Milan Kundera nos recuerda que la cancelación existe, que nuestras acciones nos definen y que una simple broma puede cambiarlo todo. Esto me lleva a una necesidad personal de cuestionar nuestras propias decisiones.

Esto comenzó cuando leí unos tuits en los que cancelaban a Adrián Marcelo, psicólogo, conductor y youtuber regiomontano, debido a una serie de chistes y comentarios que hizo sobre la influencer y esposa del gobernador de Nuevo León, Mariana Rodríguez. A raíz de ello muchos usuarios de la red social comenzaron a criticarlo y exigir su cancelación. Sin embargo, también surgió otro grupo de usuarios que defendía a Adrián Marcelo, argumentando que no había insultado a nadie y que lo que estaba ocurriendo era una vulneración a su libertad de expresión.
Si bien no es la primera vez que el conductor es cuestionado por comentarios considerados “inapropiados”, este nuevo episodio ha intensificado el llamado de algunos sectores a dejar de darle difusión y fama. Todo esto me llevó a reflexionar sobre la cultura de la cancelación, entendida como la práctica de silenciar o castigar a quienes atentan contra los valores que lo “políticamente correcto” promueve en la sociedad.
En este contexto, lo primero que me viene a la mente es Milan Kundera, más específicamente La broma, su primera novela, publicada en 1967. La premisa del libro es sencilla: Ludvik Jahn, estudiante y militante del partido comunista checoslovaco, envía una carta a una compañera de clase con quien comenzaba a intimar. En ella hace una serie de bromas en las que se burla del optimismo ideológico dominante, se mofa de la nomenklatura y celebra a Trotsky. La joven, al considerar la carta inapropiada y contraria a los principios del partido, decide denunciarlo. A partir de ahí se desencadena un juicio sumario en el que Ludvik es expulsado de la universidad, exiliado del partido y posteriormente enviado a trabajar en las minas. Pierde su carrera, su futuro y su lugar en la sociedad, todo por lo que para él fue una simple “broma”.
¿Cómo es posible que una simple frase, un comentario, una acción o una publicación puedan llegar a definir toda una vida?
Poniendo sobre la mesa La broma de Kundera y el tema de la cancelación, me pregunto: ¿cómo es posible que una simple frase, un comentario, una acción o una publicación puedan llegar a definir toda una vida? Esta cultura también ha generado una especie de pretensión moral, en la que las personas “políticamente correctas” se erigen como jueces y no permiten margen para el error, y mucho menos para la redención. Esto ha provocado que vivamos bajo ciertos lineamientos impuestos por la sociedad o, más bien, por quienes se erigen como los responsables de la cancelación.
No pretendo afirmar que la cultura de la cancelación esté del todo mal, ni que debamos tolerar sin cuestionamientos todo lo que se dice o hace. De hecho, creo que también ha abierto un espacio para la reflexión y la autocrítica: ¿qué estamos haciendo?, ¿es correcto?, ¿hasta qué punto nuestras acciones son aceptables o perjudiciales?
Este hecho confiere a La broma una resonancia aún más profunda, convirtiéndola en una obra que deberíamos leer hoy para cuestionar las razones detrás de la cancelación, así como los motivos que nos llevan a criticar esta nueva “cultura”.
Aunque La broma es, en esencia, una crítica al comunismo y a los regímenes totalitarios, también puede leerse como una carta de Kundera a su patria. La nostalgia, la libertad y el nacionalismo son temas recurrentes en su obra, en la que expresa un amor y una añoranza profunda por su natal Checoslovaquia. Irónicamente, años después de haber publicado la novela Kundera fue también expulsado del partido comunista al que alguna vez perteneció, perdió su nacionalidad y tuvo que adoptar la francesa. Este hecho confiere a La broma una resonancia aún más profunda, convirtiéndola en una obra que deberíamos leer hoy para cuestionar las razones detrás de la cancelación, así como los motivos que nos llevan a criticar esta nueva “cultura”.
Milan Kundera nos recuerda que la cancelación existe, que nuestras acciones nos definen y que una simple broma puede cambiarlo todo. Esto me lleva a una necesidad personal de cuestionar nuestras propias decisiones; no con el afán de dejar de hacer bromas ni de transformar radicalmente las posturas del público, y mucho menos con la intención de imponer mis ideales. Mi propuesta es, más bien, pensar en las consecuencias de nuestros actos, entender su peso, porque considero que ése debería ser —en todo caso— el objetivo genuino de la cancelación: detener lo que daña y comenzar a asumir una mayor responsabilidad sobre lo que decimos y hacemos, sin dejar de lado el respeto hacia los demás.
La libertad de expresión es un derecho fundamental, pero no puede utilizarse como excusa para herir a otros.
A tres años de haber leído La broma, y a cincuenta y cinco de su publicación, invito a los lectores a tomar esta novela como un manual, una brújula moral que nos ayude a pensar antes de actuar. Que sirva como un recordatorio de que cualquier gesto, por pequeño que parezca, puede marcar nuestro destino. Y que, ante todo, nos anime a reconfigurarnos constantemente y a no dejar de cuestionarnos nunca. ®