Una conversación con Antonio Ortuño sobre su más reciente novela: No necesitas ser pirata para disfrutar de una historia de piratas, no necesitas ser asesino para disfrutar una historia criminal, y no necesitas ser metalero para leer La Armada Invencible.
Una de las principales y más populares variantes del rock ha sido el metal, desde su nacimiento a finales de los años sesenta como heavy metal y hasta desarrollos muy posteriores en el nuevo siglo, siempre con una fanaticada fiel y, además, ha dado origen a diversas manifestaciones culturales.
Una de esas expresiones ha sido la literatura, a la que ahora Antonio Ortuño (Zapopan, Jalisco, 1976) añade su novela La Armada Invencible (México: Seix Barral, 2022), en la que relata la historia de unos veteranos metaleros jaliscienses que están dispuestos a reverdecer la breve gloria que vivieron con su grupo hace décadas, para lo cual deberán hacer frente a sus respectivas historias personales y a una realidad muy distinta.
Yulian, el personaje principal y bajista de La Armada Invencible, define así la actitud del metalero: “Justamente así opera el metal, criaturas: igual que la violencia y el sexo. Te da algo que nadie más puede. Por eso es diferente al resto de la música. No se pensó para amenizar un baile popular, ni socializar con la gente, ni entenderte con tu abuela, tu tío, o los compañeros del trabajo. Es lo brutal y lo amargo, es el arma que usas contra todos y para distinguirte de ellos: para pintar tu raya”.
Al respecto conversamos con Ortuño, autor de al menos dieciséis libros. Ha colaborado en diarios y revistas como Milenio, El País, Cuaderno Salmón, Letras Libres, Lateral y La Tercera. Ha ganado los premios de Narrativa Breve Rivera del Duero y de la Fundación Cuatro Gatos, ambos en 2017 y el Bellas Artes de Cuento Hispanoamericano Nellie Campobello en 2018.
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—¿Por qué hoy una novela como la tuya, que es muy distinta a buena parte de tu obra anterior? Viene después de Matarratas y de Laika, textos para jóvenes y niños. ¿Por qué ahora este libro sobre hombres que se caen de maduros pero que quieren reverdecer una breve y leve gloria metalera?
—Trato de no repetirme. Desde luego que hay rasgos de lenguaje y de visión que inevitablemente van con uno. Siempre digo que es como tener tierra en los zapatos: la vas llevando aunque no quieras, y si llegas a una casa de alfombra blanca allí quedan esas huellas, esos demonios terribles que uno va cargando consigo.
En lo que respecta a mi trabajo como escritor y a lo que puedo hacer, hasta donde llega mi conciencia sí que trato de explorar terrenos diferentes. Mi anterior novela (iba a decir para adultos, pero van a decir que escribo porno) no juvenil o infantil, que fue Olinka, tenía que ver con asuntos sociales, con el melodrama familiar que está en la raíz de la gran familia mexicana. Desde aquella época, más o menos en el momento en que ya estaba trabajando en la edición fina, ya tenía este proyecto de La Armada Invencible. Tenía años con la idea de escribir sobre música, sobre armar la música que a mí me interesa, que es el rock ruidoso, en este caso el metal.
Desde luego que una novela no se dispara por un solo motivo; fueron muchas cosas acumuladas las que me llevaron a escribirla y, sobre todo, a elegirla como el proyecto en el que me iba involucrar completamente. En general tengo notas y voy recopilando material para dos o tres cosas, y me decidí por La Armada primero porque era la que más ganas tenía de escribir. Siempre le suelo aportar a eso, y eso facilita bastante el trabajo: las ganas que uno tenga.
Tenía muchos años que quería escribir algo así; quizá desde la adolescencia quise escribir la novela de los rockeros jóvenes y no pude, y ahora me tocó escribir la de rockeros viejos. Después de tanto tiempo mis personajes envejecieron junto conmigo, pero me parece que esa distancia le conviene a la literatura: justo la literatura nace y viene de esa distancia. Las novelas producto de la militancia o del fanatismo no alcanzan sus objetivos: están escritas para la tribuna, para los conversos, y en este caso quería una novela diferente.
