“Los jóvenes europeos que adhieren al yihadismo son la fase más trágica del individualismo contemporáneo”.
Gilles Lipovetsky nació en París en 1944, es filósofo y sociólogo. Entre sus principales obras están La era del vacío y La estetización del mundo, en los que analiza la llamada “sociedad posmoderna” y problemas como el hiperindividualismo, el narcisismo, el hedonismo, el consumismo, la cultura de masas y el ecologismo como “disfraz y pose social” en la realidad contemporánea. Esta entrevista, que hasta ahora había permanecido inédita, es fruto de una extensa conversación que data de noviembre de 2015 cuando fue invitado a disertar sobre el capitalismo de consumo como modo de producción estética durante la señal de largada del proceso que entre 2016 y 2017 decantó en BienalSur, la primera Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de América del Sur, que tuvo presencia en 16 países y congregó a artistas de los cinco continentes.
En el actual contexto de crisis migratoria y de emergencia humanitaria con los refugiados, en que la xenofobia marca la agenda y las imágenes del terror otrora lejanas se ha vuelto una posibilidad cotidiana en Europa, esta charla con Lipovetsky permanece vigente y refiere a los atentados de aquel año en Francia y a la participación de jóvenes europeos en el ISIS, proponiendo la expresión artística en el plano de la educación como una respuesta.
—En su discurso sobre el lugar del arte contemporáneo y su concepto de “estetización del mundo” habla de un hiperindividualismo, de un olvido de la historia y de un espacio en dónde la economía ha reemplazado a la política. ¿Qué nos dice esta estética de las sociedades actuales?
—Tengo que ser modesto, no soy un especialista del arte contemporáneo, pero mi búsqueda es tratar de comprender la nueva situación del arte en forma más amplia de la actividad creadora en las sociedades contemporáneas. Y con respecto a esto vivimos un fenómeno nuevo que es la inflación del ámbito estético en nuestra sociedad. Lo vemos en muchos fenómenos en las bienales y ferias de arte, que hay cientos cada año. Vemos que el diseño está por todas partes. La actividad estética se diseminó en lo cotidiano y esta expansión a lo cotidiano está orquestada e impulsada por las empresas, por el mercado. Y eso es algo nuevo, porque en otro momento eran las tradiciones, la religión, los príncipes, la realeza y hoy es el mercado; entonces tenemos una nueva potencia de la economía en el asentamiento de las formas estéticas. Este aumento cambió hasta el significado del museo. El museo es un invento de fines del siglo XVIII y del XIX y era el lugar donde tenían que estar presentadas las obras maestras de la humanidad, no tenía una vocación económica. Su vocación era en todo caso política para mostrar la potencia de una nación. Y hoy no hay ningún museo que no tenga al menos una pequeña finalidad económica, organizan exposiciones que tienen que atraer gente, hay negocios que venden productos derivados. Ya no son sólo las grandes ciudades que tienen museos sino también las pequeñas ciudades, porque es un instrumento para atraer el turismo. Ese es un gran cambio que tuvo lugar en los últimos treinta o cuarenta años como máximo. Hoy se le atribuye al arte una misión económica y tiene que servir para la estimulación del turismo, para atraer a las élites. Y los museos en sí mismos se vuelven una especie de multinacional. Ahora, por ejemplo, el Louvre, el Guggenheim es una multinacional en un punto, y las galerías no son las mismas galerías de arte que había a principios de siglo, que eran pequeñas unidades, hoy tienen una potencia financiera considerable. Y para terminar, el mercado del arte contemporáneo se ha convertido y se ha desarrollado muchísimo, son más de 50 mil millones de dólares los que genera el mercado del arte contemporáneo al año y con precios que no cesan de aumentar; el mercado del arte se ha vuelto un mercado de especulación. Los curadores a menudo tienen una vocación de artista y a veces consideran que son ellos los que crean un movimiento. Pero principalmente lo que cambió en la situación del arte contemporáneo es que éste en gran medida está subvencionado, y eso también es algo nuevo. El arte moderno era un arte de revolución que iba y se enfrentaba contra los gustos, y las obras de vanguardia no estaban en un museo, había que ir a la otra punta de la ciudad donde los artistas se consagraban. Hoy es todo lo contrario, los centros de arte les piden a los artistas ser subversivos. La subversión se ha vuelto institucional y ya no molesta a nadie. Eso cambia, por supuesto, el significado.
