Son millones los que estamos agradecidos con Matt Groening, veintidós temporadas de Los Simpsons nos han hecho sobrellevar el día a día a pesar de crisis económicas, ecológicas, existenciales y los peores días de encierro en la oficina. Sin embargo, poco se conoce de su obra antes de su gran éxito, cuando la vida era un infierno.
Comencé a leer El trabajo es el infierno hace unas semanas, cuando acababa de abandonar un trabajo que me hizo la vida particularmente difícil. Luego de años de dedicarme al freelanceo, los apuros económicos pudieron más que mi supuesta independencia inquebrantable y cedí al fantasma del pago quincenal. Un fantasma que, si bien significa seguridad, prestaciones y cierta tranquilidad, también es sinónimo de encierro en una oficina en un horario establecido, con poca o nula luz natural, la configuración del encierro como única forma de vida y la constante invasión del espacio físico vital de uno. Me había vuelto un Godínez. No puedo quejarme completamente de lo que viví en ese lugar, pero sí agradezco que varios acontecimientos me permitieran abandonar ese empleo… y cambiarlo por otro de corte similar.
Mientras pasaba las páginas de El trabajo es el infierno no dejaba de sorprenderme: Matt Groening estaba contando mi vida. Él sabía lo que había pasado en la oficina (nunca antes me había referido así a mi lugar de trabajo, carajo), y apresuré la lectura para ver si en algún capítulo aparecía Binky (o sea, yo) llorando de rabia por las calles de la colonia Roma porque no le dieron los días festivos que marca la ley (la ley de los días festivos).
Mientras pasaba las páginas de El trabajo es el infierno no dejaba de sorprenderme: Matt Groening estaba contando mi vida. Él sabía lo que había pasado en la oficina (nunca antes me había referido así a mi lugar de trabajo, carajo), y apresuré la lectura para ver si en algún capítulo aparecía Binky (o sea, yo) llorando de rabia por las calles de la colonia Roma porque no le dieron los días festivos que marca la ley (la ley de los días festivos). No encontré eso, pero sí me di cuenta de que compartía con millones de personas la experiencia de haber atravesado el infierno. Matt Groening tenía poco más de veinte años cuando comenzó a dibujar Life in hell, y alrededor de 35 cuando se encontraba dibujando los cartones que se leen en estas colecciones. Ya había tenido uno que otro trabajo miserable, pero sus historietas parecen conjuntar la sabiduría-a-la-mala de todos —TODOS— los empleados de oficina de Occidente.
Este libro infernal pertenece a la serie La vida en el infierno, editada en español por Astiberri y que incluye también los siguientes títulos: La infancia es el infierno, El amor es el infierno y El cole es el infierno.
Aunque Groening comenzó a dibujarla 1977, estos cuatro libros son compendios de los cómics que dibujó en la década de los ochenta y que significaron el pase de abordar de Groening a las grandes ligas. El agrio humor contenido en sus páginas es el que encantó al productor James L. Brooks, quien comisionó a Groening la elaboración de una serie de clips animados que… bueno, el resto ya se lo saben.
Todo lo que serían Los Simpson está en estos cómics, aunque en estado crudo: aquí Matt Groening es más un dibujante de cómics underground o un fanzinero que el monstruo (en el buen sentido de la palabra) en el que se ha convertido. Como dato curioso, y ahora que he traído a cuento el tema de los fanzines, cabe recordar que tres historietas de Life in hell ya se habían conocido en México, en 1991, las páginas de la revista-fanzine Golem.
Como comentaba arriba, se pueden encontrar muchos de los detalles que hemos visto a lo largo de las temporadas de la serie animada —¿alguien lleva la cuenta?, ¿alguien las ha visto todas?, ¿hay quien no dejó de interesarse?—: la obsesión de Groening con las palizas a la salida de la escuela, los bullys, la mediocridad y el empantanamiento del trabajo de oficina, las donas, el muy pequeño lapso de felicidad que es la infancia antes de entrar a la vida real, las pocas esperanzas que hay de sobresalir a pesar de asistir a la escuela, el amor no correspondido, la mala educación que dan unos padres que a su vez fueron mal educados… en resumen: la alienación. La neurosis de Groening se encuentra sublimada en Binky, el protagonista de la serie, y en Bongo, el conejo de una sola oreja a quien vuelve su conejillo de indias y chivo expiatorio: a Bongo le pasa todo, fracasa en todo, todos le ignoran u odian. El mismo dibujante aparece recurrentemente como un conejo barbado y de lentes que dibuja cómics en su restirador. Sin embargo, dibujar es siempre un escape, el mejor escapismo posible.
Igual que la famosa Bart Simpson: Guía para la vida, el compendio de malas maneras que apareció en 1993 a raíz del éxito de la familia amarilla de Springfield, estos libros son una guía de actitudes y comportamientos liberales-liberadores-libertarios: hay una insistencia en el dejar ser y el dejar hacer, de la cuna a la tumba.
Por ejemplo, las “1001 cosas divertidas que hacer con la comida” son, en realidad, ocho acciones por las que los niños son castigados por sus papás: “Estrújala, aplástala, aplánala, manoséala, cháfala, exprímela, espárcela y deshazte de ella”. Cuando un personaje aparece yaciendo en su cama, viejo y enfermo, sus últimos pensamientos son de arrepentimiento por no haber hecho todo aquello que la culpa le prohibió.
Es demasiado tarde para aconsejar: “olvídense de Los Simpson, mejor lean Life in hell”. Los únicos en México que supieron reconocer —y que conocieron— ese trabajo prehistórico de Matt Groening fueron los que conformaron Golem. Todos los demás llegamos tarde. Pero, por lo menos, llegamos.
Ya me voy, una bolsa de gomitas y otra de cacahuates me espera en mi cajonera. ®
Vinnie
Necesario conocer Guía para la vida y Life In Hell, si eresfan de la familia amarilla (O al menos de su mejor época).
Siempre es un gusto leerte Blumpi.