“Si hubiera más arquitectos con iniciativas inteligentes y socialmente responsables, que formularan correctamente los problemas y plantearan soluciones pertinentes, para después gestionarlas, creo que podríamos cambiar entre todos la ciudad de manera radical”, dice Palomar.
Arquitecto tapatío al que siempre es grato escuchar. Diseñador, cronista y catedrático de admirable intelecto que diariamente practica su profesión desde su agradable taller. El piso interior cubierto de mosaico y losas de cemento coloreado, los muros blancos; el olor a madera oscura y a libros; el barro y el concreto rojo en la azotea en contraste con las cactáceas que la embellecen transmiten sensaciones placenteras, dignas de una casa tradicional del barrio.
Su espacio de trabajo se encuentra en una colonia de Guadalajara con mucha personalidad: Lafayette/Americana. Ahí es su base de planeación, sitio de análisis urbano y fábrica de proyectos. Un sitio muy activo culturalmente, en donde cultiva un jardín, de donde sale en bicicleta a comprar sus Delicados sin filtro y de paso a ver obras de arquitectos como Luis Barragán e Ignacio Díaz Morales, sus maestros y amigos.
—Los aprendizajes obtenidos de experiencias con distintos maestros de la actividad artística mexicana han motivado tu actividad profesional. Después de todas la vivencias, ¿a qué te dedicas?
—Me dedico fundamentalmente a la arquitectura, algo que toda la vida he tratado de hacer. Intento integrar dentro de un solo conjunto vital distintas líneas de trabajo que confluyen en mi vocación de arquitecto. Esta tentativa se basa principalmente en la búsqueda de lograr hacer algo bello, algo que pueda conmover. Arquitectura que como fin último pueda hacer que la gente viva más feliz. Todo lo demás va nutriendo esa llama en la que debe arder una pasión que se remueve y que se renueva gracias a distintas fuentes de alimentación: lecturas, viajes, conversaciones con distintas gentes, conocimiento de otras arquitecturas, la exploración del pasado, la invención escrita, la participación en el diálogo público en la medida en que he podido, el trabajo con la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán que ha significado también una línea de desarrollo y que agradezco que me haya dado muchas cosas, y también la parte del magisterio que para mí es un gozo y un descubrimiento cotidiano: un trabajo que hago con mucho gusto y que me ha abierto todo un canal de entendimiento del tiempo, de cómo van evolucionando las cosas.
Me dedico fundamentalmente a la arquitectura, algo que toda la vida he tratado de hacer. Intento integrar dentro de un solo conjunto vital distintas líneas de trabajo que confluyen en mi vocación de arquitecto. Esta tentativa se basa principalmente en la búsqueda de lograr hacer algo bello, algo que pueda conmover.
”Finalmente a la hora que haces una raya, tres rayas, un croquis o un proyecto, todo este cúmulo de factores que incluyen músicas, sueños, contradicciones, fracasos y eventuales triunfos, delirios y descubrimientos está en la punta del lápiz y va haciendo que las cosas sean de una manera y no de otra.
”Creo que, como escribía hace poco, cada arquitecto tiene el deber de establecer su propia poética y saber qué es lo que quiere decir, con toda la incertidumbre que entraña un oficio que es tan azaroso. Porque al final la arquitectura tiene que decir algo pertinente a la gente. A fin de cuentas, si se tiene suerte, talento, fuerza, garra: no nada más algo que le diga algo a la gente, sino como ya decía, que la haga más feliz, más sabia.
—Actualmente vivimos en Guadalajara, una ciudad productora, provocadora pero últimamente perpleja por la inseguridad delictiva. Una etapa de evolución de la sociedad tapatía incómoda para todos sus habitantes. ¿Crees que se puede atender ese problema desde el arte, la arquitectura y el urbanismo?
