La política no es para zombis

Ruinas, escombros y cadáveres

¿Qué es la política? O, más bien, ¿qué es un político? ¿Qué lo define? Como hemos visto en éste y en otros tiempos, los hay de muy distinto cuño y de muy diversos signos, y casi todos ellos comparten rasgos cuando estén en el poder, y aun cuando ya no lo tienen.

Javier Milei. Fotografía primereando.com.ar
Este pobre hombre… es víctima de esa triste superstición que asocia con espectros el cuerpo sin vida de un hombre, como los fantasmas con una casa abandonada.
—Herman Melville, Benito Cereno

En el transcurso de la experiencia de los procesos electorales que se han desarrollado —o lo harán— en este 2024 en México y en diversas partes del mundo, han reaparecido las mismas preocupaciones que acompañan con intensidades variables a la vida política desde hace un par de décadas. Si durante los años ochenta del siglo pasado se asistió a lo que politólogos como Huntington denominaron la “tercera ola” de la democracia, a lo largo del siglo XXI hemos visto desarrollarse rápidamente una contra–ola, o resaca, o reflujo, de movimientos autoritarios autocráticos o no democráticos en muchos paíeses, cuyas causas son difusas. En México o en Venezuela, en Argentina o en España, en Estados Unidos, en Francia, Gran Bretaña o en el Parlamento Europeo, las elecciones de representantes políticos han movilizado las fuerzas y las retóricas de la política, en las que la democracia es la moneda de uso común, aunque su significado se haya vaciado de contenidos y límites precisos desde hace tiempo. En los contextos pre y postelectorales los actores políticos utilizan las máscaras de la temporada para movilizar sus recursos y herramientas para llamar la atención sobre sus ideas, propuestas y figuras. En esos contextos de movilización y activismo feroz en busca de votos, legitimidad y apoyo, destacan los políticos profesionales en activo y los que deambulan entre el invierno de sus desgracias. Cierta lógica darwinista explica la supervivencia de unos y la extinción de otros: la evolución de las especies también se puede aplicar a la vida política.

Éste es un breviario condensado en quince notas, un recuento arbitrario y azaroso de recorridos por los extraños paisajes de ruinas, escombros, fantasmas y cadáveres que se amontonan rápidamente en la vida política contemporánea y sus representaciones. El foco de atención es el comportamiento de sus principales actores —partidos, organizaciones, líderes— y de sus efectos en la configuración de los escenarios sociopolíticos de la temporada. Son pequeños retratos con paisaje, cuyo propósito, si es que hay que enunciar alguno, es tratar de registrar de manera impresionista lo que ocurre en estos tiempos de fascinaciones colectivas por los abismos de las polarizaciones políticas.

1. La política es, a veces, un bazar de asombros. Renuncias inesperadas o indeseadas; cambios bruscos de timón, recorridos de trayectorias indecisas, o súbitos abordajes de barcos completos; derrotas políticas que luego se traducen en ganancias inesperadas; historias zigzagueantes de organizaciones e individuos; proyectos fallidos; resultados no buscados pero deseados, y efectos deseados pero no cumplidos; alianzas extrañas unidas solamente por el pegamento del oportunismo y las ilusiones (“la política y el matrimonio producen extraños compañeros de cama”, sentenció el viejo Groucho); interminables desfiles de políticos depredadores, de personajes de moralidades elásticas y códigos de ética siempre adaptables a las circunstancias. Son algunas de las estampas que forman parte de los mapas, brújulas y territorios que se suelen emplear para tratar de descifrar los comportamientos políticos modernos.

Renuncias inesperadas o indeseadas; cambios bruscos de timón, recorridos de trayectorias indecisas, o súbitos abordajes de barcos completos; derrotas políticas que luego se traducen en ganancias inesperadas; historias zigzagueantes de organizaciones e individuos; proyectos fallidos; resultados no buscados pero deseados, y efectos deseados pero no cumplidos…

2. Las prácticas políticas son realizadas por múltiples actores bajo ciertas reglas y condiciones, cuyos umbrales de cumplimiento son variables. El núcleo de la política es por supuesto la búsqueda del poder, definido a la manera weberiana como una relación entre los que mandan y los que obedecen, que en su forma moderna son representados por gobernantes, partidos políticos y ciudadanos. Sus códigos básicos de entendimiento son el producto sofisticado de la combinación entre la experiencia y las instituciones, de la razón y de las pasiones, de la voluntad, el interés y el cálculo. El animal político guiado por una mezcla de instintos e intereses del que hablaban los antiguos es también el animal político del que hablan los modernos. La política no cambia; lo que cambian son sus actores, reglas e instituciones. (Una frase peor es la que se suele aplicar entre ciertos críticos o escépticos de los círculos del poder en Washington DC: “la política es la misma mierda; lo que cambian son las moscas”).

