Inés Arredondo, narradora

Perturbadora colección de cuentos

Por fin han salido a la luz la colección completa de cuentos de una de las mentes más oscuras de la Generación de Medio Siglo. Como si faltara pretexto para re-visitar su obra, ahora no hay pretexto que valga.

Inés Arredondo

Inés Arredondo

Ya se habían reeditado los cuentos, al igual que los ensayos, en Obras completas [Siglo XXI Editores, 1989], volumen que vio la luz justo el año de la muerte de la escritora, quien llevaba ya una década postrada en una silla de ruedas, a resultas de varias intervenciones en la columna vertebral, entre cuyas secuelas se contaron depresiones nerviosas severas. Cuentos completos [FCE, 2011] comprende únicamente tres libros, escritos casi a un decenio de distancia cada uno: La señal [Era, 1965], Río subterráneo [Joaquín Mortiz, 1976] y Los espejos [Joaquín Mortiz, 1988]. El corpus cuentístico o más bien de relatos de Arredondo, una mujer que en una entrevista confesó que le hubiera gustado ser recordada como escritor, sin la atenuante o especificidad de lo femenino, presenta una extensión justa: no son demasiadas páginas ni pocas, considerando la brevedad connatural del cuento. Un matiz relevante es que si algo caracteriza la producción narrativa de Inés Arredondo es su libertad, seguir a discrimen la historia de su vida, ir recibiendo diversas influencias tanto de autores muertos como de colegas vivos, sin traicionar jamás sus propias raíces cuasi obsesiones (los ambientes rurales, las diferencias entre ricos y pobres, la mirada silenciosa pero que todo lo capta de sus personajes femeninos, la represión sexual y, finalmente, la tentativa de liberarse de toda atadura).

Más que cuentos, en el sentido estricto que el teórico y escritor argentino Ricardo Piglia quiere asignar a este género, muchas de las piezas son relatos y estampas, estructuras abiertas y de carácter poético; los primeros en ocasiones pueden cobrar un aliento singular y extenderse por decenas de páginas, ambientarse en una época histórica determinada o incluso revivir corrientes literarias en apariencia superadas como “Apunte gótico. “Los espejos”, retrato de dos generaciones, es la historia de un hombre casado con dos hermanas de belleza excepcional, una demasiado temeraria y muerta durante su segundo embarazo y la otra, idiota, incapacitada mentalmente, con la que el también desequilibrado protagonista pretende suplir a su predecesora. Con sendas engendra una hija. La mayor siente un odio cerval por la menor, aun sin saber que es su hermana de sangre, pues enfrenta un trauma mayúsculo a causa de los pecados de sus progenitores que ella proyecta en el otro de los productos. “Sombra entre sombra”, el último relato de Los espejos, muy en la vena de Georges Bataille, modelo de García Ponce, Elizondo e incluso Elena Garro, escenifica en una hacienda del norte el caso de un viejo rijoso, con claras tendencias sadomasoquistas, que compra a una joven y apetecible doncella, a quien termina no sólo martirizando para obtener placer sino hasta compartiendo y dejándosela en herencia a un amante suyo, un hombre joven de gran apostura. A diferencia de “Opus 123”, el tema de las preferencias alternativas se aborda sin condena moral, como una posibilidad más de exploración, pues en este relato dos excelentes tecladistas, el uno pianista y el otro organista, nacen en el mismo pueblo, son alumnos de la misma maestra, pero uno es un rico heredero mientras el otro es un pobretón, ambos son diferentes, demasiado blandos, y temidos como la peste. Buen cuidado tienen los suyos de que jamás toquen fondo en sus inclinaciones –ni entre sí ni con terceros– sometiéndolos a una inmisericorde vigilancia y autocastración.

En este punto surge una observación pertinente acerca del cuidado editorial y la revisión técnica que obviamente no han sido los necesarios en el caso de los libros de Arredondo, a pesar de que los cuentos hayan pasado ya por tres impresiones. Amiga cercana de Juan Vicente Melo, insigne crítico de música, es altamente improbable que se haya mantenido en contacto con él, sobre todo durante los últimos años de su vida; de otro modo, el colega y amigo le habría hecho de seguro una serie de señalamientos y observaciones a raíz de ciertas incoherencias en materia de música en las que incurre la autora como, refiriéndose a compositores de obras para órgano (Bach y Buxtehude específicamente), incluye “el Claro de luna de Schubert” (p. 296). Más tarde viene el plato fuerte de música, la Gran misa de Beethoven que, buen cuidado tiene de aclarar la autora, interpretará –en un arreglo y reducción para órgano– el músico pobretón, al que todos escucharán extasiados pero nadie de los del pueblo se enterará de que es uno de ellos, gracias a la mezquindad y odio contra los invertidos por parte del acaudalado padre del pianista.

La obra narrativa de Inés Arredondo destaca por varias notas: su absoluta fidelidad consigo misma como ser humano, venido al mundo en el noroeste de México, llegado a la gran urbe, estudiosa y crítica de la literatura; la exploración de diversas posibilidades en la manera de narrar una historia sin prejuicios estéticos o éticos de ninguna laya; hay algo profundamente sincero y humano en la visión de esta escritora; la economía de medios, que no excluye los desarrollos sugerentes (es raro que jamás haya concluido aunque sí comenzado una novela); la capacidad de ir incorporando nuevos hallazgos, fuera por lecturas de autores consagrados a quienes admiraba, como Pavese, Anne Catherine Porter, Katherine Mansfield, o bien cofrades escritores a quienes trató en persona (siendo García Ponce el principal de ellos, aunque también Huberto Batiz y José de la Colina, sin olvidar la impronta dejada en el léxico por su primer marido, el poeta hispanomexicano Tomás Segovia); el rasgo más sobresaliente de Arredondo es su carácter de auténtico creador, en el sentido de alguien que busca poner todos los medios anímicos y de conocimiento a su disposición para lograr exhibir una fibra universal, común a todos los hombres, algo velado y oculto en el interior de cada cual; el empeño de Inés Arredondo por agotar un filón de rico yacimiento, sin cejar en la empresa, es un ejemplo para cualquiera que se proponga hacer algo en el arte y en la vida. ®

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Publicado en: agosto 2013, Libros y autores

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