La izquierda a la que se adscribe Juan Villoro es una izquierda a medio camino entre el viejo socialismo y el socialismo del siglo XXI, dividida entre la fantasía guerrillera y el populismo de López Obrador.
Creo que ahora en México no hay intelectual más importante que Juan Villoro. Se lleva de calle a todos. Encima es guapo, alto y excelente persona. Nada vanidoso.
—Elena Poniatowska1
Los compartimientos del vasto territorio de la literatura se han difuminado con celeridad y el escritor se ha vuelto un polígrafo todoterreno que se despliega en diferentes géneros, entre ellos, y de manera muy visible, los del periodismo. Como todos los ciudadanos en un país que busca la democracia, el escritor–periodista tiene el derecho —mas no el deber— de expresar sus opiniones políticas y de manifestar sus simpatías, sus obsesiones y fobias. Después del tercer informe de gobierno Juan Villoro escribió: “Después de dos horas de ejercer la demagogia, Enrique Peña Nieto criticó la demagogia”,2 aunque nunca antes ha aludido a la demagogia de un acérrimo opositor del presidente, cortado también con el mismo patrón priista. En una entrevista el escritor declaró esta falacia: “El precio de no haber tenido una dictadura real fue no haber tenido una democracia auténtica”, como si una cosa se siguiera de la otra. También dijo: “Pasamos de la dictadura perfecta a la caricatura perfecta”,3 pero la suya es una caricatura malhecha trazada en blanco y negro.
En el periodismo deben respetarse los principios sobre los que se ha edificado esta profesión —la maltratada deontología—; desde luego, hay quienes los siguen y otros que desacatan sin más la recomendación de Miguel Ángel Granados Chapa: “Combata la ambigüedad: no insinúe, no exagere, no minimice. Elija una postura y defiéndala. Un juicio no depende de la complicidad del lector sino del apego a la verdad”. La verdad es que muchos escritores metidos a periodistas prefieren compartir su punto de vista sobre un acontecimiento o problema antes que ocuparse en investigar siquiera un poco.
El 18 de julio de 2015 Juan Villoro y otros siete intelectuales apadrinaron a 117 graduados de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, en Ayotzinapa. Cuatro estudiantes decidieron asistir a la ceremonia con ropa informal pues dijeron que el acto, los trajes que vistieron, los anillos y unos “regalos” se habían pagado con “dinero sucio”. No estuvieron presentes ahí los padres de los 43 estudiantes secuestrados, asesinados e incinerados por los Guerreros Unidos —como lo afirmó primero el protagónico cura Solalinde y declaró después el Gil, integrante del grupo criminal Guerreros Unidos—. “La ceremonia fue un acto disidente en la medida en que puso en práctica un gesto rebelde en el México de hoy: la alegría”, escribió Villoro, sin mencionar a la disidencia de la disidencia.4
En ninguno de sus artículos sobre la tragedia de Ayotzinapa ha escrito Villoro sobre la inadmisible formación de cuadros guerrilleros, las novatadas monstruosas, la ideologización troglodita pagada con dinero público —la violencia con que los normalistas secuestraban autobuses, como se consigna, entre otras fuentes, en el Informe Ayotzinapa del GIEI–CIDH—, la educación en el resentimiento… En cambio, en nombre de la pobreza, la marginación y la opresión justifica el surgimiento de grupúsculos guerrilleros desde los años sesenta con Genaro Vázquez Rojas y setenta con Lucio Cabañas. Para Villoro tampoco es pertinente —o políticamente correcto— hablar del empleado Gonzalo Rivas Cámara, muerto a causa de las quemaduras provocadas por el incendio de la Gasolinera Eva II por estudiantes de la misma normal, o indagar sobre el grado de responsabilidad del rector de la escuela.5
