Tiene casi cuarenta años de formado y es el grupo tropical más completo y popular de Guadalajara. Han tocado con Celia Cruz y amenizado miles de fiestas, pero los encuentra siempre en el salón Veracruz de la capital tapatía.
Están ahí puntuales como siempre, aunque haya muerto la madre o el hijo. Cada noche, cinco días a la semana, desde hace 38 años. Suben al escenario con las manos endurecidas por los tambores y las marcas de las trompetas en los labios. Esta noche trabajan en un salón de baile, pero cantan también en los ranchos más alejados o en las más elegantes fiestas privadas. Hoy visten camisa azul decorada con palmeras. Se iniciaron en la música desde muy niños. Cinco son hermanos y los que no lo son de sangre lo son ya de música. Hay también un sobrino y una sobrina. Juntos se llaman Sonora San Francisco y están a punto de comenzar.
Cumbias, salsas, sones y danzones. También boleros y merengues. Un repertorio de cerca de quinientas canciones y dieciséis discos que los más diversos bailadores gozan.
Los primeros acordes cimbran el salón Veracruz en Guadalajara
Electrizados, los bailadores llenan la pista. Pastor “Pato” Gutiérrez se persigna frente al micrófono y comienza a cantar: “Qué vas a hacer con ese negro muchacha / que se inclina a dominarte los ojos…”.
El primero en llegar a la pista es “Yeltsin”. Le dicen así por su parecido al líder ruso. Es un hombre alto, de cabello blanco y enormes pies que desliza ágilmente por la pista. Asiste a los salones de baile desde hace más de treinta años. “Esta música hace que tu corazón hable a través del baile. Te da sensaciones originales, te metes en un mundo en el que no estabas, ves la vida con otro color, te sientes en paz. Sientes agilidad, sientes lo tuyo, lo interno, lo divino”.
Músicos de sangre
Moisés “Moy” Gutiérrez es el director de la sonora que fundó en 1976. Tiene sesenta años de edad y toca la trompeta desde los catorce. “Somos cinco hermanos: Juan, Pastor, Javier, Carlos y yo”.
Son oriundos de San Francisco Mitepec, una población de mil habitantes y alto grado de marginación que se localiza en el municipio de Españita, Tlaxcala.
“Mi abuelito tocaba el violín y mi papá el saxofón. Toda la familia es de músicos, lo llevamos en la sangre. Pero además, en el pueblo había misioneros que llevaron un maestro”. Antes de ir a la primaria, los hermanos Gutiérrez Ramírez tomaban una hora de clase de música.
“Primero hicimos una orquesta versátil que llevaba mi nombre, pero la competencia estaba muy dura. Entonces formamos la Sonora San Francisco. Fuimos la primera que metió trombones para que sonara diferente. Trabajamos en la Ciudad de México. En 1977 llegamos a Guadalajara con un contrato de 28 días, pero a la gente le gustó nuestra música y ya tenemos aquí 37 años”.
Alicia forma parte de la generación más joven que integra la Sonora. “Desde el vientre de mi mamá teníamos esta noción de la música. Todo empieza desde la generación de mi bisabuelo, mi abuelo, mi papá, mis tíos, y ahora también nosotros, somos ya una dinastía”.
¿Sus hijos la continuarán?
“Mi hija tiene mucha noción musical, pero todavía está muy chiquita. Si ella lo decide, la apoyaré”.
Memo afirma: “Ya mis primos están apuntados para seguirle con quien falte”.
Los que no son parientes también comenzaron muy jóvenes. Manuel Rodalión es el percusionista. Dice que es veracubano porque su abuela paterna era originaria de la isla. Le dicen Niche, que “en palabra cubana quiere decir negro”.
