La trilogía fílmica QATSI —Koyaanisqatsi (1983), Powaqqatsi (1988) y Naqoyqatsi (2002)— es el proyecto artístico que reunió a dos de los más talentosos creadores de nuestro tiempo, ambos con capacidades e intereses múltiples como pocos: Godfrey Reggio y Philip Glass, cineasta responsable detrás de la cámara y compositor de la música original de las tres películas respectivamente.
Koyaanisqatsi es un vocablo de la lengua de la etnia norteamericana hopi que significa vida desequilibrada; Powaqqatsi significa lo que un ser humano hace para someter a otro, y Naqoyqatsi significa violencia civilizada o la guerra como forma de vida.
En la película Koyaanisqatsi la mirada se posó sobre los destrozos y el desequilibrio que los abusos del hombre causan a la naturaleza, en Powaqqatsi la visión hizo foco sobre la explotación del hombre por el hombre y en Naqoyqatsi el nudo fue el impacto que la tecnología tiene en nuestro modo de vivir.
Koyaanisqatsi y Powaqqatsi: filmando el mundo
La visión de las dos primeras películas de la trilogía nos permite no tanto comprender, porque comprender es una utopía, sino asir un trozo de tiempo. Si comprendiéramos al otro, si realmente fuera posible, entonces no existiría esa forma secreta de la existencia del otro. Por ello, películas como éstas no tienen diálogos, sólo imágenes y música. Son algo así como experiencias sensoriales o viajes donde el otro es aquel cuyo destino llegamos a ser, no relacionándonos con él en la diferencia y en el diálogo, sino asumiéndolo como secreto.
En estos poemas fílmicos podemos contemplar las condiciones de vida de una importante parte del mundo subsumida por otra parte de ese mismo mundo. Pero no podemos entenderlo. Ciudades asiáticas abigarradas, rostros de niños desde Nepal hasta Brasil y desde Perú hasta Tailandia. Sacerdotes, rabinos, imanes, curas, monjes budistas. Ríos y más ríos, felucas en el Nilo, cadáveres cremados en el Ganges al lado de mujeres con el rostro cubierto lavando las túnicas en las mismas aguas. Minas de oro trabajadas por hombres/hormiga que pican el mineral hasta caer muertos. Es lo bello imponiéndose con esfuerzo a lo terrible.
El rodaje de Koyaanisqatsi se tradujo en kilómetros y kilómetros de celuloide y llevó siete años de la vida de Godfrey Reggio y de su equipo, entre ellos el camarógrafo principal Ron Fricke que luego de sus trabajos junto a Reggio filmaría otro poema visual por cuenta propia llamado Baraka (1987), palabra antigua de origen árabe que puede traducirse como “bendición”.
Powaqqatsi requirió cinco años para su realización y fue rodada en trece países de diferentes continentes: Asia, África, Australia y América del Sur, costó 4.2 millones de dólares, casi el doble que Koyaanisqatsi, que fue filmada en Europa y América del Norte.
La música o el alma sonora de las imágenes
Desde los inicios de la trilogía Qatsi, Godfrey Reggio consideró que las imágenes de sus películas no debían estar acompañadas por la música sino fluir con ella y deseaba que la banda sonora compartiera el mismo peso emocional que la proyección visual.
El cineasta buscaba la articulación perfecta de imagen y sonido. Fue por esta razón que se acercó a uno de los compositores más originales de las últimas décadas: Philip Glass, conocido por su hipnótico lirismo.
Las creaciones de Glass parecen ser el equivalente musical del estilo visual de Reggio. En el caso de la trilogía de filmes Qatsi, el modo de trabajar fue eminentemente musical —sobre todo en la tercera película— y eso sucedió porque para Naqoyqatsi Glass compuso primero la banda musical y luego Godfrey Reggio montó las imágenes: un ritmo a contratiempo en la banda coincide exactamente con un cambio de imagen que se da en la pantalla. Reggio le explicó a Glass algunas ideas y con base en esas conversaciones el músico compuso una película en partitura.
La ejecución sucesiva e hipnótica, más o menos acelerada, de las notas de un acorde que suele utilizar Glass en sus composiciones combinada con la potente cinematografía y el tempo visual de Reggio crean estos poemas fílmicos de la vida moderna y sus transiciones.
