¿Es el capítulo cerrado de Toy Story 3 (2010) el final de la Odisea de Pixar? Es muy probable que la compañía Disney, que ahora posee al estudio californiano, quiera seguir ordeñando a la vaca y que en un futuro no muy lejano Woody y Buzz vuelvan a las pantallas, terminando con el perfecto sentido de historia en tres actos que construyó Pixar.
Andy creció en ese lapso y lo que había en su baúl, aunque entrañables recuerdos, pasó a una mejor vida, pues esa etapa no le correspondía más. Andy trae a la mente la biografía del grandioso John Lasseter, el mortal extraño que en su oficina ordena en fila sus juguetes de la infancia, algunos de los cuales inspiraron a Woody, y además, el fantástico John tenía, según cuentan sus allegados, un auto que era su adoración, del que no se quería deshacer por nada del mundo, no importa que el susodicho auto ya implicara incluso un riesgo para Lasseter.
Al final Steve Jobs, difunto dueño de Apple, le regaló uno de lujo y prácticamente lo obligó a usarlo, y John finalmente se deshizo de su chatarra.
Ese enfermizo apego al pasado fue también la causa de que John se alejara del sillín de director cuando cayeron redondos en el dogma que querían evitar desde el primer hito de la compañía en 1995, con Toy Story: dejar una moraleja al estilo disneylaniano de doble moral, querer educar con directrices a los infantes, y así convertirse en uno más de los productos para el público infantil.
En Cars, como ya vimos, Lasseter nos deja claro su sentir de que el pasado era más vibrante que el presente veloz e inconsciente. ¿Es pues John un joven que hubiera llevado a Woody a la universidad? Ese enigma es una de las incógnitas más fascinantes que saltan ante nuestros ojos cuando vemos Toy Story 3.
Porque esta tercera parte no tiene más que construir sobre personajes a esta altura tan queridos, que ya son íconos de nuestra cultura popular. Cuando comienza la original Toy Story lo primero que vemos es un juego infantil de Andy, en donde se nota su proverbial imaginación, (y en Toy Story 3 el ahora joven de diecisiete años ya ha ganado un concurso de arte en su high school, probablemente gracias a esa gran y disparatada imaginación), que incluye un T-Rex para defender a la pastorcita Bo Peep del señor Cara de Papa.
El comienzo de Toy Story 3 es cómo ocurre ese juego en la mente de Andy, en un despliegue técnico que es perfecto para reintroducirnos a esta pandilla de adorables juguetes en el tono hilarante que esperamos de este grupo. Pixar y el director Lee Unkrich entendieron que esta última parte era la más importante, que el desarrollo de las anteriores, narradas y dirigidas por Lasseter, eran una extraordinaria base para planear algo nuevo y cerrar el ciclo.
Y lo entregaron. Dándonos el viaje narcoléptico más alucinante del que ha sido capaz el “cine infantil” (con las facciones del señor Cara de Papa incluidas en una tortilla), sin necesidad de desarrollar personalidades, que los absortos cinéfilos que asistimos a ver la película ya conocemos de sobra; sólo quedaba preguntar qué otra cosa podría decirse, y en ese viaje Pixar entrega el colofón más entrañable que podían obsequiarnos.
Con la relación de una Barbie socioconsciente (como soñaría C. Wright Mills) y un Ken demostrando que su concepción de metrosexual unidimensional no le impide pensar (una vez más la mofa implícita no le impide a Pixar obsequiarnos un pequeño fresco de trascendencia individual), con el grupo de actores (de método, dice Picklepants, el puercoespín) sofisticados y snobs a morir; el adorable Totoro, homenaje al visionario japonés Hayao Miyazaki, todos juguetes de Bonnie, y el despertar de Buzz como un mataor que por fin puede enamorar a Jessie en el más maniático caso de personalidad múltiple en la animación por computadora que se ha concebido.