Su piel morena contrasta con la encrespada cabellera blanca. “Mi papá era músico. Tenía un grupo ‘molero’. Así les decían porque no cobraban, iban a tocar a las fiestas nomás por el mole y por el chupe. Él era camionero y quería que yo aprendiera lo mismo. Pero a mí no me gustó. Quería que yo manejara un camionzote a los ocho años y yo no podía. Él era feón, pero para las señoras era carita. Un día me llevó a una fiesta y me dijo: ‘Fíjate bien cómo le pego a la conga para que si me sale una mujer tú te quedes en mi lugar. Y empecé a ver cómo le pegaba”.
Apenas habían pasado unos minutos cuando Niche tuvo que entrar en acción. “Cuando mi papá se agarraba el bigotito es que ya le estaba cayendo una chamacona y le empezó a hacer ojitos. Entonces me dice: ‘Agarra la conga porque voy a bailar con la señora que me está llamando’. Y cuál fue la sorpresa que el golpe que él estaba dando lo empecé a dar yo como si ya lo supiera. Entonces me llevaba a todas las pachangas. Así empecé, tenía como catorce años”.
A Erasmo Córdova parece que le va la vida en cada canción. La fuerza con que interpreta es especialmente apreciada por los bailadores. Nació en Tampico en 1956. Cuando estaba en tercer año de primaria le pedían que cantara en los festejos escolares y al salir de sexto ya participaba en los grupos de su colonia.
“Empecé a vivir de esto a los dieciséis años. Cantaba en un centro nocturno, pero como era menor de edad entraba de contrabando y cantaba de espaldas detrás de un teclado. Así estuve dos años. A mis papás no les gustaba, pero cuando ya me vieron en orquestas más grandes se convencieron”.
El trombonista Rafael Vázquez Sanabria, el “Tiburón de Chapala”, comenzó a trabajar en orquestas a los catorce años de edad, luego de que un músico lo escuchó tocar en un desfile del 16 de septiembre. “En Chapala había una banda de niños. A los seis años empecé a estudiar. Al principio no les gustaba en mi casa y mi mamá me escondía el instrumento, pero poco después me tuve que hacer cargo de la familia y gracias a la música pudimos salir adelante”.
Poner los dedos en un comal ardiendo fue parte del entrenamiento musical de Guillermo Gutiérrez. Era un ejercicio que le ponía su profesor de bajo. “Yo le decía: ‘Vengo a estudiar, no a que me queme las manos’, pero gracias a eso aguantaba bien las cuerdas del tololoche y no se me hicieron callos”. Memo es el bajista del grupo. Hijo de don Pastor, comenzó a los ocho años ayudando a su padre a cargar cables y bocinas. “Aunque desde chico sabía tocar, mi papá me dijo: ‘Si vas a andar en esto tienes que estudiar música’. Y eso hice”.
La voz de don Nachito Orozco le imprime un sabor especial a la música de la sonora. Nació hace 74 años en una vecindad del Distrito Federal. “Vivíamos hasta el fondo y teníamos una ventana que daba a la calle donde había cantinas y meretrices. Todo el día nos llegaba toda la música de allá y yo la escuchaba desde que nací. Me acuerdo que sonaba mucho ‘El caballo y la montura’, yo estaba muy chico y cuando la oía me alborotaba”. Después de trabajar como almacenista se convirtió en cantante por accidente. “Un amigo que tocaba en un grupo me invitó un día a un ensayo y ahí me quedé”.
En la presidencia municipal de Ahualulco de Mercado había clases de música. Francisco “Panchito” Ayala era uno de los alumnos más constantes. A los diez años tocaba la tarola y a los doce aprendió trompeta. Era quinceañero cuando ya trabajaba en un mariachi. “Luego pasé a una orquesta del pueblo y después a un grupo versátil. De ahí vine a la Universidad de Guadalajara a estudiar música”. Además de tocar con la San Francisco desde hace 22 años, forma parte de la Banda de Música de Jalisco. “Toco en el kiosco y luego corro para acá. Me quito el traje y me pongo la camisa tropical. Son tipos de música muy diferentes, pero las dos se disfrutan”.