Hoy quién no saca fotos, y si hay alguna oportunidad tal vez hacen una muestra. ¿Esa persona es artista o no? Parece que hay artistas por todos lados. En el mundo de los vanguardistas a los artistas se los miraba como gente bohemia, era un mundo un poco marginal. Hoy los artistas no son marginales, dicen que son marginales, es su retórica.
”El principio de esto para mí es Andy Warhol en los años sesenta: él dice “soy un artista, un comerciante, un artista comercial”. Es la primera vez que un artista reivindica que es un comerciante. Antes era el odio de la burguesía, lo comercial era el horror total, lo peor. Y Warhol dice “No pasa nada. Quiero estar de moda. Quiero ser una estrella como Marilyn Monroe. Quiero ganar plata”. Warhol estaba obsesionado con las celebridades, con la fama. Ya no es el mismo lugar que tenían los vanguardistas históricos que tenían una voluntad total de una ruptura con el pasado, una vocación, muchos de ellos, de contribuir a la creación de “el hombre nuevo”. Sacar al hombre del mundo del dinero, del egoísmo y que las verdades últimas y principales se vuelvan accesibles. Cuando vemos el arte contemporáneo es difícil de mantener ese objetivo, porque en el arte contemporáneo hay una confusión de categorías, no se sabe bien si es entretenimiento o moda. Y eso hasta genera un malestar de una parte del público, que dice: “¡¿Qué es esto?! ¿Es una broma?” Y al mismo tiempo hay otro público, que se amplía cada vez más, al que sí le gusta. La situación es complicada, el arte se vuelve espectacular —en el sentido de espectáculo— y no hay una estética homogénea. Todo puede ser, todo es posible y entonces estamos en un, perdón por la palabra, quilombo. En un universo que ya no tiene un centro y donde hay una diversidad tan grande que todo depende de la opinión de cada uno, y eso generó otro hecho que es la multiplicación de los artistas profesionales y de los artistas “amateur” que no viven del arte. Por ejemplo, la fotografía. Hoy quién no saca fotos, y si hay alguna oportunidad tal vez hacen una muestra. ¿Esa persona es artista o no? Parece que hay artistas por todos lados. En el mundo de los vanguardistas a los artistas se los miraba como gente bohemia, era un mundo un poco marginal. Hoy los artistas no son marginales, dicen que son marginales, es su retórica. Pero la realidad es que o están subvencionados por organismos o hacen otras cosas al mismo tiempo. Esta situación de antagonismo del arte con la sociedad ya no significa nada.
—Más allá del mercado, ¿dónde cree que se encuentra la legitimidad de la obra de arte hoy?
—Las legitimizaciones son las bienales, las ferias de arte, las exhibiciones, las publicaciones. La cuestión de la legitimación es esencial porque a partir del momento en que uno se transforma en un artista reconocido, es ahí cuando uno debe ser expuesto por las instituciones. Es lo que plantea la diferencia con las vanguardias históricas que apuntaban a un pequeño público amateur. Hoy el arte es inseparable de los medios de comunicación, y notoriamente de las grandes instituciones y mecanismos, como las ferias y las bienales. Son instrumentos de legitimación. De todas formas ésta es la forma dominante. Pero hay muchos artistas que siguen haciendo cosas que ellos aman. No es contradictorio eso. De lo que yo estoy hablando es del star system, del sistema de las celebridades. Yo tengo amigos artistas que no son para nada conocidos, y ganan apenas un poco de dinero. De eso siempre va a haber, siempre va a haber artistas así que hacen lo que aman, pero ellos han dejado de ser el centro del sistema. Es un mundo de extremos. Los más célebres se van volviendo cada vez más famosos y cada vez más ricos, y los otros siguen existiendo pero nadie los conoce más que en un mundo diminuto, pero no existen en el mercado.
—En Argentina usamos la expresión “hippie con Osde” respecto a aquellas personas jóvenes adineradas que adhieren a un estilo de vida “natural y simple” que en realidad es de alto costo. Viajan a lugares exóticos, como Asia, de mochileros y luego suben sus fotos a las redes sociales. Una postura artística que está ligada a la bohemia y que no es la realidad de ese “star system”. ¿Pasa algo similar?
No hay necesidad de crear una guerra. El arte contemporáneo no encuentra su legitimidad en un rostro revolucionario. El arte contemporáneo existe para enriquecer la imaginación, para permitir que haya una diversidad de expresiones, para desarrollar la creatividad, para inventar nuevos lenguajes, y eso es lo que es “revolucionario”.
