La labor de Amado Nervo como ficcionista ha sido, generalmente, pasada por alto. Se le tiene como poeta católico por excelencia, de prosa almibarada, y se le concibe como el gran rival poético de Rubén Darío. La verdad es que Nervo desarrolló una valiosa serie de relatos de ciencia ficción.
El hombre, desde que nace hasta que muere, es una máquina de hacer juguetes.
—Amado Nervo
Voluntades invisibles
Se ha dicho que la literatura fantástica mexicana, en especial en el terreno de la ficción científica, mantiene una línea fija, una tradición, a partir del siglo XVIII, con la escritura del cuento del intelectual yucateco, fraile franciscano, además, Manuel Antonio de Rivas, Sizigias y cuadraturas lunares, que describe la historia de un inventor que crea una nave para viajar a la Luna, sólo para hallar ahí una sociedad utópica y que contrasta sensiblemente con la sociedad colonial mexicana.
Éste fue uno de los principales motivos para que De Rivas sufriera un proceso inquisitorial que duró cerca de diez años.
Sin embargo, es imposible hablar, propiamente, de una “tradición” literaria, dado que el cuento mencionado, Sizigias y cuadraturas lunares, sólo fue conocido por su autor, algunos amigos, su abogado y los jueces de la Inquisición que lo procesaron, hasta su afortunado rescate por Pablo González Casanova, quien dedica un largo ensayo sobre ese texto en su excelente libro Literaturas perseguidas durante la crisis de la colonia. Más recientemente, el historiador Miguel Ángel Fernández ha realizado un impecable rescate paleográfico del relato y, con un prólogo suyo y notas históricas, astronómicas y matemáticas de él y del topólogo Gerardo Ochoa, se ha publicado en una edición especial del proyecto Goliardos.
En cuanto a el concepto de tradición, de igual manera podemos decir de los cuentos mexicanos de ciencia ficción del siglo XIX. Muy difícil es pensar que un autor haya leído al otro, que exista un proceso de influencias, rechazos y replanteos, a pesar de que aparecen relatos de este género en el siglo XIX mexicano casi cada década, y de los cuales, el mismo Miguel Ángel Fernández ha hecho una antología, con su respectivo prólogo histórico, para el proyecto Goliardos.
Menos preocupados por la ciencia en sí que por nuestra naturaleza como mexicanos y como seres humanos, los autores, desde Manuel Antonio de Rivas hasta Amado Nervo, han superado los obstáculos de la censura (a veces) para, a través de la ficción científica, crear una historia crítica del país.
Esta continuidad sin influencias recíprocas nos muestra, sin embargo, una vertiente mucho más interesante: una voluntad invisible pero poderosa, una línea histórica que resurge a cada momento en nuestras letras para crear espacios narrativos que permitan a los autores, a través de este género, contar al país, abrir un espacio crítico, reflexionar sobre la naturaleza humana.
Menos preocupados por la ciencia en sí que por nuestra naturaleza como mexicanos y como seres humanos, los autores, desde Manuel Antonio de Rivas hasta Amado Nervo, han superado los obstáculos de la censura (a veces) para, a través de la ficción científica, crear una historia crítica del país. Aunque siempre hallaremos elementos de prospectiva científica y tecnológica en esta gama de autores.
Libertades, ficciones y futuros
La ficción científica mexicana es una de las claves esenciales de la literatura fantástica y, en muchos sentidos, de la literatura realista de nuestro país. Desde que fray Antonio de Rivas escribiera Sizigias y cuadraturas lunares en 1774 este tipo de narrativa ha formado una línea de continuidad curiosa y necesaria: casi en cada década del siglo XIX aparecen en México escritores que utilizan la ficción científica para crear artefactos literarios que permitan contar el país, el momento, a partir de una visión futurista: espacios literarios de la más creativa de las críticas.
Pongamos tan sólo un ejemplo de ello: en 1844 Fósforo Cerillo (Sebastián Camacho Zulueta), publicó el cuento “México en el año de 1970”. En él dice que la Ciudad de México ya contaba con “doscientos cincuenta mil habitantes”, lo cual es de una gran ingenuidad demográfica. Pero cuando habla de la estructura de la administración pública, de la manera en que se daba la corrupción y el tráfico de influencias, parece como si el autor hubiese visto la manera de proceder de las regencias de la Ciudad de México en esa década del siglo XX. Lo más extraordinario sucede cuando describe lo que ocurría con los medios informativos, pues Camacho Zulueta nos dice que en ese tiempo “ya no había periódicos”, sino que existían “daguerrotipos gigantes móviles”, es decir, megapantallas, “situados estratégicamente en la ciudad”. Las imágenes de películas como Blade Runner o del steempunk creado por Gibson y Sterling vienen a la mente de inmediato. Hay, además, una coincidencia con el que se considera el mayor autor de ficción científica del siglo XIX, Julio Verne, quien escribió una década más tarde París en el siglo XX, novela de juventud ubicada en los años setenta, precisamente.
Pero seguramente el escritor decimonónico más prolífico en este y otros muchos sentidos fue Amado Nervo, quien representa, además, un puente literario para la ficción científica mexicana que la ayuda a transitar exitosamente del siglo XIX al XX.
Nervo, como se sabe, fue puntal del modernismo, movimiento literario e intelectual que desplazó a los románticos y creó una visión muy particular del mundo, en la cual intentaba rescatarse el humanismo y la modernidad, más allá de los descalabros constantes que el progreso había provocado en las sociedades industriales de fines del siglo XIX.