Olvide usted por un minuto la razón de Lotso para odiarlo todo, olvide usted, incluso, que en la saga Toy Story literalmente no pasa nada nuevo: la idea de suplantación que se efectúa desde la primera película permanece intacta; olvide que las tres nos presentan a unos juguetes efectuando un rescate, y después huyendo. Lo que hace brillar a la tercera parte es la disparatada alegría que carga el hecho de ver a estos personajes en una última aventura, porque el tono de todo lo aquí descrito es que es su última aventura.
Ahora Pixar es claramente más Disney, por lo que creo que ya los perdimos. Quizá sólo sea el pesimismo de quien esto escribe, pero preferiría mil veces que todo en Toy Story 3 termine como terminó, que no haya un nuevo intento de reciclar aquello que ya es mítico, que cerró con perfección, que concluyó convirtiéndose en un mito, a juzgar por el éxito limitado de Cars 2 y Brave, pronto Disney intentará volver al éxito probado.
Y el efecto más dramático conseguido por Unkrich es enfrentarlos al dilema más misterioso e inevitable de la existencia en un instante que es el más terrorífico de cuantos ha concebido la genialidad pixariana. Así es, y piense usted, amable lector, en el choque anímico que constituye ese lapso en que nuestros héroes —personajes que algunos ya en verdad amamos— se enfrentan a su final, la forma en que esos personajes virtuales se miran porque saben que su vida falible está a punto de fallar y que no hay escape, es una que arrasa las emociones de los espectadores. Las manos de esos juguetitos se toman y esperan juntos el final.
Luego toda pesadilla que nos estrujó el corazón al ver desaparecer a esos bendecidos juguetes que ya forman parte de nosotros desaparece de la forma más maniática, enferma, cínica, mórbida y genial que cualquier escritor pudo haber concebido. Son lágrimas y risas al mismo tiempo, es la forma maestra con que Pixar ha legado al medio que se dedica, y en el efecto de verlos escapar de ésta hay tanto que nos atraviesa la mente en ese momento.
Son esos insoportables (pero genuinamente adorables) Aliens de Pizza Planet los que han metido en problemas a Woody y a Buzz durante dos preciosas e inigualables cintas, son los hijos adoptivos que Mr. Potato Head no reconoce y que nos hacen reír porque se asemejan mucho al místico religioso perdido en su ensoñación.
Pero son estos mismos seres diminutos que dentro de su paranoia se dan tiempo para salvar el día, convirtiéndose en parte entrañable del grupo. Brillante. Y en el colofón, el señor Cara de Papa finalmente acepta a estos descarriados como sus hijos, moviéndonos a una risa maniática de alivio.
Todo esto es de una imaginación incalculable, es una forma proverbial de utilizar lo ya contado para crear nada menos que un mito, una tercera parte que iguala la grandeza de sus predecesoras, un caso rarísimo. Ahora, después de Toy Story 3, los juguetes de estas películas se han convertido en auténticos mitos de nuestra cultura, y ese status nadie se los arrebatará.
Pero queda un punto para concluir la Fascinante Odisea de Pixar, querido lector.
Es Andy, ese maravilloso niño que vimos crecer y que era el fundamento de las disquisiciones de vida del querido John Lasseter. Porque mientras que Andy era el niño bueno (o sea, Lasseter), su vecino Syd (que en Toy Story 3 hace un cameo como el recolector de basura), era el niño que fue Andrew Stanton y el fallecido y añorado Joe Ranft; el niño “de verdad” que destruía sus juguetes.
Y Andy nos conquistaba porque parecía que jamás dejaría ir esa sensación de ser niño.
Unkrich es un mago por entender lo que tenía que hacer. Entendió que nos hubiera mentido si Andy llevaba a Woody a la universidad, porque por muy preciado que éste fuera, por muy querida que la infancia hubiera sido, la aventura de toda la obra pixariana nos invita a avanzar, a no anquilosarnos, a vivir la siguiente etapa: la juventud de Lightning McQueen, como si fuera el último día, y luego la vejez de Carl Fredricksen con una insana alegría.