Quizá desde la adolescencia quise escribir la novela de los rockeros jóvenes y no pude, y ahora me tocó escribir la de rockeros viejos. Después de tanto tiempo mis personajes envejecieron junto conmigo, pero me parece que esa distancia le conviene a la literatura: justo la literatura nace y viene de esa distancia.
Sin ser yo particularmente aficionado al jazz, pero sí mucho a Boris Vian, sé todo lo que este género musical le dio en su estética, en su manera de afrontar la narrativa y el lenguaje (incluso era músico de jazz). Tampoco soy ninguna clase de gran fan de la música caribeña, y sin embargo me encantan Cabrera Infante, Severo Sarduy y los escritores cubanos en los que tienen tanto peso en su lenguaje y en su estética el bolero, la guaracha y demás. Así, intenté hacer una novela de la literatura como yo entiendo que puede funcionar y cargarla de esa pátina y de esa estética que viene de lo que me gusta.
—En el libro hay una frase: “Todo se vuelve mitología cuando pasa suficiente agua bajo el puente. Hablo de las buenas historias”. En ese sentido, ¿cómo construiste esta mitología sobre los grupos de metal, de músicos que surgieron en Chapala y Ajijic?
—Una de las cosas que me fascinan del metal es que es un género musical muy preocupado por sus genealogías, por sus características y por quién viene de dónde. Es una especie de gran árbol genealógico el que un aficionado del metal tiene ante sí con una multitud de ramas y de disgregaciones que nos resultan fascinantes, y que son parte de la enorme riqueza del metal. Unos músicos en algún extremo del mundo se juntan y le mueven a la fórmula tres vueltas de tuerca a la derecha, y la fórmula cambia y nace otra manera de tocar. Eso a mí me parece fascinante.
La época a la que pertenecen los personajes que se hicieron músicos en su juventud temprana es a finales de los ochenta y principios de los noventa; entonces, desde luego ellos están preocupadísimos por la genealogía que les corresponde del metal. Yulian, el narrador, elige entre las diferentes variantes la que para él es la buena. Su historia, como creación del universo, comienza con “Helter Skelter”, de los Beatles, y de allí pasa a Black Sabbath, a Motörhead, a Metallica, hasta llegar a Sepultura y Pantera, a lo que era el metal quizá más representativo y característico a principios de los noventa, cuando la banda existe por primera vez. Desde luego, para estos metaleros es casi como si el tiempo se hubiera detenido allí, cuando ellos aparecieron; pero el árbol siguió creciendo. Como buena persona que envejece, Yulian es muy distante, incluso un poco hostil ante las nuevas ramas del árbol: le parecen extrañas las fachas de los metaleros nuevos, y es un poco rencoroso cuando habla del nuevo metal, más melódico, más rapeadito, y también del metal radical, al que de plano no entiende y se asombra mucho cuando descubre que a Brenda le gusta.
Insisto: el asunto genealógico es sumamente importante en la cultura del metal porque es su identidad absoluta y depende de cuáles ingredientes se usaron, de qué línea tomaron, porque es distinto si se viene de Sabbath, de Judas o de los dos, y si se mezclan con otro tipo de influencias. Esa lucha entre la ortodoxia y la heterodoxia dentro del propio metal a mí me resulta fascinante.
Es algo que a la gente ajena a la cultura del metal le parece rarísimo, y resulta en unas conversaciones que pueden ser casi bizantinas, de expertos, de una especie de arte iniciático verdaderamente complicado, como gente discutiendo de alquimia, pero que en el metal tiene toda la lógica del mundo. Lo ha enriquecido mucho esa manía tipológica y genealógica, y me parecía que era indispensable que se pudiera reflejar en la novela.
—Me gustó mucho la parte donde haces el parangón del desarrollo del metal con la carrera armamentista, por una parte, y por la otra, con el porno.
