En esta compilación el autor reúne narraciones que ofrecen un mural de lo que ha sido vivir la violencia que en los últimos años, entre los siglos XX y XXI, nos ha marcado como sociedad. Relatos de un mundo donde lo criminal es el punto más doloroso de nuestra cultura.

En las más recientes décadas el aumento de la violencia, la inseguridad y la impunidad en México ha hecho cada vez más necesario el desarrollo del género policiaco en la literatura mexicana, que nos puede permitir, a través de la ficción, intentar conocer la verdad de tantos asuntos que permanecen en el misterio pese a su notoriedad.
Esa tarea se ha estado haciendo desde diversas regiones del país, especialmente en el norte, que ha sido muy asaeteado por la delincuencia y la injusticia. Así ha ocurrido durante cuatro decenios en el caso de Gabriel Trujillo Muñoz (Mexicali, Baja California, 1958), que ha convertido lo policiaco en uno de los principales temas de su muy diversa obra.
Recientemente el escritor mexicalense publicó Cuentas pendientes. Relatos criminales y policiacos, 1981–2023 (Fondo de Cultura Económica, 2025), una compilación de una treintena de cuentos, antología en la que incluso hay ribetes de ciencia ficción y de terror.

El autor dice de esta compilación que “es un conjunto de narraciones que ofrecen un mural de lo que ha sido vivir la violencia que en los últimos años, entre los siglos XX y XXI, nos ha marcado como sociedad (…) Relatos de un mundo donde lo criminal es el punto más doloroso de nuestra cultura, donde la violencia es la trama que anuda lo personal y lo comunitario, lo real y lo imaginario, lo verdadero y lo falso, la riqueza y la miseria”.
Conversamos sobre ese libro con Trujillo Muñoz, quien es profesor de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Autónoma de Baja California–Mexicali. Autor de diversos libros en géneros como el cuento, la novela, el ensayo y la poesía, sus textos han sido publicados en países como Colombia, España, Italia, Japón, Francia, Chile, Alemania, Argentina y Canadá. Editor de la Revista Universitaria de la UAC, ha colaborado en publicaciones como Casa del Tiempo, Revista Universidad de México, Tierra Adentro, Vuelta, Blanco Móvil, etcétera, La Jornada Semanal, Letras Libres, Periódico de Poesía, Blanco Móvil, El Universal y Ciencia y Desarrollo, entre otras. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y creador emérito de Baja California, ha obtenido diversos premios, entre los que destacan los nacionales de Novela Histórica Ignacio Solares, de Ensayo Abigael Bohórquez y de Poesía Bartolomé Delgado de León; los internacionales a la Excelencia Frontera y de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano, además del Binacional de Poesía Pellicer–Frost.
—¿Por qué hoy esta compilación de treinta y un cuentos que resumen cuarenta años de su trabajo en el género policiaco, de “la invención de lo criminal”, como como usted dice?
—Soy un escritor de literatura policiaca, de narrativa criminal desde hace treinta años, cuando publiqué Mezquite Road en Planeta. Soy de la generación de Juan Hernández Luna, Rafael Ramírez Heredia, Francisco José Amparán. Me dediqué más a la novela, aunque soy cuentista de muchos géneros: ciencia ficción, fantasía, misterio. Publicaba los cuentos de vez en cuando y se fueron juntando.
En un momento dado pensé que necesitaba mostrar lo que había hecho en términos de un relato breve, y encontré que estos cuentos se unían por dos circunstancias: primera, el detective clásico y la investigación por un crimen y, segunda, hay narraciones a partir del crimen mismo o del asesino que lo cuenta desde su perspectiva. Me interesó juntar estas historias, muchas de las cuales ocurren en la frontera, aunque también en el interior del país, con temas muy diversos.
Estos relatos están unidos por lo criminal y lo policiaco, pero hay estilos, incluso steampunk, por ejemplo. Hay cuentos que son homenajes a Lovecraft y otros al cine visto desde la frontera.