Así, Andy tenía que avanzar y dejar atrás a ese sonriente y disparatadamente humano vaquero de plástico. “Adiós vaquero”, dice Woody mientras Andy se despide y desaparece en la calle, rumbo a la siguiente aventura.
Mientras, los juguetes son bendecidos con otro niño impar (la fenomenal Bonnie es otro caso de imaginación sin parangón). Y la cámara se eleva revelando el cielo, pero esta vez el real, no el papel tapiz de nubes que es la primera imagen que vemos cuando empieza Toy Story de 1995. Una forma excepcional de unir el principio con el final; la fantasía con la realidad, y quizá finalizar, la maravillosa Odisea de Pixar.
Posiblemente, ante la última gran obra de Pixar, lo que siga dependerá de cómo sean capaces de desterrar a Disney (ahora dueña del estudio de Emeryville), de su percepción creativa sin igual. Hasta el momento no lo han conseguido, ya que su estilo de evitar secuelas (Toy Story era un animal de distinta especie y por eso hubo tres insuperables películas, tanto como decir, una sola gran película), en pos de un desarrollo nuevo, se ha pospuesto, de tal forma que en años venideros veremos dos revivals, en Monsters University (2013) y The Good Dinosaur (2014).
La gran prueba de Pixar fue Cars 2, dirigida por Brad Lewis y el propio John Lasseter, donde se vio que esa sofisticación de la trama de espías no tiene nada que ver con Pixar y hundió la película al querer convertir a McQueen y compañía en héroes estilo James Bond, nada más alejado de la anterior creación de Pixar.
Pixar no fue capaz de salir del dogma disneylaniano ni en Brave (2012), dirigida por Brenda Chapman, donde ceden ante la modita de Disney de poner heroínas en papeles principales (desde la adaptación de Burton de Alice In Wonderland en 2010 Disney no tiene llenadera en este tipo de papeles de adolescentes con “determinación”).
Ahora Pixar es claramente más Disney, por lo que creo que ya los perdimos. Quizá sólo sea el pesimismo de quien esto escribe, pero preferiría mil veces que todo en Toy Story 3 termine como terminó, que no haya un nuevo intento de reciclar aquello que ya es mítico, que cerró con perfección, que concluyó convirtiéndose en un mito, a juzgar por el éxito limitado de Cars 2 y Brave, pronto Disney intentará volver al éxito probado.
Odiaría, pues, ver que algún absurdo escritor de Disney hace que Andy vuelva por sus juguetes o que Buddy, el imbécil perro deportista de la zoofílica manía disneylaniana de hacer películas de mascotas, haga un cameo, o que Chicken Little haga un crossover con Dug, el surrealista perro de Up, o cualquier porquería que los maquiavélicos ejecutivos de esa casa han de estar planeando para llenarse las alforjas de dinero para así destrozar para siempre el legado y la auténtica iluminación de estos fascinantes retratos de la creatividad en este medio, de Lasseter, Stanton, Ranft, Docter, Bird, Unkrich, artistas en todo el sentido del término.
Con todo esto, recemos (yo tengo mi veladora puesta a san Hayao Miyazaki) por que Pixar se dé cuenta de su caída y sea capaz de mantener a raya a la asquerosa maquinación doctrinaria de Disney y puedan seguir creando algo vital para la posteridad, algo que nos permita mostrarle a la infancia las maravillas y a la vez los dilemas que le esperan en su naciente aventura. ®
angiepoquianchi
Un día comencé a leer toda «la fascinante odisea de pixar» y quería ya pronto leer que decías de toy story 3, luego se me olvido y hoy en un momento de ocio llegué de nuevo a revivir lo que sentí con tus palabras hablando de pixar.
Coincido con tus palabras y espero que no se les ocurra tocar esta obra con «toy story: los hijos de buzz y Jessy» o alguna de esas cosas.