Sofia Coppola fue galardonada con el León de Oro en el Festival de Venecia. ¿Lo merecía? Lo cierto es que su obra ha alcanzado el balance entre el cine de autor y el cine comercial, lo cual le ha garantizado el éxito ante la crítica y en taquilla.
Una inexplicable controversia ha provocado el León de Oro, concedido en el Festival de Venecia a Somewhere (2010), cinta de Sofia Carmina Coppola (Nueva York, 1971), vertida al español de México como En un lugar del corazón. La más que dilatada paráfrasis en la traducción pone de manifiesto un hecho innegable: en principio el espectador se enfrenta con un filme exigente, de tomas amplias, con escasísimo diálogo, bastante idiomático por otro lado, que podría incluso tomarse como un tanto deslucido y anodino, el cual requiere de cierta explicación. La vida huera, privada de sentido, de un consumismo a ultranza, que Sofia Coppola se propone retratar como trasfondo de su trabajo, demanda tal vez ciertos recursos que hicieron no sólo pensar sino sentir al espectador la tibia monotonía y sinsentido de ciertas existencias, que se pretende imponer como modelo a las sedientas masas de desheredados en los países ricos y de manera muy particular en Estados Unidos, un país que cuenta con la industria fílmica más poderosa del mundo que influye –y no poco– en las maneras de vivir y sentir de otras naciones. No es una casualidad que la directora italoamericana vuelva la vista a la nación de sus ancestros, como su padre —Francis Ford Coppola— ha hecho en el grueso de su producción. De las primeras escenas rodadas en Sunset Boulevard y el lujoso y algo anticuado Chateau Marmont en Los Ángeles, a mitad de la película hay un cambio de locación, al también elegante hotel Principe di Savoia en Milán; más tarde será el Planet Hollywood Resort and Casino en Las Vegas, otro de los imponentes, gélidos y artificiales escenarios donde se desarrolla la película.
Suspicaces no han faltado que se hayan planteado el porqué de la distinción otorgada en Venecia en tanto que mejor película. Quentin Tarantino fungió como presidente del jurado, un director por quien Sofia abandonara a otro director de cine, Spike Jonze. Tarantino, en una suerte de gesto irónico, pudo adjudicarle el premio, como ahora se halla liada con el actor Thomas Mars (padre de su último hijo), el cual aparece en el filme de 1999, The Virgins Suicides, ópera prima como directora de la Coppola, ya que su debut como actriz lo hizo a escasos días de nacida con la escena del bautizo en The Godfather (Francis Ford Coppola, 1972), apareciendo en las siguientes piezas de la saga fílmica. Otros inconformes han echado en falta el humor, el erotismo fino, los caracteres femeninos paradigmáticos, la amalgama de música y fotografía móvil, que resultaba original y de gran atractivo. Los fans de Sofia Coppola la siguen sobre todo por sus trabajos ligeros, coloridos y humorísticos como Marie Antoinette (2006), con una Kirsten Dust desbordante; menos numerosos acaso son aquellos que puedan apreciar las sutilezas de Lost in Translation (2003), para la ortodoxia académica, el trabajo más sólido de la realizadora, por novedoso y estético, precisamente a causa de esa rara fusión entre música e imagen, con protagonistas como el veterano Bill Murray y la siempre deslumbrante Scarlett Johansson. La música de Somewhere es de Crystal Phoenix pero, como los planos y las actuaciones mismas, se inclina más por el lado de la contención y la reserva.
La más que dilatada paráfrasis en la traducción pone de manifiesto un hecho innegable: en principio el espectador se enfrenta con un filme exigente, de tomas amplias, con escasísimo diálogo, bastante idiomático por otro lado, que podría incluso tomarse como un tanto deslucido y anodino, el cual requiere de cierta explicación.
No puede olvidarse que si algo caracteriza a la factura Coppola —tanto en el padre como en la hija— es ofrecer un cine comercial que se permite ciertos desplantes líricos, de exploración (quienes aman el cinéma d’avangarde afirmarán que esos contados momentos son los que más valen pero quienes son de línea dura, por el lado de los productores y los guionistas, dirán que esas veleidades artísticas se las podían permitir acaso maestros como Alfred Hitchcock o Martin Scorsese y que, incluso a ellos, no siempre les salían bien). Youth without Youth (2007) y Tetro (2009) de Francis Ford Coppola, las cuales figuran entre sus trabajos más recientes, son muestras de esta tendencia de ofrecer un híbrido entre el cine comercial y el cine de autor, sumamente personal y no carente de originalidad. El primero sobre una novela de Mircea Eliade y el segundo donde se mezclan pasajes de la vida de un director de orquesta de nombre Carlo Tetrocini, que en algo recuerda al gran Arturo Toscanini; sin detenerse en el Bram Stoker’s Dracula (1992), donde vuelve al texto original del escritor irlandés.
