La cultura en rojo y azul

Trump y la polarización de una era

La radicalización cultural no desaparecerá con el ocaso político de Trump. Su legado, alimentado por algoritmos y narrativas virales, seguirá moldeando el debate público durante años. La clave estará en cómo la sociedad elige responder.

Donald Trump en un episodio de la serie Black Mirror.

En un mundo donde las palabras viajan más rápido que las acciones la figura de Donald Trump emerge como un epicentro de radicalización cultural, con ondas expansivas que abarcan desde el ámbito político hasta los rincones más sutiles de la cultura pop. Para entender este fenómeno es indispensable desentrañar cómo el internet y las redes sociales han catalizado este proceso, sirviendo tanto como plataformas de amplificación como vitrinas para la reinterpretación de valores ultraconservadores.

Trump, más que un político, ha sido un espectáculo, un showman que ha llevado los principios de la mercadotecnia al debate político. Desde su irrupción como candidato hasta su mandato presidencial su manejo de las redes sociales no sólo redefinió la comunicación política, sino que también transformó a internet en un campo de batalla cultural. La cultura pop, que históricamente había sido un terreno de resistencia progresista, se vio forzada a lidiar con la apropiación de sus símbolos por parte de ideologías conservadoras, mostrando así una polarización nunca antes vista.

Redes sociales: un megáfono sin filtro

X —antes Twitter— se convirtió en el arma predilecta de Trump. Más allá de sus políticas o discursos oficiales, fueron sus tuits los que marcaron la pauta del debate público. Este uso sin precedentes de las redes sociales permitió que el mensaje de Trump llegara directamente a millones de personas, sin pasar por los filtros de los medios tradicionales. Según estudios de Pew Research Center, durante su presidencia, aproximadamente el 25% de los estadounidenses seguían su cuenta para “informarse” sobre temas relevantes, mientras que otro segmento lo hacía para analizar su impacto en tiempo real.

Esta estrategia de comunicación directa rompió las barreras entre el poder y el pueblo, pero también desdibujó las líneas entre hechos y opiniones. En el ecosistema digital, las afirmaciones de Trump —por disparatadas que fueran— adquirieron un peso equivalente al de investigaciones científicas o análisis periodísticos. Aquí es donde las fake news encontraron terreno fértil. Su viralización, alimentada por algoritmos diseñados para priorizar el engagement sobre la veracidad, fue clave en la construcción de una narrativa alternativa que sedujo a millones de personas.

El resurgimiento de los discursos ultraconservadores

El ascenso de Trump coincidió con una ola global de movimientos ultraconservadores que encontraron en su figura un modelo a seguir. Desde Jair Bolsonaro en Brasil hasta Viktor Orbán en Hungría, el discurso polarizador se erigió como una herramienta eficaz para capitalizar el descontento social. Estas ideologías, que parecían relegadas a los márgenes de la historia, encontraron nueva vida gracias a plataformas como Facebook y YouTube.

Un informe de Data & Society subraya cómo los algoritmos de recomendación de estas plataformas suelen llevar a los usuarios hacia contenidos cada vez más extremos. Así, alguien que comienza viendo videos sobre “patriotismo” puede terminar consumiendo teorías de conspiración sobre el “Estado profundo”. Este fenómeno, conocido como “rabbit hole”, facilitó el auge de narrativas que glorifican la tradición, la masculinidad hegemónica y el rechazo a la diversidad. 

En este contexto, el muro propuesto por Trump en la frontera con México no fue solamente una promesa de campaña, sino un símbolo cultural. En palabras de Arlie Russell Hochschild, autora de Strangers in Their Own Land, esta promesa encapsuló el deseo de una parte de la población estadounidense de “recuperar” una identidad amenazada por el multiculturalismo y la globalización.

Impacto en la cultura pop: un campo de batalla ideológico

La polarización cultural también permeó la cultura pop, donde se libraron intensos debates sobre representación y valores. Series como The Handmaid’s Tale, basada en la novela de Margaret Atwood, se convirtieron en manifestos contra el autoritarismo, mientras que películas como Joker desataron controversias al ser vistas por algunos como alegorías de la insurrección populista.

Al mismo tiempo, sectores ultraconservadores comenzaron a apropiarse de símbolos culturales. La rana Pepe, por ejemplo, pasó de ser un meme inofensivo a un emblema de la alt–right. Esta capacidad de resignificación cultural, impulsada por la viralidad de las redes sociales, muestra cómo la cultura pop puede ser un arma de doble filo: un vehículo de resistencia, pero también una herramienta de propaganda.

En el ámbito local, países como México no fueron inmunes a este fenómeno. Movimientos ultraconservadores, como el Frente Nacional por la Familia, encontraron en las redes sociales un espacio para amplificar su mensaje, en ocasiones utilizando estéticas y narrativas propias de la cultura pop para llegar a audiencias jóvenes. Así, el internet se convirtió en un terreno donde lo global y lo local se entremezclan, creando nuevas formas de radicalización.

La objetividad como resistencia

En un panorama tan polarizado, la objetividad parece un ideal inalcanzable, pero es precisamente en estos momentos cuando resulta más necesaria. Al analizar el impacto de Trump y el internet en la radicalización cultural es muy importante evitar caer en simplificaciones. La figura de Trump no creó la polarización, pero sí la explotó y amplificó como nadie antes. Del mismo modo, las redes sociales no son inherentemente malas, pero su diseño favorece dinámicas que potencian los extremos.

Hacia un futuro incierto

La radicalización cultural no desaparecerá con el ocaso político de Trump. Su legado, alimentado por algoritmos y narrativas virales, seguirá moldeando el debate público durante años. La clave estará en cómo la sociedad elige responder: ¿seguiremos siendo consumidores pasivos de contenidos polarizantes o tomaremos un papel activo en la construcción de una cultura digital más inclusiva y crítica?

La cultura pop, ese espejo en el que la sociedad se mira a sí misma, tiene un papel fundamental en esta tarea. Al final, el verdadero desafío no radica en eliminar los discursos radicales, sino en garantizar que éstos sean contrarrestados por narrativas que celebren la diversidad y promuevan el entendimiento. Sólo así podremos navegar las aguas turbulentas de la era digital sin perder de vista nuestra humanidad compartida. ®

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Publicado en: Ensayo

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