—Por la estructura, en la novela participan muchas voces, es casi coral, pero sí hay una voz cantante, principal: la de Yulian, el bajista de La Armada. Para mí era importante que no fuera simplemente un bruto que nada más reacciona y enlista acontecimientos, sino que, en su escala, es listo y tiene las cosas pensadas: sabe de dónde viene y a dónde va, o al menos tiene su propia teoría sobre las cosas. Era importante que en algún momento (lo hace en varios) Yulian se explicara, y así es como termina trazando un ensayo (desde luego, juguetonamente) en el que parangona la evolución del metal con la de la carrera armamentista o con la del porno: cómo pasó, en los tres casos, de lo absolutamente básico y esencial, a una escalada veloz y radical que cambió completamente las reglas del juego.
El asunto genealógico es sumamente importante en la cultura del metal porque es su identidad absoluta y depende de cuáles ingredientes se usaron, de qué línea tomaron, porque es distinto si se viene de Sabbath, de Judas o de los dos, y si se mezclan con otro tipo de influencias.
La carrera armamentista brincó de las piedras y los puños a las bombas de neutrones, que se llevan todo por delante, mientras que el porno pasó de las imágenes más cándidas, casi nada más picaronas, hasta lo más extremo, a la gente haciendo porno en su casa y divulgándolo por todo el mundo, crudo y absolutamente impúdico.
Parangona esos dos procesos radicales y discutibles, pero profundamente humanos, con la evolución del metal: el de esa canción acelerada y un poco gritona para la época, que era “Helter Skelter”, producto de que Paul McCartney había escuchado a The Who y quería hacer algo más fuerte que lo que hacían éstos, que eran una banda pesada a mediados de los años sesenta, hasta llegar al metal radical y a esto que para el no iniciado son solamente gritos, tamborazos y ruido distorsionado sin fin. Ni siquiera parecería tener patrones musicales, de la misma manera en que hay toda la diferencia del mundo entre una pelea a golpes y soltarle un misilazo a alguien.
Para mí era importante que Yulian fuera capaz de explicarse, desde luego con referencias que, natural y orgánicamente, pudieran ser parte de este músico metalero que se dedica a hacer diseños para automóviles en un taller que los tunea. Obviamente, él no va a escribir ensayos como si fuera Susan Sontag, pero tampoco se trata de que sea un cavernícola que no consigue explicarse quién es y por qué hace lo que hace. En ese punto medio es donde está Yulian.
—Yulian es una parte muy importante, pero me gusta cómo lo engarzaste con las entrevistas para el documental de Luisma. ¿De dónde salió esta idea?
—Para mí era hacer confluir dos elementos que eran vitales para la novela: por un lado, me gustaba mucho la idea de la coralidad, de que hubiera otras voces, no solamente Yulian contándolo todo, sino que pudieran entrar contrapuntos para cambiar el ritmo y para que él también pudiera ser narrado como un personaje más, que no estuviera solamente como una suerte de observador sino que pudiéramos verlo desde otros ángulos. Eso, desde luego, le da más dimensiones a Yulian y permite darle mejor contexto y más relevancia al discurso principal por cómo choca y cómo se fricciona con los otros.
Así aparecen Barry, que en realidad se siente superior a él; Lupita, la exesposa, que lo trata como piñata; el Gordo Aceves y, en fin, todas las voces que confluyen alrededor de la banda, que literariamente me funcionaban muchísimo para los cambios de ritmo y de intensidad en la prosa, para los cambios de puntos de vista, para que ganara dimensiones Yulian.
Por otro lado, está algo que también era muy importante en la propia tradición rockera: la manera en que el rock se ha contado a sí mismo es, en buena medida, a través del periodismo, de los documentales. La historia del rock todavía no ha sido motivo de gran interés para los historiadores profesionales; la han contado mayoritariamente periodistas musicales, los rockeros que, en términos generales, también forman parte de la escena, que también son fans y tienen sus filias y sus fobias. Eso está profundamente arraigado en la cultura rockera.
Los documentos más importantes que tenemos sobre el rock están basados en entrevistas, en crónicas, en testimonios de esos periodistas, que son quienes han contado las historias desde los años cincuenta, con el primer rock and roll, hasta la actualidad.