Junto a Michael Riesmann —orquestador, arreglista y co-equiper del compositor desde hace mucho tiempo— Glass ofrece entre sesenta y ochenta conciertos al año en diferentes partes del mundo. Hace dieciocho años los argentinos tuvimos la suerte de verlos en Buenos Aires. Cómo olvidar aquellos 12 y 13 de junio de 1992, cuando la orquesta de Glass —dirigida por Riesmann— ejecutó, a la manera de las proyecciones cinematográficas de antaño, la música en vivo de Koyaanisqatsi y Powaqqatsi mientras las imágenes de las películas se agolpaban en la pantalla del cine-teatro Ópera en la avenida Corrientes.
Madurando el cierre de la trilogía, camino a Naqoyqatsi
Desde siempre Reggio estuvo interesado en cómo los procesos de industrialización acelerada han ido evaporando las características diferenciales de las culturas. El estudio de esas transformaciones le permitió percatarse del desmantelamiento que estaba sufriendo la naturaleza y la canibalización que los más poderosos ejercían sobre los desprotegidos.
En esta línea —y aunque no pertenece a la trilogía Qatsi— Reggio realizó Ánima Mundi (1991), un filme que actúa como perfecto complemento de los otros pues ofrece a la mirada un mundo sorprendente al borde de la extinción, el maravilloso reino animal y sus criaturas.
Para Reggio, el eje del conflicto global nunca fue capitalismo versus comunismo porque —según el realizador— los dos sistemas tuvieron siempre el mismo objetivo: una sociedad altamente tecnologizada y para alcanzarlo ambos explotaron a los ciudadanos/trabajadores hundiéndolos en una profunda crisis política, social y espiritual.
En palabras de Reggio, “El verdadero eje del conflicto pasa por la desproporción de poderes entre norte-sur, el hemisferio norte tiene los ojos (mal) puestos en los países del tercer mundo”. Hay ciertos pares de opuestos que a Reggio le sirven para describir de manera conceptual y sintética cómo ve a estas relaciones norte-sur, algunos de ellos son: grande-pequeño, sintético-orgánico, centralizado-periférico, tecnológico-artesanal, homogéneo-particular, escala de masas-escala humana, burocracia-democracia.
La intervención en todas sus formas
Naqoyqatsi: la tecnología como naturaleza
El proceso creativo de Naqoyqatsi comenzó muchos años antes de su realización cuando Godfrey Reggio discutía con amigos y colegas la idea de una tercera película y posible cierre de la trilogía “Qatsi”.
Según Reggio, el nuevo siglo es un momento muy difícil para describir el mundo. El cineasta siente que las ideas antiguas y las viejas fórmulas no alcanzan para plasmar el mundo del presente. Así la palabra da paso a la imagen como el “lenguaje” de cambio.
La tecnología ya no afecta a nuestro modo de vida, no existe un “efecto” sobre el sustrato natural, la cultura, la economía, la religión, etc., sino que todas estas categorías existen en la tecnología. En este sentido la tecnología es el nuevo entorno o segunda naturaleza —si se quiere sintética, pero es el ambiente en el que vivimos.
En cierto modo, estamos “fuera del planeta”, habitando una superficie dominada por el cemento, el asfalto, el vidrio, el acero y los plásticos, sumidos en la atmósfera de las vibraciones electromagnéticas.
La noción común nos dice que la tecnología no es buena ni mala, sino neutral, que depende del modo y los propósitos con los que la apliquemos. Desde el punto de vista de la película Naqoyqatsi no la utilizamos correcta ni incorrectamente, sino que vivimos en relación directa o indirecta con la tecnología, es nuestra forma de vida.
Los seres humanos somos entidades sensitivas y como tales podemos decir que “nos convertimos en nuestro propio ambiente” porque nos hacemos uno con lo que vemos, oímos, comemos, olemos, tocamos. Más allá de las brechas tecnológicas entre diferentes países y regiones, hemos transformado profundamente el mundo desde nuestros orígenes ancestrales basados en el orden natural hasta el presente. Esta metamorfosis de la naturaleza hacia un punto de inflexión o punto de fuga, la biodiversidad severamente amenazada, el cambio vertiginoso de las variables climáticas y ambientales son algunas de las características emergentes de nuestra vida actual. (Ve el trailer de Naqoyqatsi).
