En la nueva novela de Walter Jay acompañaremos a Gabito en un viaje para desenmascarar a los hombres sin rostro que se le aparecen. El camino será largo y poblado de sorpresivos encuentros.
A Gabito se le escurre la tierra entre los dedos. Su madre es tierra, la madre siempre es tierra, territorio. Pero convertida en totalidad es eternidad sin destino ni historia. A Gabito le falta la historia y el padre, quizá la ley, aunque Walter Jay jamás menciona la palabra en El camino de las casas cansadas [Jus, 2011]. Su pueblo escondido y, por tanto, olvidado entre montes supura territorialidad sin rostro, sin nombre. Madre tierra lo traga en silencio y le oculta las facciones del tiempo para inventarle que morir no es una marca, apenas una muesca en los milenios.“Una fila interminable de gente sin facciones me espera cada noche para atormentarme, y no es por lo que dicen, es por lo que callan”, dice Gabito atormentado por el sueño sin pasado. ¿Qué puede traer a la memoria una vida sin historia? Pero es mentira, hay historia, sólo que el olvido se usó a manera de ungüento para esperar la muerte en el yermo laberinto de un poblado desahuciado.
Con la pesadez del tiempo sin reloj van cayendo bloques de historia, pero ausente queda el intérprete y Gabito sólo mira el rostro de un hombre y los ojos de su gente lo miran sin rostro, tal como ocurren los avistamientos en su mundo onírico. No hay rostro ni líneas ni voces: “En casa siempre sobraban los silencios, por eso aprendí a leer el cuerpo, y encontré tantas emociones en su mirada que no pude preguntar más”. Cuerpo tierra a descifrar para escribir los renglones faltantes de su historia. Pero ahí, ante la ausencia del padre y la tierra enseñoreada, ahí donde el tiempo pasa y pasa sin puntear sus consecuencias sobre páginas, ahí donde el fin sería absoluto y, por tanto, inexistente, pues nadie quedaría para rezar a los muertos, Gabito sostiene que “daban ganas de contar también los muertos para sentirnos menos solos”, ya después reconocerá la inexactitud de su apreciación, pues ya se contaban entre los muertos los vivos ávidos de sanación en la tumba, para perder el rostro, para perder el “temor, pero no de los años, sino de cómo dejaban sus huellas” erosionando el alma de su tierra, de su pueblo, de su madre y su gente siempre “escondiendo una emoción que jamás se volvería palabra”. Silencio.
Y como “más vale una mala historia que un hueco en el alma de uno”, Gabito marcha para conocer a su padre. Varias veces lo dice ante la necedad de la pregunta ¿para qué? Para darle rostro a los recuerdos, para inundar el alma, el hueco del alma con rencores, con odio, con el padre fecundando la tierra que, sin él, ya queda yerma, seca, moribunda, receptáculo para los cuerpos viejos y tristes de su gente, los abuelos perpetuos del llano. Hombres y mujeres de tierra, enterrados. Por eso le dice su madre, “Si un día te llama esta tierra, acuérdate de mí”. La tierra, mi tierra eres tú, madre, debió contestar Gabito, sin embargo sabía que la tierra lo llamaría para humedecerla y hacerla cripta.
Con la pesadez del tiempo sin reloj van cayendo bloques de historia, pero ausente queda el intérprete y Gabito sólo mira el rostro de un hombre y los ojos de su gente lo miran sin rostro, tal como ocurren los avistamientos en su mundo onírico.
Gabito deja la tierra para aplastarse con el asfalto. Lleva unas líneas para iniciar los capítulos faltantes en el volumen de su existencia sin considerar la escritura hecha con los pasos hacia adelante. En el descubrimiento y modelado de fantasmas algo va ocurriendo, el tiempo ya no es el sol viajando eternos sobre el cielo, sino el minutero con su tic tac tatuando horas con la parsimonia del placer. Y a pesar de todo Gabito no encuentra el sobresalto. Su tristísimo semblante lo hace repelente a la sorpresa y, al mismo tiempo, capaz de leer las líneas del rostro de doña Mary, posible asidero de tierra, y don Cristóbal, fantasma entristecido, portal de muerte, pero de esa muerte tersa del sepulcro, sin violencia. Vivir entre fantasmas y el olvido facilita el diálogo con el pasado corporizado en los cadáveres. Gabito encontró “algo en los muertos, que de tanto verlos se transformó en alivio. Mirarlos ahí, tan serenos, sin una palabra en los labios, dejando que el tiempo avanzara de lado… como una tarde cualquiera en mi tierra”, porque su tierra era el inframundo, ahí donde “hasta la angustia se puede volver rutina” y “también la soledad se hace costumbre”, lenta, deliciosa, con aroma a las yerbas curativas de Rosario, ojos de cuervo, ahí donde “cada uno encuentra su tristeza”, con o sin historia.
Cuando Gabito tiene otro par de líneas para armar renglones de historia, el fin de otra historia lo frena y le obliga a retornar al yermo de su tierra. Se enfrenta a los rostros de siempre, perennes en el vaivén del cielo, para descubrir el secreto, o algo parecido. Mejor dicho, descubre que sí hay un secreto, pero su sustancia se ha desvanecido, porque “no sabemos lo que esconde el olvido”.
Walter deja tejer a Gabito El camino de las casas cansadas a la intemperie, sin tierra ni historia. Sus pasos al pasado lo llevan a su presente, le dibujan un futuro atosigado por la soledad y la tristeza, tanta lleva de ambas que la sorpresa no acusa final, sino un retorno a la pregunta ¿Para qué? Y Walter se desenvuelve en el cómo formular la pregunta sin responder el interrogatorio. El secreto se convierte en la última piedra sobre la tumba.
En realidad, la melancolía de la tierra cansada se inserta en el alma de cada personaje, todos llevan su territorio, su casa, en el alivio del fin, del descanso. Y con cada personaje la certeza de la soledad y la tristeza instalada en el centro del ser golpea al lector para recuperar la quietud de la inmovilidad. No es el secreto, no es la sorpresa lo que opera en El camino de las casas cansadas de Walter Jay, es la certidumbre sobre el vacío, el espejo devolviendo un rostro sin facciones. Gabito se desnuda cuando comprende que “Ya sabía yo que ese baldío también era mío. Bien pregonaban que los años no transcurren sin romper, deslucir y marchitar, en un puro morir a solas”. Porque lo único que no puede ser arrebatado es la muerte, siempre es de quien muere. ®