La historia del rock todavía no ha sido motivo de gran interés para los historiadores profesionales; la han contado mayoritariamente periodistas musicales, los rockeros que, en términos generales, también forman parte de la escena, que también son fans y tienen sus filias y sus fobias.
Para mí era utilísimo de manera literaria, pero también que le diera ese sabor rockero auténtico a través de las entrevistas, reflejando lo que es la historia según la cultura rockera: construida con testimonios, con documentales, en libros. Eso me ha interesado desde siempre, entonces me he chutado una cantidad impresionante de libros y de documentales sobre bandas de rock, desde historias de individuos hasta bandas, escenas completas: la del punk de Nueva York e inglés de los setenta, el rock sesentero, el de Seattle de principios de los noventa, la under gringa y el punk español de los ochenta, el rock en América del Sur. En fin, una cantidad exorbitante porque es una materia que me ha atraído. El rock mexicano también, desde luego. Ésa es otra de las características del libro: que es el metal a la mexicana.
—¿Cómo perfilas la personalidad del metalero? ¿El metal es una actitud ante la vida? Por ejemplo, de varias citas del libro veo esto: repudia el amor (cuando menos al de las baladas), le gusta una música que asusta y que ofende, y hay hasta machismo, además de que Barry llega a decir que son como talibanes y que el metal es cosa de güeros.
—Era muy importante que la novela su subiera al ring con los estereotipos que existen en torno al metal, porque desde luego existe esta idea al exterior de la escena metalera: es cosa de güeros nórdicos, prácticamente vikingos, y es música de la ultramasculinidad más arraigada, en que las mujeres sólo existen para salir prácticamente en paños menores en brazos de los metaleros en los videos.
La verdad es que muchas de esas ideas son absolutamente falsas, y la novela, desde luego, las pone en conflicto porque entra en fricción con esos estereotipos continuamente, para empezar porque Barry sabe que es objeto del racismo de algunos porque es un mexicanazo, con una nariz prominente al que apodan “Cara de chango” en la escuela, pero que aun así es el guapo de la banda.
Por otro lado, se ponen en conflicto en diferentes momentos de la novela tanto esta idea de la hipermasculinidad con la historia de la banda original y de la historia más bien oscura y esquiva entre Isaías, el primer baterista, y el Mustio, el primer guitarrista, que además es un personaje que también tiene un desarrollo posterior que reta completamente esa idea tan arraigada, externa al metal. También está, desde luego, la participación de las mujeres: por un lado Pato, guitarrista virtuosa, mejor que cualquier otro de la escena, y que consigue navegar y hasta surfear en esas aguas complicadas porque lo que le gusta es brincar en el escenario y pasearse sobre las multitudes en las tocadas. Por otro lado está Brenda, una metalera joven de última generación, de quien el pobre Yulian ni siquiera sabe bien que es metalera y sólo sabe que es una chava muy decidida, mucho más joven y que está detrás de él sin ninguna clase de tapujo, frente a quien él resulta como de otra época, el que le tiene miedo, el prejuicioso, el que quiere que antes le hablen bonito, etcétera.
Para mí era importante poner en conflicto todos estos estereotipos del metal. Desde luego, siempre existen por algo y hay una serie de bases pero, visto ya detenidamente, el metal es mucho más complejo de lo que se ve desde fuera. Además, México es un lugar perfecto para que esas concepciones del metal entren en crisis: aquí no hay suficientes vikingos para hacer una escena de metal que fuera racialmente excluyente, lo que sería completamente ridículo en un país como el nuestro.
Si uno ve, además, la escena metalera local, pues representa cómo es el resto del país: es decir, hay gente de todo tipo, de todas las clases sociales, de diversa procedencia étnica, etcétera, y no tiene absolutamente nada que ver con que sea la música de los fresas. Además, el metal mexicano tiene una enorme tradición como de working class, que es sumamente valiosa y que se refleja, además, en los personajes de la novela: algunos viven al día, como Yulian, y aunque otros tienen una posición más desahogada, como Barry, casi todos vienen de familias de clase trabajadora. Barry es muy bueno para la lana y consigue hacer un negocio y tuvo una chamba bien pagada, mientras que Yulian casi no llega a la quincena y tiene que pedir permiso para pedir un tequila cuando está bebiendo con los amigos porque él no va a pagar, aunque de todas maneras conviven y forman parte de lo mismo, a fin de cuentas.
