El ideal del progreso ha acompañado al hombre desde que comenzó a forjar la cultura. El filoso canto de una piedra tallada y convertida en herramienta de corte, o bien la invención de la honda o la selección de las primeras gramíneas para cultivo a gran escala representan los primeros pasos que hoy han conducido a la manipulación de la energía atómica, las armas químicas y biológicas e incluso los umbrales de la clonación humana (para partes de repuesto y más tarde con motivos eugenésicos). Un medio que ha hallado la sociedad civil y la comunidad académica para poner coto a los intereses económicos de los grandes consorcios y las aspiraciones hegemónicas de las potencias ha sido el debate público frente a ciertos temas. El último cuarto de siglo ha visto surgir las comisiones de bioética que, junto con las de derechos humanos un poco más antiguas, pretenden defender los intereses de la humanidad, de la naturaleza, del cosmos, entendido como ese todo ordenado que es capaz de sostenerse en sí mismo.
En 1971 Van Rensselaer Potter, bioquímico estadounidense, escribió en su libro Bioethics. Bridge to the Future que la humanidad necesita urgentemente de una nueva sabiduría que le proporcione el conocimiento de cómo usar el conocimiento para la sobrevivencia del ser humano y la mejora de su calidad de vida. La definición más aceptada desde 2004 es que la bioética se refiere al estudio sistemático, pluralístico e interdisciplinario de las cuestiones morales teóricas y prácticas surgidas de las ciencias de la vida y de las relaciones de la humanidad con la biosfera. En esta amplia perspectiva, que engloba a usuarios finales (beneficiados o víctimas en potencia), técnicos, científicos e incluso expertos en materia de moral y filósofos, la bioética se ha convertido en una de las ramas más vigorosas y florecientes del pensamiento humanístico. Objeto de interés para la bioética son problemas como la eutanasia, el suicidio asistido, la interrupción del embarazo, el consentimiento informado, la investigación con pacientes humanos, la clonación de seres vivos, la manipulación de células troncales las más de las veces extraídas de fetos, el trasplante de órganos, el mejoramiento de la raza y la modificación de las capacidades de la mente a través de fármacos.
Dilemas de bioética (FCE, 2006), colección de artículos a cargo de Juliana González Valenzuela, presenta los resultados de un coloquio auspiciado por la UNAM donde se invitó a cuatro ponentes magistrales de reputación internacional a plantear ideas que más tarde serían glosadas, ampliadas e incluso algunas veces rebatidas por parte del equipo anfitrión de investigadores nacionales. La obra obedece a una estructura muy simple, cuatro partes que corresponden a los grandes temas de debate propuestos por los investigadores huéspedes: Anna Fagot Largeault, del Collège de France y el Institut International de Philosophie, quien abordó el tema de las células madre o troncales; Evandro Agazzi, de la Università degli Studi di Genova, lógico de formación y filósofo católico, que defendiera la inviolabilidad del embrión humano en etapas tempranas de su desarrollo, tema que desatara no pocos matices y distingos, sobre todo por parte de pensadores liberales y laicos; Gilbert Hottois, del Comité Consultivo de Bioética de Bélgica y la Universidad Libre de Bruselas, quien se abocó al tema del consenso desde su experiencia en la comisión de bioética de su nación así como la de la Unión Europea, y finalmente Jesús Mosterín, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid y de la Universidad de Barcelona, que sustentó una defensa ética de los animales, partiendo de la semejanza genómica, psíquica y de sensibilidad que hermana a todos los llamados animales superiores.
Ya en 1936 el filósofo Edmund Husserl, iniciador de la corriente fenomenológica, en su obra La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental: Introducción a la filosofía fenomenológica, veía que un paso crucial —más que para el desarrollo— para la amenaza de la humanidad había ocurrido cuando Galileo y Descartes habían aplicado el método matemático a las ciencias experimentales. Entonces se produjo sin duda un salto cualitativo que desembocaría en el uso bélico que el hombre, en su sed de poder, daría a esos promisorios descubrimientos y supuestos adelantos, particularmente durante las dos guerras mundiales. Toda forma de positivismo, de subjetivismo, de utilitarismo, derivada y deudora de la noción del llamado progreso tecnológico, ha dejado de lado una concepción general de la naturaleza como Lebenswelt o mundo donde es posible la vida. ®