Como yo ya leía poetas de verdad ninguno de los dos volvió a proponer que leyéramos juntos al uruguayo. Lo leía yo sola, casi a escondidas, los días que me daba por extrañar mi casa y su mejilla rasposa contra mi frente. Entonces me ponía a llorar como cuando aun tenía que explicarme las palabras difíciles.
Tenía dieciocho años y era mi primer semestre en la Facultad de Filosofía y Letras (q.e.p.d.) —ahora ¿Departamento de Humanidades?— cuando descubrí la verdad sobre Benedetti, a quien, por cierto, se le ocurrió morirse hace tres años el mero día del cumpleaños de mi papá. Resulta que mientras le ponía salsa a mis quesadillas en la barra de la cafetería escuché a dos compañeros hablando de una chica: “No sé, wey, es a toda madre y eso, pero qué pedo, lee a Benedetti”. El interlocutor soltó la carcajada y acto seguido interpretó su mejor cara de superioridad intelectual (no puedo explicar ese gesto pero después de tantos años lo conozco en todos sus matices y vergonzosamente soy capaz de reproducirlo incluso de manera involuntaria). Me ruboricé hasta las orejas y pasé todo el día pensando en lo mucho que me burlaba yo en la preparatoria cuando se me atravesaba un lector de Paulo Coelho.A partir de ese momento me di cuenta de que en mi Facultad ser lector de Benedetti era visto como una infamia por casi todo el mundo. Cuando a uno le preguntaban por los poetas que leía lo más recomendable era correr bajo el cobijo de los contemporáneos (los malditos ya estaban muy choteados, según entendí), decirse fanático de la poesía beatnik o ya de plano (y para mi sorpresa) declarar a Octavio Paz el padre de la poesía mexicana… Benedetti resultó ser un poeta cursi y panfletario que además todos leen, y si hay algo realmente terrible, más terrible aun que no leer nada, es leer lo mismo queel vulgo. Pues bueno, sucede que a mí me gusta Benedetti. No. No sólo me gusta Benedetti. Él fue mi primer contacto con la poesía. Antes del Mamita querida y de las coplas de José Martí en los libros de lecturas de la SEP para mí fue su No te salves.
Benedetti me obligó a entender un mundo que nada tenía que ver con el de mis libros de cuentos cuando no pasaba de los ocho años y, lo más importante, me brindó lo único que comparto con mi padre. Fue mi papá quien me leía sus poemas de niña y pasaba horas explicándome lo que podía explicarme. A los diez años yo sabía más de exilios y dictaduras que de divisiones con punto decimal. Nunca olvidaré la cara de mi madre cuando me dijo que no le importaba lo que tuviera que decir en contra de la zanahoria porque me la comería de todos modos y yo le grité: ¡Fascista! “¿Ves lo que logras leyéndole esas cosas? En esta casa todos comemos lo que hay, dile a tu papá que te explique que eso no es fascismo sino el comunismo que tanto les gusta a los dos”…
Pronto mi papá ya no me leía a Benedetti, yo se lo leía a él durante sus cada vez más espaciadas visitas. Hasta que un día, poco después de aquella mañana en la cafetería, le mencioné a mi padre que las imágenes de Benedetti me parecían muy burdas; me miró muy serio y dio por concluida la lectura. La siguiente vez que lo visité le dije que me había cansado de leer siempre lo mismo, llevaba conmigo un libro de Ezra Pound pero mi nueva fijación era Fernando Pessoa. Mi papá no comentó nada al respecto, peleamos como siempre por todo lo demás y nos despedimos. Como yo ya leía poetas de verdad ninguno de los dos volvió a proponer que leyéramos juntos al uruguayo. Lo leía yo sola, casi a escondidas, los días que me daba por extrañar mi casa y su mejilla rasposa contra mi frente. Entonces me ponía a llorar como cuando aun tenía que explicarme las palabras difíciles.
Hoy daría cualquier cosa por escuchar a mi padre desmitificar la Vía Láctea de nuevo y me importa un carajo lo que otros piensen de la poesía de Marito o de quien sea. Lo único que me duele es que seguramente mi papá ya ni siquiera recuerda que alguna vez leyó poesía conmigo. Poesía cursi, vulgar y panfletaria, pero mía y suya y nuestra.®