Una vez que la guerra del Yaqui terminó Sonora comenzó a recibir inversiones extranjeras, pero la fuerza de trabajo yaqui comenzó a escasear. El Boleo importó trabajadores de Sinaloa, Nayarit y Jalisco, que rendían menos que los yaquis, por lo que empezó a importar trabajadores de Hong Kong y otras ciudades de China.
Esta historia ocurrió en Santa Rosalía, Baja California Sur, entre los años 1906 y 1909, cuando las acciones de la Compañía del Boleo se intercambiaban por un valor diez veces mayor que el de su valor nominal en París y Londres. Era la “época dorada” del Boleo, pero tras ese relumbrón había una historia de opresión y sufrimiento de los trabajadores.
Entre los muchos obstáculos que la compañía debió superar para ser el emporio que llegó a ser estaba la escasez de mano de obra, pero no lo previó porque al comienzo contó con suficientes indios yaquis que preferían trabajar en las minas de la compañía a exponerse a la guerra que se libraba contra ellos en Sonora.
Una vez que la guerra terminó y el estado de Sonora comenzó a recibir cuantiosas inversiones extranjeras, a fines de la década de 1880, la fuerza de trabajo yaqui comenzó a escasear. Así que el Boleo empezó a importar trabajadores mexicanos de Sinaloa, Nayarit y Jalisco, los cuales resultaron ineficaces para sus planes, pues rendían menos de la mitad que los yaquis y se ausentaban a menudo, acaso como una forma de resistencia pasiva. En estas circunstancias, la compañía empezó a importar trabajadores de Hong Kong y otras ciudades de China.
La información figura en el libro El Boleo y la rebelión de los chinos en las cartas de Ernest Michot y Gilbert Rouyer, editado por Gamaliel Valle Hamburgo, en La Paz, 2019. Michot era el director del Boleo y Rouyer era un médico enviado desde las oficinas centrales en París a hacerse cargo del hospital de la compañía. Antes de llegar a Santa Rosalía, Rouyer hizo una escala de casi diez meses en La Paz y El Triunfo. La correspondencia entre él y Michot comprende este periodo.
Mientras Rouyer estaba en La Paz, Michot le escribe: “El 14 del corriente mes [junio] llegó un barco con 144 hombres vivos y seis hombres muertos, todos procedentes de China”. Los viajeros venían muriendo de hambre y se amotinaron en cubierta. Fue necesario movilizar a la tropa acuartelada ahí para evitar que el tumulto se saliera de control. El doctor Poulain, entonces a cargo del hospital, examinó los cadáveres y dictaminó que tres de ellos habían muerto de tuberculosis. Michot escribe: “Poulain descendió del vapor con la cara desencajada y se dirigió a toda prisa al hospital, de donde ya no salió”.
Los sobrevivientes fueron puestos en cuarentena en las barracas que habían sido construidas para ellos, sin permitírseles salir. Dice Michot: “Mientras eran transportados en carretas por el pueblo, el horror se dibujó en la cara de los habitantes”. Al día siguiente habían muerto 25 chinos, mientras el resto, más de cien, permanecían hacinados en una barraca para 45 personas. Los habitantes de Santa Rosalía no querían salir de sus casas, salvo los habitantes mexicanos del centro minero de Providencia, donde los chinos estaban confinados. Exigían que se les trasladara a otro centro minero, algo que la compañía estaba en imposibilidad de hacer.
Cuenta Michot:
Poulain aguardaba en la puerta de la dirección muy molesto, exigía su regreso a Francia de inmediato; Aubrey [jefe de la mina de Providencia] llegó al cuarto para las nueve, solicitando el traslado inmediato de los orientales al cementerio bajo estricta vigilancia. A mediodía regresó Poulain corriendo, muy pálido, y se encerró en el cuarto de los trastos viejos; tras él llegó la señora Boutoneet y entró gritando a la dirección. Hasta ese momento yo no comprendía lo que ocurría [hasta que] de manera estrepitosa llegó el jefe de servicios generales, diciéndome que un grupo de diez chinos […] se había salido del edificio donde estaban encerrados. No terminaba de indicarme esta difícil situación cuando vi a Plouin [segundo a bordo de la empresa] cerrar la puerta principal con llave y enseguida escuché la gritería y el escándalo de los asiáticos. Aubrey sacó el rifle que guardábamos en la oficina de contabilidad y subió al cuarto del reloj. Yo tenía pánico debido a que estábamos rodeados por los chinos; los había donde se fijara la vista, golpeaban las ventanas y trataban de entrar…
Por indicaciones de Plouin decidimos abrir la puerta principal, y las piedras comenzaron a entrar a gran velocidad, seguidas de gritos en su idioma. Una piedra lastimó gravemente a la señora Boutoneet y fue entonces cuando empezaron los golpes…
Al final el Boleo se convirtió en el personaje maligno de la historia y mi nombre comenzó a circular como el peor enemigo de ellos. Los intentos por visitarlos fueron en vano. Actualmente la población de orientales es numerosa pero los nuevos empleados están muriendo.