En ninguno de sus artículos sobre la tragedia de Ayotzinapa ha escrito Villoro sobre la inadmisible formación de cuadros guerrilleros, las novatadas monstruosas, la ideologización troglodita pagada con dinero público —la violencia con que los normalistas secuestraban autobuses, como se consigna, entre otras fuentes, en el Informe Ayotzinapa del GIEI–CIDH—, la educación en el resentimiento…
En un artículo de 1973, “La universidad crítica”, el padre de Juan Villoro escribió sobre la tensión entre la función integradora y la función crítica de la universidad, lo que es pertinente y vigente para el caso de las normales rurales y aun para la universidad de nuestros días:
Hay grupos que atacan a la universidad por preparar “cuadros para la burguesía”, como si pudiera dejar de hacerlo en una sociedad burguesa. Quisieran transformar la crítica racional en impugnación partidista que enfrente violentamente las universidades con el sistema. Sueñan con una quimera: una universidad que descuidara la formación de profesionistas científicos para dedicar toda su energía a minar el sistema del que forma parte. Dentro de las universidades, la misma actitud se traduce en el desprecio por la vida académica, el cultivo del desorden y el verbalismo demagógico, la intolerancia hacia las opiniones ajenas. De hecho, lo único que logra es, dentro de las universidades, el desorden y el descenso de los niveles académicos; fuera de ellas, el desprestigio de las instituciones de cultura. Esos grupos extremistas son la mejor arma para destruir, no la “universidad burguesa”, como pretenden, sino la institución universitaria misma; el único sector de crítica racional y libre de nuestra sociedad actual. El proyecto de una universidad domesticada, y el de una universidad convertida en ariete político contra el sistema, conducen a lo mismo: hacer imposible en nuestro país una auténtica universidad crítica.6
El privilegiado arte de la opinión resulta muy cómodo a la hora de colocarse estratégicamente del lado de “los buenos” de la historia: el pueblo bueno de López Obrador y hasta de Nicolás Maduro, en oposición a los malos que votan contra ellos. Investigar, en cambio, requiere un poco más de esfuerzo pero se corre el riesgo de toparse con verdades embarazosas. Acaso, como dice Christopher Domínguez de una joven escritora, a Villoro “le gusta gustar”. No debe ser fácil para alguien a quien muchos festejan ya como el sucesor natural de Novo, Fuentes y Monsiváis.
Juan Villoro es hijo de uno de los filósofos mexicanos más prominentes, Luis Villoro (1922–2014), fundador del Grupo Hiperión con Emilio Uranga, Jorge Portilla y Leopoldo Zea, entre otros. Autor de Los grandes momentos del indigenismo en México (1950), sostuvo una copiosa correspondencia con el líder del EZLN sobre política y democracia. En la “Respuesta de Luis Villoro a la tercera carta del Subcomandante Marcos” coincide con éste en que “todos los políticos son iguales” y en que “la izquierda institucional ha dejado de ser izquierda” —aunque en la siguiente década no tendría empacho en desdecirse al ser asesor en política social de López Obrador, a quien Marcos ha criticado acerbamente—. También ahí le informa al zapatista que en una reunión con Pablo González Casanova y el ex salinista Víctor Flores Olea
finalmente logramos bosquejar lo que consideramos algunas bases necesarias para un “pacto nacional” por un Movimiento de movimientos, con el fin de hacer realidad la democracia directa, la que se ejerce en las comunidades indígenas y campesinas zapatistas, desde abajo: la que mejor puede ser considerada realmente una democracia.
