Desde hace ya casi treinta años el tema de “la gente del abismo” ha sido una referencia y motivo de reflexión constantes sobre las relaciones entre hacinamiento urbano-locura-pobreza-beatitud que no pretende otra cosa más que reconocer el legado de Jack London, sobre todo. Sé que el tema es trillado y que no aporto nada nuevo, tampoco lo busco.
La gente del abismo es el título de un registro documental y fotográfico en honor al gran libro de reportaje de Jack London del mismo título, sobre los bajos fondos y desposeídos de Londres a principios del Siglo XX. Ese registro fue tomando forma por primera vez en 1992 durante la época en que con un grupo de amigos escritores y artistas gráficos editábamos de manera colectiva el tabloide satírico A Sangre Fría. Ya en el número 1, en la página 4, aparece una foto mía sobre el tema en blanco y negro tomada con una cámara Kodak de 35 mm. En aquel entonces apenas perfilaba intuitivamente lo que con el paso de los años se convertiría en una serie que al día de hoy supera las mil imágenes. En 1998 durante una estancia en París que se prolongó durante casi cuatro años volví a encontrarme de manera “natural”, por decirlo de algún modo, con una numerosa legión de “gente del abismo”, o para decirlo a la manera de Víctor Hugo en su novela Nuestra señora de París, “gente del rincón de los milagros”. Con algunos de estos vagabundos y sans domicile fije llegué a compartir penurias y quejas en las sesiones de orientación y control en la búsqueda de empleo en las oficinas de gobierno parisinas destinadas a tal fin. Para nadie es desconocido que uno de los distintivos de la llamada Ciudad Luz son precisamente los clochards que forman parte de una especie de ejército de parias en continuo crecimiento que ocupa las calles de la ciudad. Años después, de regreso a México percibí la proliferación de lo que de niños conocíamos como “robachicos” (esta figura de un sujeto barbón, sucio y maloliente que cargaba a sus espaldas un costal donde supuestamente llevaba a los niños malcriados).
Años después, de regreso a México percibí la proliferación de lo que de niños conocíamos como “robachicos” (esta figura de un sujeto barbón, sucio y maloliente que cargaba a sus espaldas un costal donde supuestamente llevaba a los niños malcriados).
En 2005, durante una estancia en Bogotá de cuatro meses en el barrio de la Candelaria, en el centro, tuve un contacto cotidiano con vagabundos e indigentes, algunos de ellos dedicados a pepenar madera para venderla como leña, o a realizar pequeños encargos a cambio de algunas monedas.
Desde mis inicios como escritor, hace ya casi treinta años, el tema de “la gente del abismo” ha sido una referencia y motivo de reflexión constantes sobre las relaciones entre hacinamiento urbano-locura-pobreza-beatitud que no pretende otra cosa más que reconocer el legado de Jack London, sobre todo. Sé que el tema es trillado y que no aporto nada nuevo, tampoco lo busco. La historia de la literatura está llena de alusiones y personajes referentes a vagabundos y demás “gente del abismo” (Chejov, Gorki, Víctor Hugo, Manuel Payno, José Rubén Romero, Lizardi, Quevedo, Nelson Algren, Bukowski, Jack London y Lee Stringer (un ex indigente adicto al crack), por nombrar a algunos de los más conspicuos).
El campo de la fotografía y el cine ofrecen numerosos ejemplos de lo que los desposeídos de las grandes urbes significan como objeto de la lente de los más diversos artistas visuales y documentalistas, no es el propósito de esta breve exposición enumerar a quienes me han dado referentes sobre el tema. Mencionaría sólo a dos: Walker Evans y Weegee.
Hace unos días visité la exposición de Martha Pacheco “Excluidos y acallados” en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. De pronto, al observar sus perturbadoras pinturas y dibujos sobre enfermos mentales y cuerpos tendidos en planchas de forense, terminé de poner en claro para mí mismo mi relación con la gente del abismo y el arte y la literatura relacionados con el tema. Es una búsqueda de respuestas ante el vacío y la tristeza que me provocan la desolación cotidiana alrededor de la gente de la calle, quien vive, por decirlo así, en una especie de burbuja de aislamiento con respecto a lo que consideramos “normalidad”, y en los linderos del internamiento psiquiátrico, de urgencia en un nosocomio del sector salud, en un reclusorio o como objeto inanimado tendido en horizontal en la plancha del forense. Desde hace muchos años, sobre todo por cuestiones afectivas, he tenido que asomarme a este mundo alterno de locura, desolación y muerte. Recortes de periódico y fotografías, cuando he tenido oportunidad de captar espontáneamente escenas de vagabundos en la calle u hospitalizados, sobre todo en nosocomios del sector salud, forman un acervo visual que día con día me hace preguntarme dónde empieza o culmina mi experiencia con la locura, la soledad y la muerte. Ni como escritor ni como individuo (para mí entes indivisibles) he podido desapegarme emocionalmente con la experiencia brutal y sin filtros de esta manifestación del drama de la existencia. Las emociones y los estados de ánimo que esto ha desatado en diferentes ocasiones y que he visto detonar en amigos y familiares me permite entender mejor lo que Michael Foucault define como el vacío de la existencia como amenaza y conclusión.
Ni como escritor ni como individuo (para mí entes indivisibles) he podido desapegarme emocionalmente con la experiencia brutal y sin filtros de esta manifestación del drama de la existencia. Las emociones y los estados de ánimo que esto ha desatado en diferentes ocasiones y que he visto detonar en amigos y familiares me permite entender mejor lo que Michael Foucault define como el vacío de la existencia como amenaza y conclusión.
Día con día, al recorrer las calles de la Ciudad de México, me encuentro con lo que Martha Pacheco apunta en uno de los paneles de su exposición: “Hay un sector de la población que se esconde. La sociedad misma lo esconde. Son cosas que la gente no quiere ver, porque se vería a sí misma, en ciertos rasgos. No me refiero a que todo mundo está loco, pero sí hay cosas que se tratan de evitar, porque nos cuestionan o nos hacen vernos en un espejo”.
Mi intención es desde aquel ya lejano año de 1992, y ahora a partir de mediados de 2011 a través de la plataforma virtual que me ofrece Facebook, compartir fotos a manera de registro testimonial de nuestra cotidianidad en el centro de la Ciudad de México y sus alrededores; dialogar con mi presente a través de la literatura, el periodismo y la imagen. Las fotografías han sido tomadas casi en su totalidad con la cámara de un iPhone 4 a veces utilizando los filtros de instagram (“instagramo”, le llamo para el caso), de manera circunstancial y sin buscar lo que podría ser el ángulo más favorable. Es la inmediatez de largas caminatas cotidianas casi siempre en compañía de mi mujer y mi perro a cualquier hora del día. En ningún momento he pretendido hacer fotografía artística o algo por el estilo, denuncia o proponer una estética que luego me etiquete como “artista conceptual”, “multidisciplinario” y demás epítetos tan de moda y tan fraudulentos casi siempre; tampoco es mi intención hacer literatura de pastelazo sobre el tema. Creo que todo ello antepondría una arrogante distancia con los personajes de mis fotos que amenaza cada día con acortarse hasta desaparecer. ®
Gerardo Ugalde
Señor Morfín, si lee esto podría ver los cortos de Tortura Films, sobre todo los documentales referentes al centro de Guadalajara, donde los seres del Abismo son retratados por nosotros.