Hay por ahí dos cuentos, uno sobre Bela Lugosi y otro sobre un director de cine muy conocido, así como otros convencionales en los que parece un detective, que puede ser un exvillista, un cuate que vive en Los Ángeles y viene a la frontera. o hasta el propio Philip Marlowe platicando con José Revueltas, por ejemplo.
Yo digo que vivo en una frontera desértica, en la que lo que más acontece es el espejismo; por ello pienso que buena parte de mis cuentos lo son: uno cree estar viendo una cosa, pero es otra la que está ocurriendo.
Todo esto tiene que ver con usar la frontera como escenario para la imaginación. Yo digo que vivo en una frontera desértica, en la que lo que más acontece es el espejismo; por ello pienso que buena parte de mis cuentos lo son: uno cree estar viendo una cosa, pero es otra la que está ocurriendo.
Estos cuentos tienen de referencia mi visión de que la frontera es una Twilight Zone, una dimensión desconocida donde todo puede ocurrir y donde se puede cruzar lo realista con lo fantástico. Ese tipo de narraciones aparece mucho en esta recopilación de mi obra.
—Usted menciona en la introducción que antes la narración policiaca no era tan bien vista, pero que ahora ya terminó por ser “la columna vertebral de nuestras letras”. Pareciera que mientras más violencia hay en el país, más legitimidad —por decirlo así— tiene este tipo de literatura. ¿Qué opina al respecto?
—Creo que la legitimidad está dada por el trabajo de varias generaciones de escritores que se han dedicado a ella. Es decir, la violencia no ha sido el paradigma por el cual escribimos esta literatura específicamente, sino que ha sido situarnos en los conflictos que hacen que surja la violencia.
En mis novelas lo histórico está presente, por qué ocurrió un hecho en el cual hubo una masacre, una matanza o desaparecidos; tienes que indagar en ello y descubrir que buena parte de la historia de México tiene que ver con una violencia relacionada con un conflicto que puede ser territorial, de clases, étnico, por recursos naturales o de poder político.
La literatura policiaca abarca muchos territorios de la imaginación: lo social, lo económico, lo político, lo histórico y lo futurista. porque estamos siempre en un proceso de quitarle algo a alguien para quedarnos nosotros con ello.
En ese sentido, nuestra literatura siempre está detrás de la realidad, la que, de cierta manera, siempre está contándonos historias extraordinarias, más terribles, más siniestras que lo que nosotros podemos a veces imaginar.
En estos cuentos hay violencia por todas partes, pero también las historias que llevan a ella porque no es gratuita necesariamente, sino que tiene sus motivos: una inteligencia artificial tiene sus razones para desconfiar de los seres humanos, una mujer tiene recelo de los hombres que tiene enfrente, que puede ser su marido o ser su padre, y está atenta a la idea de que puede ocurrir algo.
En último término, la literatura policiaca es escéptica de la ley y del orden, en un México donde la justicia está puesta al mejor postor.
Aquí la Revolución no llegó sino hasta 1920, y hasta ese año no hubo realmente un régimen revolucionario en el estado. Los refugiados porfiristas y huertistas vinieron a Baja California porque era un paraíso para ellos debido a que estaba fuera del control de cualquier grupo revolucionario.
—En varios cuentos hace referencias históricas: menciona hechos desde el Porfiriato hasta el asesinato de Colosio, la discriminación contra los chinos, la Cristiada, etcétera. ¿Cómo le sirvió este trasfondo para sus relatos?
—Lo que sucede es que la frontera es rica en historias que se entrecruzan de norte a sur, de Estados Unidos a México y de México a Estados Unidos, y también tiempos diferentes a los de la historia nacional en el interior del país. Te pongo el ejemplo de la historia local bajacaliforniana: aquí la Revolución no llegó sino hasta 1920, y hasta ese año no hubo realmente un régimen revolucionario en el estado. Los refugiados porfiristas y huertistas vinieron a Baja California porque era un paraíso para ellos debido a que estaba fuera del control de cualquier grupo revolucionario.