Rouyer le responde:
Entiendo la actitud de los orientales. Si son privados de su libertad y encerrados en un terreno tosco y feo, donde sólo se respira hollín, hasta nosotros mismos nos levantaríamos contra los superiores con justa razón […] Es como escuchar la voz ronca y cansada de Cumenge [primer director del Boleo] vociferando enojado el descontento de los mineros.
Dos meses después, Michot escribe a Rouyer:
…lamento informarle el deceso de un gran número de inmigrantes chinos. Murieron solos, lejos de su patria, y parecían descansar en paz. Aubrey me comentó la falta de espacio en el campo mortuorio, por lo que se tendrá que destinar un terreno adjunto para la correcta sepultura de los orientales. ¡Qué tragedia! Al dirigirme a la plaza siento la mirada fija en mi persona, aun no entiendo la razón.
Una vez que todos los contagiados murieron y se les sepultó en un panteón adicional, exclusivo para ellos, los sobrevivientes fueron enviados a trabajar a la mina pero riñeron con los trabajadores mexicanos. Michot escribe:
…entre los trabajadores mexicanos y chinos hay un racismo creciente, y el capataz vio necesario reprenderlos, encerrándolos de nuevo en las barracas de Providencia […] Se les racionará la comida. Ellos prefieren no comer la comida de los mexicanos. Sus ideas son un tanto arcaicas, algunos están desnutridos.
Enseguida Michot da su versión de cómo se les contrató:
…un jefe del departamento de contrataciones en París se encontraba en Hong Kong y vio a un grupo de trabajadores de arrozales en huelga. Les prometió trabajo en Santa Rosalía, el cual aceptaron gustosos cuando escucharon la palabra América. Pensaban que irían a Estados Unidos de Norteamérica.
Como se puede ver, Michot presenta los hechos como si hubieran sido casuales, no como consecuencia de una política de la empresa.
A principios de octubre
un oriental se fugó del grupo Pekín y acudió al área de fundición… Ahí empujó a un empleado para robarle diez centavos y una pieza de pan. El hombre cayó sobre unos moldes [de fundición] que estaban en proceso de enfriamiento. Fue necesario amputarlo, perdió cuatro dedos. El oriental, quien dijo llamarse Mang, fue llevado a la cárcel, adjunta a esta dirección […] Si supiera usted a detalle las situaciones que vivimos con los orientales le aseguro que preferiría enviarlos en el Korrigan a China. Lamento que nuestro barco no llegue hasta allá.
El doctor Rouyer llegó a Santa Rosalía a principios de noviembre de 1906 y descubrió que la epidemia de tuberculosis y otros males no cedían. Escribió a su hija:
En cuanto a los enfermos, la Compañía del Boleo no ha tenido control en absoluto. Los orientales viven en condiciones deplorables. Si recuerdas el viaje a Londres, recordarás a los vagabundos del río Támesis. En el Boleo la cosa es peor […] Michot ha recibido innumerables regaños míos, se pone nervioso, parece asentir con la cabeza, mientras veo sus saltones ojos negros y observo pasar su mano por su frondoso bigote.
Enseguida Rouyer relata un viaje al campamento de los chinos en compañía de Michot. El capataz del grupo (chino también) le informó sobre las condiciones de trabajo de sus compatriotas. Escribe Rouyer:
Hemos recibido la queja de varios individuos chinos sobre las condiciones en que viven […] Vi la cara desencajada de Michot. Los chinos gritaban una y otra vez que habían sido llevados ahí con engaños y un sueldo miserable que no les alcanzaba para comprar los productos vitales […] Después de esa visita, Michot se puso muy irritable, maldice cada cosa que se hace mal. A la pobre Nancy le tocó una fuerte reprimenda por haberse equivocado de hora al servir el café en la dirección […] La vi llorando en la veranda de su casa.