Olvidémonos de la ciencia ficción
Ahora vivimos la ficción de la ciencia. No estamos en un futuro remoto gobernado por cyborgs, nos encontramos inmersos en la vida tecnológica que diseñamos nosotros mismos, una vida en la que, por ejemplo, la noción de tiempo también es diferente porque podemos calcular el nanosegundo, la milmillonésima parte del “viejo segundo”.
La pérdida de los hábitats originales, el hacinamiento en las megaciudades, la concentración y polarización de los flujos de capital y poder, la carrera por “conquistar” el espacio y la ansiedad por lograr la prometedora comodidad provocan una especie de síndrome de estrés postraumático, una condición que parece muy normal y a la moda en la existencia humana de estos días. Es como si el ambiente tecnológico que desarrollamos nos colocara en un estado de guerra constante. Estado que es universal pero que, al mismo tiempo, no se ve o no se percibe como tal.
El explosivo ritmo de la tecnología es la guerra, la violencia de la deslocalización es la guerra, todos aquellos que son expulsados de lo intrínsecamente humano son refugiados de una especie de guerra general.
Fragmentos de Naqoyqatsi que muestran el viejo mundo en contraposición al nuevo mundo.
La guerra como forma de vida
La idea de Naqoyqatsi, compartida o no, aplaudida o denostada por los espectadores que se entreguen a la experiencia de verla, es que la guerra ha continuado por otros medios (además de los convencionales) y se libra de maneras más simples o complejas, más clásicas o más sofisticadas, en todos los territorios del planeta.
La hipótesis de la película es que del mismo modo en que vivimos un ambiente “natural” tecnológico, también experimentamos un estado de guerra en sus diferentes manifestaciones, desde las más tradicionales hasta las manipulaciones de la biotecnología.
Lo más interesante de Naqoyqatsi es que para poner a prueba su hipótesis emplea el mismo medio al que interroga: la tecnología. La gran diferencia entre Koyaanisqatsi y Powaqqatsi frente a Naqoyqatsi es que en esta última la mayoría de las imágenes fueron creadas, manipuladas o procesadas mediante tecnología digital con diversas herramientas y técnicas.
Podría decirse que Naqoyqatsi es una película diferente a cualquier otra hecha jamás pues utiliza el lenguaje visual de nuestro presente. La idea del filme es mostrar las maneras en que operamos la tecnología y cómo estas operaciones configuran la realidad que vivimos.
La primera prueba de la hipótesis del filme está en el mismo proceso de producción y realización de la película. Las herramientas técnicas que permitieron producir la película son en sí mismas “el tema” de Naqoyqatsi. Forma y contenido reflejan nuestro ambiente y vivir cotidianos.
Godfrey Reggio ha pensado profundamente la naturaleza de la imagen y el espectáculo en la sociedad contemporánea. “La imagen se aproxima al punto de la omnipresencia”, dice. “Es la realidad, es el territorio, es la percepción, es la idea. Y ahora, con la tecnología digital, la imagen se ha convertido en pura ilusión porque no hay límites en lo que podemos hacer con ella”.
3500 gigabytes de información
Alrededor de 80 por ciento del material de la película Naqoyqatsi proviene de fuentes como documentales científicos y militares, películas, noticieros, videos corporativos, deportes, dibujos animados, imágenes de programas de televisión y publicidad de todo el mundo, pero la mayor parte de este material fue manipulado radicalmente con tecnología digital.
Las imágenes se han coloreado o decolorado, distorsionado, re-modelado, re-animado, explotado al máximo el alcance potencial de transformación visual, cambios de contraste, capas de la imagen, grano, resolución, patrón, textura, relación de aspecto, escala, dinámica de las transiciones, velocidades de reproducción (aceleradas, ralentizadas), editadas en infinidad de arreglos y posibilidades, todo esto para convertir lo familiar en algo sorprendentemente híbrido.