Es decir, una “democracia” a mano alzada, sin voto secreto. Como su padre, Juan Villoro también se dice de izquierda y desearía para el país el gobierno alternativo de los territorios zapatistas: “En Chiapas hay un gobierno alternativo que dirigen las ‘juntas caracoles’ […]. Tienen sus propios sistemas educativo y médico. Es una utopía realizada, una utopía arcaica, realizada con pocos elementos y recursos, pero han logrado resistir”.7 Lamentablemente la utopía arcaica que festeja Villoro dista mucho de ser una armónica e ideal, como lo demuestran los rigurosos ensayos del libro Chiapas después de la tormenta. Estudios sobre economía, sociedad y política, coordinado por Marco Estrada Saavedra y publicado por El Colegio de México en 2009. Ahí se puede leer que “El EZLN no está estructurado con base en el principio democrático del ‘mandar obedeciendo’, sino que tiene unas complejas estructuras jerárquicas que son descritas con detalle, lo que nos hace sospechar que el subcomandante Marcos es algo más que su ‘portavoz’”.8 Cuando Sebastián Guillén —intelectual urbano— y los restos del Frente de Liberación Nacional se lanzaron en 1983 a su aventura “revolucionaria” en Chiapas la Reforma política de Jesús Reyes Heroles tenía ya seis años y en el país había consenso de que la vía armada no era la solución a los problemas del país. Marcos no sólo reivindicó al Che y a la dictadura castrista, sino que a partir del levantamiento armado en Oaxaca y Guerrero surgieron o resurgieron “nuevas guerrillas más ortodoxas y menos imaginativas que el EZLN: el Ejército Popular Revolucionario (EPR) y sus escisiones como el ERPI”.9 No se olvide que la vía armada en Chiapas polarizó a las comunidades y provocó enfrentamientos con resultados funestos.
La izquierda a la que se adscribe Juan Villoro es una izquierda a medio camino entre el viejo socialismo y el socialismo del siglo XXI, dividida entre la fantasía guerrillera y el populismo corrupto y conservador de López Obrador. Asegura que Cuba está mejor con Fidel Castro que con Batista sin consultar datos de la ONU, la OMS y la OIT: en 1953 Cuba ocupaba el número 22 en el mundo en médicos por habitantes, tenía la tasa de mortalidad infantil más baja de América Latina y altos niveles de lectura y educación. Lo que no cuenta pues para él “La Revolución fue muy importante en ese momento porque trajo unos niveles importantes de justicia social y desarrollo cultural”. Aun así Villoro es capaz de esbozar una crítica tardía contra los restos tumefactos del chavismo: “Estamos en una crisis de la izquierda muy brutal y pensar que Maduro es de izquierdas es una irracionalidad porque es un fenómeno folclórico–populista y autoritario que no tiene que ver con la izquierda aunque se aproveche de teorías de izquierda”. ¿Maduro no es de izquierda pero Chávez sí lo era? A Villoro no le interesa despejar esa cuestión. En otra parte de la entrevista con Sierra recula y da dos pasos atrás: “Con todas sus imperfecciones, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Cuba o Chile, de manera muy distinta, tienen una línea que apunta hacia el mismo lugar”. ¿Imperfecciones el control y amordazamiento de la prensa, la corrosión de la democracia, el encarcelamiento de los opositores, el ansia por eternizarse en el poder, la corrupción insaciable, los vínculos con el narcotráfico? ¿Hacia cuál lugar? Villoro fue agregado cultural del gobierno mexicano en Berlín Oriental de 1981 a 1984 y, dice, fue espiado por la Stasi; conoció el totalitarismo, una “demencial” “sociedad de delatores”, dijo de él, y reconoce que Castro traicionó a la revolución. ¿Hacia dónde, pues? “Lo peor que podría llegar a suceder”, dice Villoro, “es que Cuba fuera una sucursal de Miami: el triunfo del consumismo y convertir aquello en un gran resort turístico sería lo peor que le podría pasar a la isla”.10 Eso sería más deplorable, seguramente, que el inmenso burdel para españoles, italianos y mexicanos barrigones en que la gerontocracia sociolista convirtió desde hace medio siglo a la famélica isla —donde están las putas más cultas del mundo, Fidel Castro dixit— o que los anaqueles vacíos de tiendas y farmacias en la vapuleada Venezuela de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello.
