La arquitectura y la transformación del mundo

Proyectar una casa, de Diego Orduño

¿Cuál es la buena arquitectura?, ¿cuál es la mala? Lo que incorpora una perspectiva que tiene que ver con la ética, pues no toda la arquitectura se encuentra en el mismo nivel en una escala de valores.

Fotografía de Ale González.

Creo que este libro está llamado a ser un clásico.

Desde uno de tus patios haber mirado
las antiguas estrellas,
desde el banco de
la sombra haber mirado
esas luces dispersas
que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
ni a ordenar en constelaciones,
haber sentido el círculo del agua
en el secreto aljibe,
el olor del jazmín y la madreselva,
el silencio del pájaro dormido,
el arco del zaguán, la humedad
-esas cosas, acaso, son el poema.
—Borges, “El sur”, Fervor de Buenos Aires

“Toda arquitectura debería despertar las ganas de jugar”, dice Diego. Y hay una frase que me parece fundamental en Proyectar una casa. Una tesis clandestina sobre antropología filosófica y arquitectura no objetual (Guadalajara: Artlecta, 2021):

Ni yo termino en los límites de mi propia piel, ni el lugar que habito termina en sus límites materiales; hay una constante expansión, compresión y entreveramiento de ámbitos entre persona y lugar.

Se trata de un libro de arquitectura, pero no únicamente, es también un libro de ética y de filosofía, de reflexión incluso religiosa en torno a lo que habitamos y cómo lo hacemos. Y con pasajes que encuentro poéticos. Por qué construimos de esta manera y no de otra.

Orduño descubre en los primeros meses de su carrera la dimensión ontológica de la arquitectura, más allá del objeto habitado, o conjunto de objetos, que supone una obra arquitectónica.

“Me pregunté”, escribe Diego, “si hay arquitectura capaz de provocar profunda consciencia de estar en un lugar, y también lo contrario, si hay arquitectura que pueda hacer dudar a la persona del tiempo y lugar en el que se encuentra.”

Pasamos la mayor parte del tiempo en entornos arquitectónicos: la casa, el edificio de departamentos, los enormes multifamiliares, los edificios de oficinas, los talleres, las fábricas, las tiendas y supermercados, los restaurantes, los cines, los teatros y auditorios, las salas de conciertos, los museos y las galerías, las escuelas, los hospitales, los mercados, los hoteles, las terminales aéreas y de autobuses o trenes, los templos, los cementerios, las prisiones… ¿Cómo vivimos en estos espacios? ¿De qué maneras tan diferentes? No es lo mismo pasar un par de horas en este recinto que hacerlo en una clínica o en un salón de fiestas. Esas son las cuestiones a las que me conduce este breve y denso libro. “La arquitectura trasciende su dimensión material”, dice Diego.

Ni yo termino en los límites de mi propia piel, ni el lugar que habito termina en sus límites materiales; hay una constante expansión, compresión y entreveramiento de ámbitos entre persona y lugar.

Hay que mirar a los niños y su relación con los diferentes espacios, en los que juegan corren, escalan, se esconden… Y ver cómo construyen sus casitas de cartón, que evidentemente disfrutan.

Diego se pregunta: De todo esto, ¿cuál es la buena arquitectura?, ¿cuál es la mala? Lo que incorpora una perspectiva que tiene que ver con la ética, pues no toda la arquitectura se encuentra en el mismo nivel en una escala de valores.

Tenemos ejemplos en el mundo y en este país de malas decisiones que han desembocado en tragedias. Edificios mal construidos que se vinieron abajo en el terremoto de 1985 en la Ciudad de México y en sismos sucesivos, o, allá también, el desplome de un tramo de la Línea 12 del metro hace un año. Malas decisiones, malos materiales, más negligencia y corrupción forman un coctel de consecuencias funestas.

Así, ¿cómo construir? ¿Para quién? ¿Cómo justificar una arquitectura sobre otra?

Es un libro de preguntas y respuestas.

