En Luna (2009), su primer golpe fílmico, Duncan Jones demuestra que en el cine de ciencia ficción las extravagantes escenas de acción son prescindibles, dejando su lugar al espectáculo filosófico y poético.
La obra de Duncan Jones resulta francamente atrevida, inteligente y estética porque se aleja de una de las fórmulas más comunes y útiles para desarrollar una cinta de ciencia ficción (CF): la aventura, producto de las hazañas de uno o más héroes por combatir al extraño fenómeno (artificial o natural) que irrumpe en la cotidiana realidad, en algunos casos, comprometiendo a la humanidad entera (o al menos a la gringa), la cual queda a expensas de las proezas y el ingenio del héroe para subsistir. Las sorprendentes hazañas del héroe y la espectacularidad de los escenarios tienden a distraernos del vértice temático que propone la historia de CF en cuestión, y cuyo objetivo es cuestionar la idiosincrasia, la cosmogonía y los valores de los humanos. Por supuesto, en la literatura ocurren mucho menos distracciones, porque la naturaleza del medio da para extenderse sobre divagaciones filosóficas, mientras que la naturaleza del cine da para extenderse en impresionantes efectos especiales, cayendo a veces en dispendiosas extravagancias que lo convierten en el “cine de las atracciones”, como lo llamó Tom Gunnin, o en el mejor de los casos, en “la narración del espectáculo” descendiente de la tradición del cine de fantasía de Méliès: Méliès’s féerie, brillante en su tiempo.
Por si dejar el género de la aventura no fuera ya atrevido, Duncan Jones explora un polo opuesto: la ociosidad y la cotidianeidad del mundo del personaje, elementos que nos revelan la trama de la historia y su verdadero foco conceptual; y ya entrado en desafíos fílmicos, también es capaz de tornar el panorama astronómico, que al principio de la cinta fue mágico y atractivo, en monótono y opresivo; la luna, que siempre nos ha servido como punto de fuga para nuestros sueños y deseos, ahora se convierte en sueños y deseos de fuga; en el otro lado del espejo donde las imágenes reflejadas cobran vida y exigen sus derechos, sus recuerdos y su vida: los clones no resultan proyecciones del individuo original, sino que también tienen conciencia propia.
Conforme la película avanza, Duncan Jones, de manera astuta e inteligente, se encarga de restarle importancia al espectacular y blanquecino paisaje lunar y a la frialdad blanquecina de la base lunar, para guiarnos poco a poco y de manera irreversible al núcleo del debate filosófico: ¿qué es la conciencia?, uno de los conceptos fundamentales en el desarrollo del género de la CF, tratado a través de temas icónicos como robots, androides, cyborgs, inteligencia artificial, clonación, cyberpunk, por ejemplo. Y el tema de la conciencia a su vez nos lleva a una de las preguntas primigenias de la humanidad: ¿quiénes somos?
Conforme la película avanza, Duncan Jones, de manera astuta e inteligente, se encarga de restarle importancia al espectacular y blanquecino paisaje lunar y a la frialdad blanquecina de la base lunar, para guiarnos poco a poco y de manera irreversible al núcleo del debate filosófico: ¿qué es la conciencia?
Para buscar a la conciencia, el viaje debe hacerse hacia el espacio interior, mar adentro de la mente humana, no hacia el inconcebible, ininteligible e infinito espacio exterior. Son este tipo de viajes de inmersión los que dieron lugar a la CF blanda o new wave, surgida en los años sesenta, cuando la CF, que aparentemente había agotado los temas tecnológicos y de ciencias duras (física, química, astronomía, biología, etc.), encontraba una oportunidad para renovarse por medio de la necesidad de explorar el cosmos de la mente humana, de analizar sus alcances y sus límites mediante ciencias blandas como la psicología, la sociología, la política, la religión, etc., aprovechando además la influencia de los movimientos contraculturales de la época, las religiones orientales y las investigaciones sobre drogas y percepciones. Así, la CF blanda se preocupa menos por los avances tecnológicos y más por la comprensión del hombre, por viviseccionar las reacciones humanas para entender los programas emocionales que las conforman. La metáfora de la exploración interna es representada elegante y poéticamente por Jones mediante el deseo del personaje, Sam Bell, por emprender el viaje interno, de regreso hacia la tierra y no fuera de ella, hacia el interior de la humanidad, dentro de nuestro espectacular y maltrecho hogar. Esperando que al menos uno de los clones de Sam encuentre su respuesta: ¿quién es él?
La obra de Duncan Jones raya en la maestría porque sin hacer uso de persecuciones o armas letales logra, a través de la magistral actuación de Sam Rockwell, transmitir la angustia existencialista que nos provoca el deseo de saber quiénes somos. Por otro lado, muestra cómo la memoria, de acuerdo con la información almacenada, dispara las emociones, los sentimientos y acciones del ser humano, pero dejando abierta la posibilidad de producir los mismos efectos en una máquina, un ente inorgánico. En Luna la memoria —de alguna manera menospreciada en los procesos de inteligencia como un mero repositorio de información— se presenta como uno de los posibles orígenes de la conciencia, buscada desde Platón, Aristóteles y Descartes hasta la actualidad con filósofos contemporáneos como David J. Chalmer. Descartes llegó a pensar que la conciencia se encontraba en la glándula pineal porque era la única parte del cerebro que no estaba duplicada.