—El papel del arquitecto es similar al papel de un estratega: se tiene que dominar una serie de conocimientos, nociones y planteamientos para poder decir algo pertinente que pueda provocar algunas certezas. Quizás pocas cosas tan ciertas hay en la vida como una buena arquitectura, como una buena ciudad. Son realidades que tienen una fuerza muy alta: creo que el papel de un arquitecto es tratar de arquitecturar la realidad. Darle cierto orden, cierta armonía, cierta seguridad, sobre todo cierta belleza que convoque a un estado de serenidad y quietud.
—La Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán se consolidó después de la muerte de Luis Barragán, cuando Ignacio Díaz Morales aún vivía. Dos jaliscienses que han dejado un legado para todos los mexicanos y sus visitantes. ¿Al día de hoy sabes de alguna buena práctica de unión social?
—Estos días me entusiasma el hecho de que cincuenta organizaciones de la sociedad civil se hayan reunido en torno a una exposición, en el Museo de la Ciudad, que se llama Toma la Ciudad. Es una muestra del poder que tienen los colectivos sociales como estrategia para transformar la ciudad. Una manifestación pública y visible en donde hay todo un espectro de gente joven que está intentando por distintas vías cambiar la realidad y hacer de la ciudad un espacio más justo y más habitable.
”Creo que ese colectivo informal que se reúne en torno al propósito de mostrar a la gente lo que está haciendo es un fermento muy interesante. De las cosas más interesantes que visto en los últimos años.
”Podría hablar de otras organizaciones, por ejemplo, históricamente, de Pro-Hábitat, la asociación que fundó Fernando González Gortázar, y que fue uno de los primeros intentos serios y consistentes por defender la ciudad de la depredación que ha sufrido de manera tan lastimosa.
”Me atrevo a decir que la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán, de la que formo parte, también ha sido un esfuerzo importante, y ha logrado entre otras cosas adquirir, conservar y mantener abierta la casa de Luis Barragán y sus acervos en México como un museo y un centro de cultura arquitectónica; logró que el ITESO comprara la casa González Luna (hoy ITESO-Clavigero); ha defendido la obra de Barragán y sus contemporáneos en la medida de lo posible, ha hecho exposiciones y publicaciones interesantes. Me parece justo decir que es una iniciativa activa y positiva. Sin duda ha habido otras de las que ahora no me acuerdo.
—La Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán es una organización actual y consistente en defender el patrimonio: aparte de este esfuerzo, ¿consideras coherente y pertinente la acción del arquitecto tapatío?
Hay una fuerza centrífuga que hace que los esfuerzos se dispersen muy fácilmente y eso debido a distintas causas: el individualismo que mencionaba, el ego de los arquitectos que es algo muy difícil de controlar, la tendencia general por hacer muy complicada la operación o la actividad de los arquitectos en un mercado laboral sumamente complejo.
—Desgraciadamente hay un individualismo que creo que se respira en la ciudad, en donde cada quien ve para su santo. Es difícil que asociaciones o despachos consistentes, de dos o tres arquitectos, sigan unidos mucho tiempo.
”Hay una fuerza centrífuga que hace que los esfuerzos se dispersen muy fácilmente y eso debido a distintas causas: el individualismo que mencionaba, el ego de los arquitectos que es algo muy difícil de controlar, la tendencia general por hacer muy complicada la operación o la actividad de los arquitectos en un mercado laboral sumamente complejo, una demanda “formateada” muy corta frente a un excesivo número de arquitectos…
”Como frecuentemente lo he dicho en mis talleres, la necesidad que la realidad tiene de arquitectura es enorme, pero los trabajos “formateados” para hacer encargos son muy pocos: para esos trabajos hay demasiados arquitectos. Pero, en relación con la realidad que necesita transformarse, hay trabajo para todos. El problema es que todo mundo está esperando a que le llegue el encargo “formateado”, convencional. Y, para lograr trascender esto, comprendiendo la realidad y su necesidad de arquitecturación, los encargos se descubren, se organizan, se plantean y se proyectan, se gestionan con los diversos actores. (Y éstos son los encargos “no formateados”.) Y a veces se llevan adelante. Así, el arquitecto podrá lealmente ganarse su pan a pesar, y a veces al margen, del sistema convencional.
