Fadanelli opina que la verdadera enfermedad es la salud, y cita al filósofo Hans–Georg Gadamer: la salud es el silencio del cuerpo, ya que éste solamente se expresa a través de la enfermedad.
La literatura logra, a veces, que tragedias colectivas, como es el caso de la pandemia del coronavirus que no sólo no termina, sino que no se atisba el fin, puedan ser revividas desde el sano distanciamiento que otorga la ficción y la revisión de los hechos a posteriori.
Revividas y de algún modo expurgadas, comprendidas también, desde el ámbito de la reflexión íntima a modo de espejo en el que reflejarnos que propone la última novela del escritor y editor Guillermo Fadanelli, después del carrusel de emociones, muchas encontradas, que ha acarreado la pandemia, más allá de las cifras de contagios y de los siempre lamentables decesos, como diría el inefable Hugo López-Gatell.
Stevenson inadaptado (Penguin Random House, 2022) nos sumerge en las angustias vividas en el confinamiento social provocado por la pandemia del coronavirus, un fenómeno global que se expandió rápidamente por todo el mundo cuando nadie tenía respuestas ante lo que se consideró una amenaza sin precedentes y ante la cual se usaron medidas de carácter bélico y de extrema disciplina colectiva, dependiendo el rigor de éstas del país que las aplicara para contener la oleada de contagios y estragos que causaba el virus a su paso. Durante un tiempo prolongado no hubo muchas más noticias en los medios de comunicación que las que provocaba el virus, como si las palabras, a decir de Mario Stevenson, protagonista de esta historia, también se hubieran contagiado.
Un virus que también se volvió viral como monotema, opacando cualquier otra noticia y relegando varias revoluciones sociales en curso con el pretexto del control social para contener la pandemia, como fue el caso de Chile, o en el de España, donde la derecha y la extrema derecha, si acaso no son lo mismo, se empeñaron en culpar a la manifestación reivindicativa feminista del 8 de marzo como origen de la marea de contagios y la gran cantidad de muertes que se produjeron en ese país, como posteriormente sucedería en otros.
Fadanelli, un escritor plenamente asentado en el oficio narrativo, con más de una veintena de títulos publicados, nos obsequia un relato con una voz plenamente reconocible que ha ido depurando con trabajo y maestría para que, para quienes lo conocemos y gozamos del arte de la conversación que el autor tanto aprecia y cultiva, pareciera que lo estemos escuchando a él en persona, sin mayores artificios ni engolosinamientos de la voz, y por ende de la personalidad, del narrador de la historia. Más allá de que no hay novela que no contenga una dosis de autobiografía más o menos velada, ya que, para el autor, una novela es un relato alimentado por una experiencia personal en el que hay una voz y una interpretación, que es la del lector.
Stevenson inadaptado, que debe su título a un vago homenaje al escritor Robert Louis Stevenson, por un lado, y por el otro a una sutil venganza a los compañeros de la Facultad de Ingeniería que, descubriría el autor, le pusieron el mote de “inadaptado”, es un compendio de los temas recurrentes que ha manejado el escritor en sus últimas entregas, conversaciones con mujeres ausentes, el racismo existente en México (cito a Stevenson: habría bastado decir que el virus era güero para que la población lo acogiera con simpatía y cordialidad), la rampante desigualdad social, la soledad autoimpuesta ante la barbarie colectiva (a ratos cercana a la misantropía) y un apego circunstancial, asumido con resignación estoica, por la vida, valorada ésta sin demasiado entusiasmo u optimismo desmedido, más bien cargada de oscuros presagios acerca del devenir de la humanidad. Como bien dice Stevenson: los pobres no tienen futuro, la pobreza sí.
“Cómo deseaba ser triturado por una enfermedad que de un golpe tirara al suelo su arrogancia y lo convirtiera en un ser más humilde. Su enfermedad… era estar sano”.
Pero sobre todo, la novela trata, más que de la pandemia en sí, de la enfermedad, y de cómo la asume cada quien, y del fundamental derecho individual a disentir de la tiranía de los médicos y las normas masivamente acatadas por la sociedad, que convierte automáticamente a quien piensa diferente en un enemigo de la convivencia y un impedimento para la consecución de los objetivos comunes, una muestra de un preocupante fascismo ideológico totalizador, en el que las miradas externas o extravagantes, disidentes, son satanizadas al unísono. Obviamente Stevenson jamás usó un cubrebocas a lo largo de la novela, y podría añadir que el propio Fadanelli, tampoco.