Uno de los mayores desafíos técnicos al hacer Naqoyqatsi fue manejar el enorme volumen de información recopilada. Se ha estimado que para la realización de la película fueron utilizados unos 3,5 terabytes de información (3,500 gigabytes). Mediante el uso de la tecnología de vanguardia en cine, Naqoyqatsi proporciona una vista vertiginosa de la vida actual, cómo se ve el mundo a través del lente de la maquinaria que hemos creado.
Una nueva mirada para acercarnos a la complejidad
¿Una película que se vale de lo que creamos para criticarlo? ¿No es contradictorio? Al igual que ocurre con la vida, las cosas no son esto o lo otro, blanco o negro, bueno o malo. La experiencia sugiere que la vida es más compleja —más allá de simples afirmaciones o condenas— de lo que parece a vuelo de pájaro.
Sería muy interesante construir una mirada que nos permita al menos rozar la complejidad de la vida, esquivando el rol miope de la política, los mercados, los medios y la publicidad. Una mirada crítica y creativa debería ir a través del prisma, atravesar la falsa esperanza, la valentía, las promesas que nos hacen los productos y las organizaciones que los ensamblan y venden.
Al igual que un concierto, Naqoyqatsi se desarrolla en tres movimientos.
—El primer movimiento explora el mundo por cable, la conexión y la evolución en curso del lenguaje ordinario hacia el manejo de los códigos numéricos como lenguaje que permita la unificación, una especie de panlingua.
—El segundo movimiento profundiza en los ámbitos de las manipulaciones, el deporte, la competencia, los nuevos récords alcanzados y el fanatismo que generan los juegos de azar, que se han convertido casi en las adicciones preponderantes alrededor del mundo.
—El tercer movimiento despega en un viaje a pura velocidad para experimentar la aceleración y el vértigo del siglo XXI.
Dicho esto, Reggio ha creado películas sin palabras, no por considerarlas prescindibles, sino por amor a ellas. En sus películas vale —y es marca a fuego— la paráfrasis “un millar de imágenes sugiere el poder de una palabra”.
Apéndice 1
El polifacético Philip Glass
La ejecución sucesiva e hipnótica, más o menos acelerada, de las notas de un acorde que suele utilizar Glass en sus composiciones combinada con la potente cinematografía y el tempo visual de Reggio crean estos poemas fílmicos de la vida moderna y sus transiciones.
Uno de los recursos caros a la música de Glass lo constituye, como decía en el párrafo anterior, el uso singular de arpeggios. Estas repeticiones características de sus piezas han sido las variables mayormente utilizadas por la crítica —siempre presta a nomenclar y clasificar— para rotularlo como minimalista. Pero Glass es mucho más que un minimalista porque su espíritu inquieto y curioso lo ha incitado a la exploración de las músicas otras.
Si bien de origen estadounidense, nacido en Baltimore en 1937, Glass estudió música con Allah Rakha, el virtuoso hindú del tabla, tambor típico de la India. Y allá por la década de los sesenta surgió esa entrañable relación con el célebre citarista Ravi Shankar. El contacto con las músicas orientales condicionó decisivamente el desarrollo de las ideas compositivas de Glass, quien absorbió —por no decir devoró— la influencia de las repeticiones geométricas del arte islámico. ¿Quién puede sustraerse al embrujo de las tramas que pueblan las mezquitas marroquíes, egipcias, la Alhambra de Granada, la mezquita de Córdoba y los diseños mozárabes que tapizan toda Andalucía? Estos modos de representación que obsesionaron y siguen obsesionando a Glass son una de las fuentes donde abreva su imaginario musical.
Como corresponde a un espíritu sincrético, la avidez de Glass no se vio satisfecha con la incorporación del orientalismo, también la música clásica y algunos compositores clásicos —en especial Mahler y Britten— fueron de vital importancia en la creación de su vocabulario personal y distintivo.
La versatilidad de Glass es tal que no hubo género musical que no visitara: ópera, sinfonía, música de cámara, ballet, musicalización teatral, banda de sonido de filmes y temas pop, en todos se mueve con una fluidez increíble. Prueba de ello son los cuarenta álbumes que llevan su nombre y que incluyen piezas como Einstein en la playa —ópera de cuatro horas y media de duración—, Passages (1990) junto a Ravi Shankar, hasta la música del filme de terror Candyman (1992).
