Este texto es resultado de una serie de visitas a la casa taller de Juan Carlos Urive en la céntrica calle 8 de Julio, en Guadalajara, que comparte con el también pintor Roberto Morlegem, en lo que fue la galería Fotón, dirigida por Urive. En las charlas vemos y comentamos los cuadros que atiborran la sala, bebemos cerveza o té y gozamos de la simpatía cannábica. El artista lanza ráfagas de información como si fuera una metralleta desbocada.
Un atardecer delicioso. Típico cielo despejado en época de lluvias en la perla tapatía. Afuera, una bella luminosidad. En la sala donde estoy con Juan Carlos Urive (Guadalajara, Jalisco, 1971) la psicodelia nos rodea. La sala está repleta de pinturas realizadas con colores llamativos, con juegos visuales inspirados en escalas tonales y frecuencias vibratorias de color.
Las imágenes van desde personajes que pertenecen al imaginario popular como los peculiares retratos de Tin Tán, Mauricio Garcés, Charles Bukowsky o los pintores tapatíos Juan Kraeppelin (fallecido hace tres años) y Enrique Oroz, hasta el hiperrealismo psicotrópico en clave lumínica de la pintura de un taco de la calle.
El método científico que utiliza Urive para pintar produce obras prodigiosas visualmente que el artista llama cuadros de lectura, porque la complejidad cromática y de composición del proceso que el artista nombra pintura acrílica progresiva abre la posibilidad a múltiples lecturas.
Artista autodidacta, dice haber aprendido viendo. Entrar en contacto con la psilocibina en la adolescencia le abrió un mundo de color y fantasía al que ya no renunció jamás. Cuenta al respecto: “Las sustancias alucinógenas me han afectado para bien, porque me han ayudado a ver todo más hermoso. Y también a percibir lo sagrado, lo divino de la existencia, y bueno, luego está todo el asunto de los egos con el que hay que lidiar. Pero eso es un tema aparte”.
Cuenta Urive que cuando conoció a Kandisnky, artista ruso pionero de la abstracción y un gran teórico en los campos de la composición y el color, pensó que ya no estaba solo. Dice con ese hallazgo haber recibido un gran regalo, un tesoro, y que Kandisnky le mostró un camino. Para Urive, la pintura es libertad, composición y belleza. Opina que el arte más que un oficio, es gusto y placer por el conocimiento.
La pintura de este artista tapatío combina tanto elementos figurativos como recursos de la abstracción, y los últimos 20 años dice haberlos pasado pintando a puerta cerrada, ya que casi no exhibe en galerías. A lo largo de esas dos décadas solo ha participado en cinco exposiciones individuales en las que ha mostrado la progresión histórica de las inflexiones en su pintura.
Urive se relaciona con el dibujo y la pintura desde temprana edad. Se financió la carrera de diseño gráfico con sus dibujos y ha incursionado en todo tipo de técnicas. Luego este polémico y polifacético artista dirigió un taller de cerámica durante dos años, y también un espacio de exposiciones, El claustro de la Merced, durante 6 meses en el año 2006 en los que dio cabida como curador a los artistas más notables de la escena tapatía como Juan Kraeppelin, Enrique Oroz, Víctor Hugo Farías, “el Infeliz”, Carlos Vargas Pons, José Fors o Enrique Monraz, entre otros.
También lideró una banda de acid-funk, Pure Lies, con una música a base de jazz experimental progresivo rayando en el funk. Urive escribió las letras y dirigió el arte de la banda durante los cinco años en los que se presentaron en bares y eventos. Hasta que decidió abandonar la creación colectiva y decantarse por la pintura de manera total.
A partir de ese momento entra en contacto con al empresa de pinturas Prisa y empieza una colaboración muy provechosa para Urive. Además de cubrir la fábrica de pinturas con un inmenso mural conmemorativo de los 60 años de la marca, el artista incursionó hasta los territorios del laboratorio para estudiar las particularidades químicas del pigmento puro, la viscosidad y opacidad del acrílico, y colaborar en el desarrollo de una gama de pintura para artistas, Cíclope, basada en 12 colores. Además Urive diseñó el logo de la marca y un folleto para niños donde vienen detalladas las escalas tonales.
Esta marca no tuvo una muy buena andadura comercial, pero proveyó de cantidades ingentes de pintura de calidad a Urive para ponerse a trabajar en sus cuadros haciendo ensayos cromáticos a partir de esos doce tonos de color y a partir del conocimiento científico de la molécula del acrílico.
Tenaz en sus esfuerzos en pro de la difusión del arte, Juan Carlos Urive se dio cuenta rápidamente del potencial de las nuevas tecnologías, y junto a Scott Neri, fue el artífice de una de las primeras páginas web dedicadas al arte, Tomarte, que exhibía y vendía obra en línea, además de realizar exposiciones alternativas al circuito oficial de galerías.
En ese sentido, Urive también fue un pionero en Guadalajara en usar los bares y espacios de ocio como lugares de exhibición de arte, principalmente pintura.
También ha realizado numerosas acciones de body-paint y es un excelente retratista, habilidad que le ha reportado ingresos fundamentales para seguir adelante con sus investigaciones pictóricas, además de haber sido objeto de diversos patronazgos promovidos por el artista. Eso ha permitido que Urive no haya tenido que exhibir en el circuito comercial de galerías para subsistir, y que haya podido asumir su pintura como una búsqueda progresiva de conocimiento.