—¿Crees que debe cambiar la percepción del arquitecto, de su actuar?
—Radicalmente: el arquitecto que no es un activista, el que no es alguien muy consciente de la realidad y sus posibilidades —con raras excepciones—, se queda sin mayor oficio que ejercer. O simplemente permanece en los bordes, vendiendo pinturas, materiales de construcción, metido en distintas ocupaciones, hasta vendiendo coches.
”Si hubiera más arquitectos con iniciativas inteligentes y socialmente responsables, que formularan correctamente los problemas y plantearan soluciones pertinentes, para después gestionarlas, creo que podríamos cambiar entre todos la ciudad de manera radical. Desgraciadamente, el ámbito de la arquitectura, el de la mayoría de los arquitectos convencionales, es muy estrecho de miras, de formación intelectual. Eso provoca una pobreza de iniciativas que permea el ambiente. Nuestra cultura arquitectónica es bastante limitada.
—Hace 89 años aproximadamente, Pedro Castellanos, Ignacio Díaz Morales, Luis Barragán y Rafael Urzúa iniciaron una gestión de buenas prácticas de arquitectura y nació la Escuela Tapatía de Arquitectura ¿Actualmente existe?
—Esta tendencia funcionó de 1924 a 1936: no es poco, son doce años. Ellos no sabían que estaban formando la Escuela Tapatía de Arquitectura, como el guerrero que salía de su casa no sabía que iba a la guerra de los Treinta Años.
”La actual formulación de la Escuela Tapatía de Arquitectura es una construcción teórica que surge a partir de la revisión de la trayectoria y del universo intelectual y las hechuras de una serie de figuras importantes de la arquitectura de Guadalajara. Esa escuela es una síntesis tan valiosa que de ahí salió la mejor arquitectura que se ha hecho jamás en este país, la de Luis Barragán. En su caso, hay una línea directa entre sus descubrimientos iniciales, sus hechuras tempranas, su obra de la mitad de la carrera y su obra de madurez. Una línea perfectamente coherente que tiene su origen en la Escuela Tapatía de Arquitectura. Hay otros que también hicieron carreras muy brillantes: Pedro Castellanos, Ignacio Díaz Morales o Rafael Urzúa.
—¿Alejandro Zohn?
—Él ya es de la escuela de Díaz Morales, y ése fue otro momento clave. Díaz Morales funda en 1948 su escuela, toma a una serie de profesores importantes de Guadalajara, y además trae a una serie de arquitectos europeos con los que conforma una reunión de talento muy sui generis ymuy valiosa. Esta escuela empieza a generar arquitectos nuevos como Alejandro Zohn, con una obra muy respetable, sobre todo la del principio de su carrera.
—¿Qué pasó después con los egresados de esta Escuela?
—Después hubo una especie de cansancio, de desorientación, de vacío intelectual que hizo que muy pocos de los primeros egresados tuvieran una carrera consistente. Como si la tutela de esa presencia tan poderosa como fue la de Díaz Morales, al ir desapareciendo, diera paso a una serie de extravíos, a una comercialización trivial, a una cierta indiferencia por los valores de la ciudad. Repito: con sus varias y señaladas excepciones.
—¿Cuál fue la clave del éxito del movimiento de la Escuela de Arquitectura Tapatía?
—Algo muy interesante es, por ejemplo, que los propios maestros de los miembros de la Escuela Tapatía de Arquitectura, al ver lo que hacían sus discípulos, dejaron definitivamente atrás el eclecticismo decimonónico y empezaron a hacer arquitectura nutrida de los mismos principios de la Escuela Tapatía: atención al clima y a las tradiciones edilicias locales, limpieza compositiva, uso de los materiales regionales, cuidado por los patios y los jardines y una gramática formal afín pero que al mismo tiempo les permitía grandes libertades.