—Cuando yo hablo de postura me refiero al discurso. Me aburre un poco esto de postura radical. Hay que juzgar las obras, no el discurso. El discurso me embola. No voy a decir el nombre, pero me acuerdo de un artista que hablaba de la televisión, de la publicidad y tenía un discurso apocalíptico y él mismo era publicista. Es un poco cansado eso. Yo no comparto la visión que sostenía Baudrillard, que decía que el arte se ha convertido en algo nulo. No estoy de acuerdo con eso. Hay muchas cosas que son nulas pero también hay cosas que son buenas. Siempre va a haber gente creativa, siempre habrá gente que va a generar cosas que lo toquen a uno, y no es necesario acompañarlo con un discurso apocalíptico. Hagan sus obras y después las juzgaremos. No hay necesidad de crear una guerra. El arte contemporáneo no encuentra su legitimidad en un rostro revolucionario. El arte contemporáneo existe para enriquecer la imaginación, para permitir que haya una diversidad de expresiones, para desarrollar la creatividad, para inventar nuevos lenguajes, y eso es lo que es “revolucionario”. La denuncia retórica la escuchamos miles de veces sobre los supermercados, el consumo, la expresión de la mujer.
—En ese sentido, ¿qué opina sobre los últimos atentados ocurridos en París [los del año 2015]? ¿Existe hoy una estética del terrorismo o referida al posicionamiento que sobre esto exponen los gobiernos y los medios de comunicación? ¿Cómo es la relación actual entre el arte y la política? ¿Ve tan grande la ruptura entre economía y política?
—No veo bien que haya relación entre el arte contemporáneo y la política, a excepción del caso francés, donde hay un Estado cultural que subvenciona en gran parte la creación artística. Es un caso un poco único. No hay relación en la realidad. En todo caso, entre el yihadismo y el terrorismo y lo que acontece hoy en Francia hay una relación con el individualismo. A menudo se opone la cultura del consumismo individualista al integrismo religioso, y hay que hacerlo porque hay una oposición. Pero también hay vínculos, hay relación. ¿Cuál es? Es la sociedad hiperindividualista que liquidó todos los marcos tradicionalistas. Es decir, estamos como en una especie de desierto en el que los individuos ya no tienen un pilar estructural fuerte. La familia, las grandes ideologías, las iglesias cristianas existen, por supuesto, pero ya no dirigen las conciencias. Cada uno hace lo que quiere. Por ejemplo el papa Francisco habla, todo el mundo lo quiere, pero cada uno hace lo que quiere. Ésa es la situación y crea una especie de desorientación, de un vacío que es muy pesado y muy duro para los individuos. Implica la pregunta ¿quién soy? Todo el mundo se busca. Antes éramos de un pueblo, teníamos la religión de nuestros padres y teníamos la ocupación de nuestros padres. La vida era dura pero sabíamos perfectamente quiénes éramos. Hoy la gente ya no sabe y las cosas más elementales se han vuelto muy complejas. Hasta comer se ha vuelto complejo porque, nos dicen ¡La carne es cancerígena! Entonces dudamos: ¿Como carne o no?
”En esta búsqueda individualista existe una búsqueda de nuevos medios para reconstruir la personalidad, y por eso hay tanta gente que hace actividades artísticas; todo el mundo pone cosas en Facebook para que le pongan un “Me gusta”. Se busca esa forma de ser valorizado. Eso está buenísimo, pero existen también otras formas de buscar esa valorización que son horribles, y ése es caso de los jóvenes europeos que, por ejemplo, fueron criados en Francia y que están de acuerdo con la causa yihadista. Paradójicamente esa adhesión es una expresión individualista. ¿Por qué? Porque de esa forma buscan una forma de existir. ¡Es horrible! Pero lo que quieren demostrar es que tienen una importancia, que no son cualquier cosa, y es una forma de afirmar que existen. Es gente que a menudo son pequeños delincuentes, que no han logrado tener éxito en el colegio, que no tienen éxito en la sociedad, que no tienen una estructuración religiosa y que sólo se forman algunas semanas por internet. Tienen una desestructuración total en sus vidas y, de repente, al convertirse en esta forma rígida adquieren una importancia desde su punto de vista y a la vista de los demás.
—¿Es una forma de visibilización?
