La aportación sonora de Syd Barrett es una especie de ejercicio de contemplación del mundo, una “hacer sonar la filosofía”. Su música —al igual que la de Pink Floyd— es una narración que entrelaza sonido y arquitectura, que viaja de la pintura al ensayo, de lo conceptual a la escultura, de la literatura a la reflexión sociológica: es la traducción sonora de una postura.
La música de Syd Barrett es una síntesis de su tiempo y simultáneamente la continuidad de su tradición británica, esa con la que rompió para reinventar un sonido y unirse a su cronología. En sus acordes están implícitos —además— la música de cámara, los experimentos de Karlheinz Stockhausen, la vanguardia de John Cage, el rockabilly, el jazz y las vanguardias roqueras de la década de los sesenta. En los acordes de Syd están, también, las ideas de Marcel Duchamp, el happening —como forma— y la investigación científica de las drogas. Syd Barrett, con su educación sibarita, se apropió de su momento histórico: sabía de dónde venía —y más allá de coincidencias o no— aplicó el método científico —una costumbre muy British—, se montó en su orgullo inglés y absorbió lo que estaba sucediendo en las otras bellas artes. Resultado: la creación de Pink Floyd, del rock psicodélico y la locura.
Éstas son las aportaciones inmediatas. A largo plazo, su música y visión predijeron los sonidos del punk inglés y los sonidos que de aquí se derivaron hasta el género electrónico (desde los Sex Pistols, con su Johnny Rotten, hasta Joy Division y su posterior transformación en New Order). La sofisticación del pensamiento de Barrett lo llevó a entender que su apuesta estaba más allá del rock, y que su obra era efecto y consecuencia de su lectura intelectual de la realidad.
Syd fue contemporáneo de sus contemporáneos. Un creador capaz de ver la Big Picture. Un jinete al que pronto su presente le quedó corto. Su revolución era más acelerada. Quizá muchos se conformen con atribuir su locura a las drogas, sin embargo ese ascenso a otra forma de entender la realidad fue la necesidad de inventar una en la que pudiera transitar sin prejuicios.
Syd fue contemporáneo de sus contemporáneos. Un creador capaz de ver la Big Picture. Un jinete al que pronto su presente le quedó corto. Su revolución era más acelerada. Quizá muchos se conformen con atribuir su locura a las drogas, sin embargo ese ascenso a otra forma de entender la realidad fue la necesidad de inventar una en la que pudiera transitar sin prejuicios. Más que la locura, apabulla su claridad de pensamiento, en un mundo que, en pleno destape, casi simultáneamente empezaba a castigar la originalidad. Syd entendió su momento porque conocía su pasado —“apretado” e imperialista— pudo reinventarse y vaticinar el futuro. Él no lo sabía, pero ya en sus discos primeros con Pink Floyd, en sus sesiones en vivo en UFO (en las que como banda se sumaba a la creatividad de artistas conceptuales de su generación) se adhería a una tradición en construcción y reconstrucción permanente, que más tarde habría de traducirse en otras formas musicales. En aquellas sesiones el futuro no estorbaba ni limitaba: el presente se expandía en sus posibilidades y se concretaba en notas y en el acto performativo. Orgulloso de su clase, buscó interlocutores; así escogió a sus compañeros de banda y también intuyó ese otro lado de la luna, al que Pink Floyd llegaría sin él.
Y Syd sigue brillando, y lo escucho y lo entiendo —en mi tiempo— contemporáneo y universal. Es un gurú y un arquitecto, que junto con Roger Waters, Richard Wright, Nick Mason y después con David Gilmour, inició algo que hoy es legado universal y global.
Escucho The Piper at the Gates of Dawn y entiendo que su mayor obra no se limitó a sus composiciones y tejidos sonoros, sino que su gran legado es lo que posteriormente fue Pink Floyd; un poco en la tradición del artista alemán Joseph Beuys, cuya pieza magistral es el mundo intelectual y conceptual que abrió en sus clases. Y lo que les devino es parte de nuestro legado. Ideas, historias que convergen, lecturas entrelazadas, estéticas relacionales que huyen, se concretan y se coquetean perdiéndose unos… otros permaneciendo.
