La fascinación por el reload

La farsa de Wolfmother

La intertextualidad constituye el sello artístico de nuestra época, pero a ésta como a cualquier manifestación con fines estéticos se le exige cierta calidad, cierta pericia en su planteamiento, algo que la distinga y la inserte en el conjunto de lo trascendente.

Wolfmother

En algún momento la cultura occidental se decidió finalmente a dejar atrás su culto por las diferentes representaciones del dios cristiano y toda esa ridícula imaginería que le acompaña. Si bien el catolicismo, el judaísmo, así como la infinidad de sectas que se derivan del cristianismo aún no se han extinguido, la tendencia global indica que es sólo cuestión de tiempo. Supongo que en todo esto las guerras más desastrosas del siglo XX han tenido mucho que ver. A todo esto, sin embargo, hay quien me podría decir ‒no falto de razón‒ que los grandes exterminios bélicos han sido una constante en la historia del hombre y que, evidentemente, esto no ha obstado en el camino de las religiones judeocristianas para instalarse como el dogma predilecto de las civilizaciones de Occidente. Ésa, sin duda, sería una muy pertinente observación por parte de mi hipotético dialogante; pero quiero ser muy enfático en que hay una diferencia definitoria entre el resto de los siglos y el siglo XX: el advenimiento de los medios masivos de comunicación y su consolidación como industrias supremas de la cultura. En mi opinión, éstas son las nuevas iglesias de nuestros tiempos y su nuevo dios ‒ése al que diariamente rendimos todos pleitesía, unos con mayor entusiasmo y posibilidades que otros‒ es, señoras y señores: ¡el Dinero! Así, con la “d” mayúscula que antes pertenecía al diosito que ustedes prefieran nombrar. La religión surgente es el capitalismo; su iglesia son los medios de comunicación masiva, y la apoteósica deidad: el dios Dinero.

Es en este marco tan promisorio, si se me permite la ironía, donde esa misma civilización ha decidido asesinarlo todo. Pues, aunque resulte de difícil comprensión, el dios dinero es aún más despiadado que el dios cristiano. Digamos que sus principales premisas no están sujetas a la interpretación romántica que con muchos esfuerzos se ha logrado hacer de, por ejemplo, la biblia. No, aquí sólo hay de dos sopas: se tiene o no se tiene. Y el que no, ¡que su arcaico dios lo bendiga!

Pero decía antes que nuestra noble cultura contemporánea ‒fiel aliada, por supuesto, de su nueva divinidad‒ ha optado por asesinarlo todo, al menos así lo dicen sus prédicas: dios ha muerto, el arte ha muerto y el futuro ha muerto son algunos de los lemas favoritos. Ante la matazón no nos queda más que el luto permanente. ¿Y qué es el luto si no la exacerbación voluntaria de la nostalgia que el muerto inspira?

Como no es mi intención perderlo, amable lector, resumo y voy al grano: el asesinato de todo lo que representaba alguna esperanza para la desesperanzada humanidad ‒y aquí me refiero nuevamente a la muerte de dios, del arte y del futuro‒, nos ha obligado a caminar volteando hacia atrás. La nostalgia retro, vintage, revival y toda esa fascinación por lo reloaded es una reacción natural de nuestro instinto de supervivencia. Este mecanismo se ve reflejado en las distintas manifestaciones artísticas, de las cuales las iglesias contemporáneas ‒léase, las industrias culturales‒ tienen todos los derechos y privilegios. Sin embargo, el problema no radica en este diálogo constante con el pasado, que como ya expliqué puede ser visto como connatural y necesario, sino en el talento y la honestidad creativa con los cuales se realiza.

La nostalgia retro, vintage, revival y toda esa fascinación por lo reloaded es una reacción natural de nuestro instinto de supervivencia. Este mecanismo se ve reflejado en las distintas manifestaciones artísticas, de las cuales las iglesias contemporáneas ‒léase, las industrias culturales‒ tienen todos los derechos y privilegios.

Y bueno, al fin llegamos a nuestro destino: menciono uno de los ejemplos que me parece paradigmático en el espectro musical actual: hace algunos meses la banda australiana de hard rock Wolfmother visitó el territorio mexicano. Formaron parte del cartel en un festival llamado Indio Sessions, patrocinado por esa sabrosa y autóctona cerveza. Actualmente la banda consiste en cuatro músicos que están a cargo de los consabidos instrumentos que el género antedicho requiere para su ejecución.

El conjunto de Sydney ha editado dos discos de larga duración. Tomando al azar cualquiera de las piezas que componen estos trabajos, uno se encuentra con un compendio de riffs rudimentarios, repetitivos y, por si fuera poco, de sobra conocidos. La experiencia de escuchar a Wolfmother se torna en una especie de déjà vu musical, que lejos de ser gozosa, se ve constantemente alterada por el griterío de Andrew Stockdale, quien si bien alcanza la tesitura de su gurú, Robert Plant, no posee ni mínimamente la sensibilidad del músico británico.

A diferencia de grupos como, digamos, The Mars Volta, The Black Keys, Queens of the Stone Age o The White Stripes, que también están audiblemente influenciados por bandas seminales como ‒y aquí sí me voy a poner de pie aunque nadie me vea‒: Led Zeppelin, Deep Purple, Black Sabbath, The Kinks y King Crimson, los entusiastas rockeritos australianos han optado prácticamente por el copy-paste de estilo y composición. Impulsados por el vigor que la promoción industrial les brinda, estos personajes de pantalones acampanados, botines puntiagudos y peinado afro le quieren tomar el pelo a toda una generación. Y en buena medida, lo están logrando.

Reviso algunas referencias en la red sobre estos exitosos falsificadores y me encuentro mayormente con críticas positivas, discos de metales preciosos, premios, reconocimientos; en suma, un éxito rotundo. Y yo me pregunto, ¿qué nadie se ha dado cuenta del timo? O más bien, ¿ya todos aceptan lo que venga sin el mínimo filtro personal de la estética? Me encuentro, por ejemplo, con que el celebérrimo Stockdale ha ganado galardones como ¡compositor! ¿Qué a todos pasa inadvertido el hecho de que sus letras son pueriles y que éstas tampoco escapan al infame pastiche? Un vistazo rápido a su primer disco y ya desde la primera canción me topo con frases como “Purple hazes in the sky / see the angels with an eye”. ¡Caray! ¿Qué es esto? ¿Jimmy Hendrix reloaded versión pirata?

Es bien conocido que la intertextualidad constituye el sello artístico de nuestra época, pero a ésta como a cualquier manifestación con fines estéticos se le exige cierta calidad, cierta pericia en su planteamiento, algo que la distinga y la inserte en el conjunto de lo trascendente. Si nos rendimos sin cuestionar al collage más chocarrero, lo que estamos haciendo es fomentar que las industrias culturales apoyen productos cada vez más insustanciales. Dice el viejo adagio que “en tierra de ciegos el tuerto es rey”. Pero aquí, llanamente, nos estamos llenando de tuertos. ®

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Publicado en: Diábolo, Septiembre 2011

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