Con un nudo en la garganta
Los bailadores gozan un solo de trompeta que Panchito interpreta en “Flor de luna”, una pieza del guitarrista Carlos Santana tropicalizada. Al finalizar le brindan un aplauso especial al trompetista. Entre ellos está Chencho, quien acude a los salones de baile dos o tres veces por semana. No lleva la cuenta, pero calcula que desde que comenzó ha bailado con unas 400 mujeres distintas, si no es que con medio millar.
“Después de mi familia el baile es lo más importante. Se disfruta mucho, haces ejercicio y te relacionas con mucha gente. Cuando bailas sientes algo tan especial que no lo puedes describir con palabras. Es como si quisieras describir un orgasmo”, dice este hombre enorme que al igual que muchos otros bailadores considera a la “San Pancho”, como le dice de cariño, la mejor sonora de Jalisco. Yeltsin coincide: “Son músicos estudiados, de partitura, tocan por nota”.
Los músicos también gozan su trabajo. Charly, el más joven de los hermanos, disfruta cuando le da duro a las congas mientras canta “El preso”, que dedicó a Chencho: “Condenado para siempre / en esta horrible celda /donde no llega el cariño / ni la voz de nadie / aquí me paso los días / y la noche entera / sólo vivo del recuerdo / eterno de mi madre”.
“Nos pagan por hacer lo que más nos gusta”, dice cada uno de ellos y coinciden además en que ninguno cambiaría su oficio por un empleo en una oficina. Aunque reconocen que también hay momentos difíciles.
“Estaba cantando en una fiesta cuando me avisaron que mi papá falleció. Se me hizo un nudo en la garganta, pero terminé la presentación. Es muy triste, sientes como si algo te comiera por dentro pero tienes el compromiso de cumplir. Me pasó también con dos hermanos y con mi hijo que tenía diecisiete años. Él murió en Tampico y yo trabajaba en el salón Astoria, en Guadalajara. Trabajé esa noche. Cantaba llorando. Mis compañeros y la gente me apoyaron muchísimo. Los bailadores se pusieron de pie, me aplaudieron y pidieron un minuto de silencio. La gente compartió ese dolor conmigo y eso me motivó a seguir. Cuando terminé agarré la camioneta y me fui llorando a Tampico. Eso me pegó directamente al corazón”, recuerda Erasmo.
¿Por qué no se fue inmediatamente?
“Porque tengo un compromiso y soy profesional. No podía dejar ahí a mis compañeros. Terminó la función y alcancé a llegar al velorio de mi hijo, pero ha sido el golpe más duro que he sentido”.
A los hermanos Gutiérrez la muerte de su madre los tomó también en el escenario.
Javier, el baterista, cuenta: “El 30 de octubre de 1979 estábamos tocando con Bienvenido Granda cuando nos fueron a avisar que había fallecido mi jefecita. Es horrible, pero terminamos echándole los kilos. No nos queda de otra”.
Moy recuerda: “La angustia nos tapaba la garganta, pero entre todos hicimos la lucha y salimos. De ahí nos fuimos a sepultarla”.
La madre de Rafael Sanabria también murió un día en que trabajaba, y lo mismo le ocurrió a Nachito con su abuela. “Lo más duro fue cantar la noche en que murió la mujer que me crió. Cuando llegué a México ya la habían sepultado”.
“¡Hey, familia!”
Marcela y José Luis son maestros en el arte de bailar danzón. Se mueven con elegante cadencia en la pista, perfectamente sincronizados hacen pausa en el momento preciso, miran al escenario y escuchan la voz de don Pastor que dice: “Danzón dedicado al buen bailador”.
José Luis tiene 65 años, viste traje blanco, camisa roja de seda y zapatos bicolor, especiales para bailar, que hacen juego con su atuendo. Se lleva la mano al sombrero en momentos precisos del danzón. “Cuando bailo me transporto a un mundo de fantasía, de alegría, de vanidad. La música me rejuvenece, hasta a los niños recién nacidos les pones música y se emocionan”.