Lo anterior le da una riqueza enorme a su historia y a sus narraciones porque puedes contar algo que ocurrió en 1917 y no tiene nada que ver con la Revolución, por ejemplo. Por otro lado, es un entorno que ha evolucionado a una velocidad extraordinaria: en 1900 había campamentos en la frontera del lado mexicano, y cien años después hay ciudades de millones de habitantes. En este lapso recorrimos lo que el resto del país tardó quinientos años en hacer. No es porque seamos mejores o algo así, sino que simplemente las circunstancias locales y la presión de Estados Unidos llevaron a que se hiciera rápidamente.
Estados Unidos construyó los canales de riego, los ferrocarriles, puso fábricas y las cosechas de algodón e hizo que todo se transportara al mercado mundial. Entonces no estábamos en la misma situación; digamos que aquí el Tratado de Libre Comercio comenzó a principio del siglo XX. Es un hecho que por mucho tiempo hemos estado más unidos a la economía de la Unión Americana que a la de México; ahora encuentras que buena parte de la energía eléctrica todavía viene de Estados Unidos y que aún estamos peleando cuánta agua del río Colorado va a llegar a México.
Hablamos de un mundo que se mide por otras circunstancias y otras fuerzas, y claro, tiene historias extrañas, singulares, alternativas a la oficial que nos han contado. Es fascinante meterse en la historia de la frontera norte de México, como lo debe ser hacerlo en la de Yucatán o Chiapas, porque son otras y con tiempos que funcionan de otra manera.
Eso me ha hecho meterme mucho en la novela, como, por ejemplo, en Vecindad con el abismo, que trata sobre cómo fueron tratados los japoneses en la frontera y la forma en que, por la Segunda Guerra Mundial, fueron llevados a la fuerza al interior del país.
También hubo una rebelión indígena en 1781 que despejó las posibilidades del Imperio español para llegar a California, excepto por barco. Este tipo de cuestiones, que parecen raras, nos hacen ver, por ejemplo, que cuando decimos “en 1521 los españoles tomaron México”, pues no es cierto: 150 años después todavía estaban luchando por conquistarlo, y en el norte no lo lograron nunca. Si no lo creen, pregunten a los apaches o a los comanches.
Muchas de las novelas que he escrito tienen que ver con historias específicas del norte, aunque son el sustrato: el acto imaginativo crea lo demás. En los casos de la novela policiaca se trata de investigar ese misterio que nadie quiere que se conozca.
Cuando decimos “en 1521 los españoles tomaron México”, pues no es cierto: 150 años después todavía estaban luchando por conquistarlo, y en el norte no lo lograron nunca. Si no lo creen, pregunten a los apaches o a los comanches.
—Me llamó la atención que en varios cuentos el crimen es un acto justiciero, de personas que despachan al poderoso que ha abusado, sea policía, empresario o sacerdote. ¿Cómo ha desarrollado esta vertiente, digamos, moral?
—Cuando escribes ficción tienes que entender que la justicia en México es un fracaso enorme —y creo que todos los mexicanos lo sabemos—. Lo ha sido hasta ahora, y no sé si ahora con el nuevo sistema judicial vaya a cambiar.
Si ves la historia de México hasta lo contemporáneo, la revancha, la venganza y el linchamiento son parte esencial de las formas en que un individuo o una población decide tomar la justicia en sus propias manos. No es algo nuevo ni nada más de México: Fuenteovejuna somos todos.
Lo que sucede es que la sociedad tiene un nivel de hartazgo de hasta dónde puede soportar abusos y desde dónde toma la justicia por propia mano. No la estoy reivindicando, para nada, sino que estoy diciendo lo que ocurre, y lo muestro en diferentes formas en que puede ocurrir.
El escritor imagina el mundo en el que suceden los hechos que cuenta, y allí descubre que hay atajos, laberintos y callejones sin salida. ¿Qué haces ante esta circunstancia? Y esto son preguntas, más que respuestas.
Yo no tengo ninguna respuesta sobre la situación judicial de México, sólo tengo preguntas por hacer y las presento a través de los cuentos. A veces lo hago muy seriamente, en otras con humor negro y riéndome. Pero en México detrás de la risa siempre está el dolor.