Una de las funciones eternas de la novela es mostrarnos que la realidad es mucho más compleja de lo que pensamos, incluso cuando esa realidad es juguetona, y más como la que puede hacer la escena del metal en México, que tiene mucha más hondura y complejidad de la que se podría ver desde fuera. Parte del gusto que tiene escribir una novela es poner en crisis todos esos estereotipos continuamente en la historia.
—Y en contra de uno de ellos citas varias veces el caso de Rob Halford.
—Claro, porque Halford es símbolo, a la vez, del heavy metal y de la escena sadomaso y leather gay, de la que es su representante más preclaro. Es uno de los grandes del metal de todos los tiempos, venerado por las audiencias, lo que es una paradoja francamente muy divertida.
Además hay, cada vez más, una participación crucial de las mujeres como cantantes de muchos grupos y también en todos los instrumentos, lo que era una excepción absoluta en los años ochenta, cuando era una rareza cósmica.
En la novela también se da una probada de algo que está en el metal contemporáneo: es étnicamente diversísimo. Además hay, cada vez más, una participación crucial de las mujeres como cantantes de muchos grupos y también en todos los instrumentos, lo que era una excepción absoluta en los años ochenta, cuando era una rareza cósmica. Después comenzó a abrirse en los dos miles y ahora es algo bastante común. Hay una cantidad muy grande de bandas encabezadas, protagonizadas o formadas por mujeres metaleras.
—Dices de los miembros de la banda que “eran unos machitos belicosos, cabrones que suscriben el realismo nihilista”, que no querían casarse ni formar familia ni ser el vecino simpático, sino, más bien, misántropos que son lo brutal y lo amargo. Es un cuestionamiento, también, a la familia típica mexicana de la que muchos de ellos provienen, pero también es la historia de ellos casándose y fracasando casi todos. Y también veo un choque entre las generaciones, en el que los jóvenes no son entendidos por los papás.
—Eso es clave porque pasamos la novela tapándonos la mitad de la cara pues vamos a ver solamente la parte en la que algunos de los personajes se sienten incómodos con los jóvenes: no se entienden. Así es con Yulian, quien hasta termina llegando a mayores con ellos, como es el caso de Brenda, y la relación casi amistosa que termina desarrollando con Luisma, o sus problemas muy claros con el Depredador que trabaja con Barry en El Hangar, y su hija no le hace el menor caso y lo tiene casi como un mono de peluche porque ella es muy joven, tiene otros intereses estudiando y no le interesan las cosas que hace Yulian.
Por otro lado, las relaciones de los personajes con sus papás son todas terribles. El padre de Barry tiene problemas con él, y éste lo describe como un insensible, además de cómo sufría la madre con él y porque estaba enamorada de la música romántica, además de la más arrabalera y llorona, lo que produce una reacción en Barry, que odia ese tipo de música porque es justo la del fracaso vital de su madre. El padre del Gordo Aceves es un tirano convencido de que su hijo se junta con puro mariguano, y el de Mustaine lo detesta, los detesta a todos, y dice “Esos greñudos son todos maricones”, mientras que Yulian literalmente no se puede ver con su padre porque abandonó a su madre por una mujer más joven y desde chamaco casi le avergüenza ser hijo de ese tipo.
Por supuesto son personajes que están rotos, en medio de la nada. Todos vienen de familias disfuncionales y rotas dentro de los papeles tradicionales de esa gran familia mexicana. Todas son familias absolutamente fracasadas y que no les dieron a ellos ninguna herramienta para llegar más lejos, lo que enfrentan de diversas maneras. Barry también se divorcia, pero es devoto de su hijo, a quien le condiciona seguirle metiendo lana a sus videojuegos a que siga estudiando guitarra, aunque sabe que lo hace muy mal y se tiene que tragar la vergüencita que le da. A Yulian la hija no lo pela, pero es un padre devoto y, a fin de cuentas, siempre está intentando acercarse a ella: le habla, le trata de contar lo que hace e incluso le ofrece continuamente dinero, que la hija rechaza porque sabe que Yulian no tiene lana.
