Los cinco espías, como el resto de la red que no suele mencionarse, estaban practicando actividades de inteligencia no reportadas a las autoridades del país en el que se encontraban. Incluso siendo ingenuos y admitiendo que sólo se dedicaban a monitorear a las organizaciones violentas del exilio, previniendo futuros ataques terroristas, aun así sigue siendo un delito grave.
El hambre de fe
Cuando me entero por la prensa que la Cámara de Diputados de México aprobó un documento solicitando la libertad de los cuatro agentes cubanos (de un total de cinco, pues ya uno está de regreso en la isla), presos en los Estados Unidos, coincidiendo tiernamente con el 15 aniversario del desmantelamiento de la Red Avispa y basado en el artículo 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de Naciones Unidas, vuelvo a preguntarme cómo es posible que un instrumento oficial como lo es esta cámara baja del Congreso de la Unión, tan vapuleada por las fuerzas neorrevolucionarias de la izquierda mexicana por su papel protagónico en la aprobación de las reformas peñistas, pueda resultar, al mismo tiempo, aliada incondicional de los dioses supremos del izquierdismo mexicano, los Castro y de sus delirantes campañas políticas.
Y mientras El Universal de México publica el afiebrado artículo del embajador cubano “¡Justicia ya! ¡Libertad para los cinco!”, relleno con los mismos argumentos prefabricados de siempre, sigo preguntándome si la inmensa cantidad de fuentes con las que cuenta el mexicano promedio —a diferencia del cubano que sólo tiene una, la oficial— no alcanza para una indagación seria sobre el tópico, que sobrepase los clichés discursivos y se adentre en los detalles reales. Concluyo que el hambre de fe sólo ansía determinados condimentos, acordes con su inmediata necesidad. Quien precise creer ciegamente en el castrismo, ya sea un sindicalista pobre o un diputado de abolengo, irremediablemente se conformará con la versión de los Castro. Indagar en fuentes alternativas podría ser una traición a esa fe, una traición a los preceptos de la revolución.
Así aparecían en el 2011 los carteles pidiendo la liberación de los cinco espías en medio de una manifestación de indignados en España, un reclamo sin conexión alguna con las legítimas demandas populares al gobierno español, pero eso sí, conectado desde el corazón enamorado de ciertas asociaciones de amistad con Cuba, ésas que aún no diferencian que “amistad con Cuba” no es lo mismo que “amistad con el régimen cubano”, aunque este último es quien les envía el puntual financiamiento para sus gastos. No tengo constancia de que los maestros de la CNTE, la gente de Morena, los anarquistas o los YoSoy132 hayan cargado carteles pidiendo la libertad de “los cinco héroes prisioneros del imperio”, pero la verdad no me causaría ninguna extrañeza si llegase a verlo, dadas las habituales concesiones a la fe verdeolivo que subsisten en el complejo espectro de la izquierda mexicana.
Así aparecían en el 2011 los carteles pidiendo la liberación de los cinco espías en medio de una manifestación de indignados en España, un reclamo sin conexión alguna con las legítimas demandas populares al gobierno español, pero eso sí, conectado desde el corazón enamorado de ciertas asociaciones de amistad con Cuba, ésas que aún no diferencian que “amistad con Cuba” no es lo mismo que “amistad con el régimen cubano”, aunque este último es quien les envía el puntual financiamiento para sus gastos.
Lo que sí sé es que un militante comunista hispanoamericano podría, de inicio, considerar a los argumentos que siguen como parte de una guerra sucia de la “gusanera anticubana” de Miami, o una manipulación del imperialismo en contra de la revolución. Cuando menos dudará en corroborar lo que aquí se cuenta, porque lo ocurrido con estos cinco espías no alimentará, ni por casualidad, su fe en la pureza de los ideales castristas.
Segunda temporada del show
Visité Miami en la primavera del 2001. Acababa de terminarse la aparatosa epopeya de Elián González, el niño balsero secuestrado por sus parientes, a quien su padre recuperó con el concurso de las autoridades estadounidenses, y por allá supe de ciertos agentes cubanos que llevaban ya un buen tiempo lidiando con los tribunales, tras haber sido descubiertos espiando para el gobierno cubano en territorio de Estados Unidos. Se decía que eran más de diez y que algunos estaban colaborando con las autoridades para reducir sus condenas.
En Cuba no se sabía nada de eso. La prensa no había mencionado a aquellos agentes que habían caído en desgracia ni reclamaba su libertad a instancias internacionales. La Red Avispa había sido desmantelada el 12 de septiembre de 1998, pero en aquel momento estaba al aire la primera temporada de La Batalla de Ideas, una campaña que Fidel Castro usó para exaltar los ánimos patrióticos y la solidaridad con Cuba en época de recesión económica, hambre y apagones, y que hasta el momento había estado dedicada, por entero, al niño Elián.