Los propios maestros de los miembros de la Escuela Tapatía de Arquitectura, al ver lo que hacían sus discípulos, dejaron definitivamente atrás el eclecticismo decimonónico y empezaron a hacer arquitectura nutrida de los mismos principios de la Escuela Tapatía: atención al clima y a las tradiciones edilicias locales, limpieza compositiva, uso de los materiales regionales, cuidado por los patios y los jardines y una gramática formal afín…
”Los maestros de obra, que veían lo que hacían los arquitectos mencionados, comenzaron a producir una arquitectura estrechamente emparentada con la de ellos. Esta tendencia se extendió entre arquitectos e ingenieros —fundamentalmente ingenieros, que es lo que había— y se creó una escuela (y un estilo) regional que se prolongó hasta los años cuarenta del pasado siglo y que recogía todas esas raíces pero que al mismo tiempo proponía una nueva manera de plantear la arquitectura.
”Esto marca todo un capítulo que va del 1924 a 1936. Este periodo se extiende para varios de ellos: por ejemplo para Pedro Castellanos hasta 1938, para Urzúa hasta 1942 cuando todavía hacía cosas parecidas. Luego, aparece en 1948 la escuela de Díaz Morales en donde hay una gran influencia de la Bauhaus, secretamente de Le Corbusier y su Esprit Nouveau, de diversas teorías de la arquitectura moderna.
”Después existe un claro rompimiento. Es muy notable el hecho de que las primeras generaciones de la escuela de Díaz Morales no tenían ni conocimiento ni interés por los principios y las realizaciones de la Escuela Tapatía. Se dio un corte, una cesura. Hubo necesidad de que llegara otra generación de arquitectos para intentar reconstruir la historia borrada, para iniciar los intentos de conservar lo más valioso. Para, creo, tratar de retomar el hilo.
”Esas generaciones de arquitectos —algunos de los egresados entre 1954-1955 y 1965-1966— son los responsables de muchas de las pérdidas patrimoniales que sufrió la ciudad en diversos sentidos. Tumbaban y construían encima sin mayor miramiento. He platicado con varios de ellos y, a su parecer, era el proceso normal de la evolución de la ciudad. Un botón de muestra: la sustitución, muy desafortunada, del Hotel García (o Edificio Genoveva), en la calle de Corona, por un estacionamiento que estaría bien si se hubiera hecho en un terreno sin preexistencias y fuera de los contextos tradicionales. Otra gran pérdida; las indiscriminadas ampliaciones de calles que se extendieron hasta los años setenta. Un maestro de esa Escuela demolió sin miramientos dos casas de Urzúa para levantar un edificio de productos, etcétera.
—Ese momento en la historia de Guadalajara en el que se reúnen los grandes expositores de la Escuela Tapatía de Arquitectura para trabajar en la unificación de las formas para hacer arquitectura requirió que sus miembros tuvieran afinidades. ¿Crees que surja un nuevo colectivo? ¿Qué se necesitaría?
Esas generaciones de arquitectos —algunos de los egresados entre 1954-1955 y 1965-1966— son los responsables de muchas de las pérdidas patrimoniales que sufrió la ciudad en diversos sentidos. Tumbaban y construían encima sin mayor miramiento.
—Estoy seguro de que es necesario. Para hacer un colectivo se necesitan varias cosas: la garra, el ímpetu que da la juventud, la falta de miedo al futuro y la falta de prejuicios e ideas preconcebidas. Tener toda la generosidad de abrazar una causa común y de alguna manera conciliar los pensamientos individuales para lograr tener principios compartidos. Tener vuelo…
”Se requiere saber qué hacer, a dónde ir, qué pedir, qué exigir, cómo plantearlo. Creo que sería muy saludable para la arquitectura de Jalisco, si no es que de México, que hubiera un verdadero movimiento tapatío que pugnara por una mejor ciudad, un mejor territorio, una mejor arquitectura.
