Al igual que no es insólito que alguien suba tomado para hablar en público, tampoco es algo fuera de lo común que en una lectura el poeta llore. No Gelman, sino en general, algún poeta, incluso los hay famosos por eso.
La inauguración del Salón de Poesía estuvo a cargo del argentino Juan Gelman. Previo a la hora anunciada —6 pm—, como suele ser habitual, afuera del denominado Salón VIP Tequila Herradura el panorama era desolador para algunos que pretendían entrar, tomando en cuenta que lo de VIP es más bien por el prerregistro que debe hacerse para ingresar, y que a diferencia de todos los salones en Expo Guadalajara, éste cuenta con vidrios que permiten observar lo que sucede dentro. Un paisaje lleno de sillones reconfortables, muy ad hoc para cualquiera que a punto de anochecer ya recorrió buena parte de la FIL y necesita un descanso, y más todavía si le añadimos la bondad de que se bebe gratis gracias a la tequilera que patrocina.
Al interior una muestra curiosa de la fauna del medio: desde periodistas culturales, otros periodistas sin interés en la poesía, poetas, lectores o personajes astutos que saben que el Salón de Poesía es el sitio perfecto para hacer una pausa luego de un largo día en la feria y antes del concierto en la explanada. La escenografía de este año parecía sacada de El Chavo del 8, con un barril al frente y dos más a los costados, y de éstos brotaba un par de piernas (falsas) presumiblemente femeninas, y si se me permite decirlo, ebrias, también, por qué no, además de un par de motivos de magueyes.
El retraso era ya evidente cuando Nubia Macías, la directora de la feria, tomó el micrófono para pedir una disculpa: Gelman se encontraba en el hotel en una entrevista, pero ya venía en camino. Y por lo menos esto último sí era cierto: a los pocos minutos Juan entró junto con su presentador, Antoni Traveria. Desde el comienzo se desmintió la versión de Nubia, o quizá sí se encontraba en una entrevista, pero eso no era todo: Juan Gelman había sufrido un accidente, accidente de ebriedad en sus propias palabras, si entendí bien, o si se dio a entender bien. No hablaba de una borrachera, pues aclaró que la borrachera, por la che, hace ver a la situación no como un estado del espíritu, sino como un tropezón.
Muy contrastante fue la introducción, en la que se habló de cómo la poesía no debe hacer su hogar en las torres de marfil: esto fue dicho en un foro de poesía excluyente, VIP, con prerregistro y en el cual predominan poetas en el público.
Juan Gelman empezó a leer con perfil bajo, inclinado hacia abajo, el alcohol en su aliento era más que evidente aunque no estuviéramos lo suficiente cerca para percibir el tufo seguro, pero su acento lo hacía evidente. Por ello uno de los miembros del staff cambió el agua por un café, como si un sorbo de café pudiera aminorar en minutos una alta carga de alcohol en la sangre. Ya antes había asistido a presentaciones organizadas por la UdeG en que los presentadores se suben con tremendas borracheras (o visiblemente accidentados por la embriaguez, para utilizar el eufemismo): un par de clases o algunas Cátedras Cortázar, por ejemplo.
Como concierto mal sonorizado, no faltó el feedback molesto a mitad de la actuación, y, como recital de música clásica, tampoco estuvieron ausentes los clicks de los camarógrafos o los celulares de los despistados interrumpen los versos que Gelman leyó, en los cuales arrastró más de alguna palabra, esas palabras que suponen cierta altura por lo noble de la poesía, por el oficio de escritor o por la deificación del verso. Y a propósito de los teléfonos: más de algún morboso grabó la escena en que el poeta lloró al leer unos versos claramente escritos en memoria de su madre, hecho que desató los aplausos del público por primera vez en la tarde, con todo y que ya llevaba varios poemas que leía sin aplausos entre cada uno.
Al igual que no es insólito que alguien suba tomado para hablar en público, tampoco es algo fuera de lo común que en una lectura el poeta llore. No Gelman, sino en general, algún poeta, incluso los hay famosos por eso. A Gelman ya lo había visto un par de veces, y sí, fue la primera con llanto, también fue la primera vez que lo veo tomado.
Viendo la situación, el interlocutor, Antoni, quiso interrumpir: “¿Paramos un poco, paramos un poco?, ¿quieres algo de café?” Juan contestó con un sobrio, es decir, con un sólido “No te preocupes”, lo que provocó leves risas de los asistentes, leves y nerviosas, pues era evidente el riesgo de que algo más pasara, que cayera del sillón por su estado, que se alterara por la interrupción; por fortuna Gelman no es malacopa, lo pudimos comprobar. Finalmente no pasó nada, tomó fuerzas y siguió leyendo. Hay que anotar que por lo regular quienes lloran y se ponen borrachos en el Salón de Poesía son los asistentes, no los poetas que leen.
Cosa curiosa, casi nadie abandonó el salón (aunque me pareció ver a dos personas dormidas): quiero pensar que quienes lo hicieron eran periodistas que debían seguir sus actividades de agendas apretadas y no lectores decepcionados por un ídolo en un estado cuestionable. La verdad es que no tiene nada de malo, de hecho en el Salón de Poesía es común que los asistentes se embriaguen a destajo; un tequila derecho, dos, tres… vamos, ¡son gratis!, y es de sobra sabido que la diversión de muchos personajes en la Feria del Libro es andar cazando cocteles; qué mejor que este salón, en el que se sabe la hora exacta y los términos de uso, y nunca falta alguien que se ponga un poquito más que pedo.
Contrario a lo prometido por Nubia Macías, no se leyó una hora, es decir, no se repuso lo del retraso, pues pasadas las siete Gelman dio por terminada su lectura. Otro desmentido fue Antoni Traveria, cuando anunció que el público podría interactuar con preguntas, pero sólo con tres intervenciones. Gelman negó, argumentando que ya son muchas las intervenciones de los gringos. Al final recibió como regalo (para seguirla, cómo no) una botella de la tequilera. Ya lo decía Baudelaire, debemos estar ebrios siempre, de cualquier cosa, pero estar ebrios. ®
Xel-Ha
Jorge, linda nota.
[El sábado también me permití una accidentada lagrimita]