La segunda temporada, con todo y lo que significa el alboroto global, la cursilería revolucionaria, los mítines, los eventos por todo el mundo con familiares afectados viajando para denunciar el caso y pedir justicia, sólo se estrenó al terminar la primera. Con el regreso de Elián —un “triunfo” que no habría sido posible sin la intervención de las autoridades estadounidenses, quienes recuperaron al niño en un operativo policial y lo devolvieron a su padre— convenientemente anotado al currículum de “victorias de la revolución”, culminaba la larga temporada de manifestaciones y protestas. Un conocido locutor de la televisión había sido castigado por decir, cuando creía estar fuera del aire, “Este Elián ya me tiene hasta aquí…”, y así (“hasta aquí”) lo estaba ya el grueso de la población, saturada con la campaña más exaltada de la historia, la más rellena de horas en mesas redondas y discursos los sábados en espectáculos políticos monotemáticos llamados Tribunas Abiertas.
Era el momento, pues, de sacar la segunda temporada, la de los Cinco Héroes Prisioneros del Imperio y relanzar la Batalla de Ideas en todo su esplendor.
La Red Avispa
Los cubanos siempre estuvimos al tanto de las estrategias de la contrainteligencia. Desde las popularísismas series televisivas En silencio ha tenido que ser y Julito el pescador, basadas en hechos y personajes reales, ya sabíamos que muchos agentes del Ministerio del Interior siempre estuvieron infiltrados en territorio estadounidense, lo mismo simulando ser anticastristas en organizaciones de exiliados en Miami que, con mayor categoría, como doble agentes en las filas de la CIA. El personaje del agente David viajaba lo mismo a Namibia que a Nicaragua, a las órdenes de Mister Benson, su jefe de Langley, malogrando a cada paso los planes del enemigo. Para comienzos del siglo XXI aún el imaginario popular conservaba intacta la imagen de aquellos sacrificados combatientes, entendía su arriesgada labor en las entrañas del monstruo imperialista y también que el espionaje a los grupos anticastristas de Miami sólo era una subtrama de menor importancia. Decirles que en la realidad una red como la Red Avispa sólo estaba destinada a vigilar a asociaciones “terroristas” de cubanos exiliados fue un argumento tan osado como tramposo, aunque a la larga la repetición de la mentira se convertiría en una verdad para quienes se sumaron a esta nueva campaña de kitsch patriotero.
Para comienzos del siglo XXI aún el imaginario popular conservaba intacta la imagen de aquellos sacrificados combatientes, entendía su arriesgada labor en las entrañas del monstruo imperialista y también que el espionaje a los grupos anticastristas de Miami sólo era una subtrama de menor importancia.
En la vida real, por su parte, otros agentes, como Ana Belén Montes, ubicada por la seguridad cubana como analista senior en la Agencia de Inteligencia de la Defensa de los Estados Unidos (descubierta en septiembre de 2001 y condenada a 25 años de prisión en 2002), o el matrimonio Kendall y Gwendolyn Myers (arrestados en junio del 2009), quienes durante treinta años pasaron información a La Habana desde el Departamento de Estado, fueron atrapados y condenados, sin que ello desencadenase campaña alguna. Peor aún, fueron cubiertos por un vergonzoso manto de silencio.
Los cinco “héroes”, por su parte, no son otra cosa sino el remanente de una red que terminó con diez integrantes prisioneros en septiembre del 98, además de otros seis que lograron escapar a Cuba. La red estaba integrada de, al menos, 27 miembros, entre agentes y oficiales. posteriormente fueron apresados otros dos agentes, y dos más fueron deportados.
Aunque la piedra angular de la propaganda castrista en esta campaña es el argumento de que esos cinco espías trabajaban de incógnito para prevenir posibles ataques terroristas a la isla, lo cierto es que cada uno de ellos tenía misiones muy específicas más allá del perímetro del revoltoso exilio miamero.
Por ejemplo, el oficial Ramón Labañino, de los cinco fatales, en 1997 fue asignado a supervisar el trabajo de Edgerton Ivor Levy —uno de los que posteriormente colaboró con las autoridades al punto de ser una pieza clave en el desmantelamiento de la red— asumiendo la dirección de infiltración en el Comando del Sur. Labañino era un especialista en penetración de objetivos militares que la seguridad cubana había mantenido, entre 1993 y 1996, espiando la base de la fuerza aérea de Mac Dill, en Tampa, lugar que controla el tráfico aéreo militar para América del Sur.
Para 1996 ya habían sido apresados Joseph Santos y Amarylis Silveiro, un matrimonio de agentes que fueron entrenados para penetrar la estación aeronaval Roosevelt Roads, en Puerto Rico. Un oficial, el agente Hugo Soto (posteriormente evadido), los reubicó en Miami, con la misión de intervenir las redes de computación del Comando Sur. Ambos se declararon culpables y también colaboraron.
Otro matrimonio, el de Linda y Nilo Rodríguez (Agentes Judith y Manolo), debía espiar la Base Aérea de Homestead y la Base de la 82 División de Infantería Aerotransportada, en Fort Bragg, North Carolina.
