Javier Caravantes muestra en Despertar con alacranes [FETA, 2012] una colección de postales donde esto es fehaciente y se ilumina con la inutilidad y la banalidad del mal inscritas en la toma de decisiones. Los personajes de Caravantes toman decisiones y con eso se dañan y dañan a los demás y siguen viviendo con remordimientos y pedazos de carne en las suelas de los zapatos.
La teología política piensa el origen de lo humano en un estruendo de sangre y violencia. Si nos han echado al mundo ha sido para evitar crímenes en la estratosfera, para dejar que las nubes se pongan negras y no rosas de sangre. Si estamos sobre este planeta, si respiramos, no es por inocentes. Nadie es inocente, nadie nace con alas y todos tenemos en el alma un puchero con la forma de la glándula donde los alacranes producen su veneno y eso nos da energía para levantarnos todos los días, a pesar de no soportarnos. No hablo de maldad pura, eso Arthur Machen ya lo dejó muy claro: el animal humano no es capaz de la maldad pura. Hablo de cometer el crimen de la existencia. Javier Caravantes muestra en Despertar con alacranes [FETA, 2012] una colección de postales donde esto es fehaciente y se ilumina con la inutilidad y la banalidad del mal inscritas en la toma de decisiones. Los personajes de Caravantes toman decisiones y con eso se dañan y dañan a los demás y siguen viviendo con remordimientos y pedazos de carne en las suelas de los zapatos.
Incluso la decisión adolescente que va formando el carácter es estúpida en su banalidad y en su fuerza mortífera. La muerte y el asilo son destino, la muerte y el vacío de la vida son territorio. No hay salvavidas, no hay de qué salvarse, la atmósfera de estas postales es densa y apestosa, infestada por cucarachas más geniales que cualquier tipillo luchando por entrar al metrobús. Y, sin embargo, es complicado encontrar en algún personaje la pasión por destruir a todos, por destruir al mundo y salvarlo de existir. Todos se adaptan, el desempleado se adapta a la esperanza de la esposa y el hijo, aun un tanto saludable de existir, se adapta el cuero cabelludo a su sueño, que no es el de su madre ni el de su padre. Los adolescentes sobreexcitados se adaptan a los fomentos de espiritualidad y uno nota cómo un chico se queja por la educación secular recibida e imagina, como reflejo, a otro que odia a sus padres por heredarle la enormidad de un Dios incognoscible, se adapta a su miseria y se regodea en ella con lágrimas agridulces de felicidad y tristeza.
Y si falta alguna dureza de la existencia, ahí está la ausencia y el abandono, el fango en que las miradas pierden vertical para topar el blando fondo de la iniquidad. O el imbécil con autoridad o el imbécil sin autoridad. Sin duda, no hay nada más asqueroso que un estúpido con autoridad, con superioridad. Cuando uno se halla frente a tal adefesio no le queda más que implorar por una relación fugaz, pero resulta que éste siempre es o un jefe o un maestro o alguien que nos tiene por los testículos y zafarse no sólo sería doloroso sino aún más infructuoso, entonces uno se adapta, empequeñece y acepta los veredictos, apechuga, mientras por dentro la miseria del imbécil sirve para mirarlo de frente y soportar su halitosis. Javier Caravantes nos deja ver un par de estas irremediables mierdas de la existencia, porque hay más de esos que cucarachas y unidades del metrobús.
Todos, al fin desenlazados del frenesí masivo, regresarán a sus casas para inventarse inocentes. Pero nadie es inocente. Así se deja ver en Despertar con alacranes.
En este álbum de la pequeñez humana la entrada y la salida tienen la belleza del cadáver violáceo. Son dos historias con contundencia y filo. Dos vericuetos por los que podemos iniciar el conocimiento sobre el crimen de existir. San Cristóbal realiza el milagro según indica el incomprensible proceder de la divinidad: toma un par de vidas para destruir otra que apenas inicia y ya se ha envenenado con esperanza y sinrazón. A pesar de la geografía inconexa con su lenguaje, la postal, desterritorializada, puede elaborar como con filigrana el padecer de millones de cucarachas invasoras, sus dolores y anhelos pueden estar sobre cualquier filo de frontera, pero siempre según la lógica sur-norte. Del sur al norte: de Argelia a Francia, de Honduras a Estados Unidos, incluso de Oriente a Occidente, no importa, el asunto es el desgarre y el desierto que, si bien en la geografía donde se sitúa San Cristóbal no hay desierto, sí hay una profunda desertificación de la existencia. Desecadas sobre las vías, las saleas pronto estarán listas para vestir nuevas filas de la SS democrática.
La salida de Despertar con alacranes es feliz. No porque la postal nos deje ver una niña indígena sonriendo recargada en colores neobarrocos, sino porque el polvorín del descontento actúa para cometer el crimen de la rebelión y ganarse un poquito de venganza. En el elemental binarismo sí o no, la crudeza de las narraciones de Javier terminan con el ácido pueblerino desfigurando a esos idiotas con autoridad. No se describe lo siguiente, pero imagino a la turba desmembrando cuerpos y tragándolos hasta dejar esqueletos como cuerpo del delito pero sin autor material, pues parte del pecado de la culpa es que ésta es individual, colectiva sólo alcanza el extermino para castigar. Todos, al fin desenlazados del frenesí masivo, regresarán a sus casas para inventarse inocentes. Pero nadie es inocente. Así se deja ver en Despertar con alacranes. ®