Villoro prefiere arrellanarse en el añejo lugar común de la estólida izquierda israelófoba y de la ultraderecha, que endilga la maldad y todas las atrocidades a Israel y soslaya las del terrorismo de Hamas, Hezbollah y demás organizaciones terroristas.
Con la misma levedad Villoro dice que el rastro de la droga en Estados Unidos “siempre conduce a un congresista, a un canal de televisión, a muchísimas cosas, seguro” o que “Todo el mundo le pide a Israel que tenga mayor benevolencia con los países árabes (sic) y que no tenga una política tan violenta porque las muertes de niños palestinos ultrajan la moral de cualquiera” (sic que incluye la gramática). Villoro prefiere arrellanarse en el añejo lugar común de la estólida izquierda israelófoba y de la ultraderecha, que endilga la maldad y todas las atrocidades a Israel y soslaya las del terrorismo de Hamas, Hezbollah y demás organizaciones terroristas. No haría mal en releer su propia traducción de Memorias de un antisemita, de un escritor “llamado por el horror del Holocausto a recapacitar sobre la naturaleza y las causas del odio a los judíos a partir de las vivencias propias”.11
En 2006 y en 2012 Juan Villoro votó por un populista conservador para presidente. Un político que como jefe de Gobierno vetó la Ley de Sociedades de convivencia, encriptó los costos de construcción de los segundos pisos, regaló terrenos a la Iglesia católica, bloqueó la información y la transparencia, solapó la corrupción de colaboradores muy cercanos, descalificó la marcha de protesta de miles de ciudadanos contra la inseguridad —la misma inseguridad que denuncia Villoro— y remató propiedades del Centro Histórico al hombre más rico del mundo. “El aborto legal y la unión entre personas del mismo sexo no son algo tan importante”, declaró López Obrador no hace mucho. Más allá de sus quejas, ¿dónde está la exigencia de Villoro a López Obrador de un combate al narcotráfico o por la legalización de las drogas? Como la de Monsiváis, la crítica de Villoro a este caudillo del siglo XXI siempre ha sido temperada:
Reconozco que López Obrador tiene varios déficits: es un caudillo extraordinario, pero no ha demostrado ser un gran estadista. También le ha faltado ser propositivo en temas de cultura, educación […], quizá porque no realzan su capital político. Aun así, en un país con 40 o 50 millones de pobres […], me parece urgente que la prioridad nacional sea el combate de la desigualdad social. Y eso, clarísimamente, quien mejor lo encarna es López Obrador.12
Si la desigualdad le importa tanto, ¿dónde está su reclamo de un programa detallado para combatirla por parte del eterno candidato a la presidencia? ¿También votará por él en 2018? Ignoro si Villoro ha discutido estas cuestiones con Roger Bartra —invulnerable al canto de la sirenas zapatistas y lopezobradoristas—, pero en ese caso sabría que hay mejores maneras de buscar una sociedad donde la impunidad, la violencia y la pobreza puedan abatirse sin necesidad de encarcelar a la oposición, de censurar a la prensa ni de controlar férreamente el mercado o, peor aún, estatizarlo. No se construye una cultura democrática ni se practica un periodismo ético cuando se lanzan declaraciones como “La policía y el ejército dan tanto miedo en México como el crimen organizado”13 o que la clave de la muerte de los normalistas “está en hornos crematorios de funerarias, hospitales o el ejército”14 o que Peña Nieto es “un presidente construido por la televisión, que incluso al improvisar parece hablar con teleprompter”15 —haciéndole eco tardío al malicioso comentario de una veleidosa analista política—,16 que sin duda elevan sus bonos entre los que prefieren la consigna estentórea, esquizoide y cantinflesca antes que las ideas, la investigación y los imprescindibles matices contextuales.