Tengo que confesar que en mi caso personal tuve que ver dos veces Somewhere para entenderla y apreciarla a cabalidad. La primera, quizá por cierto desajuste con la proyección, me ponía algo inquieto por el hecho de percibir los micrófonos en sus contrastantes variedades (plumeros, negros, con aplicaciones de cintas aislantes de distintos colores) justo por encima de la cabeza de los protagonistas, o más bien dicho el protagonista, el personaje Johnny Marco (Stephen Dorff), quien no se compromete en diálogo alguno, al menos durante los primeros y largos dieciocho minutos de la cinta. El mensaje está claro. A un hombre aún joven y vigoroso, que puede permitirse toda clase de excesos aunque su físico ya comience a hacer agua (no sólo por su vientre firme pero abultado sino por la fractura que sufrió en el brazo que lleva enyesado), le bailan despojándose de sus ropas unas go-go dancers rubias y gemelas en su cuarto, el número 59 de Chateau Marmont (donde más tarde nos enteraremos por Benicio del Toro, me parece, durante una furtiva aparición sin crédito en el ascensor, ocupó Kurt Cobain), las otras huéspedes en el hotel se le ofrecen de manera espontánea, mostrándose con los senos al aire en las terrazas, llega a perseguir incluso en su flamante ferrari negro a ricas herederas hasta el portón de sus mansiones. Pero Johnny también tiene una hija, Cloe (Elle Fanning, hermana de Dakota), que tiene apenas once años pero quien como tantos púberes de hoy presenta un desarrollo de cuerpo y de mente más bien precoz (¿será por las hormonas en la carne y demás fármacos disueltos en el agua y los alimentos?). Elle Fanning, a quien en un inicio rechazó la directora de cine por considerarla más bien una niña actriz, con su grácil figura, su rostro angelical, su amable timbre de voz y su sencillez a toda prueba se convierte en el atractivo visual de la cinta, con todas las connotaciones inconscientes e inconfesables que se quiera, no esbozadas con claridad en el filme pero que el espectador puede abrigar en su algo inquieta y cochambrosa psique.
Enclavado entre la crónica y la ficción, este reciente trabajo de Sofia Coppola se engolfa por aguas ignotas y traicioneras, sugiriendo muchas cosas y no concretando ninguna. En principio es el amor del padre hacia la hija que ha descuidado por largos años, de la que ni siquiera sabe que practica el patinaje artístico sobre hielo y con bastante soltura, por cierto, para llevar tan sólo un par de años en ello. Cleo incursiona en la cocina gourmet —sea spaghetti alla panna e formaggio o huevos Bénédictine—, y cuando acompaña a su padre a Milán se engalana con un vestido de noche claro que resalta la simpleza, elegancia, el carácter único de la mujer-niña. El clímax visual viene en una escena bajo el agua en la piscina, donde la vemos moverse con una vitalidad, una soltura y una gracia singulares, ya de regreso, en los lujosos apartamentos cum hotel donde vive su padre en compañía de un room mate, Sammy (Chris Pontius), el tío de cariño de la simpática Cleo. Si retrato de su propia vida de adolescente, al lado de su padre, quien seguramente no le dedicaba mucho tiempo, o más bien reflexión irónica sobre otras culturas (la Francia en Marie Antoinette y con mayor incisividad el Japón de Lost in Translation), en este caso la patria de sus mayores, Italia, al menos por el lado paterno, la cual se presenta en todos los excesos que la industria televisiva se permite en aquel país, bajo la férula o más bien amasiato con Silvio Berlusconi, quien a través de Medusa Films coprodujo la cinta o, en último análisis, la disfrazada historia de un amour fou entre un padre donjuanesco y una hija ninfeta, eso toca al espectador decidir. Como el mismo Tarantino lo expresó ante los medios, “fue una cinta que nos encantó por sus imágenes, si bien ese encanto inicial creció y creció en nuestros corazones, nuestros análisis, nuestras mentes y afectos”.