Todos vienen de familias disfuncionales y rotas dentro de los papeles tradicionales de esa gran familia mexicana. Todas son familias absolutamente fracasadas y que no les dieron a ellos ninguna herramienta para llegar más lejos, lo que enfrentan de diversas maneras.
El que tiene un poco más de estabilidad (se necesitaba ese personaje) es el buenazo del Gordo Aceves, que es el que rompe un poco esa línea generacional de que su padre lo trataba de la patada, pero él es un tipo más bien benévolo con todos. Es un poco como el padre de la banda.
Era importante escenificar esa especie de doble crisis por la que pasan estos personajes porque, claro, la historia leída muy superficialmente es una crisis de ellos con la juventud, pero en realidad ellos eran los jóvenes incomprendidos en un primer momento, y terminan siendo los viejos incomprendidos también, porque ni los quisieron los de las generaciones anteriores ni los entienden los jóvenes. Entonces están perdidos: su soledad es casi cósmica por el aislamiento en el que están y, además, optaron por un camino difícil, más en un sitio como México, que es hostil a todo lo diferente, y pues ser metalero es como colgarse un cartel y decir “Yo sólo voy a ser amigo de otros metaleros”.
Somos como una especie de tribu aparte porque la mayor parte de las personas no se quieren involucrar con gente así, ni lo querían hacer antes ni ahora. Eso contribuye un poco al aislamiento casi cósmico en el que viven estos personajes. No se entendían con la gente que vino antes que ellos, y no se entienden con los que vinieron después. Son los que son: son ellos mismos.
—Hay un personaje que aparece al principio y al final, que de alguna manera es el que anima la reconstrucción de La Armada Invencible, que representa a otro mundo al que se enfrentan estos metaleros: Iñaki.
—Iñaki aparece prácticamente desde el inicio de la novela; es un niño bien, güerito, guapito, que desde luego llama la atención y que está empezando a ser una estrellita local de la música nueva. No lo termina describiendo muy bien porque no sabe cómo hacerlo, pero se intuye que es un poco reguetonero.
Es el clásico niño rubio que va a terminar triunfando al final, el Justin Bieber de Zapopan, que es un poco lo que viene a ser. Está allí como la contraparte que hace más patente y doloroso el hecho de que ellos son viejos y están olvidados. Entran en una especie de crisis, aunque lo oculten debajo de un montón de risotadas y de burlas, cuando ven la revista en la que ellos muchos años antes ellos fueron portada, y ahora ven la portada y las páginas centrales le corresponden a Iñaki.
Por eso la novela abre con el enfrentamiento entre Barry e Iñaki, desde luego contado triunfalmente por Barry desde su versión de los hechos, e incluso después vuelve a soñar y se porta todavía peor con Iñaki por el desagrado terrible que le provoca. Al final los caminos terminan reuniéndolo en una escena con Yulian que también es esencial para la novela.
Iñaki está allí siempre, como esa contraparte que les muestra patentemente el lugar que ellos ocupan ahora, que es completamente marginal. Allí está para recordarles que pasó el tiempo, que a la gente le gusta otra música y que los niños güeros y correctos siempre van a salir ganando, sobre todo porque veinte años después estos tipos ya no tienen fuerza ni siquiera para estar en la portada de la revista 102.
—¿Qué fue del metal, en qué acabó? En una parte Yulian dice que los metaleros ya quedaron relegados en el mismo lugar del jazz, “de las putas reliquias. Ya somos una mierda olvidada”. Está el asalto de muchos otros tipos de música, desde la balada hasta lo que llamas la “música agropecuaria”, las cumbias, etcétera. ¿La novela es una especie de canto del cisne del metal y hasta del rock?