Mis cuentos muestran el interés de pintar ciertas realidades, pero contarlas a veces con una carcajada, en ocasiones con llanto y en otras con un ojo por ojo, que se da muchísimo en circunstancias tanto individuales como colectivas porque queremos tener la verdad sobre los demás cuando hay versiones que se están confrontando en la arena pública.
Lo anterior aparece en el diálogo entre José Revueltas y Philip Marlowe, que es casi un ensayo sobre cómo visualizamos la frontera como un lugar de escape. Así, los estadounidenses ven siempre a México como el lugar al que pueden venir y hacer lo que quieren porque no van a recibir ningún castigo debido a que siempre está la corrupción, mientras que los mexicanos siempre ven la frontera como el lugar de paso hacia el paraíso de los dólares. Ambos están equivocados y los dos tienen razón.
—Por cierto, al respecto hay un cuento que parece un augurio sobre los misiles que Estados Unidos lanzaría sobre territorio mexicano.
—Sí, pensé que no nadie lo iba a descubrir. Lo escribí hace casi diez años, y cuando lo hice serían misiles, pero ahora se usarían drones. Lo pensé por otra historia curiosa que tal vez nadie quiere saber, pero creo que es pertinente que se conozca.
Un día de 1991–1992 estaba leyendo el San Diego Union, que traía en la portada la foto de un soldado en la primera guerra del Golfo Pérsico, militar que estaba sobre un montón de misiles que dispararían contra Irak. Uno de los misiles decía “Mexicali”…
Cuando hablamos de industrialización y Tratado de Libre Comercio hablamos de las maquiladoras, que comenzaron en 1965 con el programa nacional que las estableció en la frontera. Así, un día de 1991–1992 estaba leyendo el San Diego Union, que traía en la portada la foto de un soldado en la primera guerra del Golfo Pérsico, militar que estaba sobre un montón de misiles que dispararían contra Irak. Uno de los misiles decía “Mexicali”, lo que me sorprendió: ¿por qué decía eso? Empecé a investigarlo, y es que los circuitos integrados de esa arma se hacen en las maquiladoras de esta ciudad.
Esos circuitos sirven lo mismo para hacer un televisor o un aparato médico que para armar un misil, pero no se sabe en qué van a acabar. De allí me salió la idea de que los misiles iban a tener que ver con el futuro en la relación México–Estados Unidos, lo que se me hizo muy curioso.
Ese cuento no tiene nada que ver con la guerra del Golfo Pérsico, sino con la idea de que tarde o temprano van a llover misiles o drones en los cielos de México, querámoslo o no. Es un relato que entonces era de ciencia ficción y un poco de policíaco.
—Estamos a punto de que deje de ser ciencia ficción.
—Por eso digo que la frontera es una Twilight Zone, como el programa televisivo de los años sesenta, porque todo puede suceder y los misterios están ahí para ser revelados.
—Ya que puede suceder cualquier cosa, me llamó mucho la atención la inclusión en el libro de cuentos como “Hollywood at be(a)st”, de vampiros, y “Testigo de lo insólito”, muy lovecraftiano. También está “Disfruta el viaje”, el sistema operativo de un vehículo que, despechado, va a matar a su conductor. ¿Por qué incluir estos cuentos no estrictamente policiacos?
—Porque no quería que fueran solamente relatos convencionales de tipo policiaco, del detective de gabardina que espera en un despacho —que lo hay—. Creo que mis cuentos siempre son lo que los gringos llaman crossover: se entrecruzan con otros géneros y se polinizan, que es lo que me gusta. O sea, empiezas leyendo un cuento muy realista sobre detectives y acabas con un patrullero que relata una historia de monstruos. Creo que eso es lo que al lector contemporáneo le interesa mucho.
Cuando platico con jóvenes escritores y lectores les interesa mucho que el relato no sea el que se encasilla en una sola cosa, sino que brinque o salte hacia otros géneros, hacia otras condiciones de la imaginación y de la realidad. Es como estar viendo tu computadora y estar saltando.
