“Es fundamental tener muy claro que una oficina no es un ateneo. A nadie le interesa escuchar tus análisis políticos, tus teorías sociales o tus opiniones sobre lo que sea que estés leyendo. Limítate a hablar de futbol, y si de plano te urge un tema de conversación cómprate un par de TvNotas.”
A pesar de que en algún ataque de romanticismo universitario la mayoría de los “humanistas” (vaya mote) juramos que jamás pisaríamos el suelo hostil de las corporaciones, tarde o temprano llega ese fatídico momento en el que las arcas becas se agotan y, mientras esperamos el dictamen de la obra novelística que revolucionará la narrativa hispanoamericana del siglo XXI o los resultados de los juegos florales de San Juan de las Manzanas, nos vemos obligados a sufrir la metamorfosis definitiva, doblar la esquina irremediablemente y sin vuelta atrás hacia la vida real: volvernos oficinistas. Pero ¿cómo sobrevivir a una oficina o, en su defecto, garantizar la sobrevivencia de nuestros co-workers?
—Primero que nada, es fundamental tener muy claro que una oficina no es un ateneo. A nadie le interesa escuchar tus análisis políticos, tus teorías sociales o tus opiniones sobre lo que sea que estés leyendo. Limítate a hablar de futbol, y si de plano te urge un tema de conversación cómprate un par de TvNotas. Hablar de tu vida personal tampoco es una opción y si lo haces terminarás lamentándolo.
—Puede ser que te creas sobrecalificado para tu empleo, puede ser incluso que lo seas. No importa, para tus compañeros nunca dejarás de ser el rarito intelectual al que hay que explicarle todo.
—Admite de antemano que tú siempre estás equivocado, debatir o intentar defender tu trabajo siempre, siempre, es contraproducente. Ya no estás en la escuelita y aquí nadie te dará puntos extras por participar en clase.
—Asiente y calla, olvida todo el entrenamiento de tu racionalidad y aprende a seguir instrucciones.
—No cuestiones las reglas, es más, ni siquiera las interpretes, sigue al pie de la letra las reglas. Sht sht, no se aceptan sugerencias al respecto. Podrás oír que sí, que las puertas siempre están abiertas para escucharte. No es cierto.
Admite de antemano que tú siempre estás equivocado, debatir o intentar defender tu trabajo siempre, siempre, es contraproducente. Ya no estás en la escuelita y aquí nadie te dará puntos extras por participar en clase.
—¿Puedes recordar qué ropa llevaban tus compañeros el martes de la semana pasada? ¿No? Créeme, ellos recuerdan qué ropa llevabas tú. Quién podría olvidar tu barba de rabino y tus pantalones de manta. Hay una cosa llamada “código de vestimenta”, sí, ese también síguelo.
—¿Puedes recordar cuántas veces fuiste al baño el martes de la semana pasada? ¿No? Pues créeme, tu jefe sí lo recuerda…
—La mayoría de las oficinas manejan la política de “Lo que se dice durante la hora de la comida se queda en el comedor”, pero eso no es cierto. Durante la comida, usa tu boca única y exclusivamente para comer.
—A pesar de que pases más de la mitad de tu vida en ella, la oficina no es ni será jamás tu segundo hogar. Encuentra un mejor lugar para el póster de Barthes o Chomsky o quien sea que planeabas colgar frente a tu escritorio, la foto de tu gato, los inciensos, etcétera.
—Ni se te ocurra intentar “rolar” una matera entre tus compañeros, que quede más que claro que está estrictamente prohibido intentar “rolar” cualquier cosa.
—Hablar de cosas como la Ley Federal del Trabajo dentro de la oficina es equivalente a hablar de Giordano Bruno durante la Inquisición. No lo hagas.
—Por último, disfrútalo, la vida laboral está llena de experiencias exquisitas, risibles, irónicas, desesperantes, todas enriquecedoras. (¿Recuerdas cuando te quejabas porque todos tus personajes parecían calcas de la Maga y Olivera? He aquí tu oportunidad.) Una oficina es probablemente lo más cercano a la humanidad que nosotros “los humanistas” jamás lograremos estar. ®
Emilia
Hola, me gustaría expresar mi opinión respecto de este artículo.
Es cierto que en las facultades de humanidades este tipo de pensamiento es hasta cierto punto común, sin embargo, considero que dejando un poco atrás la inmadurez impulsiva de los primeros tiempos postacadémicos, resultaría mucho más interesante ahondar en territorios más relevantes que en el repetitivo cliché de los humanistas incomprendidos.
La autora dedica dos líneas a un tema que personalmente me parece mucho más preocupante: las trampas de la economía abierta como el outsorcing, los contratos anuales o por metas y la nula seguridad social. Esto por poner un ejemplo. Sin romanticismos, y volviendo a mi réplica, en mi propia experiencia laboral recuerdo a compañeros de trabajo, que sin tener las mismas oportunidades de preparación académica, me han compartido la mesura y sabiduría invaluable de su experiencia.
Por último, quiero mencionar que, después de trabajar por varios años en iniciativa privada, gobierno estatal, freelance, y proyectos propios, no puedo sino reaccionar, por la misma formación humanística que recibí, y que por definición, sopesa intrínsicamente al ser humano, ante un artículo que insiste en la idea del intelectual en su torre de marfil, que «debe» agachar la cabeza y entrar al redil; nuevamente, de manera personal, creo seriamente en que hay una alternativa a ello y puede haber un intercambio mucho más fructífero en las relaciones laborales.
Saludos a todos.