Hugo Hiriart, invocación del asombro

Una ceremonia antisolemne

Más que un homenaje, fue una tertulia de afectos, de cariño creativo, ya que entre todos elaboraron un mural literario para decirle a Hugo que lo admiran y agradecen que esté entre nosotros. Ésos son los homenajes más significativos, cuando el protagonista está vivo.

En el antisolemne homenaje a Hugo Hiriart. Fotografía de Francisco Moreno.

Olvidé traer dinero para pagar el estacionamiento, pero con un argumento convincente logré que la chica de la caseta me permitiera el acceso al espacio que da a la Biblioteca Nacional. De ahí caminé sorteando charcos, escaleras de cemento y esculturas de metal. Pasé por el MUAC, la Sala Nezahualcóyotl y el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, en el extraordinario Centro Cultural Universitario. Había decenas de visitantes, actores, músicos y muchos jóvenes. Era 28 de septiembre, uno de los días de fiesta del Festival Cultural UNAM, y así, por fin, llegué a mi destino: la Sala Miguel Covarrubias.

Me habían dicho que llegara temprano, pero exageré y cuando arribé aún faltaban treinta minutos para que diera inicio el evento y aún no estaba permitida la entrada. Ejercí mis dotes histriónicas para que me dejaran entrar. Los organizadores del homenaje a Hugo Hiriart, el narrador, dramaturgo y guionista, estaban dando los últimos retoques, checaban su logística mientras yo tuve tiempo de recorrer la exposición de las obras de Hugo que se colocaron sobre mamparas en el lobby.

Marisa de León llegó corriendo, me saludó y se fue a hacer pruebas de sonido. Entré a la sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario y vi que Patricia Bernal conversaba con Antonio Castro, los saludé. Apostados en lugares estratégicos los camarógrafos veían sus celulares. Yo busqué un buen lugar, tres filas atrás de la primera. Un hombre con un fino sombrero fedora color café conversaba con Martín Solares. Me acerqué para saludar a Martín pero en ese momento se movió y fue entonces cuando pude ver de frente al hombre del sombrero que tenía una abundante barba blanca. Le estreché la mano con la certeza de que se trataba de Hugo Hiriart y él, con una irónica sonrisa me dijo: “No soy Hugo”. Me sentí fatal. Regresé a mi sitio.

Durante los escasos minutos que faltaban para comenzar el homenaje fueron llegando varios personajes que admiro y también otros que no tanto, pero eso no importa. Patricia, como buena anfitriona, iba y venía para atender los detalles y recibir a los invitados. Saludé a Arnaldo Coen, que bajaba los escalones laterales con dificultad, venía acompañado por Lourdes. Atrás de él llegaba Héctor Aguilar Camín con un atuendo de color azul marino y después venía Enrique Krauze. Junto al hombre del sombrero ya estaba otro alto con un abundante cabello cano, era el actor colombiano Germán Jaramillo.

Martín fungió como maestro de ceremonias, pero no ejerció ese rol de manera común. El evento fue de una sencillez familiar, y qué mejor que fuera así para un hombre de teatro que lo que menos tiene es formalidad, ni tampoco ese matiz que padece la burocracia rancia de los eventos del INBA o la rigidez de los protocolos

Hugo Hiriart, Martín Solares y Guillermo Sheridan. Fotografía de Francisco Moreno.

Acompañado por su familia y tomado de ambos brazos Hugo Hiriart bajaba las escaleras con dificultad. Los fotógrafos se apostaron para registrar la escena. Pude estrechar su mano y, finalmente, él se sentó en la segunda butaca de la primera fila.

Las puertas del foro se abrieron y el público ocupó las gradas que llenaron el primer bloque. Ángeles Mastretta llegó un poco tarde. Todos aquellos personajes se sentaron en la primera fila y conversaban mientras los fotógrafos de prensa se daban vuelo haciendo sus mejores tomas. Finalmente supe que el hombre del sombrero era Guillermo Sheridan, me acerqué por atrás y con mi mano sobre sus hombros me disculpé por mi confusión. Sólo me sonrió.

A mi siniestra estaba Martín y en la fila inmediata de abajo, Patricia. El evento empezó de manera muy peculiar, pues Solares subió al escenario. En un tono entre nervioso y satírico Martín fungió como maestro de ceremonias, pero no ejerció ese rol de manera común. El evento fue de una sencillez familiar, y qué mejor que fuera así para un hombre de teatro que lo que menos tiene es formalidad, ni tampoco ese matiz que padece la burocracia rancia de los eventos del INBA o la rigidez de los protocolos y largos discursos.

En el estrado la hermosa Rosa Beltrán leyó un texto bellísimo, de una prosa ligera, puntual y cálida. Sin alocuciones ceremoniales sus palabras cobijaron y colorearon el homenaje de afecto y riqueza literaria.

Solares nombró a cada uno de los invitados con breves y singulares apuntes, Antonio Castro, Aguilar Camín, Enrique Krauze, Germán Jaramillo, Ángeles Mastretta, Guillermo Sheridan y, al final, por ser el primero, Hugo Hiriart. Después le cedió la palabra a cada uno.