Creo que todo el mundo está acostumbrado a saltar, no a quedarse en una sola historia, y siento que estos cuentos, sobre todo los que son del año 2000 para acá, son muy de estar saltando de una realidad a otra, de que el lector piensa que lo van a llevar hacia allá pero resulta que va en una dirección diferente, misteriosa, enigmática, insólita.
—El libro también es una indagación sobre la violencia, la que se ha hecho muy presente desde hace cuarenta años. En ese sentido, ¿qué posibilidades de desarrollo de sus historias le dieron la fantasía, la literatura de terror y la ciencia ficción?
—Hay dos cuestiones importantes: una es que siempre he trabajado los géneros, y otra es que nunca he tenido ningún sentido de inferioridad en la literatura mexicana.
Ingresé en la literatura mexicana en los años ochenta y empecé a escribir de literatura policiaca, de ciencia ficción, de fantasía, como si fuera lo más normal del mundo. Nunca me he visto como parte de un gueto o que haya sido discriminado. He sido, más que nada, yo mismo en el género de lo policíaco, que fue desdeñado por mucho tiempo.
Pero yo tengo una ventaja: vivo en la frontera y escribiendo lo que yo he querido escribir, lo que a mí me interesa y se me hace ameno, enigmático. Estoy fuera de las tendencias de moda de la literatura mexicana.
La literatura policiaca se hizo tendencia y la encumbraron a lo que es ahora. Pero en términos generales sigo escribiendo igual; no me interesa si estoy en la periferia, en el rincón o en el centro de las letras. Lo que me interesa es que me dejen escribir en paz lo que yo quiero escribir, los temas que me interesan. Punto.
Si después encuentro lectores para esos temas, críticos que los puedan reivindicar y periodistas que quieren saber sobre ellos, excelente. Pero nunca he escrito pensando en que mi literatura va a estar de moda o tendrá prestigio. Lo que cada vez me interesa más es una literatura descentralizada.
Tarde o temprano muchos tienen que descubrir que la literatura mexicana no es nada más lo que escribieron Carlos Fuentes o Jorge Ibargüengoitia, sino que la literatura policiaca la ha hecho un montón de gente a la que no se le ha dado crédito.
Ahora mismo la literatura policiaca, la de terror o de fantasía están escribiéndose a lo largo y ancho de la república mexicana, y se están escribiendo en lugares que no son necesariamente centros culturales. Pueden estarse escribiendo no en Guadalajara, en la Ciudad de México o en Monterrey, sino en Guanajuato, Matamoros o Mexicali.
Eso nos da una libertad creativa enorme, la que hemos provocado quienes estamos escribiendo estos géneros para reivindicarla como propia y como parte de la literatura. Tarde o temprano muchos tienen que descubrir que la literatura mexicana no es nada más lo que escribieron Carlos Fuentes o Jorge Ibargüengoitia, sino que la literatura policiaca la ha hecho un montón de gente a la que no se le ha dado crédito. Yo me estoy divirtiendo mucho haciéndola y eso es lo que me importa y lo que valoro.
—En los cuentos aparece recurrentemente una figura: el periodista. ¿Cómo la ha utilizado en estos relatos?
—En la literatura policiaca tengo tres personajes, que son los básicos. Uno es el detective privado; en mis novelas es Miguel Ángel Morgado, que es un abogado defensor de los derechos humanos. Es la figura más reconocida, la que ha hecho que mis novelas sean traducidas al francés, al alemán, al inglés…
Por otro lado tengo ciertos personajes nuevos, como un comandante de la policía, Lázaro Duarte, y Ray Calavera, un investigador de los años veinte que es el hombre fuerte del circo.
Pero en los cuentos aparece el periodista; siempre he dicho que es casi siempre lo mismo que el detective libre y privado. Sus profesiones son idénticas: tienen que indagar y encontrar la verdad, para lo cual deben tener una curiosidad innata por llegar hasta el fondo y meterse en lugares que difícilmente visita otra persona.