Erasmo, desde el escenario, los ha saludado ya al igual que a otros bailadores habituales. Más tarde, en un descanso, afirma: “Somos como una gran familia. Hace dos semanas falleció una señora que nos seguía desde hace años. Le llamábamos la ‘Jefa Mary’. Le estuvimos cantando sus canciones preferidas. Muchos compañeros de baile se nos han ido”.
Niche agrega: “Hemos hecho amistad con mucha gente. Nos sentimos como hermanos. Lógicamente somos hermanos porque somos hijos de Dios, pero es más afín dentro de la música. Hace un mes murió un amigo al que le dio un ataque cardiaco fulminante cuando estaba bailando”.
Hace poco más de un año murió “el Flama”, uno de los mejores danzoneros de la ciudad. La mesa que ocupaba siempre en el salón se llenó de rosas blancas que le llevaron los bailadores. Las flores y un son montuno que le dedicó la San Francisco fueron el homenaje al sonero esa noche.
En la formación de la “familia” de bailadores es clave la figura de Trino Leroy, el animador de las noches de baile que con su inconfundible voz y sentido del humor no sólo presenta las canciones sino que visita las mesas y saluda, micrófono abierto, a los presentes. “Lo invitamos a bailar de jueves a domingo. El lunes no venga porque nos vamos a Oceáaaaanicaaaaa”, dice el también guitarrista y pintor.
Para estos músicos organizar la vida familiar es también un reto; laboran de noche, los fines de semana y los días festivos. “Haz de cuenta que el día para nosotros es noche y la noche es el día”, sostiene don Pato.
Además de tocar con la sonora, Niche se presenta por las tardes en un restaurante de Tlaquepaque. “Salgo de mi casa a la una de la tarde y vuelvo casi a las cuatro de la mañana. Deja uno a la familia sola. Es duro porque llega el momento en que la mujer dice: ‘Casi no te tengo y te quiero apapachar y que salgamos juntos a pasear. Los lunes es cuando descansamos y ella quiere que salgamos, pero yo que me la paso en la calle lo que quiero es estar en la casa. Y ella se aburre de estar en la casa. Entonces platicamos y le dije: ‘Un lunes te toca a ti en la calle y al siguiente me toca a mí estar en la casa”.
Javier dice: “A veces es difícil; la señora, los hijos tienen que entender que nosotros estamos casados con la música. Si no lo entienden así, hay problemas”.
Memo tiene un hijo de un año. “Con mi esposa nos acoplamos bien. Ella también trabaja y nos acoplamos. Cuando ella trabaja yo lo cuido, y al revés. Ahí andamos, de niñero y de músico”.
Alicia es hija de Juan Gutiérrez, el mayor de los hermanos y quien durante muchos años fue el bajista de la sonora. “Quedamos huérfanos muy chicos y mi papá se hizo cargo de nosotros, él cubría las dos partes, de papá y mamá. Nos llevaba a todas sus salidas. Mi hermana y yo siempre estábamos junto a la sonora, bailando y escuchando. Mi papá nos hacía ver su trabajo, sus horarios, y lo entendíamos. Nos acostumbramos desde que estábamos en la escuela a vivir de noche”.
Cantante, maestra y mamá
Una enorme sonrisa se dibuja en el rostro del señor Moreno, que porta traje gris y relucientes zapatos negros, cuando baila con su esposa Ninfa. Marca con puntualidad cada compás del son que canta Alicia Gutiérrez: “Aunque tú me has echado en el abandono / aunque tú has muerto todas mis ilusiones / en vez de maldecirte con justo encono / en mis sueños te colmo / de bendiciones…”
Madre de una niña y de un niño, ella es también maestra de primer grado de primaria. “Llego a la casa a las tres de la mañana, duermo tres horas y me levanto a las seis para ir a dejar a mis hijos en sus escuelas. Luego me voy a mi trabajo. Después, como con mis hijos, les ayudo con las tareas y platico con ellos. En la tarde tengo que volver a descansar un rato para poder aguantar en la noche”.