Tertulia de afectos. Fotografía de Francisco Moreno.

Sheridan destacó que Hiriart es un representante “de una tipología en particular que no abunda: la del heterodoxo mexicano”, esa “impúdica turba” de escritores “amigos del fragmento y el retazo que, por no saber a dónde quieren llegar, agitan las aguas con el remo de la duda y la acidez de su imaginación: la encomiable advocación de la anomalía”.

Krauze se preguntó ¿por qué resulta tan singular la escritura de Hiriart?, y él mismo se respondió diciendo que quizás se debía a su “inimitable gracia”, a su capacidad de crear un “universo distinto, enteramente al suyo”, o tal vez era porque Hiriart es un “escritor filosofante”; Sheridan destacó que Hiriart es un representante “de una tipología en particular que no abunda: la del heterodoxo mexicano”, esa “impúdica turba” de escritores “amigos del fragmento y el retazo que, por no saber a dónde quieren llegar, agitan las aguas con el remo de la duda y la acidez de su imaginación: la encomiable advocación de la anomalía”. Afirmó, con total acierto, que Hiriart parece vivir en una “perpetua ocurrencia”, “¿quién más podría poner en la misma página a Marsilio Ficino y a un carro de hot dogs?” Y Aguilar Camín completó la idea destacando la capacidad de Hugo de integrar mundos antitéticos y a partir de ello conformar su sello de elegancia. A su decir, descubre lo inesperado y verdadero a un tiempo y pasa “sin solución de continuidad de un orden de realidad a otro”. “Así es como nos invita a la sorpresa”, dijo.

Antonio Castro puso énfasis en que la presencia de Hiriart en el teatro puede definirse como una perpetua invocación al asombro, y él lo sabe bien, pues juntos han tramado incontables proyectos basados, como él señaló, en su idea de que “para mejorar la calidad del teatro se debe adelgazar el tamaño de la producción”. También habló de su gran pasión, de la libertad que se da al “no saber qué va a ocurrir, de dejarse afectar por el proceso y por los accidentes”.

Germán Jaramillo rememoró lo que significó para él encabezar El rey viejo, una versión libre que Hiriart hizo de El rey Lear de Shakespeare, la cual dirigió con su siempre extravagante estilo con el que es capaz de expresar todos sus pareceres.

Héctor Aguilar Camín sentenció: Hiriart “es un calígrafo de mano y de alma, escribe y dibuja al mismo tiempo, es nítido y complejo como el tejido de una telaraña. La verdad de su escritura y de su lectura está en el viaje, no en el punto de salida, ni en el de llegada; no en la trama de sus enigmas”.

«Hugo es un hombre sabio, de los que además son eruditos, semejante mezcla lo vuelve un escritor extraordinario. Eso tampoco le importa oírlo, ni lo cree, ni le preocupa. Es un escritor privado y silencioso, uno de esos tesoros que no se andan contando».

Y Ángeles Mastretta dijo que Hugo “va por el mundo con la paz de quien nombra lo inesperado y quien muchas veces, al tiempo que lo nombra, lo inventa. Hugo es un hombre sabio, de los que además son eruditos, semejante mezcla lo vuelve un escritor extraordinario. Eso tampoco le importa oírlo, ni lo cree, ni le preocupa. Es un escritor privado y silencioso, uno de esos tesoros que no se andan contando, que se leen en la noche a trozos y se celebran entre los elegidos sin mayor escándalo”.

Todos los textos que se leyeron fueron breves e íntimos, amorosos, pues. No era una ceremonia, tampoco fue propiamente un homenaje, sino más bien una tertulia de afectos, de cariño creativo, ya que entre todos elaboraron un bellísimo y vivo mural literario para decirle a Hugo que lo admiraban y agradecían que estuviera entre nosotros. Y sí, creo que esos son los homenajes más significativos, cuando el protagonista está vivo.

Sheridan, Hiriart. Fotografía de Francisco Moreno.

Para el cierre los personajes del escenario se levantaron y le regalaron a Hugo un gran aplauso. Les seguimos todos y, en un emotivo cierre, él levantó la mano y nos miró feliz. Lo estaba.

En el lobby la gran cantidad de invitados recorrió la exposición. Todos comieron galletas y bebieron café, se abrazaron unos y otros conversaban. Hugo posó a un lado de sus obras de arte. No era momento para largas charlas, sino para saludos y cálidos encuentros.

Me bebí dos vasos de café y comí hartas galletas; miré con placer a todos y pensé en Miriam Kaiser, pues fue gracias a ella y a Marisa de León que colaboré mínimamente en este evento para celebrar la vida de Hugo Hiriart, escritor prolijo, dramaturgo nato, artista del pincel, amigo sencillo y antisolemne.

Antes de retirarme acordé con Guita Schyfter, la mujer de Hugo, comer con ellos para que él me cuente cómo llegó a las artes visuales desde la dramaturgia o, al revés, ya me dirá. Espero verlos pronto.

Larga vida a Hugo Hiriart. ®

29 de septiembre de 2025.

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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