3. La política nunca es una zona muerta, un territorio baldío, un espacio vacío. Tampoco es el cementerio de las ilusiones, las pasiones o los intereses, aunque muchas veces la historia enseña cómo el fracaso de las artes de la política para resolver las diferencias a favor o en contra del gobierno, o a favor o en contra de los ciudadanos, puede llevar justamente al territorio fangoso de la anti–política, es decir, al uso del chantaje, la violencia y la fuerza para resolver los conflictos. A lo largo de la historia y de los últimos años hemos visto emerger en diversas latitudes y contextos un adelgazamiento paulatino de los límites de la política y de la violencia. En el contexto de la persistencia de la desigualdad social y el recrudecimiento de las violencias causadas por la expansión de la ola criminal ligada al narcotráfico, la inseguridad y la industria de la migración forzada de miles de ciudadanos, dictadura o democracia, democracias representativas o democracias populistas, teocracias o monarquías, autoritarismo o democracia, suelen ser algunas de las antípodas que se yerguen bajo el cielo oscurecido de la política contemporánea.

4. La política es un territorio vivo, habitado por rutinas, pero también por sombras y luces, sorpresas e ilusiones. Sus espectáculos producen a menudo asombros, confusión, ansiedad, que son emociones asociadas al hecho de que la política no es solamente el imperio del cálculo racional de los actores involucrados (los “jugadores”, como se les denomina en las teorías políticas de la escuela del rational choice), sino también de los efectos perversos o no deseados de las acciones políticas. Ello puede llevar, en ocasiones, al “invierno de las decepciones”, pero también, en otras, al “verano de las ilusiones”, para decirlo en la sombría tonalidad de las palabras que Shakespeare usó en Hamlet.

5. Lo decía Gramsci, en la oscuridad de una cárcel italiana en la época del fascismo: la política es el ámbito de lo posible, no de lo deseable. Ésos son sus límites infranqueables, el corazón metálico de sus tensiones. Pero la finalidad de cualquier tipo de política es la de resolver problemas públicos. Esa resolución se basa en acuerdos, arreglos, transacciones, negociaciones, y sus constructos más elaborados son las leyes y las instituciones, ese tipo de artefactos útiles para tratar de evitar el síndrome —o la maldición— de la piedra de Sísifo, donde cada generación está condenada a empezar a construir algo nuevo sobre los mismos asuntos una y otra vez.

6. Los hechos políticos, en tanto hechos sociales, hay que tratarlos como cosas, aconsejaba con prudencia Durkheim en sus Reglas del método sociológico. Ese distanciamiento ayuda a des–moralizar los comportamientos políticos, y verlos bajo la lupa del razonamiento descriptivo, fáctico, y no del razonamiento normativo, basado en juicios —o prejuicios— éticos o morales. Eso no significa que en la acción política no exista cierta lógica normativa, basada en valores, que guía o pretende orientar los comportamientos de la vida política en sociedades complejas, es decir, conflictivas y cambiantes. Lo que se apunta es que la densidad y la complejidad de los hechos políticos tienen que ser descritos antes que juzgados, comprendidos antes de ser resueltos. Es desafiar la lógica convencional que suelen usar muchos políticos profesionales que consiste en cargar bajo el brazo un portafolio de soluciones en busca de problemas, cuando en buena lógica debería ocurrir al revés: identificar y comprender problemas que posibiliten imaginar soluciones.

En el pasado, Hitler, Mussolini o Fidel Castro, o en el presente Jean Marie Le Pen, Donald Trump o Javier Milei, son los prototipos de gesticuladores clásicos, que muestran cómo los ojos se articulan y complementan con las palabras. Ejercen a su modo y circunstancias el viejo arte de la retórica política y de la fuerza del lenguaje, el equilibrio entre la voz y la mirada.

7. Una de las claves interpretativas de la vida política y de sus entornos es la mirada de los políticos. Más específicamente, el lenguaje y los ojos con los cuales los políticos profesionales se desenvuelven en la vida pública. Empresarios que se vuelven políticos o predicadores que abrazan la política como el leit motiv de sus vidas públicas y privadas tienen en común el uso de un lenguaje disruptivo, incendiario, que mezcla insultos, descalificaciones, prédicas morales, condenas y bendiciones. Es un lenguaje cuasi–religioso, dirigido a la conquista de una mayoría ruidosa, incondicional, entusiasmada con el lenguaje mesiánico del líder, el caudillo o el jerarca.