No puede olvidarse que si algo caracteriza a la factura Coppola —tanto en el padre como en la hija— es ofrecer un cine comercial que se permite ciertos desplantes líricos, de exploración (quienes aman el cinéma d’avangarde afirmarán que esos contados momentos son los que más valen pero quienes son de línea dura, por el lado de los productores y los guionistas, dirán que esas veleidades artísticas se las podían permitir acaso maestros como Alfred Hitchcock o Martin Scorsese y que, incluso a ellos, no siempre les salían bien).
La segunda vez que acudí a la sala de cine pude ver la cinta sin esos molestos defectos de proyección (ya no se percibían los micrófonos colgantes) y además me quedé hasta la escena final, que me había perdido por ver otra cinta pagando desde luego sólo el precio de una. Me percaté entonces de cosas bastante evidentes, en las respuestas que da Johnny Marco durante las ruedas de prensa, relativas a la cultura posmoderna de alcance global, la influencia de los inmigrantes italianos en la cultura estadounidense e incluso la perspectiva exterior de la cinta (tanto china como rusa). Me quedó claro este aspecto fellinesco de hacer cine en el cine e incluso llegué a pensar que el micrófono no era un error de proyección sino un gesto deliberado, por parte de la directora, que hacía aún más evidente el carácter artificioso que rodea a esa gente del jet-set de Hollywood hasta casi asfixiarlos. Creo que de una manera implícita, no declarada, sino más bien latente, oculta en el subtexto, Sofia Coppola, más allá de cuestionarse acerca del vacío existencial que enfrentan los (y las) stars hollywoodenses, se plantea —in modo obliquo al menos— la falta de sentido de toda esta cultura global bajo el sueño de un consumismo paradisiaco. Si todos estos elementos se presentan en una sutil y abigarrada mescolanza para impresionar al jurado de los festivales europeos de cine, como han maliciado algunos, es difícil negarlo aunque también afirmarlo a rajatabla. De cualquier forma es la superficie —no lo que se halla en el fondo— el elemento que salva la película. El atractivo de las imágenes, la gradual humanización de los caracteres y finalmente la infinita gama de connotaciones y sentidos secretos que pueden surgir en la mente de cada espectador.
Somewhere, título revelador porque también la cinta se queda ahí precisamente, en algún lugar, en medio, en esa tierra de nadie, entre la pura superficialidad y la reflexión reveladora. Un trabajo nada desdeñable, por parte de Sofia Coppola, juzgado desde sus alcances estéticos e implicaciones geopolíticas, quien basa por vez primera una cinta suya en una figura masculina, el soso y no obstante entrañable Johnny Marco. Con una hija así de talentosa, esbelta, agraciada y radiante como Cloe, ¿quién de nosotros, aún indeciso ante la posibilidad de tener descendencia, no desearía engendrar y disfrutar de la presencia e ingenua compañía de una criatura semejante? Difícil resistir la tentación y todo este romance freudiano ha sucedido en la comodidad del inconsciente, donde ni la censura moral ni mucho menos las normas jurídicas hallan materia que objetar. La mera sugerencia de hybris es con mucho preferible a la falta propiamente dicha: no cuesta nada, es fruto de la sana fantasía, de la más pura sublimación. Sofia Coppola empezó somewhere, en alguna parte, y acabó somewhere, o sea en alguna parte, en otra parte, se entiende, ¿dónde exactamente?, eso es algo que cada espectador tendrá que decidir —en su carácter de opera aperta glosando a Eco— esta cinta permite esto y sugiere mucho más. ®
María José
Me gustó y disfruté mucho Somewhere, por estas razones y otras más. La vi en una sala de Cancún casi vacía, que se fue quedando más abandonada conforme pasaban los minutos.
Sofia tiene muchas debilidades y se ha estancado ya en retratar la soledad de los «pobres niños ricos», pero no se puede negar que sabe hacer películas sutiles y casi hipnotizantes.
Un comentario respecto a la nota! Thomas Mars es músico, no actor. Su banda (el dueto francés Phoenix) hizo la banda sonora de Virgin Suicides y de María Antonieta (tienen también un cameo). El trailer de Somewhere promete música de Phoenix, pero es realmente sólo una canción.