* * *

Mi primer encuentro con Diego fue desconcertante, pero algo me intrigó en él. Quería escribir una tesis y para ello debía llevar el Proyecto de Aplicación Profesional que coordino en el ITESO. Me contó esa primera vez de sus ideas en torno a la arquitectura, hablamos de Luis Barragán, ese gigante de la arquitectura tapatía y del mundo, de la mala arquitectura… ¿Por ejemplo?, le pregunté. Este salón, me dijo. Me dejó pensando. Observé el espacioso salón, vi el frondoso jardín a un lado. No insistí y preferí que su investigación me diera alguna respuesta. Y así fue durante un par de semestres.

En este libro hay, como les dije, preguntas y respuestas sorprendentes.

Por este libro circulan ideas de escritores, filósofos y arquitectos, antropólogos, incluso, y todos ellos orientan y alientan el espíritu de este libro, que trata de la transformación del mundo por medio de la arquitectura, de la intervención de la naturaleza, para bien y para mal. De lo externo y lo interno, el adentro y el afuera; del mundo exterior o físico y del mundo interior o psíquico.

Desde luego, una presencia constante, además de los filósofos, es la de Luis Barragán. Cito este pasaje que me parece muy ilustrativo:

Si se le hubiera preguntado a Luis Barragán ¿por qué hiciste tu casa de esa manera?, y éste respondiera que por protección climática, puedo imaginar la desilusión de cualquier persona medianamente sensible. Es mucho más probable que se hubiera expresado recordando a Proust, sus viajes al Mediterráneo, las visitas que recibió de sus amigos en la misma casa o su infancia en Mazamitla. Por ejemplo, cuando se expresaba del tapanco de la biblioteca, que es uno de los lugares más significativos de la casa, recordaba pasajes de su juventud en la hacienda de Corrales, en Mazamitla; allá casi todas las casas rancheras tiene tapancos; cuando Barragán era niño no le permitían subir, así que cuando pudo, se hizo uno en su propia biblioteca. No es el tapanco, ni la madera, ni siquiera la forma casi escultórica con la que sube hasta él, sino todos los recuerdos que contiene, de manera lúdica, proyectual, imaginativa, no–objetual.

Diego cita a Virginia Woolf: “¿De todas esas personas, ¿quién soy? Depende de la estancia en la que me encuentre”. La arquitectura es la persona. La casa de Barragán, dice, tiene la capacidad de hacerme pequeño y grande, en función del espacio en el que se halle; puede tener una experiencia espiritual o una completamente mundana, a veces resguardado por la materia y otras sumergido en el mundo de los afectos.

En la casa–estudio de Barragán, dice Diego, “entran en juego lo religioso, la vida de campo, la soledad, la modernidad, la relación del hombre con la naturaleza, la vida monacal…”. una casa que se fue construyendo con el tiempo. “Así como un jardín cambia con las temporadas y con los años, así como los árboles nacen y mueren, así también cambia la casa […]; de la misma manera nacen y mueren recuerdos, sueños y proyecciones del arquitecto y del habitante.”

Cuando leí ese pasaje, o mejor, cuando lo releí, pensé en la arquitectura nazi, pensada por Hitler y puesta en marcha por Albert Speer, hecha para imponer, para empequeñecer a las personas, para demostrar la grandeza del Tercer Reich y el poder del nacionalsocialismo. Una arquitectura deshumanizada y despreciable, pensada desde el poder y para el poder.

¿Qué es la arquitectura, pues? ¿Cómo deben encontrarse las personas en el lugar que habitan? La arquitectura puede construir prisiones, pero también espacios de libertad, de luz, de recogimiento y reunión. Entre muchas otras disquisiciones filosóficas, este libro de Diego Orduño nos invita a pensar en los espacios en los que existimos, y cómo pueden ser mejores.

Termino estas reflexiones con otro poema de Borges.

Con la tarde
se cansaron los dos o tres colores del patio.
Esa noche, la luna, el claro círculo,
no domina el espacio.
Patio, cielo encauzado.
El patio es el declive
por el cual se derrama el cielo en la casa.
Serena,
la eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
Grato es vivir en la amistad oscura
de un zaguán, de una parra y de un aljibe.
—Borges, “El patio”, Fervor de Buenos Aires ®

Lee textos de Diego Orduño aquí y aquí.

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Publicado en: Arquitectura y diseño

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