8. Los ojos inquietos, nerviosos, a veces enloquecidos de un líder frente a la multitud refuerzan el lenguaje y los gestos. En el pasado, Hitler, Mussolini o Fidel Castro, o en el presente Jean Marie Le Pen, Donald Trump o Javier Milei, son los prototipos de gesticuladores clásicos, que muestran cómo los ojos se articulan y complementan con las palabras. Ejercen a su modo y circunstancias el viejo arte de la retórica política y de la fuerza del lenguaje, el equilibrio entre la voz y la mirada. Mientras observan con sus ojos a todos y a nadie su mirada está puesta más allá, en la Historia. Los rostros de la multitud no le representan nada. El perfil luminoso de la Historia es su verdadero foco de atención, el que le proporciona inspiración, fuerza y sentido a sus palabras y a sus ojos. Si el poder de la masa es expresión de su unión, el poder del político es el impacto de su mensaje. Quizá por eso la política puede ser vista en ocasiones como una representación religiosa, o pagana, o mística, del poder colectivo, que se acompaña de rituales de adoración, símbolos, gesticulaciones, promesas y señales bajo el cielo azul de las ilusiones.

9. En el espectáculo político contemporáneo desfilan personajes y personajillos de distinta estatura, capacidades y calaña, pero no todos son iguales. La clasificación puede reducirse o ampliarse según sea la mirada, la experiencia o el conocimiento del observador. Existen los políticos depredadores como Milei o Trump, los despiadados como Hitler, los ingenuos/bienintencionados como Macron, los ignorantes que padecen incontinencias verbales como Vicente Fox, prototipos de dictadores de traje y corbata como Nicolás Maduro, los astutos, calculadores y autoritarios como Margaret Thatcher, López Obrador o Salinas de Gortari, los inteligentes como Barack Obama, Jesús Reyes Heroles o Kamala Harris, los oportunistas y autócratas pura sangre como Erdogan, Orbán o Netanyahu. Si uno coloca la mirada en los sótanos y los pisos inferiores de la política la clasificación se puede ampliar o reducir, pero es muy probable que se repitan los mismos patrones y perfiles de los liderazgos políticos realmente existentes.

10. Mención aparte son los muertos vivientes de la política, los zombis que recorren y re–visitan los territorios en los cuales vivían y de los cuales han sido expulsados de manera ocasional o permanente. Son las siluetas de figuras que recorren como fantasmas o zombis en los espacios políticos. Algunos desaparecen para siempre y otros, en ciertas circunstancias, tienen retornos sorprendentes, inesperados, al mundo de los políticos activos, invocados por los cálculos y los intereses de otros. En términos novelísticos, Fouché, de Stephan Zweig, es quizá la representación más deslumbrante de los rasgos de los políticos que se niegan a morir, aun cuando su carrera está acabada por las circunstancias, por sus errores, por malas decisiones o pura mala suerte, y que son condenados al ostracismo de la política, a deambular por pasillos, cantinas y salones buscando una nueva oportunidad —“una última”, rogaba Fouché—, para regresar a las zonas vivas de la política mundana, no de sus zonas muertas, o abandonadas. Personajes tristes de los espectáculos de la política, esos individuos representan los extraños caminos del fracaso político, hombres y mujeres que, parafraseando una frase de Eliot en La tierra baldía, practican imaginarias partidas de ajedrez “fatigando ojos sin párpados/ esperando una llamada” que quizá nunca llegará.[1]

11. La confianza es la flor exótica y delicada de la vida política y de los políticos. Se alimenta de la reputación, el prestigio y la eficacia de la acción política, cuyas implicaciones siempre van más allá del carácter de los individuos o la forma de las organizaciones. Justo por ello, para no dejar decisiones importantes únicamente en manos de los intereses y las ambiciones de individuos, camarillas y grupúsculos de poder, se crean leyes e instituciones que hagan de las prácticas políticas acciones delimitadas por entornos regulatorios que garanticen ciertos equilibrios, separación de poderes, procedimientos, derechos, obligaciones, responsabilidades, sanciones, reconocimientos para el ejercicio político. La confianza se traduce en legitimidad, aunque sus umbrales suelen moverse permanentemente entre la legitimidad plena y la legitimidad deficitaria.

