de diseñador con camisas blanquisimas y el cabello convenientemente corto. Dentro caminan hombres y mujeres (aunque claro, ellas son ornamentales), que esperan subir poco a poco en la muy marcada y vertical línea de ascenso. La imagen corresponde a un par de películas recientes: Bajo la ciudad (Unter dir die Stadt, 2010- Alemania), de Christoph Hochhäusler y Deseos culpables (Shame, Reino Unido-Canadá, 2011) de Steve McQueen.
Es curioso constatar que el tema de la sexualidad y la incomunicación en el tiempo del I-pad sean tratados casi de la misma forma en películas de cineastas y países que no necesariamente tienen una conexión directa, a excepción que se desarrollan en ciudades donde el comercio multinacional ha sentado sus reales. Lo cual nos lleva a pensar que el zeitgeist de este tiempo es la insatisfacción, el deseo de obtener más, la pérdida de las capacidades comunicacionales. El comprar desechar, el coleccionar y vivir en los mundos privados que deseaba Sony con sus nuevos walkman. Burbujas para estar aislados.
En ambas películas un hombre de negocios vive en el precario equilibrio de su mundo hasta que la incursión de una mujer lo hace romperlo. Roland Cordes, el personaje masculino de Bajo la ciudad es un banquero exitoso, –incluso es premiado como el mejor del año-. Cordes conoce de manera fortuita a la mujer de uno de sus subalternos y el deseo llega de inmediato. Abiertamente se lo dice: “quiero acostarme contigo”, lo que en verdad desea y la misma cinta confirma más adelante, es un poco de calor humano.
El yuppie protagonista de Shame, es un ejecutivo que divide su tiempo en sacar el trabajo cotidiano de su corporativo, buscar mujeres para tener sexo y masturbarse frente a la computadora. Es con la llegada intempestiva de su hermana, una yonqui y disparatada veinteañera, que deberá dejar de pensar en él y su satisfacción para hacerse cargo de una mujer que busca problemas para sentirse viva.
El primero intenta entender el contacto humano atestiguando como heroinómanos se inyectan dosis en un hediondo cuartucho. El segundo con una larga lista de prostitutas que llegan a su departamento. Ambos pertenecen a esa selecta comunidad que manejan con suficiencia la economía de lugares tan distantes como Yakarta e Indonesia desde la comodidad de sus lofts, mientras disfrutan el skyline de la ciudad.
Aunque ambos personajes viven en espirales, la de uno es descente y la otra es redentora. En ambos el dinero y el poder sirve para manipular y obtener satisfactores, pero no para calmar o desaparecer la angustia.
En Shame, el sexo se vuelve la única manera de poder trabar una relación con el otro. La carne, las secreciones y en casos extremos la violencia, le dan sus dosis de humanismo. En una escena límite, Brandon, el yuppi protagonista, luego de intentar contener la espiral de caída de su hermana, liga con una mujer en un bar. Sin embargo, la desconocida va acompañada. Brandon no se amilana. Frente al novio pelado a rape sigue contándole lo que le podría hacer a la mujer, desde mordisquearle los pezones hasta la sodomía. La respuesta es una golpiza que lo deja tirado en un callejón.
Cordes, el maduro hombre de negocios de Bajo la ciudad, sube y baja de la escalera de un edificio envejecido, buscando de manera enfermiza a la esposa de su empleado para intentar reconquistarla. Como un ciego, va confesando su verdadera vida e intentando conmover a la mujer, quien se esconde de él. Roland Cordes, con el otrora poder de dirigir los destinos financieros de países pequeños, se ve frágil y artificial en su traje negro, lanzando juramentos que llegan a producir risa.
Aunque ambos personajes viven en espirales, la de uno es descente y la otra es redentora. En ambos el dinero y el poder sirve para manipular y obtener satisfactores, pero no para calmar o desaparecer la angustia. Es curioso como en una sociedad donde el individualismo es premiado con el prestigio social, es al mismo tiempo castigado con el aislamiento. ®