—Yo no creo que el rock como tal esté muerto, pero quizá el lugar que ocupaba en la vida de muchas personas es algo que sí cambió completamente. Desde luego, en un lugar como México el rock nunca fue mayoritario, y puede pasar por momentos más altos o más bajos, pero siempre ha sido algo concentrado en cierto sector que no es el más grande del país. Eso es muy evidente.
No creo que el rock desaparezca ni tampoco el metal, pero sí quizá el hecho de que sea algo central en la vida de muchas personas, como lo fue al menos en mi generación para mí y mis amigos, para la gente con la que yo me juntaba, pero no diría algo tan dramático como “el canto del cisne” porque los apocalipsis son parciales.
Ha habido momentos en que el rock es un poco más popular, pero en general no es de los que ha llevado la batuta de la popularidad en México, la que, obviamente, ha estado muy concentrada en Estados Unidos, Canadá, Europa (tanto occidental como oriental, donde es muy importante a pesar de las cortapisas de los soviéticos) y en Australia, Japón. El mundo industrializado es donde más ha afectado, y en el resto del mundo ha tenido como focos, llamaradas. Ahora mismo hay una escena muy grande e interesante de metal en África, por ejemplo, en donde también ha sido una música poco recurrente, tanto que muchos no relacionan para nada a los africanos con el metal, que también se mantiene fuerte en América Latina.
No creo que el rock desaparezca ni tampoco el metal, pero sí quizá el hecho de que sea algo central en la vida de muchas personas, como lo fue al menos en mi generación para mí y mis amigos, para la gente con la que yo me juntaba, pero no diría algo tan dramático como “el canto del cisne” porque los apocalipsis son parciales: termina el mundo para algunas personas con ciertas cosas. Si tu equipo se va a la segunda división o si lo terminan vendiendo por deudas, pues se acaba el mundo para ti, pero no se acaba el futbol.
La humanidad es dinámica y todo va cambiando. Ahora sabemos que el vals, en su momento, era un baile casi prohibido y diabólico porque parecía demasiado sensual, y ahora se lo ponen a las quinceañeras —si es que se lo ponen todavía en algún lado, porque ahora han de poner a Bad Bunny o una abominación similar para que no lo vean mal los amigos.
Entonces, quizá sí estamos mirando el crepúsculo de los dioses metaleros, pero el testimonio y la música quedan ahí. Las eras cambian, y yo he encontrado una mina de felicidad enorme: no hay mucho rock del que se hace ahora mismo que me entusiasme, pero lo que he hecho es empezar a ir para atrás, a oír mucha música que en su momento no escuché, no conocí, no tenía referencias, y encontré un montón de tesoros en muchos lados. He retrocedido tanto que ya llegué al blues del Delta y estoy feliz oyendo esa música.
Sinceramente, y lo digo sin ningún problema, yo (al menos como persona, porque la novela es otra cosa) no necesito oír la música contemporánea en absoluto; no me interesa lo que pasa en la radio, y no creo que eso sea falta de curiosidad o que ya me enquisté en lo mío, pero voy en otra dirección. Estoy explorando el pasado y me hace infinitamente feliz hacerlo, y me siento mucho más en casa escuchando a un blusero con una guitarra de palo grabado en una cabina en 1920. Así me siento mucho más en casa que escuchando la música ultraproducida y llena de auto–tune contemporánea, que no me dice absolutamente nada. Pero eso es mi caso y creo que tengo derecho a sentirme así, y las obras que tengan que ver con esa otra música la tendrán que escribir otras personas del futuro.
Estoy seguro de que un fanático del jazz en los años sesenta quizá no sea el público ideal para La Armada Invencible, o a lo mejor sí, no lo sé. Me está escribiendo mucha gente que está leyendo la novela, y una parte importante de los que me escriben me dicen “Yo no soy metalero”, algunos ni siquiera son rockeros, y sin embargo encuentran cómo relacionarse con la novela y se la pasan bien porque hay otras puertas de entrada. No necesitas ser pirata para disfrutar de una historia de piratas, no necesitas ser asesino para disfrutar una historia criminal, y no necesitas ser metalero para leer La Armada Invencible. ®