Glass ha trabajado con una gran cantidad de artistas: los músicos David Byrne, Laurie Anderson, Paul Simon, Suzanne Vega, Ray Manzarek (The Doors), Musa Suso y Kronos Quartet; la bailarina, coreógrafa y directora Twyla Tharp, el poeta Allen Ginsberg y los cineastas Martin Scorsese —la música de Kundun—, Stephen Daldry —la música de Las horas—, Paul Schraeder —la música de Mishima—, Atom Egoyan y Shirin Neshat, entre muchos otros. Y, como si esto fuera poco, incorpora música de los demás y la transforma en espectaculares sinfonías, así lo hizo con los álbumes Low y Heroes de David Bowie y Brian Eno, respectivamente.
Según las palabras del propio Glass, “las separaciones entre géneros musicales carecen de sentido. Las grandes tiendas de música dedican demasiado tiempo a categorizar los CDs en pop, jazz, ópera, étnico, clásico, etc., pero la audiencia —que a fin de cuentas es la que verdaderamente goza la música— no encasilla de ese modo. Por eso pienso que, en cierta manera, las barreras entre los géneros se están disolviendo”.
Para el hombre que hizo la nueva banda musical del clásico y remasterizado Drácula de 1931 y compuso una ópera completa inspirada en “La caída de la casa Usher” de Edgar Allan Poe, una de las maneras de cuidar y mantener la libertad creativa, indispensable para un artista que nunca hace concesiones como Glass, fue establecer su propio estudio y productora.
Desde 1991 la base de operaciones de Glass tiene su sede en Nueva York y se llama Looking Glass Studios. Muchos de los artistas pop más prominentes como Suzanne Vega, Duncan Sheik, David Bowie, Earl Slick y Grace Jones han grabado sus trabajos allí.
El estudio profusamente preparado cuenta con equipos de 48 pistas de grabación y mezcla, aun así, y contando con instalaciones especialmente equipadas a sólo tres cuadras de su propio hogar, Glass continúa trabajando a la antigua: con papel, lápiz y cerebro. En su casa sólo hay un piano y una mesa, pero es en este ambiente minimalista donde Glass se siente más cómodo a la hora de componer. Los fierros están en el estudio y cuando llega a él ya tiene las piezas a medio cocinar.
Lo que importa es el talento, por eso Glass es capaz de escribir piezas épicas como Música en doce partes —que contiene escenas con una duración de hasta quince minutos— a trabajar en bandas de filmes donde es indispensable condensar al máximo los conceptos musicales y hacerlos caber en pequeños “frames” de transición que a veces pueden durar menos de dos minutos.
Apéndice 2
Godfrey Reggio, rebelde con causa
Godfrey Reggio (1940), nacido y criado en New Orleans, proviene de una distinguida familia italiana que se estableció en Estados Unidos hace dos siglos. El patriarca de la familia fue François Marie De Reggio, un italiano que llegó a Louisiana en 1751 comisionado por el rey de Francia para establecer dos fuertes: uno en Baton Rouge y otro en Arkansas.
Educado en el clima de la alta sociedad de New Orleans, Reggio pasó su infancia y temprana juventud en country clubs, fraternidades escolares y sociales y ligas deportivas. Pero poco a poco el joven fue sintiendo la incompatibilidad entre el funcionamiento de una sociedad clasista y racista y su propio sistema de ideas y creencias. Este conflicto se agudizó de tal manera que Reggio se fue de su casa a los catorce años.
Su formación intelectual fue muy atípica, casi como su historia personal, razón por la que Reggio reconoce influencias de lo más variadas, tanto del pensamiento de santa Teresa de Ávila (siglo XV) hasta la narrativa de Henry Miller, pasando por las reflexiones de los monjes alemanes del siglo XIV hasta las abstracciones del filósofo anarquista Peter Kropotkin, del siglo XIX, sin olvidar a los cineastas Luis Buñuel y Fritz Lang, el escritor E.F. Schumacher, el teólogo católico renegado Ivan Illich, la mitología hindú, los escritos del sociólogo francés Jacques Ellul y las tribulaciones del economista vienés Leopold Kohr. ®
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