¿Cantante o maestra?
“Las dos cosas, pero no me gusta relacionar los dos trabajos, por ningún motivo. A veces los niños o las mamás me descubren; ‘Maestra, vimos una mujer igualita a usted en la tele’. Aunque los dos trabajos son completamente extremos, me encantan. Me dolería mucho dejar alguno”.
Entre charcos y borrachos
Cuando bailan Charly y Gloria visten ropas iguales que ella misma confecciona. Su colección de atuendos para bailar es enorme. Esta noche visten de rojo. La mujer lleva un gran sombrero. En la pista él se arrodilla frente a ella, ella pone su pie en la rodilla de él y él finge que le lustra el zapato. Todo al ritmo preciso de la música. Es uno de los muchos pasos que han creado.
El escenario es una tribuna privilegiada para apreciar los pasos de los buenos bailadores. “Yo disfruto viendo a la gente bailar. Ahí ves a la gente que se enamora cuando tú cantas, a los que se reconcilian o a los que tienen celos”, dice Erasmo.
No faltan quien se tropiece o quien pierda un zapato. A más de alguno se le han caído los pantalones o se le ha roto la falda. “Una vez un cuate estaba bailando cuando llegó una mujer que lo cacheteó, lo agarró de las greñas y se lo llevó”, cuenta Nachito.
Mientras se come un mango afuera de Las Fuentes, otro de los salones donde toca la San Francisco, recuerda: “Hace mucho estábamos Javier y yo sentados en un descanso. Él traía el pelo largo. Un borracho pensó que era una chava y lo sacó a bailar. Javier estaba bien enojado y yo le decía: ‘Ándale mi amor, baila con el señor, aunque sea una”.
“No bailé con el cuate ése porque no pagaba”, bromea Javier mientras muerde una jícama.
El Tiburón olvidó un día su uniforme. “El animador me prestó un saco que tenía unas solapas enormes. Me empezaron a decir que parecía domador de circo. No me la acababa con los compañeros que me preguntaban: ‘¿Dónde dejaste al león?”
Han pasado también situaciones difíciles, desde accidentes en la carretera hasta amenazas y una que otra balacera.
“Una vez fuimos a tocar a un pueblo de Nayarit. Estaba lejísimos, cuando por fin llegamos había unos cuates a caballo y tomando en el lugar donde iba a ser el baile. El organizador pidió que se salieran los de los caballos porque íbamos a empezar. Al rato llegó un cuate armado. Dijo que nos iba a matar a todos porque habíamos corrido a su papá y que a él nadie lo corría. Ya mero se armaba. De regreso pasamos por otro pueblito y le dimos aventón a un matrimonio. Vieron los instrumentos y nos preguntaron que de dónde veníamos. Al responderles nos dijeron: ‘¿Y vienen todos vivos?, porque ahí seguido matan a los músicos”, recuerda Javier.
Al rato llegó un cuate armado. Dijo que nos iba a matar a todos porque habíamos corrido a su papá y que a él nadie lo corría. Ya mero se armaba. De regreso pasamos por otro pueblito y le dimos aventón a un matrimonio. Vieron los instrumentos y nos preguntaron que de dónde veníamos. Al responderles nos dijeron: ‘¿Y vienen todos vivos?, porque ahí seguido matan a los músicos”.
Además, dice Rafael, “ellos querían música de banda y lo nuestro es lo tropical. Lo bueno es que tenemos capacidad de improvisar. Tienes que resolverlo de alguna manera para protegerte”.
Pato recuerda otra experiencia “de lo peorcito”. “Una vez llegamos a un lugar lejísimos, también en Nayarit, y cayó un aguacerazo, las calles iban como ríos. Íbamos a tocar en un corral y había como cuatro centímetros de agua. A fuerza querían que tocáramos ahí los paisanitos estos. No entendían que no podíamos conectar el equipo con electricidad en el agua. Nos empezaron a bronquear. A mi hermano Juan le arrojaban agua con el pie. Al final, nos chispamos, pero se quedaron enchilados los canijos ésos”.
