¿Por qué seguir haciendo política como en el siglo XVIII? Contamos con herramientas y recursos novedosos que hacen más fácil la comunicación. ¿Por qué sostener un sistema burocrático, lento, corrupto e ineficiente? Gracias a la tecnología podría construirse una democracia participativa, colectiva y plural
Para Ana
Hay una idea que ha echado raíz entre los mexicanos, jóvenes o adultos, y que ha sobrevivido a procesos, actores y coyunturas. Esa idea se alimenta de titulares de prensa, escándalos, prejuicios, rumores y, sobre todo, de la evidencia empírica cotidiana. Una idea sencilla pero poderosa como pocas: “La política es para los corruptos”.
Esas mismas palabras las he escuchado lo mismo de empresarios que de estudiantes de preparatoria, artistas, profesores universitarios, policías y activistas. No sé si las escuché por primera vez en la casa o en el parque.
Durante muchos años ese dogma fue la brújula de mi incipiente actividad política. Decidí alejarme de los partidos pues en ellos veía la cuna de todas las desgracias; confié completamente en que podía incidir o producir cambios trascendentales desde mi actividad como estudiante.
Tiempo después me di cuenta de que mis acciones individuales no podrían significar nada disruptivo, así que procuré adherirme a causas compartidas. Me embarqué en colectivos con el propósito de impulsar cambios desde el trabajo en común. Luego comencé a advertir dos grandes limitantes de esas organizaciones: en primer lugar existía la creencia de que todo miembro del colectivo o iniciativa “ciudadana” poseía cualidades positivas que ningún otro actor o causa podría reunir. Se juzgaba a priori el valor de los proyectos ajenos y se subvaloraba la propia viga en el ojo, pero se era feroz con la paja en el ajeno. Como ese mal podría encontrarse en cualquier otra organización, confieso que eso no me alejó, en principio, de los colectivos en los que participé, pues temía que me fuera arrancado mi único espacio de acción política. A final de cuentas se trataba de errores inherentes al humano.
Existía la creencia de que todo miembro del colectivo o iniciativa “ciudadana” poseía cualidades positivas que ningún otro actor o causa podría reunir. Se juzgaba a priori el valor de los proyectos ajenos y se subvaloraba la propia viga en el ojo, pero se era feroz con la paja en el ajeno.
La segunda limitante fue decisiva: las organizaciones apartidistas, los colectivos o grupos de presión son muy valiosos porque hacen visibles las problemáticas que muchos miembros de la sociedad desconocemos. Incluso existen organizaciones que no sólo tratan de crear conciencia en relación con problemáticas específicas, sino que también aportan ideas y acciones para tratar de resolverlas. Aunque esas acciones, en el mejor de los casos, suelen estar limitadas en recursos, son parciales y están supeditadas a la sensibilidad y voluntad política de las administraciones en turno. En suma, creo que esas agrupaciones son la semilla del cambio, pero su capacidad ejecutoria les requiere de más agrupaciones y, usualmente, del aparato estatal para poder traducir esas ideas en políticas públicas que generen cambios generalizados para las comunidades.
Al darme cuenta de esto me encontré en un páramo. Yo quería aportar mi energía y mis ideas para provocar un cambio importante en mi comunidad, pero no veía un camino con claridad: los partidos políticos y el aparato estatal significaban podredumbre, demagogia, burocracia negligente y, ya lo vimos, corrupción. Las organizaciones que trabajaban desde la ciudadanía no me ofrecían un espacio para incidir, de manera generalizada, en mi comunidad. No dejé de interesarme en la política, pero no sabía cómo actuar ni desde cuál plataforma.
Gracias a una serie de eventos retomaría el rumbo. En unos cuantos meses cuatro acontecimientos renovaron mis ideas acerca de la política en México.
Primero me inicié en la política estudiantil de mi universidad. Siguiendo el viejo aforismo “Conócete a ti mismo” me postulé como presidente a la sociedad de alumnos —en una triste elección sin contendientes— con dos objetivos: devolver el entusiasmo a la participación política universitaria y conocerme en una nueva dimensión.
La política universitaria me llenó de bríos. Me ofreció la posibilidad de creer que no toda “política” se tenía que realizar con la mirada complaciente, la conciencia adormecida y el bolsillo lleno. Pero aún tenía dudas sobre su aplicación en la “vida real”. En ese momento conocí a un gran político, uno que me mostró que el servicio va de la mano con la honradez, la generosidad y el sentido del humor. Un político que perdió varias oportunidades pero logró afianzar sus convicciones. Un maestro que me hizo ver que la política no sólo es para los corruptos.