El artículo de Villoro sobre el tercer informe de gobierno de Peña Nieto termina con un aforismo de su entrañable Lichtenberg: “No son las mentiras francas sino las refinadas falsedades las que entorpecen la expresión de la verdad”, aunque, en el caso que nos ocupa, al parecer prefiere esta otra sentencia de su libro Balón dividido: “Hay mentiras necesarias, falsedades que alivian”. ®
Notas
1 Mónica Maristáin, “México es muy inferior a lo que pudo ser: Poniatowska”, sin embargo.mx, 2 de octubre de 2015.
2 Juan Villoro, “Lo informe”, Reforma, 4 de septiembre de 2015.
3 Héctor González, “‘Pasamos de la dictadura perfecta a la caricatura perfecta’: Juan Villoro”, Aristegui Noticias, 3 de enero de 2016.
4 Junto a la escritora Elena Poniatowska, el actor Héctor Bonilla, el académico Armando Bartra, el cineasta Gabriel Retes, el periodista Luis Hernández Navarro, el caricaturista Rafael Barajas “el Fisgón” y la feminista Marta Lamas. Véase Laura Reyes, “Ayotzinapa, la graduación de una generación cargada de ausencias”, en el portal de CNN México.
5 Sergio González Rodríguez responde en una entrevista: “Tenemos la contraparte de dirigentes acostumbrados a enviar a menores de edad o estudiantes en general, que están bajo la tutela del organismo educativo de la Normal Rural de Ayotzinapa a operaciones de confrontación con policías que traen armas de fuego. Es una asimetría de fuerzas que no debe de tolerarse. Los líderes no deben mandar a los muchachos para este tipo de operaciones. No hay responsabilidad absoluta” (en Aristegui Noticias a propósito de la publicación de su libro Los 43 de Iguala, Barcelona: Anagrama, 2015).
6 Luis Villoro, “La universidad crítica”, Universidades, Unión de Universidades de América Latina, México, año XIII núm. 52, abril–junio de 1973, p. 32.
7 Pablo Sierra del Sol, “Juan Villoro: ‘En Europa la vida no se improvisa y en América Latina sobrevivir es un acto de fe’”, Negra Tinta, agosto de 2014.
8 Véase la reseña de Juan Pedro Viqueira de ese libro en “Chiapas después de la tormenta / Estudios sobre economía, sociedad y política, de Marco Estrada Saavedra, editor”, Letras Libres, agosto de 2009.
9 Véase José Antonio Aguilar Rivera, “Chiapas, diez años después. De Lenin al indigenismo”, Nexos, enero de 2004.
10 Entre una abundante bibliohemerografía Villoro podría leer este artículo que se publicó en la revista de la cual es consejero: Víctor Manuel Camposeco, “La Habana antes de Fidel”, Letras Libres, enero de 2011.
11 Ignacio Vidal–Folch, “Von Rezzori oye la risa de Nabokov”, El País, 4 de mayo de 2013. Gregor von Rezzori, Memorias de un antisemita, Barcelona: Anagrama, 1988.
12 “Momento épico, personajes mediocres”, Proceso, 16 de abril de 2006.
13 Andreu Vidal, “La policía y el ejército dan tanto miedo en México como el crimen organizado”, El Mundo, 12 de agosto de 2015.
14 Juan Villoro, “El relato del fuego”, El País, 11 de septiembre de 2016.
15 Juan Villoro, “La telenovela del poder”, El País, 15 de enero de 2016.
16 Denisse Dresser en el noticiario de Carmen Aristegui en MVS, “EPN. Un presidente que le habla al teleprompter pero no a la ciudadanía”, en YouTube. Ya antes Aristegui había insinuado que en una entrevista de CNN a Peña Nieto, en inglés, éste se tardaba en responder porque esperaba el teleprompter y no la traducción. CNN desmintió esa versión, e incluso Aristegui reprodujo la aclaración en su portal.
Publicado originalmente en la revista Etcétera el 6 de febrero de 2016.