En otra ocasión los invitaron a trabajar al carnaval de Veracruz. “Eran nueve días de trabajo y nos hicieron una chuecura porque cuando llegamos al lugar donde íbamos a tocar, nos dicen: ‘Aquí no va a haber nada’. Nos movimos y logramos tocar tres días en una plaza. Eso fue lo que nos alivianó para poder regresar y llegar con un peso a la casa. A cada rato nos acordamos de aquellos tropicalísimos días”.
Los músicos han testificado todo tipo de pleitos. “Antes era más común. Tipos que se emborrachan y agarran la pista como arena de box, nomás van a armar la camorra y hasta balazos han echado”, expresa Nacho.
El orgullo
Laura, una mujer esbelta de cabello negro, muy corto, se deja caer de espaldas sin ningún temor. A unos centímetros del piso blanco de la pista la esperan las manos fuertes de Ramón que la levanta con un rítmico ademán para seguir bailando. Llevan los dos brillantes camisas de color azul cielo.
Moy Gutiérrez hace estallar las notas de la trompeta en el escenario. Más tarde recuerda uno de los días más felices que ha vivido como músico. “Mi cumpleaños es el 25 de noviembre. Vivíamos en la Ciudad de México y estábamos sin dinero. De repente me llaman y me preguntan: ‘¿Podrían acompañar a Celia Cruz?’ Ése fue mi mejor regalo, acompañar a la reina”.
“Y no sólo eso”, añade Moy, “nos dijeron que ella no iría al ensayo. De pronto vi que llegó una señora con pañoleta y abrigo. Se sentó y comenzó a marcar el ritmo con su pie. Por una ventanita entraba el sol y empezaron a brillar sus anillos. Era ella que iba disfrazada. Como a la tercera canción no aguantó, se paró y le dijo a su esposo: ‘Yo no puedo estar sentada con estos chamacos’ y se puso a ensayar. Le gustó muchísimo cómo tocamos y tuvimos una gran presentación. Ésa es una de mis mayores satisfacciones”.
Charly recuerda que alternaron con Los Bukis antes de que se hicieran famosos y Nachito no olvida un baile en Guanajuato donde tocaron las mejores sonoras del país. “No es por nada, pero nos llevamos la noche”.
Don Pato cuenta otro de los orgullos de la sonora. “En una tocada nos encontramos a un morrito como de trece años. Le dijimos: ‘Oye, Panchito, ¿jalas con nosotros’. ‘Sí, cómo no, maestro’. Mi hermano Moy le enseñó los primeros pasos y hasta nos lo llevamos a vivir a nuestra casa. Ahora es uno de los mejores trompetistas del mundo que se fue a trabajar con Luis Miguel”.
Las marcas de la música
Ernestina sigue a la Sonora San Francisco desde hace más de veinte años. “Su música te da un escalofrío porque te enseñan a definir y a marcar bien los ritmos. No te carrerean”. Sus dos amigas reafirman lo que dice su amiga antes de saltar a la pista.
En el salón la música retumba y suena aún más fuerte en el escenario. “Mis tíos están perdiendo el oído. Yo fui al médico porque ya también me empieza a afectar y me dice que eso le pasa a los músicos”, afirma Memo.
Algunos trompetistas llevan en los labios la marca de su música. Panchito Ayala es uno de ellos. “Se inflama el labio y se fastidia. También se te sumen los dientes”. ¿De dónde saca tanto aire? “Hay que hacer ejercicio diario”.
Erasmo completa: “Yo como cantante tengo una disciplina. Hay que hacer ejercicios respiratorios y comenzar a vocalizar diez o quince minutos antes de empezar a trabajar con notas largas y graves”.
La constancia y la técnica ayudan a paliar los efectos de los instrumentos en el cuerpo. “La boquilla del trombón te va a dejar un callo en la boca, pero para eso entrenas. Tienes que estar pitando diario, mínimo media hora. Es como un futbolista que tiene que correr para tener condición. Tú tienes que preparar tus labios media hora antes de tocar. Si no te preparas obviamente se te rompen los labios, pero si dominas tu instrumento es menos pesado”.