Después, el movimiento #YoSoy132 significó una escuela para muchos, incluso para los que no participamos activamente en él. Motivados por un sinfín de emociones y causas, muchos jóvenes en México inauguraron una nueva forma de acercarse a la política, destronando al credo que le destinaba ese dominio sólo a los “corruptos”. Ese movimiento permitió a muchos estudiantes iniciarnos en la política sin temor a renunciar a nuestra ética, la médula de su gran valor histórico.
También fue una compleja visión a futuro. #YoSoy132 fue un laboratorio de lo que será la política en el país en unos cuantos años: liderazgos con ideales e inteligencia; actores que favorecerán los peores excesos y vicios de la política mexicana actual; una cantidad considerable de la población atenta a los temas coyunturales a través de las redes sociales y una enorme necesidad de buscar nuevas maneras de hacer política. Precisamente esta consideración me hizo voltear hacia el cuarto elemento que moldea mi visión sobre la política mexicana.
¿Por qué seguir haciendo política como en el siglo XVIII? Pocas cosas se han mantenido estáticas desde ese entonces. Contamos con recursos novedosos que hacen más fácil la comunicación, herramientas que nos facilitan generar acuerdos, transparentar decisiones y dar seguimiento a solicitudes de cualquier índole. Así, ¿por qué sostener un sistema burocrático, lento, corrupto e ineficiente? Gracias a la tecnología podría construirse una democracia participativa, colectiva y plural (pleonasmo teórico, pero idealismo en la práctica).
Con estas ideas en mente me afilié al Wikipartido. Se trata de un grupo de estudiantes y profesionistas jóvenes de todo el país que construye una opción para participar en la política desde las figuras contempladas en la reforma política de 2012, como las candidaturas independientes, consultas populares e iniciativas ciudadanas. Ahora mismo se teje una red de interesados en registrarse como candidatos independientes y participar en próximas elecciones como partido político.
En el “Wiki” las decisiones se toman a partir de la voluntad de la mayoría, no de las cúpulas o líderes históricos, como sucede en todos los partidos convencionales. Todos votamos todos los temas y los votos de todos valen lo mismo. Es decir, el presidente del partido y el recién afiliado pueden votar los mismos tópicos y sus votos serán valorados equitativamente.
¿Qué hace diferente al Wikipartido? Trataré de exponer brevemente sus cinco principios fundamentales: 1) Construcción colectiva. Uno de los componentes más importantes del Wikipartido es su plataforma virtual, desde ella todos los miembros pueden proponer, editar o derogar cualquier documento, candidatura o propuesta del partido (de una manera muy similar a la Wikipedia). 2) Democracia real. En el “Wiki” las decisiones se toman a partir de la voluntad de la mayoría, no de las cúpulas o líderes históricos, como sucede en todos los partidos convencionales. Todos votamos todos los temas y los votos de todos valen lo mismo. Es decir, el presidente del partido y el recién afiliado pueden votar los mismos tópicos y sus votos serán valorados equitativamente. 3) Apertura total. Cualquier persona puede afiliarse o desafiliarse en cualquier momento. Pero más importante aún, en el Wikipartido todos los temas pueden reformarse, los únicos principios pétreos son los cinco puntos fundamentales. 4) Gasto democrático. Los partidos políticos despilfarran el dinero público. El Wikipartido, en caso de llegar a ser partido político, asignará la mayor parte de los recursos que se le asignen a generar proyectos de cierre de brecha digital en conjunto con instituciones de investigación de todo el país. 5) Derechos humanos. Todas las propuestas de políticas públicas y legislación son bienvenidas en el Wikipartido siempre y cuando no contravengan los convenios sobre derechos humanos que México ha suscrito (para conocer más la página es http://wikipartido.mx). Estos principios rigen la manera en que hacemos política, los cuales me hacen pensar que otra manera de hacer política, apoyada por la tecnología, la colectividad y el debate, es posible.
Así fue como terminé en una situación diametralmente opuesta al dogma inicial. Todo se fue construyendo con el método de prueba y error; ha sido un viaje que me ha significado grandes amigos, retos complejos y, sobretodo, la claridad en una nueva idea: la política no es sólo de los corruptos, la política es el reflejo de quien la construye.Escribo estas líneas esperando que puedan ser de utilidad para más jóvenes. Comparto esta experiencia nueva para invitar a que los lectores se alejen de ese lugar común, mediocre y superficial que condena a la política sólo a los corruptos: ¿cómo podrían cambiar las cosas si dejamos a los mismos hacer lo mismo? Narro esta historia personal porque anhelo que logremos una nueva política que emocione, transforme, represente y convoque. La política que tiene creatividad y que utiliza las herramientas tecnológicas. La política a la medida de nuestros ideales. ®