—Sí, es una forma de búsqueda de reconocimiento en su mundo, por supuesto, y probablemente para sí mismos. Como una forma de decir “existo”, “yo sé quién soy”. Es de cierto modo la reconstrucción de una búsqueda de una personalidad fuerte en un universo que deshizo todo. Es esa fase tan trágica del individualismo contemporáneo. Una en la que en la apariencia todo se opone al individualismo, porque implica la obediencia al Corán o a un sistema de reglas. Pero es una obediencia elegida, no heredada. A menudo los padres de esos individuos ni siquiera son religiosos. El individuo que se hace cargo de esa causa adhiere a esa causa, es una expresión individualista. Y en segundo lugar, en el fondo es una forma de valorizarse. De sentirse que existen de una manera intensa, donde en realidad lo que hay es una existencia muy pobre.
—Se refiere también al narcisismo y al papel de las redes sociales. ¿Eso se relaciona con estos casos también?
—Es la forma extrema y por supuesto que es una forma individualista, pero que no tiene nada que ver con nuestro narcisismo. En nuestro narcisismo amamos nuestro cuerpo, estar bellos, jóvenes, sentir placer, disfrutar de las cosas. En ese caso, no. Es el individuo que en el fondo renuncia a sí mismo, por sí mismo también a esa forma de vida y que adhiere a esta causa u otra causa en oposición radical con las normas de la cultura hedonista.
—Lo que describe es una experiencia muy dolorosa: un ser que deja de ser para ser. ¡Vaya cuestión ontológica y paradojal! François Hollande [entonces presidente de Francia] ha apelado al concepto de “La República” para posicionarse frente los últimos atentados. Un concepto al que también referían los propios hacedores de Charlie Hebdo en entrevistas previas al atentado. ¿Cómo ve esa respuesta del Estado–nación, por ejemplo, haciendo uso estético de la retórica de la “La República”?
—La retórica de la República no es una retórica estética, es típicamente política. “La República” no tiene nada de estético. Voy a desarrollar un poco esto. Me parece que frente a esta tragedia la respuesta del gobierno es la correcta, está bien, pero la creo insuficiente. Si el análisis que hice antes es correcto, no creo que la respuesta sea convocar a “La República”, y que se refuerce la enseñanza republicana en el colegio lo que va a hacer que se retroceda en estas actitudes. Creo que acá no podemos encontrar una respuesta rápida a este drama, se trata de muchas generaciones, y entonces ahí sí es donde se reúne con lo estético. Creo que en nuestra situación debemos repensar el lugar que ocupa el arte y la creación en las escuelas y las ciudades. Eso existe en todos lados, pero es una parte muy pequeña, se lo considera algo muy secundario. Quisiera desarrollar este punto que me parece esencial. El análisis que acabo de hacer consiste en decir que la gente ahora busca medios de valorizarse y el arte puede ser ese medio. Entonces tenemos que ayudar a los niños y a los adolescentes a encontrarse, a darles los medios y las herramientas que les permitan expresarse. Y ahí sí el arte encuentra esta significación política. Pero no política en el sentido de las elecciones sino en el sentido de la integración de los Estados con la sociedad. Si la gente no tiene los medios para valorarse vamos a tener permanentemente estos comportamientos asesinos. Así, tenemos que invertir en las escuelas, en las ciudades, en las regiones para darle a los jóvenes los medios de hacer cosas que amen, que les gusten. El colegio no les gusta, el colegio es el fracaso para muchos de ellos, no les va bien muchas veces, entonces no es valorizante para ellos. Pero hay que alentar y valorizar otras capacidades y otros gustos, y encontrar un sistema donde haya muestras, exposiciones para darles el gusto de perfeccionarse. Ahora existe una gran aspiración a la belleza porque la belleza tiene que ver con la calidad de vida. Entonces hoy no queremos simplemente comer, queremos calidad de vida. La belleza forma parte de la calidad de vida. Por este motivo pienso que es ahora cuando tenemos que repensar el sentido del arte en la democracia, en la ciudad democrática. El arte no tiene que ser concebido solamente como un pequeño entretenimiento. Hay algo mucho más profundo, si bien no hay que soñar con grandes cambios y el mundo va a ser siempre un lugar duro. Con la globalización la competencia va a ser terrible en el futuro y la vida en las empresas va a ser muy dura. Por eso la gente tiene que poder encontrar otras formas, otros lugares en los que puede encontrar otras pasiones y hacer cosas para amarse a sí mismos también. Si hacemos un trabajo que nos aburre, si nos divorciamos, si tenemos problemas con los hijos, ¿qué nos queda? Puede quedarnos el amor de hacer algo, por hacer algo, por expresarnos, y el arte puede dar esos momentos de felicidad incluso en la adversidad. Creo que eso es fundamental. ®