Mario Stevenson, a pesar de ufanarse de no haber enfermado de gravedad nunca a sus cincuenta años, también opina que eso no podía ser una cuestión de buena suerte, puesto que sospechaba que había una enseñanza que el dolor ofrece y que a él, por su salud inquebrantable, se le escapaba. Dice el narrador omnisciente al respecto de la salud de Stevenson: “Cómo deseaba ser triturado por una enfermedad que de un golpe tirara al suelo su arrogancia y lo convirtiera en un ser más humilde. Su enfermedad… era estar sano”.
En la novela circulan muy pocos personajes, en una metáfora de lo que significó el confinamiento para la mayoría de la gente que vio reducido drásticamente el número de personas con las que mantener contacto físico. Aparte del hilo conductor de la voz y el personaje de Mario Stevenson, entran en juego una prostituta desorientada por la imposibilidad de mantener a su familia con su oficio en tiempos de pandemia, la recepcionista del hotel donde Stevenson se recluye de la que sólo se ven las manos bajo la ventanilla opaca del mostrador (que más que un cubrebocas a mano, tiene una pistola); una anciana en silla de ruedas que vende chicles y golosinas; doña Trinidad, la portera del departamento heredado que posee Stevenson, quien a pesar de ese hecho suele pernoctar en diferentes hoteles de la ciudad por no soportar la idea de convivir siempre con los mismos muebles, y un diálogo con la expareja de Stevenson, Minerva, de la que se separó hace algunos años, y también uno de los motivos por los que aparece esporádicamente por su casa. Todos esos personajes femeninos están dotados de gran solvencia y de una sabiduría innata, tanto hacia la enfermedad como en el control de sus propias vidas, de la que son dueñas plenipotenciarias. A su lado, Mario Stevenson no es más que un pelele que siempre prefiere optar por el silencio.
Mencionaba que en Stevenson inadaptado se tocaba el tema de las desigualdades sociales en este país, particularmente en los diferentes modos en cómo se abordó la cuestión del confinamiento, dependiendo sobre todo de las posibilidades económicas y tecnológicas, el célebre teletrabajo. Mientras Stevenson posee su propio departamento y goza de solvencia económica para trabajar de vez en cuando, lo que le permite vivir con holgura y pernoctar cada noche en un hotel distinto de la ciudad, otros personajes afrontan la pandemia desde otras perspectivas, como Aracely, la prostituta que se queda sin trabajo y con enormes dificultades para mantener a sus dos hijos, la propia recepcionista del hotel donde se recluye Stevenson amenazado de cierre, y la tía de ambas, una viejita que en su silla de ruedas vende chicles y cuenta, a quien quiera escucharla a cambio de unas monedas, la historia de los edificios de la esquina de la calle Puebla y Orizaba, en la colonia Roma y a unos metros del hotel, quien acaba por sufrir las consecuencias no queda claro si de la vejez y la pobreza o víctima del virus, o de ambas circunstancias a la vez. Como sea, siempre habrá un familiar que recoja el testigo y use esa silla de ruedas.
Mario Stevenson es un personaje en cierto modo anodino, discreto y a la vez extravagante, que ya no reconoce la nueva normalidad impuesta en la ciudad, y quien por pudor siempre prefiere escuchar a imponer sus opiniones, también como un modo de cortesía extrema. Una cortesía que, en palabras del autor, practica únicamente con el afán de alejarse de los demás y así mantener una sana distancia emocional para preservar su derecho a disentir. Ya decía Óscar Wilde que uno es cortés precisamente con la gente que no le importa.
Stevenson inadaptado es una especulación sobre la enfermedad como comprensión acerca de la muerte, y precisamente el modo en que cada quien asimila ese hecho es lo que nos hace diferentes. Fadanelli opina que la verdadera enfermedad es la salud, y cita al filósofo Hans-Georg Gadamer: la salud es el silencio del cuerpo, ya que éste solamente se expresa a través de la enfermedad. ®