La tensión continuó durante meses hasta volverse crítica. Rouyer escribe a su hija:
La problemática en las minas se ha vuelto estrepitosa […] todo se desmorona. He pensado en renunciar ya. La población oriental aumentó a principios de este año,1 entiendo que fueron traídos con engaños […] Los yaquis trabajan pacíficamente, los orientales no. Cada cierto tiempo gritan su inconformidad […] La comunidad china está sobrepoblada. Bastan mis visitas en tren a Providencia para ver la insalubridad y los problemas sociales en el grupo…
En carta posterior, Rouyer abunda: “En el Boleo todo ha sido una verdadera tragedia; descubrieron a un grupo de chinos muertos en el fondo de una mina. Habían muerto ahí y nadie se enteró”. Al parecer, los mineros chinos fueron arrojados a un socavón por mineros mexicanos y cayeron sobre un depósito de herramientas.
“A principios de este mes recibimos la visita [sorpresiva] de un mandarín enviado por el Emperador Xuantong. Se presentó como Pu Chia. La noticia de su llegada corrió como reguero de pólvora.” El mandarín se dirigió a Providencia y
los orientales salieron raudos y lo siguieron hasta Santa Rosalía […] Habían salido en masa y se encaminaban hacia la dirección en actitud hostil. No bien había recibido esta información cuando empecé a escuchar a la turba enloquecida […] me encaminé a la dirección y lamento decirte que los orientales me lanzaron un palo que me dio en la córnea del ojo izquierdo. Lo perdí. Luego de esto los orientales se echaron a llorar sobre el parquet. Pu Chia salió de la tesorería, donde lo habían escondido por su seguridad. Al verlo, los chinos se pusieron de pie y, tras una reverencia, el mandarín los reprendió. Su vestimenta era imponente.2
Después de esto la crisis pareció ceder, pero tres meses después un grupo de chinos agredió de nuevo al doctor Rouyer, quien escribió a su hija a propósito:
…te confirmo mi precipitada renuncia a la Compañía del Boleo. Pensé que debías conocer la razón […] antes de que lleguen a tus oídos habladurías lastimosas y chismes que no faltan por estos lados. Hace algunos días, para mi sorpresa, llegó un grupo de chinos desde Providencia. La mujer de un minero estaba por dar a luz y el parto se complicó, por lo que la partera decidió, junto con el grupo de orientales, trasladar a la mujer al hospital. Percibí con el tacto que el feto no mostraba signos vitales. Informé a los presentes que el feto había perecido en el traslado. Los orientales me obligaron con fusil en mano a que atendiera personalmente a la paciente y, tras unos minutos, lo hice entre nervios…
No recuerdo nada más; desperté rodeado por Plouin, Michot y varios empleados más en un charco de sangre. Los orientales, por sus ideas atávicas, me golpearon y, pensando que me encontraba ya sin vida, me dejaron tirado a las puertas de la dirección. Decidí entregar mi renuncia a Michot. El muy cobarde, quien profesaba una amistad que estaba lejos de sentir, no intervino en el asunto. Tenía miedo, decía. Mi precipitada renuncia fue tan trágica como mi llegada. No recibí el menor gesto de cortesía de mis colegas franceses […] Renuncié a mi sueldo de 2,300 francos, y Fey [el cajero] tuvo la osadía de lanzarme el último cheque y añadió entre otras cosas que mi presencia en el Boleo había sido inoperante y que tras marcharme nadie me recordaría. En París visitaré al director general y pediré una indemnización por 56,000 francos. No te mentiré al mostrar la otra cara del Boleo, sinónimo exacto de opresión y sufrimiento.
* * *
Por increíble que parezca, Rouyer regresó a Santa Rosalía pocos años después, invitado por Plouin, sucesor de Michot, ya no como médico (se había retirado, tenía entonces sesenta años), sino como comerciante particular socio de la compañía. Murió en Santa Rosalía. “Amor estoico”, como decía Cumenge. ®
Notas
1 El año a que se refiere es 1908. Queda claro que la compañía siguió enganchando chinos pese a la desastrosa experiencia del primer enganche. La propaganda de los enganchadores destacaba los avances de la empresa y ocultaba las condiciones reales de trabajo.
2 Otros testimonios describen la vestimenta del mandarín: una túnica azul celeste con un dragón negro bordado en la espalda.