Observo y escucho la discografía de Pink Floyd con Syd Barrett, sin él, con Waters y más allá de Waters; con Gilmour. Sin tomar partido disfruto el desarrollo de una semilla musical y sus bifurcaciones: en cada una de sus rutas me agasaja la autenticidad y la apuesta. Son lo que son. Me quedo con la propuesta existencial que se escapa a la narrativa, que se integra —sin integrarse— a lo clásico, al rock, al progresivo, al psicodélico, al pop y, en un sentido universal, se resume en su propia experimentación sintetizando teatro, literatura, artes visuales, filosofía… Pink Floyd es sin tiempo. Vigencia y pasado. Su flexibilidad para responder y escuchar su época fue la herramienta para continuar su destino confrontando, asimilando y reintentando la vanguardia. Impusieron moda y se escaparon de ella.
Apreciar el legado de Barrett, como un clásico, plantea un reto moderno entendido como una consecuencia posmoderna. Su aportación sonora es en sí una especie de ejercicio de contemplación del mundo, una “hacer sonar la filosofía”. Su música —al igual que la de Pink Floyd— es una narración que entrelaza sonido y arquitectura, que viaja de la pintura al ensayo, de lo conceptual a la escultura… de la literatura a la reflexión sociológica: es la traducción sonora de una postura. Una invención para dibujar al mundo visible de una forma distinta.
Syd para mí es como para algunos lo es Marcel Duchamp o para otros John Cage, o Jorge Luis Borges, creadores a quienes admiro la acción que tomaron de su tiempo en su tiempo. Visionarios que impusieron tendencia y crearon lo que hoy es moda. Me gusta pensar a estos personajes como rizomas atemporales que unen tradiciones a veces con nudos, otras de maneras sutiles.
Syd para mí es como para algunos lo es Marcel Duchamp o para otros John Cage, o Jorge Luis Borges, creadores a quienes admiro la acción que tomaron de su tiempo en su tiempo. Visionarios que impusieron tendencia y crearon lo que hoy es moda. Me gusta pensar a estos personajes como rizomas atemporales que unen tradiciones a veces con nudos, otras de maneras sutiles. Los respeto por ser punta de lanza no como consigna sino porque no sabían ser de otra forma. Pienso en sus seguidores, quienes sin copiar o copiando, sin repetir o repitiendo se redescubren o en otros tiempos haciendo otras aportaciones, creando otras piezas unas transgresoras, otras conservadoras, tibias, locuaces, perturbadoras o frívolas, que dan continuidad casi imperceptiblemente, sin que ésta signifique sumisión: se trata simplemente de la progresión natural humana.
¿Qué hubiera sido de Syd Barrett si en lugar de escuchar su instinto y explorar dentro y fuera de la tradición se hubiera conformado con repetir sin reflexionar lo que otros estaban haciendo en su tiempo? ¿La historia de la música sería diferente?
Lo más probable es que sí. ®
JOséLuis
Tu post me pareció tan lindo y poético… tan Pink FLoydyesco que me parecío una falta de respeto leerlo y no dejar aunque sea un comentario, influido un poco x el alcohol
Y la musi (estoy escuchando Interstellar y Sacrecrow, y son bellos a pesar de sus contradicciones, entre ellos jaja)
Salu2
JOséLuis
Excelente artículo mi viejo. Más… debo decirte que la locura de Syd proviene de las drogas y las drogas no trajeron nada bueno a su de por si prolífica creatividad, más bien la anuló.
Como prueba sólo tienes que remitirte a la entrevista a Rick sobre Syd.
Dijo.. algo así como que un finde Syd se perdió y no lo podía encontrar… como 3 días buscándolos hasta que gerentes de EMI dieropn con él en una de esas comunidades europeas de hippies drogones (que proliferaban en esos tiempos) europeos (por suerte ahora quedan muy pocas).
Y a partir de allí Syd nunca más fue Syd. HABÍA ABUSADO DEL LSD ese finde!!!!!
Antes era un ser encantador y sociable, como el que más… hasta dice que era el miembro de la bandea que más disfrutaba de ser una estrella, mientras los demás lo sufrían!!
Malditas drogas, son una mierda no potencian el proceso creativo… LO DESTRUYEN