Es interesante mirar hacia ese mundo en aparente contradicción de premisas. Los modernistas, por principio, fueron en general grandes entusiastas de la ciencia. José Juan Tablada y Amado Nervo eran reconocidos en su tiempo no sólo como poetas, sino también por sus artículos de divulgación y hasta de especulación científica. Son datos ahora poco conocidos, como lo es el hecho de que un contemporáneo de ellos, éste pintor, de quien ahora admiramos sus paisajes y su manera de “pintar el aire”, José María Velasco, fue casi ignorado en su época por su labor plástica, al menos oficialmente, y que el único reconocimiento público que realmente recibió fue como científico, pues realizó extensos estudios sobre la salamandra mexicana, el ajolote.
Encontraremos estos olvidos frecuentemente en la historia de nuestra vida intelectual, de nuestra ciencia y de la historia de nuestra literatura. No obstante, son lagunas que siempre terminan llenándose nuevamente, con una revaloración de estos aportes desde una nueva perspectiva: la recuperación de nuestra propia línea histórica que, en ocasiones, queda momentáneamente oculta por el prejuicio o por la abrumadora cantidad de materiales fabricados, casi todos ellos en maquila, por la industria cultural estadounidense. Pero este proceso de transculturación es siempre reversible si sabemos mirar nuestra historia, rescatarla y, por qué no, disfrutarla.
Ficción científica, modernismo y ficción especulativa
El caso de la obra de Amado Nervo, en cuanto a literatura de anticipación se refiere, es importante en este sentido, pero también lo es por sí mismo. La labor de este poeta como ficcionista, y específicamente como autor de ciencia ficción, ha sido también pasada por alto. Se le tiene como poeta católico por excelencia. Se le ha visto como el escritor de la prosa almibarada. Se le concibe como el gran rival poético de Rubén Darío, el otro reconocido modernista latinoamericano. Pero es hasta ahora cuando su ficción se recupera.
La mirada del poeta hacia la ciencia. El humanismo del escritor en contraste con los avances científicos. La especulación futurista. En los cuentos y poemas de Nervo hallaremos temas sorprendentes: el teléfono celular, la creación de la Comunidad Económica Europea y la caída de las grandes burocracias del Este, el control de ondas cerebrales, la criogenia y los viajes en el espacio, entre otros tópicos científicos, tecnológicos y sociales.
En los cuentos y poemas de Nervo hallaremos temas sorprendentes: el teléfono celular, la creación de la Comunidad Económica Europea y la caída de las grandes burocracias del Este, el control de ondas cerebrales, la criogenia y los viajes en el espacio.
No hallaremos, sin embargo, demasiados ecos de la ficción científica de Julio Verne en él, sino algunas influencias más o menos directas de escritores contemporáneos suyos, como H.G. Wells. Y, sin embargo, no hay calca en la ficción nerviana. Hay, más bien, una postura creativa, que le permite asimilar y expandir ciertos paradigmas, de tal suerte que cuentos como “La última guerra” preconizan el trabajo de otros escritores de habla inglesa posteriores a él, como Orwell con su Rebelión en la granja. Sucederá otras veces en la historia de la ficción científica, muy notablemente con la novela Eugenia, de 1919, del psiquiatra yucateco Eduardo Urzáiz, en la que habla de eugenesia, de control de núcleos sociales a través del consumo de drogas, de cambios quirúrgicos de sexo, de aquellos temas que no veremos desarrollados plenamente sino hasta la publicación de Un mundo feliz.
No obstante, es difícil decir que Nervo sea un escritor de ficción científica “dura”, es decir aquella que se apega a la tecnología y la ciencia por encima de la misma literatura y que sólo realiza extrapolaciones para lograr sus fines narrativos. Amado Nervo es, sobre todo, un jugador, un ser lúdico que reacomoda sus temas y visiones a la intuición que tiene del mundo, del amor, de la inmortalidad, de lo cotidiano y del futuro.
En su cuento “El sexto sentido” un médico descubre un procedimiento quirúrgico para manipular el cerebro humano de tal suerte que se puedan realizar viajes en el tiempo.
Un solo ejemplo nos bastará para entender la postura de Nervo ante la ficción científica. En su cuento “El sexto sentido” un médico descubre un procedimiento quirúrgico para manipular el cerebro humano de tal suerte que se puedan realizar viajes en el tiempo. Encontramos desde ya una diferencia de lo que después veremos en la ficción científica de otros países con respecto a este tema: no hay máquinas, sino que es la psique humana, tras la intervención del bisturí, la que hará posible el viaje por los territorios de Cronos. No es ésta la única diferencia, ni mucho menos. Una vez que el personaje principal se somete al experimento del médico, su periplo por el tiempo no será ni para conocer anticipadamente los resultados de la lotería y así hacerse rico, ni para descubrir, en el futuro, la cura de enfermedades como la tuberculosis o la sífilis —flagelos terribles en aquel tiempo—, y ni siquiera para saber cuál será el fin último de la humanidad. Para este viaje no hay motivos de codicia, de interés altruista y científico ni, tampoco, de trascendencia filosófica. En realidad lo que hace el personaje es remontarse a un pasado más o menos inmediato para conocer a la mujer que amará en el futuro, desde su niñez, y seguir su desarrollo hasta el punto culminante del encuentro de la amada y el amado. Se trata de una visión de poeta, ciertamente, y humanista, en términos de que, de una manera muy modernista, aprovecha las ilusiones del progreso y especula y juega con ellas para dar consumación a los fines del romanticismo: “El amor, la infinita pasión, ennoblecen al espíritu humano”, como diría Goethe. ®
Este texto es el Prólogo a La última guerra, cuentos y poemas de ciencia ficción de Amado Nervo, antología recopilada por Miguel Ángel Fernández [México: Goliardos, 2000].