Los cinco espías que se volvieron bandera de la campaña, Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González (este último ya en Cuba luego de ser puesto en libertad y cambiar la supervisión por la renuncia a su ciudadanía estadounidense), se movían por igual entre objetivos militares y del exilio.
Los cinco espías que se volvieron bandera de la campaña, Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González (este último ya en Cuba luego de ser puesto en libertad y cambiar la supervisión por la renuncia a su ciudadanía estadounidense), se movían por igual entre objetivos militares y del exilio. El más afectado en la condena (dos perpetuas), Gerardo Hernández, fue relacionado además con el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, en pleno vuelo y en aguas internacionales, por aviones caza del ejército cubano.
Eslabones de la doctrina
Apenas comenzando la nueva temporada de ese culebrón llamado Batalla de Ideas, el régimen volcó al país en un desenfrenado maratón por el regreso de sus cinco héroes prisioneros del imperio. “Volverán” fue el eslogan que se volvió perenne en los medios masivos de comunicación, en las vallas y en la educación escolar. Se hicieron concursos artísticos y de literatura para homenajear a los cinco compatriotas, sin mencionar jamás a aquellos otros que, aunque cumplían condenas menores, habían colaborado con las autoridades de los Estados Unidos y facilitado el desmantelamiento de la red.
Tal y como se había saturado a la población con el niño Elián en los noventa, el nuevo siglo llegaba con una hemorragia de las “cinco caritas” asomadas en cualquier parte. En muros de la ciudad, en el béisbol, en los matutinos de las escuelas… En ausencia les fue otorgada la distinción Héroe de la República de Cuba, mientras se publicaba cualquier cosa hecha por ellos en la cárcel, pintura o poesía, aunque fuese de pésima calidad.
El grupo de teatro infantil La Colmenita, una compañía muy popular dentro de la isla, conocida por sus coloridas y musicales puestas en escena, estrenó todo un espectáculo para adoctrinar al auditorio sobre los valores de aquellos cinco abnegados héroes que fueron apresados por luchar en contra del terrorismo. De hecho esa puesta en escena, Abrakadabra, realizó una gira por los propios Estados Unidos con total libertad.
Cada asociación de amistad con Cuba, de las muchas que el oficialista Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP, curiosamente dirigido por Sergio Corrieri hasta su muerte, el actor que encarnase al agente David en la famosa serie de contraespionaje En silencio ha tenido que ser) recibió su dossier con la información requerida, con los datos mencionables y las estrategias. No es un secreto, porque casi siempre lo exponen con orgullo, que muchas de estas organizaciones son ampliamente financiadas por el gobierno cubano. Ellas se encargan de movilizar la campaña, en tanto el régimen les garantiza el financiamiento de cada boleto de avión, de cada cartel, de cada camiseta y de cada folleto. Celebran encendidos homenajes a los cinco espías con la misma pujanza con que le hacen un acto de repudio a Yoani Sánchez. Los dossieres con datos, imágenes y hojas de ruta suelen tener el mismo origen.
El propio pueblo cubano de intramuros, sumergido en la marisma de propaganda y referencias confusas, es incapaz de diferenciar ya entre la realidad y la versión oficial. Son pocos los que distinguen entre los argumentos del gobierno y la simple lógica que nos dice que alguien, quien quiera que sea, si es descubierto espiando en un territorio ajeno, para bien o para mal, con propósitos nobles o maliciosos, debe atenerse a las consecuencias y asumir su responsabilidad. Los cinco espías, como el resto de la red que no suele mencionarse, estaban practicando actividades de inteligencia no reportadas a las autoridades del país en el que se encontraban. Incluso siendo ingenuos y admitiendo que sólo se dedicaban a monitorear a las organizaciones violentas del exilio, previniendo futuros ataques terroristas, aun así sigue siendo un delito grave.
Los “cinco héroes”, aun reducidos a cuatro, siguen encantando al auditorio —siempre hambriento de fe en las buenas causas— de la izquierda mundial. La dictadura de los Castro ha conseguido, más allá de los groupies de siempre, que organismos oficiales como la Cámara de Diputados de México se solidarice con una causa que es, más que dudosa, taimada.
Pero el hechizo continúa. Los “cinco héroes”, aun reducidos a cuatro, siguen encantando al auditorio —siempre hambriento de fe en las buenas causas— de la izquierda mundial. La dictadura de los Castro ha conseguido, más allá de los groupies de siempre, que organismos oficiales como la Cámara de Diputados de México se solidarice con una causa que es, más que dudosa, taimada.
Hay que reconocerles, porque no es ni remotamente la primera vez que lo consiguen, que buena parte de su supervivencia en el panorama político internacional se debe a ese increíble talento que siempre han tenido para hipnotizar a sus fans, para desviar la atención, tal y como hacen los grandes ilusionistas, del verdadero truco, de los verdaderos problemas que aquejan a Cuba, y regalar a su todavía amplia audiencia un espectáculo digno de verse, un show de prestidigitación en el que aquel que más mira, menos ve. ®