En México la literatura policiaca actual, que viene de Paco Ignacio Taibo II y llega hasta nuestros días, no tiene que ver con la justicia sino secundariamente porque primero está la verdad. Sabemos que no va a haber justicia: puede que a una persona la desaparecieron y probablemente nunca lo encuentren, pero alguien dará la verdad de por qué ocurrió y quién lo hizo, aunque nunca será llevado ante la justicia. A lo largo y ancho de nuestro país eso es lo que ocurre con la justicia mexicana, y por eso hay tantas madres, padres y hermanos de desaparecidos que andan buscándolos por todas partes.
La justicia no te va a hacer justicia, pero alguien te puede decir la verdad: “Oye, tu hijo está enterrado en tal lote baldío, búscalo por allá”. Ésa es la verdad, y los que la buscan, en buena parte, en la ficción, son el periodista y el detective privado, no para hacer justicia en este país, sino para darte los datos necesarios para que se sepa qué ocurrió. De muchas historias criminales de hace cien años seguimos esperando saber qué ocurrió, la verdad del qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué.
El periodista funciona perfectamente como investigador privado para hacernos ver que la verdad siempre se tiene que sacar como una muela: con dolor y sin que nos guste que la saquen.
Todavía ahora estamos discutiendo casos policiacos como los de Luis Donaldo Colosio y de John F. Kennedy porque no nos convencen de la verdad, y de la suma de verdades e interpretaciones nos sigue pareciendo que nos falta algo más.
El periodista funciona perfectamente como investigador privado para hacernos ver que la verdad siempre se tiene que sacar como una muela: con dolor y sin que nos guste que la saquen. En cierto sentido por eso es dolorosa la narrativa policiaca: descubrir que al final sólo tenemos ciertos datos, aunque eso ya es un triunfo.
Eso no es sólo de México; parece que siempre le estamos echando la culpa a nuestro país, pero en todos es lo mismo. Está el caso del primer ministro de Suecia que mataron, Olof Palme: todavía no saben exactamente qué pasó, no tienen ningún sospechoso real, y eso que lo mataron en plena calle en el centro de Estocolmo saliendo del cine y frente a su esposa.
Eso no es para justificar a México, sino que no podemos decir que seamos excepcionales, porque seguimos la regla de todo el mundo. Los poderes fácticos pueden ser el gobierno, y los empresarios, la Iglesia e incluso los medios de comunicación tienen muchísimos cadáveres escondidos en sus clósets.
Todos los poderes fácticos tienen secretos y no quieren que se difundan; eso hace que la literatura policiaca funcione tan bien para los lectores de hoy, porque nos pone a considerar cómo se llega a esconder una verdad.

Si no tenemos una respuesta confiable en la realidad, vamos a darla en la ficción. Eso funciona muy bien. Está el caso de una escritora estadounidense que vivió una temporada en México y que fue agente de la CIA en México: Carmen Amato, quien escribe literatura policiaca ubicada en Acapulco, y es buenísima para contarnos la historia porque vivió allí y describe exactamente la calle, el parque y el edificio porque los conoce perfectamente. Eso me hace ver que los escritores policiacos son detectives o periodistas frustrados.
En la ficción se puede crear un mundo propio, descubrir la verdad y contársela a los demás, pero es de ficción a final de cuentas. No se puede reivindicar que la violencia viene de la literatura policiaca cuando ésta es, por excelencia, la literatura costumbrista de México: somos los Charles Dickens de la sociedad mexicana.
Buena parte de la literatura policiaca de no ficción está en los periodistas de nota roja de México de los últimos 150 años, mientras que, de alguna manera, los escritores de ficción policiaca estamos recreando cosas, pero también imaginándolas. Esto es muy interesante porque ahora parece que la gente, cuando lee ficción policiaca, cree que estamos uniendo realidad y ficción, cuando en realidad la estamos haciendo únicamente de cuestiones de la realidad. Pero si quieres conocer la realidad policiaca mexicana, ve a los periodistas de nota roja. ®