Ya Philip K. Dick en historias como “Lo recordaremos por usted perfectamente” (Fantasy and SF, 1966), en la que se basó la película Total Recall (Paul Verhoeven, 1990) y en “La hormiga eléctrica” (1969), nos muestra con su característica maestría y sarcasmo las paranoias que la memoria es capaz de jugar a los individuos (biológicos o artificiales). En la primera historia, el personaje Douglas Quail pretende ir a Marte, pero sus medios económicos nunca se lo permitirían, así que recurre a los servicios de Rekal Incorporated para inseminarse recuerdos en su memoria sobre el supuesto viaje: “Será un viaje real en su mente, se lo garantizamos”, le asegura el científico y empresario McClane para terminar de convencerlo. Al iniciarse la operación los técnicos con sorpresa descubren que un módulo en la memoria de Douglas Quail había sido sustituido previamente para eliminar un recuerdo real que efectivamente registraba que fue a Marte como un agente encubierto. El asunto es tan escabroso que deciden abortar la inseminación, pero algo sale mal en la operación y reactivan vagamente la memoria de Quail, que al despertar tiene vagos recuerdos de un posible viaje a Marte como agente secreto, pero también recuerda que fue a Rekal Incorporated para que le inseminaran un recuerdo sobre un viaje a Marte, situación que le provoca una psicosis por no saber si el recuerdo es natural o artificial; si fue o no a Marte, si es o no un agente secreto y si está o no casado con Kirsten; en resumen, no tiene memoria de su propia identidad, no sabe quién es y por lo tanto no sabe qué conciencia le corresponde.
La obra de Duncan Jones raya en la maestría porque sin hacer uso de persecuciones o armas letales logra, a través de la magistral actuación de Sam Rockwell, transmitir la angustia existencialista que nos provoca el deseo de saber quiénes somos.
En la “La hormiga eléctrica” Garson Poole despierta en el hospital después de un grave accidente para recibir, además de su diagnóstico, una impresionante revelación sobre sus orígenes. Para calmar su angustia el doctor le explica que la verdad sobre sus orígenes no cambiará en nada sus costumbres y actividades, y que en cuanto se recupere podrá regresar a su vida normal, “Excepto […] que ahora lo sé [dijo Pool]”. Y al conocer Garson Poole su verdadera condición, su conciencia cobrará nuevo significado en su vida.
Ambos ejemplos proponen que la información almacenada en la memoria humana podría ser la materia que moldea nuestra conciencia, nuestra identidad y nuestro lugar en el mundo y en el cosmos.
Ducan Jones, no conforme con exponer con elegante sarcasmo el complejo tema de la conciencia, aborda otro cuestionamiento trascendental, el de la inteligencia artificial (IA): tanto los sucesores del astronauta-minero, Sam Bell, como GERTY, la base lunar inteligente, son criaturas artificiales, sólo que Sam es orgánico y GERTY inorgánico (electromecánico). Ambas inteligencias son artificiales, pues fueron prefabricadas por el hombre a partir de la ciencia y la tecnología, sólo que una está alojada en un ser orgánico y otra en uno inorgánico; ambas entidades poseen emociones producto de su memoria y son capaces de expresarlas: Sam mediante gestos humanos propios de la carne y los músculos y GERTY mediante imágenes que imitan gestos humanos y que podrían catalogarse como pueriles pero que en realidad muestran la aparente simpleza mecánica con la que reacciona un humano al ser estimulado por una emoción.
Y entonces, ¿existe alguna diferencia entre la IA depositada en un humano y la depositada en una máquina?
La ensayista y crítica Patricia Warrick explica: “Una de las diferencias entre la inteligencia humana y la artificial es que ésta, la de las máquinas, no posee conciencia de sí misma (self-awareness). Pueden ejecutar operaciones que los humanos definimos como inteligentes, sin embargo ellas no están conscientes de lo que están haciendo”.
Tener conciencia de uno mismo podría ser la respuesta a tal diferencia, pero Duncan Jones la pone en duda en el momento en que tanto la máquina, GERTY, como el hombre (una de las versiones de Sam), deciden aceptar su muerte en sacrificio de otro ser, ambos estaban conscientes de su muerte y de la finalidad del sacrificio. Pero, ¿sabía GERTY que se estaba suicidando por decisión propia o que esta conducta era sólo parte de un programa predefinido? ¿Era más consciente de sí mismo Sam Bell por ser una entidad biológica que GERTY por ser una máquina?
Luna (2009) es la gran oportundiad para revalorar el cine de CF como un género propicio para la exploración filosófica —como sucede en los libros— y para utilizar el misterio (no el suspenso) como un vehículo en el cual llevarla a cabo, por supuesto sin abandonar los paisajes espectaculares que caracaterizan al género.
Por sus hijos los conoceréis, y Duncan Zowie Haylwood Jones es digno descendiente del maestro David Bowie, logrando un trabajo elegante, profundo y entretenido, como la obra del padre. Zowie, como lo llamaban de niño, supo pagar tributo a 2001 Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968) y a Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972), pero dando las vueltas de tuerca necesarias en los momentos precisos para distanciarse de ellas y lograr una historia, si bien llena de iconos sobre el género de la CF, con identidad propia y con buen grado de originalidad. Luna tendrá pronto un lugar como película de culto y como un clásico de la CF en esta primera década del milenio en la que nuestras identidades y conciencias son expuestas y globalizadas a través de la magia macabra de las redes sociales cibernéticas. ®