”Esto sin la distinción, que me parece miope, entre quien planea el territorio, quien planea la ciudades, quien planea los barrios, quien planea una cuadra, quien planea un edificio, quien planea una casa, quien restaura una edificación patrimonial, quien piensa un jardín, quien planea un cuarto, quien planea un mueble. Es fundamental abrazar integralmente el oficio del arquitecto. Toda esa gama de cosas que corresponden al hacer arquitectónico, si le hacemos caso a Vitrubio, son una base sólida para que el arquitecto se convierta en un interlocutor válido de la sociedad. Porque el arquitecto que se dedica nada más a hacer renders no tendría mucho que decir, o el que solo hace diseño de interiores, o lo que llaman paisajismo. Así, se está desconectado de una matriz intelectual y de un principio general, algo que por ejemplo Díaz Morales poseía ampliamente. Él sabía desde diseñar un anillo hasta hacer una ciudad, sin ningún complejo.
—Los prejuicios infectan el gremio arquitectónico, sobre todo a las nuevas generaciones, les impiden la profundidad. El flujo rápido de información, las redes sociales, los chismes en general, han afectado mucho el hacer como arquitecto.
—Lo arquitectos y los estudiantes de arquitectura pierden mucho tiempo, ya no ven tanto las revistas impresas, pero ven muchísima arquitectura en las pantallas, lo que es casi nada. Una imagen en una pantalla de computadora es una lejanísima referencia a la realidad. Buscar nombres célebres, nuevas tendencias de moda en Nueva York, en Tokio, donde sea, es realmente y casi siempre una pérdida de tiempo. En lugar de leer a Rilke, Vitrubio o Saint-Exupéry. O en lugar de conocer, como la palma de su mano, su ciudad, su región, su gente, su comida, sus fiestas: su cultura.
—Verdadera información…
—Es verdadera formación.
—¿Qué valor tiene el libro ante esto?
—Fundamental: los libros son las fuentes más inmediatas para acceder a la realidad.
—¿Cómo lo consideras?
—Es una de esas herramientas insustituibles, casi inmejorables. Como la rueda. Puede ser grande o chica, gorda o flaca. Pero es la rueda; el libro es otro gran invento. No pasa de moda, es simplísimo, funciona perfectamente. Es ligero y portátil. Además, el libro es el vehículo para realmente poder encontrar cosas que sin saber buscas.
—La tecnología es una gran herramienta de trabajo, nos ha facilitado cualquier actividad y también disminuye tiempos en los procesos de creación. ¿Compite con las habilidades cognitivas del arquitecto creador?
—La tecnología, y particularmente la informática, es una herramienta como cualquier otra. Hay que tratarla con cuidado y ponerla en su lugar. El problema es que hay una virtualidad que infecta la realidad y es sumamente peligrosa: un muchacho elige en la computadora o en el teléfono ver videos, jugar o chatear en lugar de salir al jardín y darse cuenta de cómo están construidas las plantas, cómo está la temperatura, qué dice el cielo, por qué llegan los pájaros. Cosas que casi todos los muchachos consideran muy aburridas, pero finalmente ahí está la sabiduría que puede dar la vida.
”Hacer un jardín, cultivar unas plantas, leer un libro con atención y subrayarlo. Imaginar. Escribir lo que piensas, pero escribirlo a mano. Porque la escritura a mano es totalmente distinta a la escritura en computadora: hay un movimiento físico que produce vibraciones que van directamente al cerebro y generan un rebote que no existe en el tecleo de la máquina. Es lo mismo con el indispensable dibujo a mano. Y, sobre todo, ya como último recordatorio para este tiempo de las máquinas, lo que dijo Paul Valéry: Soñar es saber. ®