Las manos de Niche son un callo completo. “Duelen los dedos de estar golpeando los tambores”.
Charly lleva envueltos en cinta algunos dedos. Es una forma de protegerse. “Es duro estarle dando a la conga, duele. En tiempos de frío hasta se te abre la piel de las manos”.
Vino cruel
En la pista, otro José Luis baila con Rosy, una mujer delgada, de cabello corto y gafas. Entre canción y canción, expresa: “Híjole, está bien padre. Aquí dejas todas tus preocupaciones y te cansas bien sabroso. Cuando llegas a tu casa apenas puedes subir las escaleras y duermes como niño”.
No añade más porque la San Francisco comienza a interpretar “Vino cruel”, una composición de Juan, el mayor de los hermanos.
“Vino / tú que has hecho de mi vida / una larga pesadilla / he perdido ya mi amor / vino / tú has destrozado mi vida / tengo el alma ya perdida / y no entiendo la razón”.
El Tiburón advierte: “En este trabajo debes tener dominio sobre ti. Debes saber llevar el arte que manejas, que no te dejes creer cosas que no son reales, que no caigas en lo que se te presenta. Tienes que echarle cabeza para que no te dejes llevar. Si no tienes la madurez te dejas llevar y eso te afecta la vida, muchos compañeros han muerto por eso”.
Javier completa: “Debe tener uno los pies en la tierra porque si no te sabes controlar puedes caer en muchas cosas”.
El hijo de Niche es camionero. “Yo lo quise hacer músico, mas mi nuera no quiso porque dice que los músicos somos muy bullangeros y mujeriegos”.
¿Y es cierto?
“Para qué te voy a mentir. Sí somos bullangueros, porque aquí en Jalisco hay mucha mujer hermosa y pues ¿qué hace uno? Pero los camioneros también lo son”.
Disciplina
“Padre mío, tus hijos te han olvidado / Padre mío, ¡cómo se burlan de tus mandatos! / ni con mi muerte pude enseñarles lo que es tu ley”. Las voces de Nachito, Pastor, Erasmo, Alicia y Charly se entretejen cuando cantan “El buen Pastor”, una de las piezas favoritas de don Aureliano, padre de los hermanos Gutiérrez.
En la pista se baila casi con devoción. Amanda es una mujer alta. Su melena ensortijada llega hasta la espalda y enmarca su rostro concentrado cuando baila. Recientemente falleció su compañero de baile. Tras unos meses de ausencia ha vuelto a la pista. Con la tristeza aún a cuestas marca con elegancia cada paso.
“Pero esclavos viven del vicio / esclavos son de la maldad / decía el Buen Pastor / el que me sigue nada le faltará”, cantan los músicos que van ya en la tercera hora de su presentación de esta noche.
Llegaron puntuales, como de costumbre. “Estamos al menos media hora antes para prepararnos y por si pasa algo en el camino, una ponchadura o algo”, afirma Javier.
“Es nuestro trabajo y hay que tenerle respeto”, comenta Pato, “por eso hemos durado. Hay muchos grupos que truenan porque no respetan su trabajo. Aquí no hay tíos, aquí no hay sobrinos, aquí todos somos parejos”.
Lejos de ser una puerta fácil de entrada, el parentesco con los hermanos Gutiérrez fue para Alicia, la sobrina, una fuerte presión. “Ellos son grandes músicos, con muchos años de trayectoria. Al principio me sentía preocupada por irme a equivocar, el nombre pesaba, y yo me ponía muy nerviosa”.
Entrevistados por separado, los músicos dicen que nada les ha quitado la música y que en cambio les ha dado grandes satisfacciones.
¿Y cuando están cansados o tristes?