El compromiso de este pintor con el arte ha sido indiscutible, con una vocación militante. Durante mucho tiempo se dedicó a pelear a través del personaje público Urive, el más polémico y por el que de manera superficial es más conocido, por el derecho a manifestarse, a brillar y a pedir un lugar digno para el arte y los artistas. Urive es recordado en ese sentido, entre otras actuaciones estelares, por aparecer como hombre anuncio portando sus propios cuadros colgados en las exposiciones y ataviado de manera estrafalaria, en la estela de un artista como Juan Kraeppelin, quien también dejó su huella en la ciudad como artista y como paradigma de la excentricidad.
Al respecto de Kraeppelin, Urive cuenta que más que enseñarle a pintar le enseñó una actitud de vida, un camino, la actitud del amigo. Así durante un tiempo Urive usaba trajes sastre pintados por él mismo, al igual que zapatos y sombreros, y el pelo pintado de colores chillones y extravagantes.
A estas acciones el artista le llama tener una actitud publicitaria, realizar un performance del ser, de la alegoría. Dice Urive: “Si usas un traje hecho por ti, te manifiestas, aunque la gente cree que solo pretendes llamar la atención. Ese personaje ya no es así, pero para mí era divertido hacer cosas que sólo hacen los payasos”.
La pintura de este artista tapatío combina tanto elementos figurativos como recursos de la abstracción, y los últimos 20 años dice haberlos pasado pintando a puerta cerrada, ya que casi no exhibe en galerías. A lo largo de esas dos décadas solo ha participado en cinco exposiciones individuales en las que ha mostrado la progresión histórica de las inflexiones en su pintura.
Ahora, cuenta Urive, lleva pintando exclusivamente ocho años con la luz del día para “forzar la luz en la paleta y pintar de día para respetar la verdadera tonalidad y luminosidad de los pigmentos”.
La pintura de Urive no es un placebo plástico, es psicodelia activa y especulación visual de altos vuelos a través de los juegos de composición y de color. Para este artista, armonía y contraste es la fórmula que detona belleza, y la pintura es sobre todo color y un método de conocimiento a través de la disciplina y la relación cotidiana con el pigmento y la rara poesía del plástico, el acrílico.
Desde hace varios años el compromiso de Urive con la pintura es total. Pinta en el exilio, como el llama a su reclutamiento voluntario, durante jornadas de ocho horas y pinta varios cuadros a la vez. Para realizar la pintura La inmortalidad de la conciencia aplicó más de 2,500 veladuras. Es a base de veladuras, además de la composición, como Urive dota de una complejidad visual a la que solamente algunas piezas pictóricas del op-art se le comparan.
En su fase de experimentación con las sustancias, Urive se ha abierto grandes caminos de percepción y también ha bordeado peligrosamente los abismos de los paraísos artificiales.
Comenta al respecto este conocedor de las sustancias psicotrópicas que cada una de ellas le aportó nuevos elementos de visión. Con el peyote descubrió los valores de lo geométrico, del LSD dice que es indescriptible y también ha experimentado con el DMT, el yopo y la ayahuasca.
Ahora, en una etapa de redención y madurez a través de la pintura, Urive pasa sus días en el taller descifrando luminosidades cromáticas invisibles, hasta que las hace realidad en base a veladuras, y enfrascado en la búsqueda de la composición ideal para tratar de realizar, según el artista, una aportación a la plástica.
Dice Urive: “La psicodelia no es un estilo de vida, es un juego de visión que me enseñaron la sustancias alucinógenas, un modo de entender la vida, los colores, el aúrea, el compromiso que adquieres con ello. La psicodelia del hongo me enseñó a ver la composición de las proporciones aúreas, a manejar el equilibrio con las pinceladas…”.
Los cuadros de Urive son de gran originalidad y calidad pictórica. Realiza paralelismos con las notas musicales y la gamas cromáticas, viendo como se relacionan por ejemplo los colores fríos con las notas musicales, el azul relacionado al tono sí, el índigo con la nota la y el do con el verde. Esas frecuencias le permiten lograr efectos visuales armónicos y disonantes, siempre buscando la vibración.
Juan Carlos Urive reconoce que en este momento apenas está aprendiendo a pintar. Para el artista, la pintura es un aprendizaje continuo, los conocimientos técnicos adquiridos en la realización de un cuadro se transmiten a la hechura del siguiente, y así es como la pintura deja de ser concreta para convertirse en sintética, lo que Urive llama pintura acrílica progresiva.
La pintura de Urive no es un placebo plástico, es psicodelia activa y especulación visual de altos vuelos a través de los juegos de composición y de color. Para este artista, armonía y contraste es la fórmula que detona belleza, y la pintura es sobre todo color y un método de conocimiento a través de la disciplina y la relación cotidiana con el pigmento y la rara poesía del plástico, el acrílico. En definitiva, es una obra pictórica erigida a partir del conocimiento científico de la molécula.
Así que parece que la pintura de Juan Carlos Urive no ha hecho más que despegar.
Y apunta alto. ®