Disfrazados frecuentemente de altruismos, buenas intenciones y grandes proyectos y expectativas maximalistas, los comportamientos de las élites políticas revelan el tamaño de sus aspiraciones egocéntricas, grupusculares o tribales, que se alimentan de los cuerpos o cadáveres de las organizaciones políticas que dirigen o representan.

12. Las democracias contemporáneas están habitadas por instituciones, depósitos y basureros. Su complejidad radica en la fragilidad de los principios, los valores y las reglas que sustentan sus rasgos básicos: separación de poderes públicos, reconocimiento del pluralismo, participación de los ciudadanos, elecciones libres, legitimidad de las representaciones políticas, cumplimiento de la ley, responsabilidad pública de las autoridades electas, sistemas de partidos, mecanismos de reclutamiento político. Aunque los regímenes políticos sean diferentes —presidencialismos, parlamentarismos y sus respectivos semis— y sus orientaciones ideológicas apunten hacia direcciones diversas —democracias liberales o democracias populistas—, las democracias modernas asumen las tensiones como el combustible de la política. Experiencias de cambio y continuidad, de fracturas y solidificaciones, son representadas por proyectos exitosos y fallidos en múltiples contextos sociales.

13. Si, como afirmara Hobbes, el egoísmo es la fuerza motriz de la vida en sociedad, la política es el espacio público donde confluyen egos de distinto tamaño, capacidad e influencia. Disfrazados frecuentemente de altruismos, buenas intenciones y grandes proyectos y expectativas maximalistas, los comportamientos de las élites políticas revelan el tamaño de sus aspiraciones egocéntricas, grupusculares o tribales, que se alimentan de los cuerpos o cadáveres de las organizaciones políticas que dirigen o representan. El México contemporáneo, sumido en un proceso inocultable de cambio político, representa el fenómeno de manera clara. Los casos de los liderazgos de Alejandro Moreno (“Alito”) en un PRI en crisis, de Marko Cortés en un PAN derrotado y confundido, o de Jesús Zambrano en un PRD en avanzado estado de descomposición cadavérica, contrastan con las expresiones de alegría y felicidad que propagan los dirigentes del Morena luego del triunfo electoral de junio, como una extensión de sus propios sueños, fantasías y aspiraciones tribales.

14. Como lo recuerda Isaiah Berlin, la política era para Helvecio y para no pocos de los enciclopedistas europeos del siglo XVIII una “ciencia moral”, es decir, una actividad dirigida hacia la mejora del bienestar de una colectividad bajo ciertos principios, reglas y valores, y no una práctica dirigida por gente sin escrúpulos, que sólo mira sus propios intereses personales promovidos como los intereses de toda una colectividad. Las tiranías, las teocracias, los totalitarismos y las dictaduras antiguas y modernas son la expresión política de cómo, bajo ciertas condiciones, el gobierno de muchos —las “poliarquías”, según Robert Dahl— se puede transformar en el gobierno de pocos —oligarquías, autoritarismos, autocracias—. Esas expresiones pueden ser reversibles, pero el costo social y político puede ser muy alto para muchos.

15. a naturaleza de la bestia política es la búsqueda de poder, que se traduce en un activismo febril en la conquista de puestos y posiciones. Un político sin puestos es un político sin el poder de la representación, es decir, un no–político, un ciudadano cualquiera. La fuerza de un político se mide por su capacidad de influencia, por su posición en el tablero de los juegos de la temporada. Sus estrategias, creencias e intereses siempre están ligadas a ser un actor y no un espectador, un protagonista, no parte del público. Los tiempos tristes de un político ocurren cuando no tiene puestos ni influencia, cuando vive de sus ocupaciones privadas, individuales, no políticas. Su sentido de pertenencia e identidad está anclado irremediablemente a la búsqueda del poder. Cuando ello no ocurre es cuando vive en la zona de los zombis, de los muertos insepultos, ese territorio lúgubre al que los expolíticos, los políticos fracasados, los abandonados, excluidos o marginados de los juegos del poder están condenados de manera permanente o coyuntural. Es la tierra de la no–política. Es cuando algunos de esos personajes escriben, o deberían escribir, sus propios diarios del año de la peste, justo como aconseja el personaje principal de El mar, la espléndida novela de John Banville, como recurso existencial para tratar de encarar los tiempos difíciles. ®


    [1] “And we shall play a game of chess/Pressing lidless eyes and waiting for a knock upon the door”. T. S. Eliot, The Waste Land.

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    Publicado en: Política y sociedad

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