“Tenemos que venir aunque no tengamos ganas. La flojera y la tristeza la dejamos en la puerta de la casa porque el trabajo de nosotros es como el del payaso, tenemos que hacer que la gente disfrute”, responde Moy.
Niche completa: “Es nuestra fuente de trabajo y no podemos darnos el lujo de enfermarnos. Yo estoy diabético y a veces no tengo ganas de pararme, pero digo: ‘Si no te paras, no comemos’. Nos enfermamos, no ganamos. Hace como cinco años me dio un dolor de cabeza insoportable y así toqué. Cada vez que le pegaba a la campana sentía que yo me pegaba con la campana en el cerebro. Pero ¿qué le hacemos? Somos de este ambiente y así trabajamos”.
Hace unos meses Erasmo salió del hospital para ir a trabajar. “Me quitaron el suero, me dieron de alta y me vine directamente a trabajar. Ya en el escenario se te olvida el dolor, los problemas, el estrés”.
Para Rafael hay además una razón de fondo: “Esto es arte. No es como cumplir un trabajo de ocho horas y ya me voy. Tu trabajo es transmitir alegría. La gente no tiene la culpa de lo que te pase, tienes que dejar afuera tu costal porque eso se transmite”.
¿Se vive bien?
Las respuestas coinciden. El trabajo da para mantener a la familia, sabiéndose administrar. “Sí alcanza, pero si uno es vicioso, pues no. Si le echas colmillo te alcanza para vivir más o menos”, dice Pato.
“No es tan remunerado, pero sí lo suficiente para estar bien con tu familia”, opina Erasmo.
Moy afirma: “Hay días en que tenemos más trabajo y sale una buena tocada, y otras etapas más duras, pero ahí la llevamos”.
Ha habido mejores épocas para los músicos. “Los sueldos que pagan ahorita los ganábamos hace 37 años, en aquel entonces era un sueldazo, ni un gerente de banco ganaba lo que nosotros, ahorita se trabaja para sobrevivir”, afirma Nachito.
Pese a todo, reiteran, no cambiarían su trabajo. “Nos pagan por hacer lo que más nos gusta”, la frase se repite una y otra vez.
Un pedazo de alma
“Sé que junto a mí eres muy joven / sé que en realidad yo soy más viejo / pero te puedo amar / cuando tú quieras / para hacerte feliz / con este amor añejo”, canta Charly con una voz que alcanza tonos muy altos mientras marca el compás con las congas.
¿Qué le ha quitado la música? “Nada”, “nada”, “nada”, “nada”.. La respuesta de los músicos se multiplica como sus acordes.
“Lo mejor es que con la música te comunicas con la gente. Cuando tú vas marcando el ritmo y ves que los que bailan te van siguiendo se hace una sola cosa. Ellos marcan y tú marcas, vas igualito y lo disfrutas porque te enlazas con ellos. Por eso cuando de repente alguno de ellos se pierde, hasta te sacan de onda”
Llenar la pista cada noche, ser testigos de la pasión, de los mejores pasos de los bailadores o de sus peores desfiguros, ser el origen del gozo que se multiplica en cada pieza, recibir los aplausos es, dicen los músicos, lo que más los llena.
Erasmo recuerda la felicitación que le hizo el actor Gonzalo Vega por su interpretación de “Perfume de gardenia”. “Estaba emocionado, me dijo que mi forma de cantar le había transmitido mucho. Eso es lo que trato de hacer siempre. Cuando canto siento un latido en mi corazón, una vibración en todo el cuerpo y veo que la gente valora nuestro trabajo. Ése es el mayor pago que tengo”.
En un homenaje a Nachito Orozco uno de los bailadores leyó unos versos que le escribió especialmente. “Con tu voz serena y clara / nos convocas a bailar/ pronto llenamos la pista/ y empezamos a gozar”.
“Son muchas las satisfacciones que recibimos”, dice don Nachito con humildad.
El Tiburón concluye: “Cuando tocas, ves que le estás dando vida a la gente, que les transmites un pedazo de alma y eso te hace vivir a ti también”. ®